jueves, octubre 03, 2013

Los huesos del invierno (Winter’s Bone), de Daniel Woodrell


Toda novela negra suele comenzar con una búsqueda. La búsqueda de un objeto, de una persona desaparecida, de huellas, de pistas, de pruebas de una infidelidad o de un crimen… Aunque el marco elegido por Daniel Woodrell (bosques, montes nevados, cabañas de gente casi miserable) se aparte de lo clásico (la mitología urbana como escenario de las andanzas del detective, sea profesional o aficionado), podemos decir que Winter’s Bone es una novela negra.

En esta ocasión no se trata de un rudo hombre con sombrero y gabardina, o un policía curtido, porque Woodrell rompe (casi) todas las reglas: se trata de una chica que aún no ha alcanzado la mayoría de edad, una chica que debe buscar a su padre (o, al menos, el cadáver de su padre, pues sospecha que está muerto) en un plazo de tiempo muy limitado: su padre no se presentó a juicio y puso como aval de su fianza sus propiedades, de modo que, si no aparece, despojarán a su familia de la casa y las tierras.

Y es lo único que tienen. Ree Dolly, la protagonista, es una chica dura, terca, capaz de llamar a la puerta de quien no debe, capaz de husmear donde haga falta para que nos les quiten el techo y puedan sobrevivir. El tema, por cierto, está de actualidad con todo lo que está pasando en España con los desahucios. Pero Winter’s Bone (que adaptaron hace poco en una correcta película protagonizada por Jennifer Lawrence) transcurre en la América rural que conocemos por el cine, esa América poblada de familias incestuosas, patriarcas crueles y caras afiladas por el hambre. La frase clave de la novela la pronuncia Lágrimas, el tío de la chica, cuando dice: Todos los días hay que estar preparado para morir… Solo así puedes salvarte. Un libro extraño, pero potente, del que os dejo este extracto:

No habría solución inmediata, ni respuesta ni ayuda. Le entraron ganas de llorar, pero no iba a hacerlo. No lloraría jamás aunque la golpearan con un rastrillo, y lo había demostrado dos veces antes de que su abuela dejara la botella después de ver a un ángel ceñudo señalándola desde la copa de los árboles. Jamás lloraría delante de nadie que pudiera contar sus lágrimas y utilizarlas en su contra. 



[Alba Editorial. Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera]