lunes, mayo 12, 2014

Snowpiercer


Incluso cuando se embarcan en proyectos a priori comerciales y con presupuesto norteamericano, hay una diferencia entre los cineastas asiáticos y los anglosajones: los primeros ruedan (y coreografían) las escenas de acción como si pertenecieran a un ballet y son poco dados a las complacencias, de modo que en sus películas siempre hay dos o tres transgresiones que no se permitiría el cine de Hollywood. Ésa es una de las razones para adorar Snowpiercer (aka Rompenieves, inspirada en un cómic francés), pero no la única: la primera es que su director, Bong Joon-ho, es un maestro colocando la cámara y planificando secuencias llenas de tensión dramática, como ya demostrara en Memories of Murder o The Host; la segunda, que construye una de las películas de ciencia-ficción más sugestivas y emocionantes del año; la tercera, que su distopía apuesta por un universo cerrado y pequeño (todo el filme sucede a bordo de un tren que nunca se detiene y atraviesa a mucha velocidad una Tierra asolada por la nieve y el hielo) que acaba siendo un modelo de la sociedad actual, con los pobres en un extremo (en la cola del tren), maltratados y hambrientos y alejados del lujo, y los ricos en el otro (en los primeros vagones del convoy), aprovechándose de la mano de obra y los recursos que les facilitan los primeros para lograr un equilibrio natural entre el orden y el caos.

La trama es sencilla: no se puede sobrevivir en el exterior porque las bajas temperaturas congelan a los seres humanos, y dentro del tren (en el que viajan los únicos humanos del planeta) un hombre llamado Curtis, perteneciente a la zona de los pobres, encabeza una revolución para alcanzar el otro extremo del transporte, donde cobijan la comida, el agua, la luz y los lujos. Su meta es llegar hasta Wilford, el tirano que controla los recursos y gobierna con mano de hierro a los pasajeros; a Wilford lo interpreta un gran actor que no desvelaré, pues para mí supuso una sorpresa. Como en Juego con la muerte (recordemos los pisos que subía el héroe), cada nuevo vagón al que logran acceder es una caja de sorpresas, donde esperan las trampas y los enemigos, las huellas del ecosistema y los últimos resquicios de una tierra extinguida. He citado una película de artes marciales, pero en realidad Snowpiercer tiene más en común con Rascacielos, la extraordinaria novela de J. G. Ballard. Digamos que Rompenieves es una especie de Rascacielos en horizontal. Aunque también he detectado guiños u homenajes y referencias a otros títulos, sean literarios o cinematográficos: 1984, Soylent Green (Cuando el destino nos alcance), El tren del infierno, El show de Truman… Snowpiercer, dirigida con excepcional habilidad por Bong Joon-ho, contiene además detalles del fantástico y del terror a veces sólo sugeridos que engrandecen su propuesta: el momento en que se revela el origen de las proteínas que comen los pobres, el vagón donde espera una legión de verdugos, el castigo al que someten a uno de los miserables de cola, la narración de Curtis (Chris Evans en su mejor papel hasta ahora) desvelando un pasado en el que no faltan las atrocidades, los breves vistazos a un exterior donde la nieve aún no ha cubierto del todo los restos de máquinas y humanos… Una película grandiosa, de culto inmediato


Cartel de Another Me (Mi otro yo)


A la deriva, de Joris-Karl Huysmans


A la deriva tiene menos de 80 páginas en un formato pequeñito. Se trata, por tanto, de una pequeña delicia en la que volvemos a reencontrarnos con uno de esos personajes propios de cierta literatura del siglo XIX: un hombre acosado por su pesimismo, sin una meta que le permita tener una existencia feliz, harto de todo y de todos, angustiado, misántropo, solitario, acomplejado… Jean Folantin es un hombre ya viejo que deambula por París y está solo: se alimenta en tascas donde sirven vino malo y ranchos propios de una penitenciaría, lugares donde los tenedores están sucios y la clientela está formada por borrachuzos y prostitutas de baja estofa; ya no le reconfortan los paseos y todo le asquea; no es capaz de encontrar a nadie con quien pasar sus días y lo carcomen la abulia y el aburrimiento. En sus páginas me ha parecido encontrar el origen del realismo sucio, ya que muchos de los ambientes que describe el autor recuerdan a lo que luego harían narradores como Charles Bukowski o Raymond Carver: esas descripciones brutales de atmósferas sórdidas y de lugares sucios y apestosos, aunque también me ha recordado en algunos pasajes a Thomas Bernhard y su desprecio hacia la sociedad. Veamos algunos fragmentos de este libro sobre la falta de inquietudes y de fuerzas para vivir, que no te deberías perder:

Al Sr. Folantin no se le disipó la tristeza, ni al día siguiente, ni al otro; se dejaba ir a la deriva, incapaz de reaccionar contra aquella melancolía que lo agobiaba. Iba al trabajo mecánicamente, bajo un cielo lluvioso; salía; comía y se acostaba a las nueve para volver a empezar al día siguiente una vida parecida; poco a poco, se iba deslizando en un completo aturdimiento.

**

Y si descendía aún más en la escala, e iba a los tascucios, a las tabernillas de ínfima categoría, la compañía era repulsiva y la suciedad estupefaciente; la carne hedía, los vasos tenían cercos de otras bocas, los cuchillos estaban mellados y grasientos y los cubiertos conservaban en los bordes y entre las púas restos amarillentos de huevos ingeridos por anteriores comensales.

**

Desapareció su alegría; volvió a ser oscura su morada; el cortejo de las viejas angustias se cernió de nuevo sobre su inactiva existencia. "Si por lo menos tuviera alguna pasión; si me gustaran las mujeres, o el trabajo, si me gustara el café, el dominó, las cartas, podría jamar fuera –rumiaba–, porque no estaría nunca en casa. Pero es que, ¡ay!, no me divierto con nada, no me interesa nada; y, encima, mi estómago se arruina. No debería decirlo, pero la gente que, teniendo dinero para comer, no puede hacerlo por falta de petito es tan digna de lástima como la gente que no tiene un céntimo en el bolsillo para calmar el hambre".


[Antonio Machado Libros. Traducción de Juan Díaz de Atauri]  

Welcome to New York: 2 carteles



Alistair MacLeod (1936 - 2014)


sábado, mayo 10, 2014

El miedo: Trayecto hacia el cinematógrafo, de Hilario J. Rodríguez


La ciudad es una ruptura del hombre con Dios, una ruptura tajante, pues le aleja de la naturaleza, en cuyo seno siempre tendrá la presencia del creador más cercana, su amparo, visto que en el seno de la naturaleza nada hay absurdo, a no ser el hombre, claro. Con lo cual no es del todo extraño comprobar cómo incluso los norteamericanos registraron en su propio cine ese primer gran miedo de la imagen: la urbe, ante la que se debe hacer un trabajo selectivo a la hora de lograr un efecto u otro. Sin embargo, ese miedo endémico, en el caso del cine norteamericano tardó en aposentarse en su concepción fílmica y nunca llegó a hacerlo de forma tan extrañada como en el cine expresionista alemán, si bien sí consiguió igualar, o superar, dependiendo del punto de vista desde el que se mire, su contundencia.

**

Al principio la presencia de mi hijo me sumió en un mar de dudas; yo no estaba preparado, ni creo estarlo ahora (pero ésa es otra historia), para dar aquello de lo que creo carecer por convicción propia, que es fe y esperanza. Claro que eso ahora ya no cuenta. Me guste o no, tengo una responsabilidad, y un miedo. Y lo que más me aterra son simplemente los rostros de los demás esperando que abomine de mi hijo y me sume a sus reproches y lamentos porque no pueden dormir o hacer sandeces a sus anchas. Yo no necesito nada de eso, ni aun dormir. Sea como fuere, me siguen aterrando esos rostros salidos de la sombra, rostros tristes y asqueados, rostros enfermos que se acercan a mi hijo para vampirizarle con un amor asqueroso y falso, un amor que durará apenas hasta que Samuel, mi hijo, pueda pedir y exigir amor por su cuenta y entonces se dé cuenta de la verdad y no haya nadie a su lado, o por lo menos yo.

**

Quizá premonitoriamente, David Cronenberg, el director canadiense, anteponiéndose en un par de lustros al problema del SIDA y sus iniciales lecturas sociales de nueva plaga o epidemia para castigar los excesos de las dos décadas anteriores, de sexo, drogas y rock and roll, ubicó en la carne y sus mutaciones al compás de los acontecimientos externos, de cariz tecnológico o referidos al uso de los fármacos, un escenario oportuno para el desarrollo del miedo. La enfermedad es, por tanto, una de las constantes en su obra, pues ésta es "carne que se emancipa, que se rebela y quiere dejar de servir, es la apostasía de los órganos; cada uno de ellos se propone hacer rancho aparte, cada uno de ellos, al cesar, brusca o gradualmente, de prestarse al juego, de colaborar con los demás, se lanza a la aventura y al capricho. Para que la conciencia alcance cierta intensidad, es necesario que el organismo padezca e incluso se disgregue: la conciencia, en sus comienzos, es conciencia de los órganos". Ningún templo pasa más desapercibido que la carne, siempre larvada, hasta que de pronto despierta, muchas veces para embriagarse en los fuegos de su propia destrucción, justo a un tris de extinguirse por completo. 



[Asociación Cinéfila Re Bross]

Próximamente: Pastoralia [Nueva edición y nueva traducción]


De George Saunders. En Alfabia.

Texto para la presentación de La 4ª en Madrid


Hoy presentamos la nueva novela de Mario Crespo: zamorano, escritor, bibliotecario y cineasta, tras la buena acogida de sus libros LS6, Cuento kilómetros y Biblioteca Nacional.

Mario también ha dirigido los cortos Odio, Sin Título y Death.

Su nuevo libro es una de las grandes apuestas de Ediciones Lupercalia, editorial que dirige el poeta y escritor Ricardo Moreno Mira y que nace con voluntad de publicar lo que otros no publican, digamos una literatura marginal, arriesgada, no convencional, con autores cuyos libros acaba de editar o editará en los próximos meses, como Vicente Muñoz Álvarez, Alexander Drake, Pepe Pereza, Carlos Salcedo, David Refoyo o Daniel Bernabé.

Algunos se preguntarán qué tiene de marginal o de arriesgado el nuevo libro de Mario.
Pues bien, para mí hay fundamentalmente dos factores:

En primer lugar: si por algo, en mi opinión, destaca Mario Crespo (como escritor pero también como persona) es por su inquietud, por su manera de aprender y de experimentar, por sus ansias de perfeccionar lo que sabe y lo que va aprendiendo. A menudo, cuando cada semana nos escribimos correos, Mario me dice que está leyendo tal o cual novela o a tal o cual autor porque “está investigando”. Él no me cuenta que está matando la tarde o pasando el rato, sino que está investigando cómo otros escritores utilizan la técnica y cómo manejan los conceptos y la estructura. Y esto me parece muy interesante.
De esas investigaciones y de ese aprendizaje de la técnica sale un escritor que no le tiene miedo a nada y que se la juega en cada página.
Uno está harto ya de leer libros escritos por los famosos de turno, obras que parecen redactadas con el piloto automático. Un escritor se hace famoso con su primer o segundo libro, se apropia de él una gran editorial y parece que luego escriben sin ganas, que escriben novelas comerciales en las que no arriesgan. Es lo que yo llamo "escritores acomodados". Esa gente no tiene vocación de riesgo, no incomoda, y por supuesto aburre a los lectores y creo que incluso a sus editores.
El caso contrario sería un autor como Mario Crespo.

En segundo lugar: creo que su libro es arriesgado porque nos ofrece una novela de novelas cortas, o una gran novela formada por novelas breves, si lo prefieren. En cada libro, Mario obliga al lector a pensar, a reflexionar. A pensar en el tratamiento y el análisis político (porque Mario siempre introduce esos  dibujos sociales, políticos y económicos: es un autor al que le interesa mucho lo que sucede alrededor, lo que estamos viviendo, en qué momento estamos y hacia dónde nos llevará la situación actual) y a pensar en la estructura, en cómo se las ha arreglado para que las piezas encajen.

En La 4ª nos encontramos con dos libros que en total nos ofrecen seis partes (o seis capítulos):

Todas esas partes transcurren en Semana Santa.
En todas ellas cambiamos de escenario y de año: de los paisajes abúlicos de Zamora (nuestra tierra) en los años 80 pasamos al Nueva York del 2010 y de ahí saltamos a los años 70 en Sanabria.

Son sólo algunos ejemplos de la “movilidad” o "dinámica" de esta novela, que en el fondo también es un libro de viajes a lo Jack Kerouac (escritor que, me consta, le gusta mucho a Mario), pero quienes más viajamos somos nosotros, los lectores, antes que los personajes. Y esto que digo lo entenderán quienes ya hayan leído el libro.

En cada una de esas breves partes de la novela se nos habla fundamentalmente de un personaje obsesionado con una 4ª dimensión donde habitan los muertos y los personajes de ficción, y que acaba fundando una religión: La 4ª Iglesia.
Y que también acaba escribiendo una novela titulada “La 4ª”, que forma parte del mismo libro que estamos leyendo. Con lo cual aquí ya entramos en el terreno de la metaliteratura.

A lo largo de La 4ª (de la novela en su conjunto) seguimos las evoluciones y los cambios de ese personaje, a veces llamado Carlos y a veces llamado Alberto, dependiendo de la época, del escenario y de las circunstancias.

Es, además, una novela plagada de sorpresas.
Una de ellas es que va cambiando de narrador en cada parte, de tal modo que los giros son absolutos en cada capítulo, configurando lo que yo calificaría de triple salto mortal
porque Mario nos cambia:
de ciudad,
de narrador,
de línea temporal.

Sin olvidar que también cambia de género.
Porque La 4ª es, a veces, novela de aprendizaje (o de formación), o novela con trasfondo de tráfico de drogas, o novela de ciencia-ficción, por citar algunos ejemplos.

Siguiendo con las sorpresas, para mí es muy admirable el potaje narrativo, temático y estructural que Mario nos ofrece:
con todos los elementos que maneja el autor (y cito unos cuantos: Semana Santa, postmodernidad, clasicismo, tráfico de drogas, presente, pasado y futuro, cáncer, fútbol, crisis, internet, amores juveniles, Sevilla, Zamora, Nueva York, Madrid…), con todos esos elementos, Mario va cocinando un potaje con tanta habilidad narrativa y tanta pericia que ese plato resultante sea delicioso. No se atraganta ni resulta excesivo. Muy al contrario: todos los elementos cuajan y se compenetran. Todo cobra un sentido.

Y no sólo eso: además, pese al laberinto estructural, uno devora el libro. No puede dejarlo desde el momento en que lo empieza.

Personalmente, a mí me ha recordado mucho a las novelas que leíamos de niños, las de la colección “Elige tu propia aventura”.
En esos libros de tapa roja, de aventuras, el lector elegía los caminos, un poco a la manera de la Rayuela de Julio Cortázar, y lo excitante era que nunca sabías qué iba a depararte el camino, hacia dónde iba a llevarte cada elección.

Leer La 4ª es igual de excitante: nunca sabemos ni podemos adivinar ni intuir qué nos ofrecerá el capítulo siguiente, qué narrador, qué ciudad, qué temática. Con la diferencia de que, aquí, el autor no se queda en el mero entretenimiento, no se conforma con el "espectáculo" de aquella colección destinada a lectores juveniles, sino que, como apunté antes, añade reflexiones sociales, políticas, económicas, espirituales…

Otra de las sorpresas de la novela (y esto ya es muy personal, es decir que es algo que a mí me entusiasma) es que contiene referencias y homenajes al cine y a la literatura casi en cada página, empezando por los títulos de los capítulos: La historia interminable, Origen, El padrino

Y además es una novela que constantemente nos obliga a plantearnos cosas: ¿puede otro narrador influir no sólo en nuestro libro, sino también en nuestra vida, cuando esa otra persona se introduce en nuestra narración y la altera?, ¿hay otro rincón de la conciencia donde podamos reencontrarnos con nuestros muertos?, ¿hacia dónde nos empuja este momento actual de crisis, hipotecas, prohibiciones, dictadura laboral y fascismo empresarial?

Todo esto se lo plantea Mario y todo eso acaba desembocando en uno de los capítulos, el ambientado en 2046 (guiño a la película de Wong Kar-Wai, cineasta que sé que le apasiona). Es el capítulo en el que confluyen todas las líneas narrativas y todos los personajes y para mí es el mejor de la novela (pero no puedo desvelar más porque entraríamos en el terreno del spoiler).

Como apunte final, sólo diré que yo llevo años dándole vueltas a la idea de hacer algo así: de escribir sobre una dimensión en la que vivos y muertos, seres reales y personajes ficticios, se den la mano.
Pues bien: Mario ya lo ha hecho por mí, lo ha hecho muy bien y no podemos sino aplaudirlo.


José Angel Barrueco

Cartel de The Salvation


Hoy, en Madrid



Trailer de Good People


Cartel de And So It Goes


Whitey: United States of America v. James J. Bulger: 2º cartel


jueves, mayo 08, 2014

Detrás de la estación, de Arno Camenisch


Hace unas semanas hablaba aquí de Sez Ner, el primer título de la "Trilogía grisona" que ha convertido a Arno Camenisch en una celebridad. Ya está en las librerías el segundo, Detrás de la estación, que sólo comparte con el otro el tono, la atmósfera y los paisajes. En este segundo libro, el narrador es un niño que observa y descubre su entorno, un pueblo de Suiza entre las montañas en el que los hombres suelen caracterizarse por su rudeza y las madres están acostumbradas al trabajo duro. El narrador, ese niño, nos cuenta lo que ve mediante un lenguaje plagado de hallazgos (él habla a su manera, y por tanto inventa palabras, pronuncia mal algunos nombres o algunos sustantivos: "helipóstero", por ejemplo), y tras sus narraciones siempre flota algo inquietante, como ya sucedía en el primer libro y como, supongo, ocurrirá en el tercero, Última ronda. Hay una frontera entre el lirismo rural de Miguel Delibes y la crudeza expresiva de Agota Kristof: me atrevería a decir que es ahí donde se sitúa Arno Camenisch. Leamos tres pasajes de esta novela que me ha enganchado aún más que la anterior: 

Dónde habéis estado durante tanto tiempo, por diosbendito, pregunta papá. Nos hemos pasado por Vögeli y por ABM. Mamá nos sacudió dos bofetones en Vögeli, porque nos metimos debajo de los percheros de la ropa para jugar a tula. Nunca volveré a Chur con estos dos granujas. La gente debe de haber pensado que los de aquí arriba somos unos salvajes. Por eso nos quedamos sin postre y nos mandan a la cama. Como castigo, mamá nos ha comprado unos zapatos demasiado grandes. Con ellos parecemos payasos. Ya creceréis, y punto en boca, no voy a estar comprándoos zapatos nuevos cada dos semanas. Ha metido papel de periódico en la puntera de los zapatos.

**

Cuántas veces os he dicho, nos advierte mamá, que no juguéis al balón en la cocina. Entonces dónde se puede jugar al fútbol, en la pared de la estación, no, que sale Tonimaissen, en el jardín, tampoco, porque allí tiende sus sábanas Marina y luego le dice a Anselmo que se las ensuciamos. Y entonces viene Anselmo y nos mete la cabeza en el arenero, donde cagan los gatos. Si jugamos al fútbol en el campo de fútbol, viene Gionclau con el hacha, o qué, y dice, o qué, será mejor que os vayáis a casa, o qué, sinvergüenzas. En la calle no podemos jugar, porque nos atropellaría la señora Muoth, y si jugamos al fútbol en la cocina, mamá dice que somos unos bestias.

**

En un rincón del Helvezia se sienta un viejo. Un sombrero cubierto de polvo cubre su cabeza. Por debajo del sombrero asoman sus ojos grises. De vez en cuando se frota la nariz. Su pala está apoyada contra la pared. Es Fazandin. Se sienta todos los días ahí, en ese rincón. La tía dice pero qué disparates me estás contando, ahí no hay nadie sentado. Pero no es verdad, Fazandin se sienta ahí todos los días, hoy también. Acabarás dándome miedo, dice la yaya. Ella no debe tener miedo de Fazandin. Solo Otto me cree. El dice sí, sí, allí en el rincón, claro, ahí está sentado. Lleva ya quinientos años ahí y se niega a pagar.


[Xordica Editorial. Traducción de Rosa Pilar Blanco]

Hoy, en Gijón


Barcelona, 9 de mayo


The Rover: nuevo cartel


Trailer de God's Pocket


The Sacrament: tercer cartel


miércoles, mayo 07, 2014

Hoy, en Madrid


Cartel de Interstellar


Aquel agosto de nuestras vidas y 100 balas de plata clandestinas, de Varios Autores. Introducción y selección de Ignacio Escuín


OLORES

Quiero ser fabricante de olores
para que la gente tenga algo
distinto que regalar en los cumpleaños,
en los bautizos, en las bodas
o en las fiestas de guardar.
Quiero vender un frasco que contenga
esencia de olor a tiza blanca,
mezclada con una pizca
de mina de lápiz recién afilado
para los que añoran la infancia.
Para los atrapados tendré
eau de toilette de gasolina,
sutilmente mezclado
con un toque amargo de cerveza.
Para los tristes olor a palomitas
de maíz y a chocolate con churros.
Para los exiliados en las ciudades
esencia de puchero y sopa de ajo.
Para los ancianos un bálsamo suave
con aroma a recién nacido.
Y para quienes todo tiene
el mismo olor, el mismo sabor,
la misma forma,
les daría un frasco vacío,
como su vida.


Sonia San Román

**

NUESTRAS COSAS

El día en que cumplí ocho años
me acerqué a mi hermana mayor
que lloraba.
¿Por qué lloras?, pregunté.

Porque los abuelos se van a morir pronto
y después los papás
y después nosotros
también nosotros nos moriremos un día.

Estremecido como una pobre bestia por la revelación
también yo me eché a llorar
allí mismo
junto a mi hermana.

¿Qué les has hecho a los niños que lloran tanto?,
preguntó mi padre al llegar del trabajo.

Nada, déjalos estar
respondió mamá:
cosas de críos, que sé yo.

Lloran por
sus cosas.


Sergi Puertas

**

ESBIRROS

El hombre que cada noche duerme en el portal, hoy lo he sabido, no es más que un contratado del ayuntamiento. Rodeado de cartones, de un escobón, de un carrito construido a base de despojos y apestando como una bodega, ese tipo no es más que un maldito contratado gracias a las oscuras ordenanzas municipales. ¿Merezco algo así? ¿Por qué nos trata como a imbéciles el ayuntamiento? ¿Creían que no me iba a acabar enterando? Todo, todo encaja. A mí no me la dan. Puedo parecer estúpido, pero a mí no me la dan. El ayuntamiento contrata a esos tipos para que sepamos qué es lo que nos ocurriría de no levantarnos cuando es todavía de noche, de no coger el metro cada mañana y de no volver ya oscurecido al lugar donde nos está esperando el hombre que apesta como una bodega, fiel esbirro, ya digo, del ayuntamiento. Entonces, sorteamos como podemos al tipejo, esperamos el ascensor, llegamos derrumbados a casa, besamos a la niña que está haciendo los deberes en su cuarto, ponemos el despertador a las seis y media y comenzamos a soñar con el adosado ese de la zona residencial, donde no dejan entrar a nadie, y mucho menos a los esbirros del ayuntamiento.


Manuel Moya


[Ediciones del 4 de agosto]

Trailer de A Coffee in Berlin


martes, mayo 06, 2014

Los mártires de Pyongyang, de Richard E. Kim


En una de las escenas más recordadas de Algunos hombres buenos, Tom Cruise le gritaba a Jack Nicholson: "¡Quiero la verdad!", y Nicholson respondía: "¡Tú no puedes encajar la verdad!". Y lo mismo sucede en este libro de Richard E. Kim (muy célebre en los años 60): un capitán del ejército de Corea del Sur es el encargado de averiguar la verdad tras el asesinato de doce sacerdotes cristianos a manos de los soldados comunistas durante la Guerra de Corea, pero el problema es que la verdad no interesa a nadie, la verdad sólo molesta en un mundo que atañe a altos mandos del ejército, hombres religiosos y mentiras piadosas.

Tiene algo esta novela que recuerda a la película antes citada: además de la verdad y de la investigación en un entorno castrense, ambas toman ciertos elementos del género de detectives, aunque aquí no haya mujeres fatales ni villanos con sombrero ni gángsters que apalizan al protagonista. Aquí sólo hay un tipo (Lee, que también es el narrador) que habla con dos de los curas supervivientes, que actúa un poco de mosca cojonera para que salga la verdad a la luz y que trata de encontrar respuestas a algunas de las preguntas que se plantean: ¿Los doce sacerdotes a los que se quiere hacer mártires suplicaron por su vida o murieron sin proferir una palabra? ¿Hubo algún traidor entre ellos? Y de ser así, ¿quién fue: un superviviente o uno de los ejecutados? ¿Es necesaria una mentira para que así la fe elimine la desesperación de los hombres? Aunque el autor es coreano, vivió durante años en Estados Unidos y eso se nota; se nota en la absorbente narración: Kim logra que devoremos el libro simplemente con buenos diálogos y una prosa ligera que oculta detrás unos cuantos planteamientos sobre los límites entre la fe y la verdad. Dos extractos:

-Coronel, mi único argumento es que hay que contar la verdad por el simple hecho de que es la verdad. Debo dejar claro que no tengo otros motivos. Si encontraran al señor Shin culpable de traición, insistiría en que dieran cuenta de su delito. Eso es todo, coronel.
-¿Por qué hay que contar la verdad? –exasperado, el coronel se puso en pie de un salto y comenzó a dar vueltas por su oficina–. Se puede enterrar la verdad y seguirá siendo la verdad. No hace falta contarla.

**

Yo estaba fuera de control.
-¡No! No te desprecio, ni a ti ni a nadie –casi grité–. ¡Lo que desprecio es lo que estáis haciendo! –intenté moderar la voz antes de continuar–. Dices que les dais lo que quieren, lo que necesitan. Pero ¿por qué engañarlos? ¿Por qué engañar a una gente que ya ha sido engañada en incontables ocasiones? ¿Por qué añadir más mentiras a sus miserables vidas? ¿Dices que les das lo que quieren? ¿Cómo sabes que lo que quieren es una sarta de mentiras? ¿Estás seguro de que eso es lo que necesitan? Necesitan la verdad. Puede que sea dolorosa, pero la verdad es lo que necesitan, y debes dársela. Dices que lo haces todo por ellos, pro su felicidad. ¡Pero no es verdad! Lo haces todo por vuestra propaganda. Lo haces porque quieres salvar a tu iglesia de un escándalo. Lo haces porque quieres engañar a la gente para que crea que todo va bien, que todo va a ir bien, que hay un dios en el cielo que cuida de ellos, que hay un Estado que se preocupa sinceramente por los suyos, y todo ello en el nombre del pueblo. Estoy harto, estoy asqueado de todo este engaño, de todas esas nobles mentiras, todo en nombre del pueblo, por el pueblo. Y mientras tanto, la gente sigue sufriendo, sigue muriendo, engañada desde que nace hasta que muere.   


[Sajalín Editores. Traducción de Damià Alou]

Nuevos carteles de Beyond







A Million Ways to Die in the West: otros 2 carteles



lunes, mayo 05, 2014

Máscara, de Stanislaw Lem


Máscara no sólo tiene la que posiblemente sea la cubierta más atractiva de los últimos meses, sino que además es uno de los libros de lectura más placentera de la temporada anterior. Trece relatos en cuya prosa y en cuyas ideas se despliega todo el talento deslumbrante de Stanislaw Lem. Sólo con el primer cuento, "La rata en el laberinto", el lector queda fascinado por la maquinaria narrativa del autor, adentrándonos en una atmósfera que nos recuerda a Solaris, donde todo el interior de la nave que rodea a los protagonistas parece estar vivo, una pesadilla que permanece en nuestra cabeza durante días. O con "Moho y oscuridad", en que conocemos lo que sucede con una especie de bacteria atómica que necesita de la oscuridad y del moho para activarse y reproducirse e irlo destruyendo todo. También hay espacio para la parodia ("La invasión de Aldebarán", "El acertijo"), la inteligencia artificial (véanse los espléndidos "El martillo", "El diario" y "Máscara") o el encuentro con criaturas de otro planeta ("Invasión", "La verdad"). Salvo un par de historias quizá demasiado complejas, que exigen bastante al lector y en ocasiones lo exasperan, el conjunto es maravilloso y demuestra la grandeza de Lem como narrador y como constructor de mundos extraordinarios. Dos fragmentos de la primera historia:

-Nosotros, los humanos, somos eminentemente visuales, por lo que la mayoría de nuestros conceptos provienen del área del cerebro que  se ocupa de las impresiones ópticas. Los sentidos de esos hipotéticos visitantes podrían basarse en algún otro tipo de percepción, como la olfativa, por ejemplo; o tal vez en otra distinta, alguna que nosotros no podamos siquiera concebir, una percepción basada en la química... ¡qué sé yo! Oye, cada vez hace más frío aquí, echa más leña a la hoguera. Sin embargo, estoy de acuerdo en que las diferencias entre nuestros respectivos sentidos tampoco serían tan determinantes, podrían superarse. Pero una vez sorteado ese obstáculo, veríamos que en realidad no tenemos nada de qué hablar con ellos. Somos extraordinarios creadores y perfeccionadores de toda clase de fundas: para vivir, para cubrirnos el cuerpo, para viajar... Aparte de eso, nos ocupamos de alimentar y limpiar nuestros cuerpos, de movernos de una manera determinada (es decir, practicamos deportes); en todos estos aspectos, al menos, no dispondríamos de un lenguaje común.

**

Un nudo en la garganta me impedía hacer cualquier comentario. Mientras, el profesor continuaba con su discurso con una leve sonrisa en los labios:
-Siempre imaginamos a los alienígenas como seres triunfantes que aterrizan en nuestro planeta, criaturas omniscientes capaces de preverlo todo, conquistadores del vacío cósmico. Sin embargo, son seres vivos tan falibles como nosotros; igual que nosotros, destinados a morir.


[Editorial Impedimenta. Traducción de Joanna Orzechowska]

Edge of Tomorrow: otros 2 carteles



5 carteles de Maleficent






sábado, mayo 03, 2014

Próximamente: Huida del corredor de la muerte


De Edward Bunker. En Sajalín Editores.

300 directores malditos, de Augusto M. Torres



Esta selección, tan personal y discutible como cualquier otra, de trescientos directores malditos –podían ser menos, pero, sobre todo, muchos más–, está llena de cineastas que han destacado en otras actividades, actores, directores de fotografía, guionistas, diseñadores, decoradores, compositores, productores, fotógrafos, montadores, etc., pero como realizadores de cine han sobresalido mucho menos. También aparecen olvidados directores de cine mudo, directores que empiezan bien y acaban mal, directores artesanos con una única obra maestra entre su larga e irregular filmografía, directores que mueren cuando sus películas comienzan a ser buenas, directores con mala suerte, directores norteamericanos represaliados por el senador Joseph MacCarthy al frente del Comité de Actividades Antinorteamericanas para acabar con los comunistas en Hollywood, directores de países comunistas del este europeo perseguidos por la larga mano del camarada Iosif Stalin, directores prometedores de corta carrera y un largo etcétera de poco conocidos, menospreciados o ignorados directores africanos y asiáticos. Sin olvidar políticos, dramaturgos, directores de teatro, bailarines, pintores, ensayistas y novelistas, etc., metidos en un mundo que no es el suyo, pero les fascina.


[Ediciones Cátedra]

Bob Hoskins (1942 - 2014)


Cartel de The Big Ask


Trailer de Lullaby


Otro cartel de Sin City: A Dame to Kill For