La primera película del actor Paddy Considine tras las cámaras no hace concesiones a nadie: es brutal, durísima, no apta para todos los públicos. No por la violencia que ejercen sus personajes, sino por los efectos de esa violencia; por las víctimas. Considine retrata un mundo de hombres violentos, y en ese mundo desalmado quienes primero pagan las consecuencias son los niños, las mujeres y los animales. El filme recuerda un poco a la ópera prima de Gary Oldman como director (y, por cierto, Considine le da las gracias en los créditos finales), Los golpes de la vida. Va en esa línea: ingleses alcoholizados, tipos rudos que estallan, esposas apalizadas, pisos infectos en barrios pobres…
El protagonista, Joseph, arrastra un pasado que le consume y le está empujando a la locura: una de las claves está en el título original y la historia que apareja esa palabra. Y Joseph conoce a Hannah, una mujer a la que su marido suele pegar. Es decir: el director nos muestra a dos personajes heridos. La gran baza del filme es, por supuesto, Peter Mullan, quizá en su mejor papel hasta la fecha. Su trabajo es extraordinario. Olivia Colman también ofrece una gran interpretación, que le ha valido un montón de premios. Pero quien me ha sorprendido es Eddie Marsan, en la piel del marido maltratador. Quien haya visto los dos largometrajes de Guy Ritchie sobre Sherlock Holmes recordará, sin duda, al Inspector Lestrade, un agente loser que, sin embargo, siempre acaba recompensado por los casos que resuelve Holmes. Pues bien: si en esas dos películas Marsan era el hazmerreír, en Redención se come la pantalla; mete miedo e inspira asco. Redención es una gran película; pero ya advierto que golpea, su análisis del dolor y de la desesperación te dejan molido.