martes, marzo 01, 2011

Knockemstiff, de Donald Ray Pollock


Knockemstiff es el primer libro de Donald Ray Pollock, autor norteamericano que trabajó en fábricas y en plantas cárnicas antes de entregarse a la escritura. Su debut contiene 18 cuentos que conforman un retrato magistral de los perdedores de Knockemstiff, Ohio, el pueblo en el que se crió. Pollock es un escritor excepcional que, para empezar, demuestra su maestría en los comienzos de cada relato (rasgo que comparte con Raymond Carver, quien en unas pocas líneas situaba al lector dándole los datos precisos de sus personajes). Veamos algunos ejemplos.

“La vida real” empieza así: Mi padre me enseñó a hacer daño a la gente una noche de agosto en el autocine Torch cuando yo tenía siete años. Era lo único que se le dio bien alguna vez.

Este es el rompedor comienzo de “El Hoyo de la Dinamita”: Volvía yo de las Mitchell Flats con tres puntas de sílex en el bolsillo y una serpiente mocasín muerta y echada al cuello como si fuera la estola de una vieja cuando pillé a un chaval llamado Truman Mackey follándose a su hermana pequeña en el Hoyo de la Dinamita.

Veamos el arranque de “El destino del pelo”: Cuando los del pueblo lo llamaban “tarado”, lo que en realidad querían decir era “solitario”. O por lo menos a Daniel le gustaba fingir eso. Necesitaba el pelo largo. Sin él, no era más que un siniestro adefesio rural de Knockemstiff, Ohio: gafas de viejo, brotes de acné y un pecho de pollo esmirriado. ¿Alguna vez habéis probado a ser alguien así? Cuando tienes catorce años, es peor que estar muerto.

“Bactine” es un texto bastante sórdido cuyas primeras líneas son: Llevaba una temporada viviendo en Massieville con el lisiado de mi tío porque no tenía dinero y no me querían en ningún lado, y me pasaba la mayor parte del tiempo cambiándole el cubo de la mierda y metiéndole cigarrillos en el agujero de fumar.

Y, como último ejemplo, el de “Hondonada”: Me desperté creyendo que había vuelto a mearme en la cama, pero no era más que una mancha pegajosa de cuando Sandy y yo habíamos follado la noche antes. Son las típicas cosas que te pasan cuando bebes como yo: que te cagas en los pantalones en el Wal-Mart y terminas viviendo a expensas de una adicta al crack y de sus padres hundidos en la miseria.

En Knockemstiff encontramos a un puñado de personajes “hundidos en la miseria”, como apunta el relato anterior: chavales adictos a las anfetaminas, culturistas que consumen esteroides, tías envejecidas que buscan su última oportunidad de ligue, padres violentos, maridos que le dan demasiado a la botella, ladrones de poca monta, enfermos y locas, paletos perturbados y maníacos y familiares incestuosos y, en general, gente que se alimenta mal, con salchichas, Fritos y whisky y muchas píldoras, como señala Kiko Amat en su iluminador prólogo. Algunos de estos personajes vuelven a salir como protagonistas o secundarios en otros relatos, de manera que todo quede entrelazado, igual que cuando vemos un par de episodios de Los Simpson. Quien piense que esta clase de perdedores y miserables no existe es que no ha caminado por zonas rurales ni ha recorrido los barrios bajos de algunas ciudades ni se ha dado una vuelta por El Rastro de Madrid.

Otra de las cualidades de Pollock, además de saber contar una historia de seres atrapados donde nacieron y crecieron y donde probablemente morirán, es su método para pintar a los personajes: con sólo tres o cuatro pinceladas, sin insistir mucho, construye tipos inolvidables, como éste de "Empiezo desde cero": Tengo cincuenta y seis años, soy un gordo asqueroso y estoy embarrancado en el sur de Ohio igual que la sonrisa en el culo de un payaso. Mi mujer se estremece cada vez que le menciono el acto sexual. Mi hijo se come la porquería que se acumula en los antepechos de las ventanas.

Dice Kiko Amat en el prólogo que “una vez aquí, nadie consigue salir”. Y es cierto porque no sólo se está refiriendo a los personajes, sino a los lectores: como sucede con el Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, uno queda atrapado dentro, en compañía de seres desgraciados por los que uno sólo puede sentir una mezcla de asco y compasión. Donald Ray Pollock es ya uno de mis escritores contemporáneos favoritos, capaz de hacernos habitar una zona rural de hombres abonados a las anfetas, el fast food y la perdición.

Nota: aquí puedes leer el primer relato completo; y aquí el prólogo.


[Traducción de Javier Calvo]