Enamorarse de una yonqui cuando uno no es adicto a las drogas y, por tanto, una y otro habitan dos mundos mentales muy diferentes, debe ser una de las más amargas clases de amor no correspondido. Y eso es lo que le ocurre al narrador de este libro, el propio Jack Kerouac: está enamorado de quien no debe, de la mexicana Tristessa, amiga del Indio y de Old Bull, sumidos todos ellos en un México donde casi podemos oler la decadencia de los cuartos que habitan y el hedor infecto de las cantinas en las que recalan los desesperados. Novela poética, con influencias del budismo que tanto le interesó a Kerouac, desprende (como ya se intuye en su título) un halo de tristeza y de melancolía (somos dos fantasmas vacíos de luz, dos espectros en un viejo edificio encantado, diáfanos, precisos, idos: llega a decir el narrador), lo que, junto a su valor histórico (las vivencias de su autor en México), convierte al texto en uno de los libros más sugerentes de la Generación Beat. La edición, estupenda, incluye ilustraciones y un póster desplegable, obra de Daniel Orviz; la traducción es de Daniel Ortiz. Extractos:
Pasan los taxis, los maleantes trazan planes en la oscuridad, las putas chasquean los dedos ofreciéndose en la noche a jovencitos que pasan y las toman al vuelo del brazo para perderse juntos en la multitud de la Casbah mexicana hacia los cuartos de la calle mayor de las putas, el flequillo caído sobre los ojos, borrachas, morenas de piernas largas vestidas de amarillo, se exhiben y menean las caderas, agarran a los chicos por la solapa y suplican –ellos se tambalean–, los polis pasan de largo como figurines invisibles bajo el manto de las aceras.
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La pobre Tristessa continúa ahí contándome sus penas, lo corta que anda de dinero, su enfermedad, de lo mal que se sentirá por la mañana y creo captar por un instante en sus ojos un sombrío gesto de aceptación hacia mí como amante –Sólo había visto llorar una vez a Tristessa, enferma con el mono, a orillas de la cama de Old Bull, como una plañidera rezando novenas en los bancos traseros de la iglesia. Ahora se frota los ojos y señala el cielo, “Si mis amistades no me pagan” dice mirándome fijamente, “mi señor lo hará, y de sobra”.
[Traducción de Daniel Ortiz Peñate]