Un día cualquiera. Camino por el barrio. Una anciana que viene de frente se para. Me dice: “¿Adónde vas?” Me detengo, a un paso. La interrogo con la mirada. “Uy, perdona. Es que te pareces a mi nieto. Te he confundido con él”. Debo tener varios dobles, porque no es la primera vez que me dicen algo así. Lo único que me atemoriza es tropezarme con ellos, cara a cara.
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