martes, marzo 20, 2007

Middlesex, de Jeffrey Eugenides


Eugenides nos asombró a muchos lectores con su primera novela, Las vírgenes suicidas. No le va a la zaga su segundo libro, este ambicioso Middlesex, que cuenta la historia de un hermafrodita, Calíope Stephanides, de origen griego, pero nacido en Estados Unidos. El aspecto más interesante es que el narrador (el propio Cal) desvela primero la historia de sus antepasados: sus padres, sus tíos y sus abuelos, que ocultan un secreto que queda atrás, en la región que atacan los turcos, Esmirna. Como hábil narrador de una saga familiar, Eugenides emplea la tragicomedia, y así el humor suaviza los pasajes más duros y la crudeza vuelve más creíble los pasajes más inverosímiles. Me atrevería a decir que estamos ante una obra maestra, inspirada en los clásicos griegos, con alusiones a Buñuel y a Europa que convierten a este escritor en, quizá, el más europeo de los narradores americanos.
Middlesex se disfruta de principio a fin, y resulta difícil soltar el libro, poblado de personajes e historias interesantes: dos hermanos que se enamoran entre ellos, el ataque de los turcos, la huida en barco, el modo de prosperar en Detroit, los disturbios raciales, el primer amor, el doble problema de ser una adolescente que se está convirtiendo en un chico sin que nadie lo sepa, una abuela que predice el sexo del no nato colocando una cuchara sobre el vientre...
Acaso la única pega sea la fijación obsesiva de Eugenides por el detalle. Todo es nombrado. Si habla de un personaje, detalla su ropa, nombra las marcas de los zapatos, de la camisa y de la marca de tabaco que fuma, no olvida ninguno de los elementos del escenario que lo rodea, recuerda la Historia de una ciudad o de un personaje real, especifica tanto que apenas queda nada que pueda imaginar el lector. Ahí reside su mayor talento y quizá su flaqueza, al mismo tiempo. Algunos lectores quizá se cansen de esa obsesión por abarcarlo todo. Yo estoy deseando que escriba su tercera novela. Porque sus dos únicos libros me parecen inolvidables.
[Nota: olvidé, injustamente, mencionar a su traductor, Benito Gómez Ibáñez, quien ha traducido a Carver, Auster, McEwan, Capote, entre otros. Y hay que reconocer que ha hecho con Eugenides una labor de titán; una traducción impecable]