domingo, abril 12, 2009

Telediarios

Una frase que solían decirme a menudo, antaño, era la siguiente: “En el cine todo es mentira”. Sé que algunas personas lo decían por picarme, igual que ahora otras personas me sueltan a menudo: “En ese país se comen a los gatos”. Son costumbres del personal para atacar mi cinefilia y mi gatofilia. La gente cree que sólo es mentira lo que sucede en las películas y que la realidad reside en los telediarios. No es exactamente así, señora. Hay tanta manipulación en un noticiario como en un filme. Es algo que aprendes en la universidad. En los programas de reporteros callejeros y humorísticos, donde todo parece improvisado, pocos factores se dejan al azar. Suele haber ensayos, pactos, algo de teatro. De lo contrario es difícil que funcione porque se lleva un equipo técnico y humano detrás y existen muchos cabos que no deben dejarse sueltos. Me encanta, por ejemplo, el programa del Follonero, pero siempre me pregunto cuánto hay de improvisación y cuánto de preparación. No te fíes siempre de ese telediario en el que ves a un soldado caminando con el arma en las manos por un territorio de guerra. Puede que el cámara no consiguiera una imagen limpia o vendible cuando filmó al tipo, y no es raro que lo ensayen: “Paséate por ahí y te grabamos”. Y quizá deban repetir las tomas. Lo cual hace que el periodismo se parezca más al cine de lo que creemos. Porque, de entrada, se suele contar con un guión.
Recuerdo una anécdota del año anterior, en que participé de invitado en un reportaje. En dicho documento, que por cierto estaba muy bien, se nos veía a tres personas caminando por una calle hasta entrar en un bar de copas. Bien, pues aquello estaba más preparado que las acrobacias en un circo. Porque cuando sacas las cámaras a la calle siempre hay inconvenientes: coches que circulan tapando a quienes se enfoca, ruidos de los tubos de escape, tipos que se cruzan acarreando cajas de refrescos para surtir a los garitos de la zona, gente que tapa el objetivo sin pretenderlo. No sé cuántas veces hubo que repetirlo. Tal vez tres o cuatro. Y a mí me pareció que aquello, en el fondo, era como el rodaje de una película. Porque a la tercera vez ya no me notaba natural, empezaba a cansarme. Lo milagroso es que no salió mal. Con la entrada en el local sucedió lo mismo. Hubo que prepararla hasta conseguir una toma decente. Por fortuna las entrevistas no tuvieron incidentes. No necesitaron repeticiones ni ensayos. Porque una entrevista se corta luego en la mesa de montaje.
No es fácil conseguir un momento único en televisión. Me refiero a uno de esos instantes gloriosos que quedan para la posteridad y se convierten durante una semana en la sensación del YouTube. Uno de esos momentos que no estén lastrados por el ensayo y la repetición. Momentos como el del tipo que arrojó los zapatos al ex presidente de Estados Unidos. O el instante en el que el Rey de España preguntó al presidente de Venezuela por qué no se callaba. Cuando veo los telediarios nacionales y los programas de humor con periodista intrépido que sale a la calle a meterle la alcachofa en la cara a los políticos y los ciudadanos, no dejo de preguntarme qué momentos están ensayados y repetidos y cuáles son fruto de la auténtica improvisación. Supongo que las primeras tomas son las mejores, las más espontáneas. Dice Clint Eastwood, en una entrevista, que él suele quedarse con las primeras tomas de cada escena porque es donde los actores están más frescos, más naturales. Por eso sus rodajes duran lo acordado. No necesita un millón de tomas. En el cine está todo ensayado, sí, y en el teatro, pero no crea usted que la verdad completa está en los telediarios.