Una de mis lecturas pendientes es la Vida de Samuel Johnson, la biografía escrita por James Boswell. De vez en cuando la miro, ahí en el estante, y no me decido porque ronda las 2.000 páginas. A Samuel Beckett le gustaba mucho la prosa de Samuel Johnson, así que me he decidido por leer al doctor antes de atreverme con la biografía de su discípulo. No me extraña que a Beckett le entusiasmara Johnson porque hay algo en su prosa (y eso que yo estoy refiriéndome a una traducción…) que comporta un placer absoluto. Como cuando lees a Charles Dickens o a Alexandre Dumas. Da igual lo que nos cuenten.
Este viaje por las islas escocesas Samuel Johnson lo emprendió junto al propio James Boswell. Ambos dieron sus respectivas versiones: el primero publicó Viaje a las Islas Occidentales de Escocia; el segundo, Diario de un viaje a las Hébridas (que, hasta donde yo sé, lo iba a publicar Alfama con traducción de Miguel Martínez-Lage, fallecido hace tres meses). Según las notas de Agustín Coletes, traductor del primer libro, Johnson cometió algunos errores de documentación que Boswell aclara o corrige en su versión. Pero es que antes no teníamos Google y no era tan fácil recopilar informaciones…
En este recorrido, Johnson describe los paisajes y los climas, los clanes y sus costumbres, la fauna y la flora y la agricultura… La introducción del traductor, que abarca unas 120 páginas, completa un libro que recomendaría a cualquiera que busque el mero placer de la lectura, sin importarle realmente lo que le cuenten (y, en este caso, además, a mí me importa: algún día espero viajar a Escocia). Un fragmento:
Quien vaya a las Tierras Altas con mentalidad aquiescente y crédula, anhelando ver maravillas, puede regresar con una opinión muy diferente a la mía, pues los nativos, conscientes de que los forasteros lo ignoran todo sobre su lengua y antigüedades, quizás no se ajustan escrupulosamente a la verdad. Con esto no quiero decir que lo que cuentan sea deliberadamente falso, o que tengan una decidida intención de engañar. Han indagado y reflexionado poco, y no siempre son conscientes de su propia ignorancia. No están acostumbrados a que les interroguen, y nunca parecen haberse planteado la posibilidad de interrogarse a sí mismos; de modo que, si efectivamente no saben si lo que dicen es verídico, tampoco lo ven como claramente falso.
[Traducción de Agustín Coletes Blanco]