Hace 20 horas
domingo, septiembre 29, 2019
La tierra de la lluvia escasa, de Mary Austin
Al este de las sierras, al sur del Panaming y Amargosa, incontables millas al este y sur, se encuentra el País de las Fronteras Perdidas.
Los indios ute, paiute, mojave y shoshoni habitan sus límites, tan adentro en el corazón de esta tierra como el hombre ha osado penetrar. Es la tierra y no la ley la que marca las fronteras. Desierto es el nombre que lleva sobre el mapa, pero los indios tienen un nombre mejor. Desierto es un término impreciso para indicar tierra que no ayuda al hombre; si la tierra puede morderse y romperse para tal fin no está probado. Nunca está vacía de vida, por seco que sea el aire y ruin el suelo.
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Allí donde la suerte llama cuando el campamento elige a un hombre-medicina, ahí descansa. Es un honor que un hombre rara vez busca, pero que debe acatar, un honor con una condición. Cuando tres pacientes mueren bajo su asistencia, el hombre-medicina debe ceder su vida y su oficio.
Las heridas no cuentan; los huesos rotos y los agujeros de bala los indios los entienden, pero el sarampión, la neumonía y la viruela son brujería.
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El origen de los ríos montañosos es como el origen de las lágrimas, evidente para el entendimiento, pero misterioso para el juicio. No paran nunca, pero uno rara vez los atrapa en el acto. Aquí en el valle no cesan las aguas incluso en la estación en la que la miserable escarcha les deja poco espacio para correr.
[Volcano Libros. Traducción de Eva Gallud]
domingo, septiembre 22, 2019
La suerte de Omensetter, de William H. Gass
En El Plural he sacado una reseña bastante extensa de esta novela, así que aquí me limito a dejar un párrafo (y un link a las primeras páginas):
Brackett Omensetter era un hombre ancho y feliz. Sabía silbar como silba el cardenal rojo en la nieve espesa, o zumbar como zumba el tímido blando al salir de su refugio, o ser la alondra que ante el cielo sofoca una risita. Conocía la tierra. Metía las manos en el agua. Olía el olor limpio del abeto. Escuchaba a las abejas. Y reía con una risa profunda, fuerte, amplia y feliz siempre que podía, que era a menudo, un buen rato y con alegría.
[La Navaja Suiza. Traducción de Ce Santiago]
domingo, septiembre 15, 2019
El libro más peligroso, de Kevin Birmingham
Subtitulado James Joyce y la batalla por el Ulises, este volumen publicado por Es Pop Ediciones es uno de los trabajos actuales más interesantes y exquisitos sobre el entorno literario. Un libro, me atrevería a decir, de lectura obligatoria para todos aquellos que nos dedicamos a esto: la escritura, la edición, la traducción, la venta en librerías…, porque habla de la libertad de expresión y del lenguaje, de una obra que rompió moldes, que revolucionó el panorama de las letras y puso en marcha un proceso asombroso de juicios y prohibiciones. De cómo Ulises fue escrito y concebido, publicado por entregas, censurado, perseguido, pirateado, prohibido, confiscado e incluso quemado.
Uno de los aspectos más notables es que su autor nos presenta a Joyce como un hombre enfermo, obsesionado y doliente, y a Sylvia Beach como la auténtica heroína de la historia: no en vano, además de abrir Shakespeare and Company, la mítica librería de París, publicó Ulises contra viento y marea. El resultado, como digo, me parece apasionante, repleto de vínculos de amistad y de rencor entre escritores, de pequeños detalles sobre las dificultades de edición y de publicación de aquella novela que hizo historia mediante la polémica, el escándalo y su contenido revolucionario (como bien expresa el autor), pero tampoco faltan detalles de otras obras de Joyce ni de capítulos esenciales de su biografía. Yo no he leído el James Joyce de Richard Ellmann y no sé si lo leeré porque el acercamiento que hace Birmingham me parece ya ejemplar. Ulises, en cambio, sí lo leí hará unos 15 años (en la edición de José María Valverde), pero tras El libro más peligroso me gustaría releerlo, aunque ya en otra traducción. Veremos. De momento, aquí van unos extractos:
"No puedo escribir sin que alguien se ofenda", concluía [Joyce], y si se hubiera visto obligado a redactar sus cuentos de otra manera, no se habría tomado la molestia.
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El problema más práctico para la familia era que Joyce seguía fervorosamente entregado a la escritura a pesar de que su carrera, a la que para entonces había dedicado más de diez años, apenas le reportaba beneficio alguno. Aunque Joyce había empezado a labrarse cierto reconocimiento, la posibilidad de ganarse la vida como escritor seguía pareciendo en aquel momento tan remota como el primer día.
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El mosaico federal de leyes antiobscenidad tuvo efectos perversos. Un hombre era libre de visitar un burdel, pero si se le ocurría escribir un relato sobre su visita, podía ir a la cárcel; las palabras inmorales pasaron a ser más punibles que los actos inmorales. Un oficinista que enviase por correo un libro obsceno se enfrentaba a una sentencia más dura que el autor, el editor y el vendedor del libro, porque la Ley Comstock no pretendía controlar las librerías. Pretendía controlar la cadena de distribución más poderosa de la nación.
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La letra impresa era el medio a través del cual una idea penetraba en el flujo de la cultura, y las prohibiciones literarias se aseguraban de que la cultura nunca absorbiera conceptos y argumentos peligrosos. Como las prohibiciones eran nebulosas (la censura nunca fue tan simple como una lista de palabras impublicables), su influencia sobre la cultura acabó siendo escalofriantemente amplia.
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Ulises era revolucionario porque no se limitó simplemente a solicitar un margen ligeramente más amplio de libertad. Ulises exigía una libertad absoluta. Se llevó por delante los silencios. Las amenazas de un soldado enfurecido en Nighttown ("¡A ese malnacido cabrón le retuerzo el maldito puto gaznate!"), las exigencias imaginadas por Molly ("lame mi mierda") y la desagradable imagen que del Mar Muerto tiene Bloom ("el gris y hundido coño del mundo"), eran variaciones de una misma declaración: que a partir de aquel momento no volvería a haber pensamientos inexpresables, ninguna restricción a la manifestación de las ideas. Por eso, poner por escrito la palabra fuck era más que una travesura juvenil. "Joyce lo expresa todo… ¡todo!", se maravilló Arnold Bennett. "El código ha quedado hecho añicos". Ulises hacía que todo fuera posible.
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Para muchas personas, entre ellas aquel bachiller estadounidense, simplemente poseer Ulises era un acto de rebelión. Pasarlo a través de aduanas era un crimen. Imprimirlo, venderlo y distribuirlo conllevaba penas de cárcel. Cualquier agente que colaborase en la importación de incluso una sola copia de Ulises podía recibir una multa de cinco mil dólares y una pena de hasta diez años de cárcel. El riesgo generaba devoción; tu relación con un libro cambia cuando te ves obligado a esconderlo de tu Gobierno.
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Censurar un libro es fácil. Únicamente requiere aumentar los riesgos de publicarlo de forma que al editor le acabe pareciendo un riesgo excesivo, y publicar libros ya es de por sí una empresa quijotesca.
[Es Pop Ediciones. Traducción de Óscar Palmer Yáñez]
viernes, septiembre 06, 2019
Algo en la sangre, de David J. Skal
Ya hemos hablado por aquí en un par de ocasiones del trabajo preciso y exhaustivo de David J. Skal, autor de los celebrados Monster Show y Hollywood gótico: la enmarañada historia de Drácula (me falta por conseguir su biografía sobre Tod Browning, aquí traducida por la Filmoteca Española, pero es difícil de encontrar). Algo en la sangre es su biografía sobre Bram Stoker, publicada por Es Pop Ediciones hace ya un par de años. El libro consta de algo más de 600 páginas y es bastante voluminoso, por eso he tardado tanto en decidirme a empezarlo.
Se trata de una biografía que no sólo gustará al fan de Bram Stoker, sino también a los interesados en Oscar Wilde, en Dublín y Londres, en los rumores sobre Jack el Destripador, en el impacto que tuvo Drácula en el cine y en la literatura (fundamentalmente, aunque también en la música o la televisión), en los entresijos del teatro y las publicaciones por entregas, pues Skal no sólo se limita a la figura de Stoker: su recorrido abarca la sociedad de entonces, el marco político y cultural de entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. A menudo, más que contarnos las intimidades del escritor, lo que le importa sobre todo a Skal es seguir la pista de todo aquello que le condujo a escribir historias de terror, obras espeluznantes que aún siguen activas en el mercado y que han alcanzado una popularidad que no se agota: sus lecturas, los libros que consultaba en la biblioteca, las influencias en su bibliografía, y su sumisión a Henry Irving durante los años en los que le sirvió de ayudante y secretario en el Teatro Lyceum. Puede que el dato (al menos para mí) más asombroso sobre Stoker sea la enfermedad que le tuvo postrado en cama durante siete años de su infancia: una situación que, sin duda, le marcaría para siempre.
La edición española, traducida por Óscar Palmer, constituye un objeto de veneración: no sólo porque está en tapa dura, también por la cantidad de fotografías (las del cuadernillo central incluso están en color), de bocetos, de cubiertas, de pinturas clásicas, de imágenes del cine… que incluye, además de las páginas finales de notas, bibliografía e índice onomástico (algo que, para mí, es esencial durante las consultas durante y después de la lectura, y que muchas ediciones españolas se saltan cuando trasladan ciertos ensayos extranjeros al castellano).
Una inmensa biografía, en suma, y el complemento perfecto de Hollywood gótico, que también fue publicado por Es Pop.
[Es Pop Ediciones. Traducción de Óscar Palmer]
martes, septiembre 03, 2019
lunes, septiembre 02, 2019
Grandes novelas, de H. G. Wells
Ya hace tiempo que compré este volumen y acaban de reeditarlo con una cubierta parecida (pero sin la zona gris de fondo de los títulos). Me resultaba increíble no haber leído estas ya clásicas novelas y, sin embargo, haber visto desde niño un par de versiones cinematográficas de cada título (o puede que más, ya que en algunos casos toman la idea, el modelo de Wells, pero luego hacen su propia versión, caso de The Hollow Man, la película de Paul Verhoeven).
Aquí se reúnen sus historias más famosas: La máquina del tiempo, La isla del doctor Moreau, El hombre invisible y La guerra de los mundos. La importancia de estas obras es enorme tanto en el cine como en la literatura y en la televisión (e incluso en la radio, si recordamos la emisión de Orson Welles de la historia de la invasión extraterrestre). Máquinas del tiempo, extrañas criaturas, mutantes de laboratorio tras ser cruzados con animales, un hombre que descubre la invisibilidad, una invasión agresiva de marcianos… Cada una de estas novelas te hace regresar a la infancia, poblándote la cabeza de situaciones imposibles, de seres extraños y peligrosos, de individuos que descubren su maldad interior, de mundos en los que cualquier cosa puede suceder, desde viajar al futuro hasta ver cómo los seres de otro planeta tratan de masacrar a los terrícolas.
Quizá, de las cuatro, mi favorita sea El hombre invisible. Me parecen lecturas esenciales y no sé por qué razón no las leí cuando era un chaval… Claro que, entonces, proliferaban las películas, las adaptaciones juveniles y las versiones recortadas para cómic. Y a mí me faltaba por adentrarme en la semilla, en la base de donde surgió todo. De la cabeza de un genio: por lo menos en imaginación. Si no las conocen, láncense a por este compendio, ahora que lo han reeditado (y que cuenta, además, con un estupendo prólogo de Jacinto Antón).
[RBA. Traducciones de Raquel Herrera y Pilar Ramírez Tello]
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