Tengo por casa una vieja edición de bolsillo de este libro, pero tiene tantos defectos (letra diminuta, poco margen en cada página, etcétera) que durante años me dio pereza leerlo. Pese a que es un título de culto. La nueva edición de Capitán Swing viene a corregir esas taras: aunque la traducción es la misma, compruebo que se ha limpiado de erratas, que se ha incorporado una introducción, que la presentación (y, por tanto, la edición) es espléndida. Y no hablemos de la maravilla que es la cubierta. En suma, una edición muy cuidada, como es costumbre en Capitán Swing.
Pero vayamos con el texto. Hasta ahora nunca había tenido claro qué era este libro, de qué va, quién lo escribe. Siempre pensé que era la autobiografía de Robert Sabbag en el mundo del consumo de drogas. No es así. Sabbag es el periodista que nos cuenta la historia de Zachary Swan, uno de los traficantes que, en los 60, se ocupó de traer la droga desde Colombia hasta Estados Unidos. Y el reportero lo cuenta a la antigua usanza, a lo Truman Capote, sin apenas implicarse él mismo en la narración. El resultado es ejemplar y, aunque Sabbag nos cuente la historia de un tipo, realmente nos está contando la historia de cada traficante de cocaína: los trucos para pasar la droga en los barcos y en los aviones, las veces que los compradores al por mayor van cortando la coca, el modo en que el tráfico activa el sistema económico, la subida de precios desde el primer hombre que compra la primera partida hasta que un camello la vende en la calle… Algunos de los trucos de Swan para pasar la droga son antológicos.
Ciego de nieve, además, recuerda mucho a las películas que a posteriori han rodado sobre el tema. A mí me ha hecho pensar en Blow, la peli de Ted Demme que protagonizó Johnny Depp. Me ha hecho pensar en algunas secuencias de Uno de los nuestros, aunque menos. Por decirlo con otras palabras: este libro de culto es la biblia de la narrativa del narcotráfico. Os dejo con dos extractos:
Desde el día en que el médico dejó de hacer visitas a casa y todos aprendimos a dosificarnos, y desde que nos enteramos de que el alcohol no era el único juego, la droga se ha convertido en un gran negocio. En los Estados Unidos existe hoy una demanda creciente de drogas de todos los géneros. El consumo de alcohol está en alza. El consumo de tabaco igual, y el consumo de mariguana y de pastillas sigue siendo tan popular como siempre. Los norteamericanos toman hoy una mayor variedad de drogas, y las toman en cantidades mayores que nunca. El Tío Sam lo llama drogadicción, consumo abusivo.
Esa expresión, consumo abusivo de drogas, tal como la emplea el gobierno federal, goza más o menos de la misma validez gramatical y sintáctica que el término autoabuso aplicado a la masturbación. Y su propio abuso de la lengua inglesa no es lo único que estas dos expresiones tienen en común: ambas aluden, por ejemplo, a actividades que te hacen sentirte bien. En lo que se diferencian es en algo mucho más sutil. El primer término, consumo abusivo o abuso de drogas, carece del impulso teológico por el que se justifica a sí mismo el segundo; es decir, en los rancios vestuarios de la tradición judeocristiana, el individuo tiene posibilidad de abusar de un cuerpo que teológicamente no es suyo, un cuerpo que le ha dejado en depósito una Oficina Superior, digamos, donde las tasas de interés son bajas. De ahí se deriva lo de autoabuso y el idioma lo abraza. Pero para participar correctamente en el abuso de drogas, sería necesario antropomorfizar la droga en cuestión (dotarla de características humanas) y, en último caso, abusar de las drogas de otro (cosa bastante frecuente, pero que sólo suelen hacer los funcionarios del Gobierno). Es, por otra parte, el mal uso de las drogas (también suelen practicarlo los funcionarios del gobierno federal) lo que en realidad prohíben las leyes de los Estados Unidos. Y son esas leyes las que nos interesan aquí.
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Él [Zachary Swan] sería el primero en admitir, por ejemplo, que la cocaína, como las motocicletas, las ametralladoras y la política de la Casa Blanca, es, entre otras cosas, un sustituto de la virilidad. Su simple posesión proporciona estatus: cocaína equivale a dinero, y dinero a poder.
[Capitán Swing. Traducción de José María Álvarez y Ángel Pérez]