lunes, julio 20, 2009

Pagafantas

En el número de Fotogramas de este mes, el director Borja Cobeaga conversa con el actor Gorka Otxoa y explica lo que es “el parabrisas”: “(…) vas a besar a alguien en la boca, se gira y te pone el papo. Es el momento más bajo moralmente de una persona”. Esa actitud de defensa no aparece en su película, “Pagafantas”, pero sus variantes suponen una de las claves del éxito de la misma: “el koala”, “la cobra”, “el lémur” o la que da título al filme sí aparecen y logran que el público las reconozca. Simbolizan el rechazo y la falta de correspondencia. Normalmente es la mujer quien rechaza al hombre y le da calabazas, aunque también sucede al revés. Quiero decir que es más típico el primer caso (lo aviso para que no se me tiren las feministas al cuello, siempre tan susceptibles). Vale, a la mujer la rechazan; pero menos.
Decía que es una de las claves del éxito de esta película porque el público reconoce esas estrategias de rechazo: o bien las han vivido en carne propia, sufriendo las calabazas; o bien han sido él o ella quienes hicieron “la cobra” una vez; o bien conocen a alguien que estuvo en alguna de esas situaciones. Lo más triste del “pagafantas”, a mi entender, no es que no se coma un rosco, sino que es incapaz de ver la realidad, esto es: que la chica sólo lo quiere como amigo. Eso sí lo ven quienes le rodean: amigos, familiares. Él no; él aún tiene esperanza. Otro asunto es que alguien sea capaz de decírselo, de plantarle la verdad en la cara. En la jerga actual entre hombres y mujeres, lo peor que puede suceder es que la persona que te gusta te diga que eres su mejor amigo/a. Ahí la has jodido. Cuando una pareja se separa, el broche definitivo es la frase: “Quedamos como amigos, ¿vale?” La traducción simultánea de dicha sentencia es que jamás volverá a haber roce entre ellos, ni un beso de consuelo y mucho menos lo de llegar juntos a la cama. Como las madres saben mucho y son más sabias que nosotros, en el filme de Borja Cobeaga es la madre (Kiti Manver) quien ofrece la respuesta definitiva y esclarecedora; cuando su hijo (Gorka Otxoa) le pregunta si alguna vez dos amigos pueden llegar a liarse, ella le dice que, cuando una mujer ve a un hombre como amigo, eso no cambia jamás. Demoledor y cierto.
“Pagafantas” demuestra, dentro del cine español, que detrás hay un director que sabe conectar con el público. Que nos ofrece situaciones de comedia en las que nos vemos reconocidos o vemos reconocidos a nuestros colegas. Que sabemos, en suma, de lo que nos está hablando. Los espectadores del cine son jóvenes, por eso reaccionan bien ante esta película o ante la exitosa “Mentiras y gordas”. Esperemos que, de una vez por todas, se lo planteen: basta de largometrajes sobre la guerra civil y la posguerra. Quienes vivieron la guerra están muertos o, si viven, ya no van al cine, o sólo acuden una vez cada cinco años. El público, que es fundamentalmente joven, quiere que, al menos en el cine español, le hablen del presente. Con humor o con drama. Pero que le hablen de lo que es capaz de reconocer. O con lo que es capaz de reír (por ejemplo “Torrente” y sus secuelas; no nos podemos identificar con el poli casposo, pero sí reconocemos las huellas de la España profunda y de tono fachilla). Cobeaga, además, inserta en “Pagafantas” guiños reconocibles: a “Napoleon Dynamite”, “El resplandor” o “Virgen a los 40” (la escena en la que a Steve Carell lo torturaban depilándole el pecho no está muy lejos de los horribles peinados que Sabrina Garciarena le hace a Gorka Otxoa en “Pagafantas”). En mi grupo, cuando vemos a un “pagafantas” decimos que “está palmando”. O que es un “loser” y un “palmero”.