lunes, febrero 26, 2007

Yonqui, de William S. Burroughs


Leí hace muchos años El almuerzo desnudo. No me gustó. Desde entonces, rehuía cualquier cosa escrita por Burroughs. Sin embargo, la semana pasada me topé en una librería con la edición de bolsillo de Yonqui, le eché un vistazo y me enganchó.

Si El almuerzo desnudo es la paranoia del adicto, las imágenes que ve y las alucinaciones que sufre, Yonqui es el primer paso de la historia. Porque Burroughs nos narra, mediante lo que llaman una prosa limpia y sobria, cómo contrae el hábito, cómo se pincha, dónde compra y dónde vende el material, a quiénes conoce, las diversas curas de desintoxicación por las que pasa, su caída en el alcohol en cuanto está limpio de droga, el infierno que significa el síndrome de abstinencia, las detenciones policiales, su estancia en ciudades distintas en las que localiza al camello (El Hombre, como en ese tema de Lou Reed y Velvet Underground, I'm Waiting For The Man).

Todo el mundo debería leer este libro: supone, amén de la apasionante lectura de un material autobiográfico bien escrito, un modo de comprender al adicto. Comprenderlo sin juzgarlo. Comprender su enfermedad, su dolor, sus necesidades, su dependencia. El protagonista, Lee, dice en un pasaje del libro: Una vez yonqui, siempre yonqui. Puedes dejar de consumir droga, pero nunca te desenganchas del todo.