En el suplemento de El País de este último domingo hicieron una encuesta a cien músicos de habla hispana sobre sus canciones favoritas, aquellas que les marcaron hasta el punto de cambiar su vida. Habrá quien piense que una canción no puede cambiarte la vida. Claro que puede hacerlo, igual que una película, un libro o una sonrisa. Siempre hay un antes y un después de escuchar, por ejemplo, a The Beatles. Ves la vida con otros ojos. Atiendes al mundo con oídos nuevos. Los músicos encuestados tuvieron que elegir diez canciones cada uno. Lo que no me gusta de estas encuestas es que a uno le limiten el número. ¿Por qué elegir sólo tus tres novelas favoritas? ¿Por qué diez canciones y no más? La lista de cien temas y de la elección de cada músico está colgada en la web del periódico. A mí me ha hecho recordar el tiempo en que ciertas canciones me sacudieron tanto que escucharlas una y otra vez se convirtió en una obsesión. La música te impacta más cuando estás a medio formar: especialmente en la adolescencia. Supongo que luego estás de vuelta de todo. O, mejor dicho: para entonces ya has oído los clásicos que tenías que oír.
Recuerdo el impacto que sentí al escuchar por vez primera, creo que en la radio, el “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana. Me consta que es una elección típica. Pero para muchos de nosotros fue un auténtico bombazo. Fue como estar en una fiesta aburrida siendo un chaval y que de pronto apareciera una chica guapa y desconocida y te plantara un beso en los morros sin venir a cuento. ¿Qué te pasa entonces? Que tu mundo cambia. Fue como si estuvieras dormido y despertaras. La primera vez que la escuché tuve un subidón. Estaba tan obsesionado por tener el disco que, como tardaban en distribuirlo en Zamora, se lo encargué a mi primo en Madrid y me lo envió metido en el autobús que hacía el trayecto entre ambas ciudades. Tampoco se me olvida otra explosión de música: el “God Save the Queen” de Sex Pistols. Aquello era tan punk, tan demoledor, tan rebelde que fui a comprar el cd y lo llevé a casa como si hubiera hecho algo malo. Como si hubiera cometido un pecado que me llenara de placer. Me gustaría hablar de The Beatles, pero desde que era un mocoso me ponían sus discos para dormir, así que no recuerdo cuál fue la primera canción que escuché de ellos. Pero sé lo que me impactó, en plena adolescencia, “Don’t Let Me Down”. Sé lo mucho que me tuvieron obsesionado, por aquellos años, el “White Album” y el “Sargent Pepper’s”. Igual que me fascinaron The Doors. La explosión llegó con “Break On Through”, pero luego descubrí temas mucho mejores: “L.A. Woman” o “The End”.
Con las canciones “Stairway to Heaven” y “The River”, de Led Zeppelin y Bruce Springsteen respectivamente, hice algo que hasta entonces era para mí insólito: coger un diccionario de inglés y traducirlas. No debe olvidarse que se me daba muy mal ese idioma. ¿Y qué decir de “Alive”, de Pearl Jam? Aún recuerdo el día en que me dejaron el lp en el bar de mis padres y lo puse en el plato y me enamoré de la canción. O cuando alguien me pidió que pinchara “Like A Rolling Stone” de Bob Dylan. The Rolling Stones fue otra de esas bandas que llevaba oyendo desde crío. Pero los temas que más me impactaron fueron “Sympathy for the Devil” y el poco conocido “Out of Time”. Con esta última estuve obsesionado. Otro bombazo fue el “You Could Be Mine”, de Guns N’ Roses. Hay muchos temas que me impactaron: de David Bowie, de Neil Young, de Elvis Presley, de Jimi Hendrix, de Lou Reed. No olvido los temas en castellano. En los ochenta me flipaba el rock español.