lunes, agosto 31, 2009

Manos

Iba por la C/ Santa Isabel, de camino a La Central del Reina Sofía, y pasé por delante de la fachada del Colegio de Médicos de Madrid. En la parte superior está la famosa pancarta que aconseja lo siguiente: “No beses, no des la mano, di hola”, como medidas de prevención de la gripe A. Durante los minutos posteriores tuve la visión de una sociedad futura y totalmente aséptica, similar a las distopías de algunos clásicos del cine y la literatura, con gente que llevaba máscara como los japoneses para evitar contagios, con ciudadanos de comportamiento casi gélido en las presentaciones para no chocar las manos ni darse besos, con personas haciendo la compra sólo por internet para esquivar las enfermedades que podrían coger en el supermercado al rozarse con otros individuos, con tipos que ya no iban al bar ni al café de tertulia porque preferían hablar por chat y protegerse de los riesgos. Una sociedad en la que tocarse o ir de alterne por ahí, en la noche, podría ser considerado un delito. Quien fuera efusivo en sus abrazos y en sus manoseos sería el leproso, el tío con el que nadie quiere ir.
No sería raro que acabáramos más o menos así, entre los miedos que nos meten los gobiernos, los consejos de los organismos de salud, los virus nuevos que seguramente salen de los experimentos de laboratorio y la alarma a la que nosotros mismos contribuimos al creer a pies juntillas cada palabra que nos venden los medios y los que mandan en el mundo. Parece una exageración, pero se empieza por ahí. Se empieza cambiando una costumbre por otra, se empieza alterando nuestros hábitos de un día para otro. Antaño era impensable que los hombres heterosexuales se besaran en la boca al verse, y he aquí que a veces veo a hombres con novia que dan “picos” de saludo a sus amigos. Parece que durante las misas los fieles renuncian a darse la mano “fraternalmente”, o eso he leído. A mí se me antojaba una costumbre horrible, no por contagios ni nada de eso, sino porque me costaba chocar los cinco con un fulano al que no había visto en mi vida y que quizá fuera un cabrón. Las costumbres están cambiando y puede que, de aquí a unos años, dar la mano a alguien sea tan escandaloso como si le tocaras el culo sin conocerlo. Caminamos hacia esas sociedades descritas en libros como “1984” y películas como “Minority Report”, donde te condenan antes incluso de cometer el delito. Sociedades frías, higiénicas en exceso, donde todo es digital y donde el contacto se hace mediante ordenadores y teléfonos móviles, con cada rincón vigilado por cámaras, donde la única libertad posible y el único refugio están en el interior de uno mismo. Vuelvan a ver “El show de Truman”, que yo revisé hace poco. Nuestra vida individual puede llegar a parecerse a la de Truman Burbank, un producto “fabricado” por una empresa para el goce de los espectadores.
Ahora nos aconsejan lavarnos las manos con frecuencia. Y por esa razón, mientras caminaba, también pensé en Philippe Ignace Semmelweis, considerado “el precursor clínico de la antisepsia”. A aquel médico húngaro del siglo XIX lo retrató bien Louis-Ferdinand Céline en su tesis de medicina, publicada en el libro “Semmelweis” (Marbot Ediciones). Este hombre fue motivo de escándalo en su tiempo cuando, investigando las numerosas muertes de las parturientas de un hospital, recomendó a quienes las asistían en el parto que se lavaran las manos antes de tratarlas. Entonces lo repudiaron, pero, tras su muerte, acabó demostrándose que tenía razón. Su medida era simple, pero efectiva. Yo, por cierto, me lavo 1.000 veces las manos al día. No es por contagios. Es una manía. Pero nunca se sabe.