Hace 11 horas
jueves, diciembre 31, 2015
viernes, diciembre 25, 2015
Variaciones sobre Angustia
En septiembre subí a la red este documento que recoge todo lo que amigos y conocidos me comentaron sobre Angustia (el 19 de diciembre se cumplió 1 año de su publicación) y sobre mi madre (el 19 de diciembre se cumplieron 5 años de su muerte). No son recensiones en prensa ni críticas en suplementos, sino correos electrónicos, alguna columna, posts en bitácoras, mensajes privados y observaciones públicas en Twitter y Facebook. En fin: palabras de apoyo y de aliento. Como aún no lo había puesto aquí, dejo el enlace y la nómina de nombres.
Los autores de estos textos son:
Álex Portero, Esteban Gutiérrez Gómez, Julia Martínez, Jose Manuel Garcia Franco, Julio Eguaras, Carlos F. Romero, Maria Del Carmen Berardo, Javier López Menacho, Francisco Jota-Pérez, Hilario J. Rodríguez, David González, Tomás Sánchez Santiago, David Refoyo, Mario Crespo, Jacob Iglesias, Hydra Tres Cabezas, Manuel Garrote Franco, Cesira Barrueco, José Llordén, Marco Antonio Raya Ruiz, Alexander Zárate, Borja González Carro, Angel Fernandez Fernandez, Gsús Bonilla, Francesco Spinoglio y Señor Lehmann, además de Gerardo Ardoy y Carolina Villafruela (creadores del vídeo de promo). Mil gracias a todos. Y felices días a la tropa que lee este blog.
miércoles, diciembre 23, 2015
Carol, de Patricia Highsmith
En la página 48 de esta edición, Therese, la chica que trabaja temporalmente en unos grandes almacenes vendiendo juguetes, se fija en una mujer espectacular de clase alta: la Carol del título de la que se enamorará. Aún no hemos visto la película, que dicen es magnífica, pero uno de los carteles de promoción (figura más abajo) capta perfectamente ese momento, que copio a continuación:
Sus ojos se encontraron en el mismo instante, cuando Therese levantó la vista de la caja que estaba abriendo y la mujer volvió la cabeza, mirando directamente hacia Therese. Era alta y rubia, y su esbelta y grácil figura iba envuelta en un amplio abrigo de piel que mantenía abierto con una mano puesta en la cintura. Tenía los ojos grises, incoloros pero dominantes como la luz o el fuego. Atrapada por aquellos ojos, Therese no podía apartar la mirada. Oyó que el cliente que tenía enfrente le repetía una pregunta, pero ella siguió muda. La mujer también miraba a Therese, con expresión preocupada. Parecía que una parte de su mente estuviera pensando en lo que iba a comprar allí, y aunque hubiera muchas otras empleadas, Therese sabía que se dirigiría a ella. Luego la vio avanzar lentamente hacia el mostrador y el corazón le dio un vuelco recuperando el ritmo. Sintió cómo le ardía la cara mientras la mujer se acercaba más y más.
Más o menos hacia la mitad de la novela, Therese le dice a Carol: Tú eres exactamente la persona que yo necesitaba conocer.
Son sólo dos ejemplos de la sutileza de Patricia Highsmith en este libro, que publicó por primera vez con pseudónimo y con el título de El precio de la sal. Partiendo de un momento autobiográfico (la escritora trabajaba en una juguetería cuando atendió a una mujer rubia con la que nunca más se cruzaría, pero cuya aparición la sacudió tanto como para escribir una novela en torno a esa figura y los posibles caminos que hubieran tomado de conocerse), Highsmith construyó la historia de amor de dos mujeres en tiempos en los que el lesbianismo y la homosexualidad daban lugar al escándalo y en los que los garitos clandestinos y los secretos imperaban para que los implicados no se convirtieran en proscritos (algo que, en algunos puntos de esta sociedad y en algunas familias no ha cambiado mucho).
Uno de los aspectos de la historia que más me ha interesado es cómo ambas mujeres sufren por culpa de los chismorreos: Carol está en trámites de divorcio y su marido encarga a un detective que las espíe; Therese tiene una especie de novio al que no ama y que en realidad no le interesa ni le atrae, y el tipo siempre está encima de ella, presionándola para que no se deje engatusar por una mujer, escandalizado por la atracción que sienten. Patricia Highsmith nos presenta a dos mujeres que quieren ser libres, que están muy enamoradas, que fuman y beben en una época en la que ese aspecto de la mujer fuerte sólo era bien visto en el cine negro, dos mujeres que apasionan al lector. Aquí no hay asesinatos ni tramas criminales, y aun así uno queda absorbido por la lectura desde el principio.
lunes, diciembre 21, 2015
El amante de las cicatrices, de Harry Crews
Harry Crews fue uno de esos supervivientes del sur que luego alumbraron libros de una contundencia y de una ferocidad que sólo es equiparable a la de autores como Selby o Bukowski. En España nunca se interesaron por él hasta que por fin lo conocimos gracias a los esfuerzos de Javier Lucini, escritor, traductor y editor: primero a través de Machado & Acuarela Libros con la edición de Cuerpo, El cantante de góspel y Una infancia y ahora, vía Dirty Works, con El amante de las cicatrices.
La primera sorpresa al abrir el libro es que su autor (fallecido en 2012) se lo dedicó a Sean Penn, el "tío más grande que conozco" en palabras de Crews. La segunda es que incorpora una cita de James Dickey, quien escribió la novela que inspiraba Deliverance. La tercera sorpresa es que, en esta ocasión, el humor (que suele estar presente en las novelas de Crews) aparece en la segunda mitad del libro.
En la primera se plantean y desarrollan los personajes, casi todos lastrados por alguna herida, alguna cicatriz, alguna tara: perdedores del sur, paletos y brutos que, sin embargo, son criaturas por las que Crews suele apiadarse. Es en esta mitad cuando el protagonista, Pete Butcher, se enreda con Sarah, una mujer que vive con sus padres: la madre se enfrenta a un cáncer y le acaban de extirpar los senos y suele estar de un humor de perros; el padre es un tipo que le ofrece alojamiento y trabajo a Pete en cuanto éste pierde su trabajo. Pete es un hombre extraño: ama las cicatrices y las mutilaciones, pero odia que los demás le cuenten su vida porque, detrás de esas biografías, se encuentran siempre historias angustiosas, recuerdos dolorosos, anécdotas terribles que le incomodan. En la segunda, tras la muerte de uno de los personajes, el resto de losers de Crews tratan de resolver la situación: qué hacer con el cadáver. Y, si en la primera mitad habíamos encontrado dolor y cicatrices, aquí predominan los diálogos de humor negro, como si fuera el reverso cómico de Mientras agonizo.
Los entornos de Crews suelen ser duros, ásperos, llenos de tarados y de desgracias, y de personajes que sueltan tantos tacos como en El sargento de hierro. Lo cual, a mí, me divierte muchísimo. Vamos con unos extractos:
La certidumbre de su propia culpabilidad le obligaba a mirar, pero también las cicatrices de la señora Leemer, su pecho cicatrizado y lacerado. No podía dejar de pensar en su cicatriz, en el aspecto que tendría. Porque aunque siempre había odiado y temido los asuntos personales de la gente pues siempre acababan escondiendo algo fastidiosamente trágico, a pesar de ese odio y ese temor, las lesiones y las heridas, cualquier hemorragia o mutilación, le despertaban el deseo de mirar, el deseo de saber.
**
-A mí también me lo parece –dijo ella–, así que podemos hablar de dinero.
-¿De dinero?
-Negocios.
-¿Negocios?
-No vamos a avanzar mucho si no dejas de repetir todo lo que digo.
-Perdón.
-No me interesa el perdón, me interesa el tiempo.
-Bueno, me imagino que ahora mismo no serán más de las seis, Gertrude.
-No me refiero a esa clase de tiempo –dijo ella. Y, acto seguido, soltando un resoplido por la nariz–: ¡Joder!
¿Qué otra clase de tiempo había? Pero se limitó a dar sorbos imaginarios a su taza casi vacía.
-El tiempo de todo el asunto –dijo ella–. De toda la enchilada.
-¿De toda la qué?
-No tengo ni idea. Se lo oí decir a un crío en la calle. Significa todo. Todo de todo. En este caso, hablamos de tiempo.
Pete deseaba levantarse tranquilamente de la mesa, subir las escaleras y volver a meterse en la cama. Aquello estaba empezando a parecerse a un mal sueño.
[Dirty Works. Traducción de Javier Lucini]
jueves, diciembre 17, 2015
Trieste, de Daša Drndić
En Playtime están mis impresiones sobre este libro, a medio camino entre el reportaje y la novela. He elegido 3 fragmentos muy diferentes: en el primero, un vistazo a la ciudad del título en castellano; en el segundo de ellos podemos comprobar el tono que a algunas veces emplea la autora para homenajear a Thomas Bernhard; en el tercero, uno de los interrogatorios del libro:
Hacia finales del año 1920, Trieste era una ciudad enferma, sus estertores parecían los de un moribundo. Era una ciudad amputada. Las escuelas alemanas habían cerrado, los nombres de las calles habían sido cambiados e italinizados. Trieste se convirtió en un pequeño universo dentro de otro pequeño universo. Sus fuerzas centrípetas se agotaron y la ciudad fue tomada por fuerzas externas que la separaron de ella misma, sus órganos se descompusieron, la ciudad se fragmentó en microelementos de su propio pasado que no encontraban la manera de encajar. Se quedó abandonada, tumbada, inmóvil, sufriendo sus úlceras por decúbito.
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Las pequeñas ciudades siempre preservan un contingente de personas crónicamente infelices, escribió Roberto Piazza, y la infelicidad general conducía a numerosos suicidios que estaban inducidos por el clima, en las ciudades pequeñas la gente tiene tendencia a los suicidios, muchos tienen la sensación de falta de aire porque no tienen fuerza para cambiar la situación en la cual se encuentran, eso es lo que afirmaba Thomas Bernhard, escribió en su carta Roberto Piazza. Él, Roberto Piazza, estaba de acuerdo con Carlo Michelstaeder en que la vida humana estaba hecha de remordimientos, de mala conciencia, de melancolía, de aburrimiento, de miedo, de rabia y de sufrimiento y que todas las acciones del hombre mostraban que el hombre, de hecho, era un ser pasivo que toda la vida no hace otra cosa que rehacer, revisitar, completar su propia biografía y también las biografías de los que viven a su alrededor, escribió Roberto Piazza, de manera que ella, su exprofesora, no era culpable de no haber sabido nada sobre los asesinatos en el campo de concentración de San Sabba y en cambio se dedicara, ella, Haya Tedeschi, solo a ir al cine y a sus citas amorosas.
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¿Qué dijo cuando vio que usted estaba arrastrando cadáveres?
Me dijo: "¿Por qué arrastras esos cadáveres? Tú que eres dentista no deberías arrastrar esos cadáveres".
¿Y es usted dentista?
No lo soy.
¿Y?
Me cogió por la manga, me cogió por la mano, me dio unos cuantos golpes en la espalda, eso lo quiero dejar claro, que él me pegaba constantemente y me llevó hasta un pozo. En el suelo al lado del pozo había cubos en los que había dientes de oro y alicates para sacar las muelas. Me dijo: "Coge los alicates y empieza a sacar las muelas de aquellos cadáveres que hay allí abajo". Los cadáveres estaban amontonados al lado de las salidas de las cámaras de gas.
¿Y desde allí los transportaban hasta la fosa?
Así es.
¿Usted sacó los dientes a los cadáveres hasta el día de la rebelión?
No exactamente. Estuve sacando las muelas durante un mes más o menos, quizá mes y medio, hasta el día que descubrí el cadáver de mi hermana.
[Automática Editorial. Traducción de Simona Škrabec]
miércoles, diciembre 16, 2015
Producciones Kim Jong-Il presenta…, de Paul Fischer
Atendamos al subtítulo de este libro: "La increíble historia verdadera de Corea del Norte y el secuestro más osado de la historia". Estamos ante una obra de no ficción para la que el autor, Paul Fischer, ha hecho eso que se les da de maravilla a los norteamericanos: rebuscar entre los archivos, entrevistarse con cientos de personas, leer toda la documentación posible, analizar todos los libros sobre el tema, verse películas y documentales y darle forma casi novelística a una historia real. Aunque los hechos fueron célebres en su día, cuando se descubrió el pastel, yo no los conocía. Y la historia me ha parecido asombrosa. Es como una película de espías y dictadores, pero sucedió de verdad.
¿Y qué es lo que cuenta Producciones Kim Jong-Il presenta…? Cuenta que, cuando Kim Jong-Sung colocó al frente del Ministerio de Propaganda de Corea del Norte a uno de sus hijos, Kim Jong-Il, éste puso en marcha una maquinaria de lavado de cerebros del pueblo a través del cine. Jong-Il, cinéfilo empedernido, uno de esos tipos con una colección privada y espectacular de películas, creía que el cine podía transmitir los valores adecuados a los ciudadanos. El problema es que su cinematografía era deleznable. En cambio, sus vecinos de Corea del Sur contaban con un director que había cosechado premios y éxitos de taquilla: Shin Sang-Ok, que solía trabajar con su mujer (y posteriormente ex mujer, hasta que volvieron a casarse), la estrella Choi Eun-Hee. Los hombres de Jong-Il secuestraron a ambos, por separado. Primero trataron de persuadirlos para que adoraran a sus líderes, padre e hijo. Como no funcionó, Shin Sang-Ok estuvo prisionero durante unos años. Tras doblegarlos, tanto el cineasta como la actriz supieron que la única salida consistía en rodar películas exitosas para el ministro y escaparse en cuanto pudieran. Años después lo lograrían, pero para entonces la carrera de Sang-Ok ya no remontó, en Corea del Sur no se tragaron la historia del doble secuestro y el director se convirtió, en sus últimos años, en alguien lastrado por la amargura.
La historia, como se puede ver, es asombrosa. Y Paul Fischer, con su dominio de la estructura, convierte el libro en uno de esos reportajes de no ficción que uno devora incluso aunque pueda conocer el desenlace. Hacia el final de la lectura me quedó un poso amargo, quizá parecido al que sintió el cineasta poco después de su fuga: porque Shin Sang-Ok fue ejemplo de las vueltas que puede dar la vida, de cómo de ser una promesa puedes pasar a ser una celebridad, y luego un prisionero al que torturan, y después alguien que obtiene de nuevo el éxito (pero un éxito forzado, impuesto) al convertirse en la marioneta de una dictadura, y más tarde un fugitivo incapaz de rehacer su identidad y su carrera. En sus dos últimos años de vida incluso dejó de hablar: apenas dijo un puñado de palabras. Pero, según parece, algunas de las películas que rodó en Corea del Sur siguen siendo dignas. Un fragmento:
En Corea del Norte, el cine siempre había tenido un fin: inculcar las ideas correctas a la población. A diferencia del cine que se hacía en la Unión Soviética, visto como una herramienta para "ilustrar" a las masas, el cine norcoreano no pretendía educar, informar o mejorar el conocimiento que tenía la población de la lucha de clases a lo largo de la historia o de la importancia de la igualdad y la propiedad colectiva. Sobre todo en tiempos de Kim Jong-Il, el objetivo que perseguía el cine era inculcar en el pueblo los valores más importantes del régimen: que el Líder Supremo, Kim Il-Sung, era el hombre más importante que jamás había existido; que no había mayor virtud que la lealtad hacia su persona y hacia la "familia" nacional, y que no había raza más pura, virtuosa y valiosa que el pueblo coreano. Solamente un coreano podía ser Líder Supremo, el Sol de la Humanidad, y dado que el Líder Supremo era el Primero de Todos los Coreanos, todo lo que no fuera obediencia ciega hacia su persona era sinónimo de traición a la patria, a la raza y a la propia sangre. Seguirlo, sin embargo, significaba acceder al Paraíso de los Trabajadores.
[Turner Libros. Traducción de Ferran Esteve]
lunes, diciembre 14, 2015
Un detective en Babilonia, de Richard Brautigan
No sé si he dicho ya en este blog que llegué tarde a Richard Brautigan. Cuando empecé a interesarme por su obra (a partir de Una mujer infortunada, que publicó Debate), ya era difícil encontrar sus novelas (en Anagrama) en las librerías. Por eso este rescate de Blackie Books, que incluye libros inéditos en España, me gusta tanto: nos ofrece la posibilidad de tener en casa la Biblioteca Brautigan, en tapa dura y con ediciones de lujo. De modo que no me pierdo uno. Y además me lo paso en grande con sus obras.
En esta novela encontramos a un personaje, C. Card (el detective del título), que se mueve entre dos mundos: los que atañen a la realidad y a la fantasía. En la realidad es un tipo que arrastra la mala suerte consigo, que no tiene un centavo en los bolsillos, que debe dinero a su casera… en suma, un pobre diablo. En sus fantasías viaja a Babilonia, donde es un hombre exitoso, rodeado de mujeres y de posibilidades, y de gestas propias de héroe… en suma, un triunfador. Al comienzo del libro, el investigador acaba de aceptar un caso, pero ni siquiera tiene balas para su pistola, ni dinero para comprarlas. La novela sigue sus pasos mientras va de aquí para allá, en una brillante parodia de la novela de detectives.
Brautigan utiliza capítulos cortos y muchos diálogos, que le confieren el ritmo preciso a la narración, rica en locuras y en disparates. Lo de menos es la trama. Lo que importa es cómo cuenta Card lo que le sucede. Cómo ve el mundo: con ironía, a pesar de sus múltiples infortunios. Aquí van dos ejemplos:
Mi patrona me resultaba una amenaza mayor que los japoneses. Todo el mundo temía que aparecieran los japoneses en San Francisco y comenzasen a subir y bajar las colinas en tranvía, pero yo me habría enfrentado a una división entera si así hubiese podido quitarme a mi patrona de encima, créanme.
-¡Dónde diablos está mi alquiler, granuja! –me gritaba desde lo alto de las escaleras, donde se encontraba su apartamento. Siempre llevaba una bata suelta que cubría un cuerpo que habría ganado el primer premio en un concurso de belleza para bloques de cemento–. ¡El país está en guerra y usted no paga ni su maldito alquiler!
Tenía una voz que hacía que Pearl Harbor pareciese una canción de cuna.
-Mañana –le mentía yo.
-¡Mañana una mierda! –contestaba gritando.
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El sargento Rink estaba examinando muy cuidadosamente un abridor de cartas.
Levantó la vista.
-Qué agradable sorpresa –dijo.
-¿Para qué necesitas un abridor de cartas? –dije, entrando en materia–. Ya sabes que leer no es una de tus aficiones.
-¿Sigues vendiendo fotos porno? –dijo, sonriendo–. ¿Felicitaciones de Tijuana? ¿Aquellas de las damas amantes de los perros?
-No –dije–. Demasiados policías me pedían muestras. Me dejaron sin stock.
[Blackie Books. Traducción de Kosián Masoliver]
viernes, diciembre 11, 2015
El árbol, de John Fowles
Mis comentarios sobre este ensayo se pueden leer en Playtime. Aquí os dejo varios extractos del libro:
Escabullirme entre los árboles era como desaparecer en el mismo cielo.
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Es evidente que de niños no vemos cómo son en realidad nuestros padres, y no hay momento mejor para comprender lo que hay de falible en ellos que las ocasiones en que se equivocan y se muestran desvalidos, esa situación ineludible que nos hace poner las cosas del pasado en su sitio.
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No hay frutos para aquellos que no podan. No hay frutos para aquellos que cuestionan el conocimiento ancestral. No hay frutos para aquellos que se esconden en árboles inexplorados, no tocados por la mano del hombre. No hay frutos para los traidores a la causa humana.
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Mucho antes de que se inventaran las lentes y las cámaras de cine, ya teníamos los límites clavados en nuestros ojos y en nuestra mente, tanto en nuestra manera de percibir las cosas como en nuestro modo de analizar lo que percibimos: una interminable secuencia de planos cortos y un posterior salto de montaje. La perpetua necesidad de encuadrar y editar toda esa ingente materia prima que nos rodea.
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Lo que está en verdadero peligro no es tanto la naturaleza como nuestra actitud hacia ella.
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No es el poco saber lo que genera necesariamente la ignorancia; saber demasiado, o querer saber demasiado, puede producir el mismo resultado.
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No planifico la escritura de mis novelas mucho más de lo que suelo planificar mis paseos por el bosque.
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Y ese es el motivo principal por el que encuentro una clara analogía entre los árboles, el bosque, y la prosa de ficción. Todas las novelas son también, de alguna manera, un ejercicio consciente de búsqueda de la libertad, y lo son incluso cuando en esas novelas se niegue la existencia de dicha libertad.
[Impedimenta. Traducción de Pilar Adón]
jueves, diciembre 10, 2015
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