sábado, octubre 01, 2011

Lejos de ninguna parte, de Nami Mun


Tal vez la mejor definición de este libro la haya dado alguien de la revista The Believer: Nami Mun hace muchas cosas bien, y una de ellas es saber transmitir al lector ese frío en los huesos del que no tiene adonde ir, tal y como se recoge en la web de la editorial Libros del Silencio. Ese frío en los huesos de quien, ya en la adolescencia, afronta una vida en la que no tiene otra propiedad que su cuerpo y ningún futuro en perspectiva. Joon, una adolescente hija de emigrantes coreanos con problemas, vive en Nueva York saltando entre las drogas, la prostitución, el alcohol, los bares y clubes de mala muerte, los intentos de violación, los trabajos esporádicos y los centros de acogida. En el colofón del libro encontramos una frase de Phoebe Gloeckner, y lo cierto es que tienen mucho en común: la novela de Nami Mun y las novelas gráficas de aquella. Durante la lectura, la narradora ha terminado por contagiarme algo de su desamparo.

Cuando el tren redujo la velocidad, los dos hombres cogieron sus maletines. Mi padre dio un paso hacia la puerta y me invitó a llamarlo si necesitaba algo. Remató la invitación con una palmada en el hombro y me entraron ganas de cogerle la mano y decirle cosas muy sencillas, como que me alegraba mucho de verlo y que me había olvidado del olor de su colonia. Pero retiró la mano, las puertas se abrieron y, antes de que las palabras consiguieran llegar a mi boca, se bajó del tren con su maletín sin darme su número de teléfono. No mencionamos a mi madre ni una sola vez.

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Sólo el amor puede obligarte a deambular bajo la lluvia sin que sientas el frío. Sólo el amor te entumece hasta ese punto, permitiendo a la vez que sientas cada puta célula de tu cuerpo.


[Traducción de Bianca Southwood]