jueves, septiembre 25, 2008

Variedades

Más sobre Zamora. Ya saben que tengo la manía de escribir varios días seguidos sobre un mismo lugar. Durante el viaje, en la carretera que conecta Madrid con la provincia, le explico a un amigo cómo enfoco yo los artículos. Le digo que sé que alguna gente me critica los artículos repletos de memoria y vivencias diarias porque casi nadie sabe nada del trabajo de otros columnistas a los que yo admiraba, y cuyo estilo me influyó. Le hablo, por supuesto, de Francisco Umbral y de César González-Ruano, de quien tengo los dos tochos que conforman el corpus de su “Obra periodística”, y que me costaron un pastón hace años. Son entrevistas, artículos, crónicas y reportajes para leer con calma, de vez en cuando. Me gustaba Ruano porque se metía en los cafés y en las tabernas y conversaba con la gente y recorría las calles de Madrid e inoculaba a sus textos la savia de la experiencia, de lo que había vivido y bebido, de lo que miraba, encontraba, olfateaba. Y por eso se palpa la vida, se palpa la gente y se palpa la ciudad en sus artículos. Y ese es precisamente el tipo de columna que a mí me gusta. Muy personal, muy literaria, muy centrada en el día a día y en la memoria.
En casa, tumbado en el sofá, después de comer, descubro que ponen en Televisión Zamora una obra maestra: “Grupo salvaje”, de Sam Peckinpah. Me dice mi madre que en Tv Za es donde programan las mejores películas. Que cuando quiere ver cine de verdad pone ese canal. No recuerdo cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que encontré “The Wild Bunch” en la televisión pública. Probablemente, un montón de años. Sólo veo unos minutos porque tengo la película en dvd y la estuve revisando no hace demasiado. Empiezo a leer las “Conversaciones con Woody Allen”. En las primeras páginas confirmo lo que esperaba: Allen tiene mucho que contar, y con gracia, mucho que decir. En el primer capítulo habla de las ideas que luego se convierten en películas. Él prefiere el drama a la comedia, y se siente más a gusto filmando dramas, pero no estoy seguro de que el público quiera lo mismo. La gente necesita reír. Aunque lo mejor del director en los últimos tiempos es, sin duda, “Match Point”. Y luego “El sueño de Casandra”, aunque pocos opinen lo mismo.
Nos sentamos en una terraza de Los Abuelos V, detrás de la Iglesia de San Juan. Es una tarde increíble de sábado. Hace calor, pero no demasiado. Unos metros más allá, en un escenario instalado en la Plaza Mayor, hay un concierto de bandas zamoranas. Cuando nos sentamos, en ese momento toca Klanghor, un grupo en el que tengo dos viejos conocidos: Manuel Pérez y Arturo Cepeda. Se trata de un acto incluido en el programa de “Las tardes del sereno”. Me hacen gracia las abuelas que se sientan a escuchar un directo de metal. Es la ventaja de los actos gratuitos de mi ciudad: que asiste todo tipo de público. Es la ventaja y, a veces, el inconveniente: como en el teatro, que la gente entra gratis y no sabe lo que va a presenciar y luego se duerme en la butaca o se larga hacia la mitad porque se aburre o la función no cumple sus expectativas. Veo por la calle numerosos ciclistas porque han abierto este verano un servicio de alquiler de bicicletas. Es lo que se ajusta a una ciudad como la nuestra: el uso de la bici. A mí me encantaría llegar a Zamora y apenas ver coches ni motos. Menos humo, menos ruido, menos peligro, menos gasto en combustible. Por las noches, en la ruta habitual de garitos, me reencuentro con amigos y conozco a algunas personas. Hablamos de la juerga en la ciudad. De lo mucho que disfrutamos.