jueves, junio 13, 2013

Blackout, de Nanni Balestrini



Blackout es un largo poema escrito y compuesto a la manera de los cut up de William S. Burroughs. En la contracubierta del libro os lo van a explicar mejor que yo: “El poema es un acto de resistencia que permitirá continuar viviendo después de la catástrofe. Balestrini monta, compone, recombina, escande series lingüísticas heterogéneas: extractos de los procedimientos judiciales contra el movimiento italiano de la década de 1970, artículos de opinión bienpensante contra la "violencia subversiva", memorias de antiguos exiliados italianos, crónicas de aquel otro blackout (apagón) neoyorquino y salvaje del 13 de julio de 1977, descripciones del Mont Blanc fronterizo extraídas de una guía de viajes, ensayos políticos acerca del "obrero social", nuevo protagonista de la autonomía y la autovalorización”. Os dejo con algunos extractos de la carta inicial y del poema, que pretende revolver a los lectores y dinamitar lo políticamente correcto:

Querido inexperto y pacífico lector,
Las páginas que te dispones a leer son una invitación explícita y urgente a la violencia.

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A decir verdad, los libros no están en vías de extinción, cada vez se escriben más, cada vez se imprimen más, las librerías rebosan de libros, e incluso a veces se vende alguno. Pero se leen poquísimos, y por lo general se hace a escondidas. Se suelen utilizar como elemento decorativo, con esas tapas tan bonitas de colores tan vivos, colocados aquí y allá sobre mesas y estanterías y algunos incluso en el retrete. No hace mucho, un editor emergente se ha impuesto drásticamente sobre la competencia reduciendo drásticamente los precios de sus tapas, que no contenían sino páginas en blanco, enormemente útiles para tomar notas y para otros usos menos nobles.
Todos sabemos que los libros son escritos por individuos enfermos de narcisismo agudo, sobre todo para gustarse con sus novias y sus amigos, y que los únicos que suelen comprar algunas copias para regalárselas a unos y otros son los autores. Todas las demás van derechas a la trituradora, incrementando la floreciente economía editorial que da trabajo a papeleros, linotipistas, encuadernadores, distribuidores, expedidores, libreros, amén de cantantes o futbolistas famosos que alquilan su nombre para que figure en la portada de libros de gran tirada en lugar del autor (en esta lista no aparecen los redactores editoriales, eliminados hace tiempo por su proterva obstinación en querer publicar libros inteligentes y por lo tanto invendibles, y sustituidos por directores comerciales procedentes de eficaces experiencias en el sector de los saneamientos y de la comida para animales).
Ahora bien, tal vez te preguntes, inculto lector, de dónde proceden los beneficios necesarios para remunerar a un número tan grande de trabajadores atareados en este business tan lucrativo. Tampoco esto es un secreto, el dinero se saca de la industria del reciclaje del papel de los libros, que tras una breve estancia en las librerías son entregados en su práctica totalidad al editor, que a su vez los manda a la trituradora. En efecto, la regeneración del papel es un procedimiento bastante más rentable que su producción ex novo, que permite además la obtención de recompensas y subvenciones ecológicas por el grave daño evitado a la masa forestal. 

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Ahora bien, una obra auténtica (libro, cuadro, música) sirve para hacerte ver algo distinto o, mejor dicho, para cambiar tu modo de ver, de percibir las cosas y el mundo, sirve para iluminar tu mirada sobre aspectos de la realidad que te son desconocidos, para sacudirte por un instante de tu estado habitual de robot sonámbulo. Para despertarte, aunque sea por pocos instantes, dándote el vértigo de algo desconocido, que infringe las normas y las reglas en las que vives encajonado y anestesiado.

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[…]
perseguid con la verdad a vuestros perseguidores

pero cuando pasa por delante de mí la venerable pobreza que mientras brega muestra sus venas chupadas por la omnipotente opulencia

y cuando veo a tantos hombres enfermos encarcelados hambrientos y todos implorantes bajo el terrible azote de algunas leyes

ah yo no me puedo reconciliar grito entonces venganza

mi nombre está en la lista de proscritos lo sé
[…]

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cuando me di cuenta de que bajo la luz no iba a lograr dormirme empecé a leer sin parar hasta que se hizo de día

los carceleros del turno de noche me gritaron dentro que retirara la manta de la ventana

después de una semana no me quedaba más que un duermevela apático con puntas de sueño de pocos minutos

los reflectores de 500 vatios atornillados a unos cinco metros de distancia miraban directamente hacia las ventanas de las celdas

por el día el sueño que me entraba a continuación era sistemáticamente interrumpido por la rutina carcelaria a partir de las seis en punto

desde la noche del 1 de agosto tres reflectores iluminaban mi celda como si fuera de día



[Acuarela Libros. Traducción de Raúl Sánchez y Hugo Romero]