jueves, agosto 27, 2015

A espaldas del lago, de Peter Stamm


En las compilaciones de relatos de Peter Stamm, al menos en las que yo he leído, suele haber cuentos que simplemente están bien… pero siempre hay tres o cuatro que me parecen sublimes. A espaldas del lago, el último libro de Stamm publicado en España, contiene 10 historias ambientadas al sur de Constanza, de las que me interesa destacar 3 de ellas, siempre escritas con esa prosa minimalista del autor:

"Los veraneantes" es el relato de un hombre que necesita tranquilidad para terminar de escribir un libro, y se refugia en un balneario entre las montañas. Y allí todo es extraño: lo regenta una única (y misteriosa) mujer, no hay electricidad y no se ve ni un inquilino. Pero, en el fondo, el narrador empieza a detectar que aquello le gusta: la mujer, el entorno bucólico, la tranquilidad… Creo que es el clásico cuento que nos fascina a quienes escribimos, pues entendemos muy bien los rudimentos del oficio, las cosas que se van contando, las necesidades de hombre normal metido en una situación insólita. Tal vez sea el mejor relato del libro, y es con el que Stamm arranca.

"El curso normal de las cosas" se centra en una pareja que está de vacaciones en una cabaña alquilada, pero nada es como pregonaban las guías y los anuncios de la empresa. En la cabaña más próxima hay una familia: meten demasiado ruido, son extraños, pero a la vez estimulan la curiosidad de la pareja, lo que en cierta manera convierte al marido en una especie de hombre en "la ventana indiscreta". Quienes hayan salido de vacaciones en pareja a sitios que no son lo soñado (porque en realidad son una especie de timo), conectarán en seguida con el relato.

"La maleta" (título idéntico al de la novela de Sergei Dovlatov) cuenta lo que ocurre cuando una mujer es ingresada en el hospital y cae en coma y su marido tiene que hacer una maleta con lo necesario (según los folletos del hospital): una maleta para ella, con material de aseo, ropa interior, lecturas… Esa maleta, como en la novela citada, se convierte en una especie de metáfora de lo que es o lo que representa la mujer: lo que quizá quede de ella, sus cosas, sus intimidades… Algo que se ve en el pasaje en el que el hombre se va a un hotel y allí, en medio de su soledad y su desamparo, coloca dicha maleta en el lugar de la cama doble en el que tendría que estar su mujer. Dice el narrador: Es como si en esa maleta estuviera todo lo que quedaba de Rosemarie. Las cosas tienen más en común con ella que el cuerpo frío que había visto en el hospital un par de horas antes, expuesto en una cama de metal y reducido a sus funciones vitales.


[Acantilado. Traducción de José Aníbal Campos]