lunes, octubre 12, 2015

Rwenzori, de Juan Gil Bengoa


Cielo azul mecido entre espigas,
soplo de brisa, colchón de tierra,
lecho eterno de zumbidos aéreos.
Brillo acariciante del sol, canto de chicharras,
vuelo de mirlos y torcaces.

Apenas un suspiro y el cielo
se incendia sobre la alfombra del campo.

Alguien ha dicho que puedo morir esta noche.

**

Deseo que me habite la penumbra.
No quiero familiares a mi lado
ni besos de asco y compromiso.

Sé que en la planta superior hay bebés naciendo,
sorteando sus cabezas rosadas el limbo
para oír nítido el gemido de sus madres.

Tras la cortina, mi vecino purulento e insomne,
de regreso a una infancia de orina y llanto,
se estremece bajo la arruga del tiempo.
Me inquieta su tenebrosa presencia;
si me transfunden sangre, el espejo turbio
de sus ojos me implora cambiar de planta
y saquear la residual placenta.

**

¿Qué es un pulmón manchado?
¿Es de una fábrica la herencia
que se expande como una protesta
o disminuye como un salario?

Algo tan íntimo que alimentas a pesar de todo,
inflamación que ocupa y altera,
caverna móvil en la pantalla de un escáner,
nido vacío, parque desolado.


[Ediciones de La Isla de Siltolá]

Trailer de Hail, Caesar!


Próximamente: Viaje de novios


De Patrick Modiano. En Anagrama.

Trailer de Janis: Little Girl Blue


Cartel de Pride and Prejudice and Zombies


Trailer de Experimenter


viernes, octubre 09, 2015

La educación de un ladrón, de Edward Bunker


En el último capítulo de estas memorias dice Ed Bunker:

Diecisiete años, seis novelas y un montón de relatos cortos sin ver publicada una sola frase. Escribir se había convertido en la única posibilidad de escapar del cenagal de mi existencia y había perseverado en ello incluso en los momentos en que la llama de la esperanza se apagaba. Y ahora, en el mismo día y en una sola llamada telefónica, recibía la noticia de que una de las revistas más prestigiosas del país y una editorial de calidad decidían publicar mi primer ensayo y mi séptima novela.

Esto es lo que distingue al escritor auténtico del escritor falso. El primero no suele rendirse, está blindado ante los fracasos y ante los golpes. Le da igual lo que digan: él sigue escribiendo hasta que perfecciona su técnica y va logrando un estilo.

Edward Bunker pasó media vida en reformatorios, calabozos y prisiones de máxima seguridad. En la cárcel empezó a leer y a interesarse por la literatura, tratando de convertirse en escritor, fijándose en cómo lo hacían los grandes, probando una y otra vez hasta que dio con el tono adecuado. Antes y durante aquello participó en robos, en peleas, en desafíos a la autoridad... se saltó la condicional y estuvo períodos interminables en la cárcel…

La educación de un ladrón fue publicada por Alba en el año 2003. Es uno de esos libros cuya lectura fui aplazando una y otra vez, quizá porque ya he leído muchas obras que tratan el tema. Pero cada lectura llega cuando tiene que llegar. Ahora ya he devorado toda la ficción de Bunker y sus memorias deberían leerse después de todas esas novelas y relatos de presidiarios y delincuentes que reinciden. La educación de un ladrón probablemente sea su libro más aclamado, pero yo siento mayor debilidad por No hay bestia tan feroz (Bunker la consideraba su mejor obra). En su libro él jamás está del lado del sistema carcelario como método para reinsertarse. Al contrario: la conclusión que saca uno al final es que rehacerse de nuevo, enderezarse y tomas otros caminos dentro de la ley es cuestión de uno mismo. El propio Bunker es quien se obstina en leer y en intentar convertirse en escritor. Lo demás ya lo conocemos: salida de la cárcel, éxito de sus novelas, adaptaciones al cine, participación como secundario en Reservoir Dogs y en otras películas.

Lo más interesante del libro (es una impresión muy personal) no son las pendencias ni las relaciones de poder y de amistad y de enemistad entre los reclusos, sino esa manera de irse enderezando gracias a la literatura. La educación de un ladrón es la confidencia brutal y sin concesiones de un hombre que fue desde el fango hasta la gloria sin desfallecer jamás. Todo un ejemplo. Aquí van algunas frases del libro:

Si hay algo cierto sobre la mentalidad de un joven delincuente es su necesidad de satisfacción inmediata. El sitio es aquí y el momento es ahora. Retrasar la gratificación va en contra de su naturaleza.

**

Nunca imaginé que tardaría diecisiete años y seis novelas antes de ver publicada una, la séptima. Perseveré porque me daba cuenta de que escribir era mi única manera de hacer algo creativo, de salir del pozo oscuro, de cumplir el sueño y descansar al sol.

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He ganado muchas peleas porque no me he rendido… y también he recibido algunas palizas por no saber dejarlo a tiempo.

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El mundo del preso es tan público, tan absolutamente desprovisto de intimidad, que al principio uno añora estar a solas. El tiempo difumina esta necesidad y, al final, se impone la actitud contraria: uno no se siente a gusto en solitario.


[Sajalín Editores. Traducción de Montserrat Gurguí y Hernán Sabaté]

Javier Das en Madrid. 10 de octubre


Shelter: 2 carteles



Próximamente: Francamente, Frank


De Richard Ford. En Anagrama.

Suffragette: 4 carteles





Cartel de The Garden


Bone Tomahawk: 5 carteles






miércoles, octubre 07, 2015

Todas las ciudades y París, de Javier Das


Durante el viaje de mis padres a París en mayo del 2000, mi padre ya sufría molestias al comer. Una sensación de comida parada, de tener un tope, se repetía cada día. Ni hacerlo despacio ni a trozos pequeños lograba aliviarle y darle tregua. Todo había empezado un mes o dos antes con un hipo también en las comidas, pero estas nuevas molestias fueron el detonante para visitar al médico tras regresar a Madrid. Mi padre lo asociaba a no masticar demasiado, a gases o a una mala digestión. Las primeras pruebas determinaban que tenía el esófago dañado, había que operarle para sustituir una sección del mismo por una parte de intestino. La operación, que debía durar unas 3 ó 4 horas, no llegó a los treinta minutos. El cirujano, que salió de quirófano tan rápido como pudo, nos dio la mala noticia. Lo que habían encontrado al abrir no había sido un problema del esófago sino un cáncer demasiado avanzado que no se podía operar. Tocaba órganos vitales y lo único que se podía hacer era tratarlo con quimioterapia. La esperanza de vida de mi padre, nos dijo, era tan solo de cuatro meses. Se equivocaba, duraría seis, hasta el cinco de enero del año siguiente, víspera de la noche de los Reyes Magos.

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La muerte duele porque cierra los armarios. Nos pasamos toda nuestra vida llenando nuestro cerebro de ideas, de sueños, de datos, y de todo ello sólo utilizamos un pequeño porcentaje. El resto rara vez sale a la luz. La muerte cierra ese armario y deja a los que estamos fuera completamente incapaces de abrirlo, aunque en realidad la muerte se lleva también el armario y nosotros lloramos porque en ese hueco ahora hace frío y ningún otro mueble se acopla a la misma forma.

**

No sé si mis padres se sentaron, si hicieron un alto y dedicaron un rato a contemplar lo que les rodeaba, pero estoy casi seguro de que no. Aún así, quiero pensar que tuvieron sensaciones parecidas a las que yo tuve, que sintieron que el lugar les envolvía, que estar allí de pie no era simplemente pasar por un monumento que había que fotografiar; que se sintieron felices, juntos, enamorados, viviendo unos días que dejaban un poso sobre el que luego continuar la rutina. Antes del infierno que vendría los meses siguientes, me gustaría saber que tuvieron la sensación de que todo encajaba, de que la vida había ido por buen camino.


[Edición de autor]

Cartel de Jane Got a Gun


Cartel de Triple 9


martes, octubre 06, 2015

Chantal Akerman (1950 - 2015)


Cartel de Tales of Halloween


Ana Diosdado (1938 - 2015)


Un forastero en Lolitalandia, de Gregor von Rezzori


Uno de los autores cuya obra tengo pendiente de lectura es Gregor von Rezzori, del que Sexto Piso sacará en breve la que dicen que es su obra maestra, La muerte de mi hermano Abel (con el permiso de La gran trilogía, que también quiero leer un día de éstos). Hace poco colgaron en la red un suplemento especial de Revista Crítica en el que varios autores escriben sobre Rezzori, además de incluir numerosas fotografías, entrevistas, relatos, fragmentos de sus obras y declaraciones y análisis por parte de, entre otros muchos, John Banville, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Claudio Magris, Elie Wiesel, José Aníbal Campos… De ese documento de casi 200 páginas voy picoteando despacio y poco a poco para instruirme acerca de su vida y de su bibliografía.

Pero vamos a comentar Un forastero en Lolitalandia. Se trata de un ensayo breve (en torno a 40 páginas) que Rezzori escribió para Esquire en los años 80. Aquellas páginas eran la crónica de su viaje por Estados Unidos tras las huellas (ficticias, literarias) de Lolita y Humbert Humbert, y por tanto de Vladimir Nabokov, uno de sus maestros. Como en todo viaje, el autor no sólo descubrió las diferencias entre la realidad y la literatura, sino que encontró algo de sí mismo, y encontró su particular visión de USA, que no coincidía con lo que imaginaba:

Esa era la América que yo me había imaginado durante tanto tiempo: bosques interminables en ascuas otoñales, y en un río plateado una canoa impulsada por un trampero vestido con una piel de venado con flecos, a popa un indio de pie y a proa un ciervo recién cazado.

Pero eso no fue lo que encontró. Lo que encontró fue lo siguiente:

De hecho, mi Lolita era América. Y yo di con su verdadera esencia en el Oeste, la única parte del continente o del mundo donde Disneylandia podría haberse inventado y haberse hecho realidad.

En esas 40 páginas Gregor von Rezzori demuestra ser un virtuoso de la palabra, y nos ofrece una mirada distinta a un país inacabable (en el sentido de que se ha escrito mucho y muy bueno sobre USA y se seguirá escribiendo y siempre habrá vistazos que no esperábamos). La edición es de lujo, como es habitual en Reino de Redonda (tapas duras, prólogos y epílogos, en este caso de Zadie Smith y de Javier Marías, respectivamente, e incluso los apéndices actualizados sobre Redonda). Y me ha convencido, aunque ya lo estaba, para seguir leyendo la obra de Rezzori, partiendo de este delicioso ensayo. Aquí van algunos extractos:

Tras semanas de viaje, empecé realmente a echar de menos a la gente, pues a medida que me adentraba en el continente cada vez veía menos. Vi cientos de kilómetros cuadrados de praderas ondulantes, divididas en propiedades con alambre de espino, pero ni una sola persona. Ni siquiera ganado. Sólo campos vacíos, en ocasiones durante uno, dos, tres días enteros seguidos. El centro de América me pareció un inmenso vacío entre los paréntesis de las dos pobladas costas.

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Al final de nuestra etapa diaria, cuando llegábamos a nuestro destino, encerrados en la cápsula espacial del vehículo, en un estado de irrealidad, aislados del mundo que fluía frente a las ventanas del automóvil, teníamos la sensación de haber pasado a otra irrealidad.

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Me di cuenta también de que aquellas zonas de luz y de vida prometida a lo largo de calles interminables eran realmente la América de Lolita. ¿Dónde si no podría haber encontrado en la vida tal acumulación de sus magníficas perspectivas: puestos de hamburguesas, perritos calientes y refrescos bien helados, tiendas de suvenires, máquinas de discos y de millón?

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En la mente de cualquier viajero, su trayectoria es una acumulación incoherente de impresiones que nadan misteriosamente entre vacíos de memoria. Cuando recuerda, tiene que hacerse una y otra vez la misma pregunta: ¿Dónde fue eso?


[Reino de Redonda. Traducción de Christian Martí-Menzel]

Cartel de Yosemite


Cartel de Douglas Brown


lunes, octubre 05, 2015

Henning Mankell (1948 - 2015)


Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury


-¿Desde cuándo estáis aquí, abuela? –preguntó Lustig.
-Desde que nos morimos –replicó la mujer.

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Un hombre no hace muchas preguntas cuando su madre vuelve de pronto a la vida.

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Spender se volvió y sentándose junto al fuego miró largo rato el movimiento de las llamas. ¡Varicela!, Señor, ¡parecía imposible! Una raza se desarrolla durante un millón de años, se civiliza, levanta ciudades como esas de ahí, hace todo lo que puede por ennoblecerse y embellecerse, y luego muere. Parte de esa raza muere lentamente, dentro del ciclo de su propia existencia, con dignidad. ¡Pero el resto! ¿Ha muerto el resto de los marcianos de una enfermedad de nombre adecuado o de nombre terrorífico o de nombre majestuoso? ¡No, por todos los santos, no! ¡Tenía que ser varicela, una enfermedad infantil, una enfermedad que en la Tierra no mata ni a los niños! No, eso no está bien, no es justo. ¡Es como decir que los griegos murieron de paperas, o los orgullosos romanos, de pie de atleta en sus hermosas colinas! ¡Si por lo menos les hubiéramos dado tiempo de preparar sus mortajas, de tenderse, de arreglarse, de encontrar alguna otra razón para morir…! ¡No esta sucia y estúpida varicela! ¡No concuerda con esta arquitectura, no concuerda con todo este mundo!

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-No arruinaremos este planeta –dijo el capitán–. Es demasiado grande y demasiado hermoso.
-¿Cree usted que no? Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas. No pusimos quioscos de salchichas calientes en el templo egipcio de Karnak sólo porque quedaba a trasmano y el negocio no podía dar grandes utilidades. Y Egipto es una pequeña parte de la Tierra. Pero aquí todo es antiguo y diferente. Nos instalaremos en alguna parte y lo estropearemos todo. Llamaremos al canal, canal Rockefeller; a la montaña, pico del Rey Jorge, y al mar, mar de Dupont; y habrá ciudades llamadas Roosevelt, Lincoln y Coolidge, y esos nombres nunca tendrán sentido, pues ya existen los nombres adecuados para estos lugares.

**

Esa noche había en el aire un olor a tiempo. Tomás sonrió. La idea era divertida. ¿Qué olor tenía el tiempo? El olor del polvo, los relojes, la gente. ¿Y qué sonido tenía el tiempo? Un sonido de agua en una cueva y unas voces que lloraban y una voz muy triste, y unas gotas sucias que caen sobre tapas de cajas vacías, y un sonido de lluvia. Y aún más, ¿a qué se parecía el tiempo? El tiempo se parecía a la nieve que cae calladamente en una habitación negra, a una película muda en un viejo cine, a cien millones de rostros que descienden como globos de Año Nuevo, bajando y bajando hacia la nada. Así era cómo olía el tiempo, cómo sonaba y qué parecía. Y esta noche (y Tomás sacó una mano al viento fuera de la camioneta), esta noche casi se podía tocar el tiempo.  


[Minotauro. Traducción de Francisco Abelenda]

Trailer de The Forest


Próximamente: Últimas noticias de la escritura


De Sergio Chejfec. En Jekyll & Jill.

Worlds Apart: 5 carteles






viernes, octubre 02, 2015

Perder ciudades. Dos viajes en el siglo XXI, de Hilario J. Rodríguez


Un escritor –me parece– es alguien en continuo tránsito, un extranjero sin domicilio conocido. Su único compromiso son las palabras, palabras que definan al mundo y le restituyan su integridad, su amplitud.

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Más que en Rusia, con aquellas fotos daba la sensación de haber estado en el Museo Ruso de la Melancolía. Me resultaron tan dolorosas como las fotos de quienes van a Rusia, México, China o Australia, hacen las mismas cosas, posan de la misma manera y en primer plano ante monumentos muy diferentes entre sí, y al final es como si hubiesen atravesado el mundo sin que el mundo los hubiera atravesado a ellos.

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En el tren nocturno entre Moscú y San Petersburgo mi madre me contó por enésima vez aunque con nuevos datos la historia de mi tío abuelo y su mujer, reclutados en Francia por los soviéticos para luchar a su lado en la Guerra Civil después de que hubiesen conseguido salir de España in extremis, cuando a él lo fueron a buscar a su casa en Verín (Ourense) unos falangistas con intenciones de matarlo y a ella la violase el mismo grupo, de siete muchachos de entre quince y veintitantos años, al no dar con él. 

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Muchas bibliotecas son en realidad como junglas frondosas, pobladas por misterios y amenazas, tupidas, abigarradas, respiran sin que nadie lo note. En ellas todo parece obedecer un orden aleatorio o, en el mejor de los casos, el capricho íntimo de sus dueños. Se necesita una mirada similar a un bisturí. Eso me recuerda el privilegio que me ha concedido Kleiman para ser espectador de una biblioteca tan misteriosa, ordenada siguiendo códigos y acuerdos desconocidos entre los diferentes volúmenes, que saltan de ensayos sobre lepidópteros a manuales de bricolaje y de ahí a uno cualquiera de los siete tomos de En busca del tiempo perdido en francés, porque Eisenstein leía al menos en cuatro idiomas.

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Gambia y Senegal son países muy calurosos, polvorientos e incómodos, donde a veces dar dos o tres pasos bajo el sol del mediodía nos recuerda las palabras de Cesare Pavese cuando aseguraba que viajar es una atrocidad. Sin embargo, allí la gente actúa un poco como aquí: hay quienes están quietos y se hunden poco a poco, y hay quienes se ponen en marcha porque los remolcadores los han abandonado. 

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Los verdaderos peligros en África suelen sobrevenir cuando uno se comporta con el miedo de costumbre, sin darse cuenta de dónde está: en un lugar donde el miedo debería ser otro.


[Newcastle Ediciones]

Próximamente: El árbol


De John Fowles. En Impedimenta.

Cartel de Scout's Guide to the Zombie Apocalypse


Trumbo: 2º cartel


The Martian: 3 carteles




jueves, octubre 01, 2015

Instrucciones para ver una película, de David Thomson


David Thomson es autor de un libro fascinante, Sospechosos (publicado aquí en la colección Roja & Negra de Mondadori), en el que imagina las vidas de los personajes de muchas películas del cine negro después del The End. Es, a la vez, un ensayo de cine que conjuga las pasiones cinéfilas con la ficción de la novela negra. De Thomson también tenemos en España La verdadera historia de Hollywood, que de momento no he leído, pero del que hablan muy bien.

Instrucciones para ver una película (How to Watch a Movie, en el original) es tan ameno como cabe esperar en este autor. Thomson se hace unas cuantas preguntas ("¿Qué es la información cinemática?", "¿Qué es una toma?", "¿Quién hace esas películas?", "¿Qué hace un héroe?", etcétera) y procura desarrollarlas y responderlas. Nos habla de las diferencias entre cómo veíamos películas antes y cómo las podemos ver ahora:

Un gran cambio se ha producido: antes las personas veían películas juntas, ahora lo hacemos en compañía de nuestras pantallas, solos.

Pero también cómo podemos compaginar ambos métodos de mirar. Nos habla de nuestra relación con la película tras el paso del tiempo. De pantallas y de modas, de dobles sentidos y de finales abiertos, de algunas series de televisión y de un montón de filmes. Y esto último es lo mejor porque Thomson no es de esos teóricos que sólo hablan del pasado y que no aportan ejemplos: al contrario, él no sólo vio mucho cine (clásico y moderno), sino también sigue viendo películas actuales e incluso en ocasiones nos dice dónde las vio. Como el libro salió este mismo año en EE.UU. y acaban de traducirlo, numerosos títulos descritos o comentados por el autor pertenecen a este año o al anterior. Eso se agradece mucho y le aporta frescura y actualidad al libro. Thomson habla mediante ejemplos y análisis y anécdotas. Menciona series y filmes contemporáneos como Perdida, The Artist, La vida de Adèle, True Detective, No es país para viejos, Los Soprano, Mud, El lobo de Wall Street, El año más violento… Él mismo lo apunta: es una guía para ver películas y divertirse y emocionarse aún más con ellas. Aquí van unos extractos:

Hasta principios de la década de los cincuenta, los cines estaban siempre abarrotados. Acomodadoras con linternas a pilas daban con una butaca milagrosamente vacía y te sentabas en filas estrechas, entre extraños, unidos por el humo de los cigarrillos y por la expectación que se palpaba en el ambiente.

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Llegaste a este libro con promesas engañosas (por mi parte) y con falsas expectativas (por la tuya). Creías que podíamos dar un paso decisivo para aprender a ver una película. Bien, pero en realidad era una estratagema para que miraras la vida. El verdadero tema de una película es ver y que te vean, igual que en Las meninas. El cine puede pasar por ser una sensación o una costumbre, pero ha transformado nuestro estatuto como observadores, insistiendo en cuestionamientos sobre la mirada. Si observamos ahora nuestra historia, quedará pendiente la cuestión de si tenemos la energía necesaria para hacerlo todo al mismo tiempo.

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Si de verdad quieres ver una película, debes de estar dispuesto a asumir que tu propia vida se esfuma. Eso requiere conocimientos y educación. Y, a la vez, ser algo estúpido.


[Pasado & Presente. Traducción de Nuria Pujol Valls]

Cartel de Heart of a Dog


Trailer de Steve McQueen: The Man & Le Mans


Cartel de What Our Fathers Did