martes, octubre 28, 2008

Enlazados

Me fascina el poder de convocatoria de internet en general, y de los blogs o bitácoras en particular. Gente que no se conocía de nada acaba compartiendo cervezas y conversaciones en un bar. Gente que había linkado o enlazado en sus blogs las páginas de otra gente. Personas que se habían escrito numerosos correos electrónicos para agradecerse un guiño mutuo en sus páginas, para compartir el gusto por un libro, para pedir una colaboración en una revista o para ofrecer un texto para un fanzine. Una red de links, de puentes entre páginas, pero sobre todo entre personas, que es al fin y al cabo lo importante. Porque tras cada una de esas webs, de esos blogs, hay un mundo preparado para que lo descubramos, para que lo disfrutemos. Hay gente sencilla y a la vez compleja. Buena gente. Y talento, mucho talento. Al talento ya no lo pueden encarcelar en las publicaciones oficiales, ya lo hemos señalado aquí en alguna ocasión. Ahora el talento se dispara, se dispersa, es tan libre como quieren sus dueños. Y quienes están cansados de lo de siempre (del discurso oficial, de los mafiosos de algunos suplementos culturales, de los libros malos que se anuncian en la televisión o dominan los escaparates de novedades y reciben premios amañados) acuden a internet, a buscar, a indagar, a beber de los blogs. No me estoy refiriendo a esos blogs que sólo sirven para que sus dueños cotilleen sobre la literatura o la vida, sino a rincones para la creación, donde los administradores cuelgan sus cuentos, sus poemas, sus raciones de textos nuevos y antiguos, sus recomendaciones sobre esa película, aquella novela o este concierto. Sitios donde estalla la cultura y nos empapa.
Pero casi toda esa gente no se conoce cara a cara. Todos han visto una foto en la que no queda clara la identidad de su dueño. Han visto dibujos, bosquejos y caricaturas, pero no sabrían reconocerse al cruzar sus pasos en la calle. Es posible que acaben de intercambiarse varios e-mails en casa, y luego cada uno salga a hacer un recado o a dar una vuelta y sus caminos se crucen, pero ellos no lo saben. Cuando hay actos literarios, por ejemplo, todos anuncian en sus bitácoras el evento, y casi todos se juntan bajo un mismo techo y empiezan a interrogarse, a presentarse unos a otros, a poner por fin caras a los nombres y a los nicks y a los blogs. El primer recuerdo asociado es el del nombre de la bitácora: “Tú eres el de “El viento que agita la cebada”, ¿verdad?”, “Ah, eres el de “Cierta distancia”, ¿no?”, “Mira, este es el administrador de “Bacovicious”, y aquel el de “En silencio”, y nos conocemos todos por la red de blogs”. Nos reconocemos, primero, por el título de la bitácora. Yo posteo, tú posteas.
Lo importante, al final, es que un numeroso grupo de gente se ha conocido en persona. Los lazos, así, se estrechan aún más. Han viajado juntos, han caminado hasta el filo de la noche, han hablado, han reído. Se intercambian los teléfonos, unos compran los libros de otros. Y la llave para todo eso, para esas reuniones, esas presentaciones, esos encuentros y reencuentros, ha sido la red. Internet. Los blogs especialmente, porque unen. ¿Qué hubiera ocurrido si no existiera internet, si no abriéramos webs y blogs y foros? Que toda esa gente no se habría conocido, no se habría escrito correos electrónicos, no se habría leído mutuamente. Que sus creaciones (sus poemas, sus relatos, sus fotos, sus dibujos, sus paranoias) aún seguirían esperando a un editor, o en el cajón, criando olvido. Mediante esa telaraña de links, de conexiones, empiezas a leer lo que escriben otros. Luego, intercambias correos y mensajes. Y al fin llega lo esperado: conoces a gente valiosa en persona. Creas lazos sólidos.