miércoles, junio 16, 2010

El sobrino de Wittgenstein, de Thomas Bernhard



Thomas Bernhard, ingresado en el pabellón de enfermos de pulmón para que los cirujanos le operen, descubre pronto que, en uno de los pabellones próximos, el de los enfermos mentales, también han recluido a su mejor amigo, Paul Wittgenstein, cuyo tío es el célebre filósofo Ludwig Wittgenstein. Esto le sirve al autor para profundizar en lo que significa una amistad verdadera, y para hablarnos de los pormenores más duros de quienes son enfermos y están ingresados en sanatorios, y de otros asuntos tomados directamente de sus vivencias: las entregas de premios, el mundillo literario (que detesta, al igual que los premios), los cafés de Viena y, por supuesto, esa sociedad a la que desprecia y fustiga. Bernhard es auténtico, necesario. Un ejemplo:

El enfermo que ha estado lejos de su casa durante meses vuelve como alguien para el que todo se ha vuelto extraño y tiene que familiarizarse sólo poco a poco y de la forma más penosa con todo y apropiárselo todo otra vez, da igual de lo que se trate, entretanto lo ha perdido realmente y ahora tiene que volver a encontrarlo. Y como el enfermo, básicamente, está siempre abandonado, todo lo demás es una mentira perversa, tiene que recurrir ya a fuerzas completamente sobrehumanas si quiere continuar donde meses antes, o, como en mi caso ya varias veces, años antes, se interrumpió. Eso no lo comprende el sano, se impacienta enseguida, y precisamente con su impaciencia hace más difícil para el enfermo que vuelve todo lo que debería facilitarle. Los sanos nunca han tenido paciencia con los enfermos y, como es natural, tampoco los enfermos con los sanos, lo que no hay que olvidar. Porque el enfermo, como es natural, espera de todos mucho más que el sano, que al fin y al cabo no tiene que esperar tanto porque está sano.


[Traducción de Miguel Sáenz]