Hace 19 horas
sábado, noviembre 29, 2014
viernes, noviembre 28, 2014
La historia del rock and roll en 10 canciones, de Greil Marcus
Greil Marcus decide contar la historia del rock desde otro punto de vista: a partir de una lista de diez canciones que, quizá, no sean tan famosas como esperábamos, pero la mayoría de ellas han sido versionadas y, ya sea por su estilo, por su ritmo, por su calidad o por su anecdotario, le permiten construir puentes con la historia del rock que todos conocemos. Es decir, Marcus puede partir de una canción de Buddy Holly para terminar hablándonos de The Beatles y "A Day in the Life", tema del que hace un análisis extraordinario del que destaco, por ejemplo, este fragmento:
"A Day in the Life" sigue siendo una obra teatral en la que los sucesos más casuales del día, las historias del periódico, la rutina matinal de cualquiera, se convierten en amenazas inexplicables. La vida diaria se transforma en un circo, justo en ese punto en el que alguien corta las cuerdas que mantienen en pie la carpa.
Greil Marcus, que es un especialista absoluto en música, en vanguardias y en contracultura, sabe que existe una historia al margen, la que no aparece siempre en las enciclopedias al uso:
La historia oficial y estándar del rock and roll es verdad, pero no es toda la verdad. No es para nada la verdad. Se trata de una historia elaborada que se ha extendido tan exhaustivamente que la gente se la cree, pero no es verdad según su experiencia, y puede incluso deformarla o eliminarla.
Poco después de escribir lo anterior, nos sirve un ejemplo sobre lo que quiere decir merced a una anécdota contada por David Lynch:
Pero, ¿y si tus recuerdos no son tuyos, sino que más bien han sido secuestrados por otra historia, colonizados por una memoria cultural mayor? «Sabes, se hace de noche muy tarde en Boise, Idaho, en verano –contó una vez David Lynch hablando del 9 de septiembre de 1956, el día en que Elvis Presley apareció por primera vez en el Ed Sullivan Show, un programa que supuestamente vieron el 82,6 por ciento de todos los estadounidenses sentados frente al televisor esa noche. Lynch tenía diez años–. No estaba muy oscuro, así que debían ser, digo yo, tal vez las nueve de la noche, aunque no estoy muy seguro. Ese anochecer fantástico, una noche preciosa. Se formaban sombras profundas. Hacía calor. Y Willard Burns vino corriendo hacia donde estaba yo desde unas tres casas más allá y dijo: "¡Te lo has perdido!". Y yo le pregunté: "¿El qué?". Y él me respondió: "¡Elvis en Ed Sullivan!". Entonces sentí un fuego encendiéndose en mi cabeza. ¿Cómo podía habérmelo perdido? Y esa fue la noche, sabes. Sin embargo, de alguna manera me alegro de no haberlo visto; en mi mente fue un acontecimiento más grande porque me lo perdí».
Además de conducirnos a otros músicos (como Bob Dylan, Amy Winehouse, Lou Reed, Jack White o Robert Johnson, e incluso novelistas como Colson Whitehead o películas del estilo de Mátalos suavemente y novelas y sus versiones cinematográficas, caso de Brighton Rock) mediante su lista (que parte de temas de Joy Division, The Flamin' Grooves o The Teddy Bears), su selección es impecable o casi; me ha hecho descubrir y en algún caso redescubrir canciones muy especiales, que han sido versionadas e imitadas hasta la saciedad. El único tema difícil para el oído es el "Guitar Drag" de Christian Marclay, que por cierto no puede encontrarse completo en la red (o yo no he sido capaz de encontrarlo) porque consiste en la grabación de una guitarra arrastrada por una camioneta. Pero lo interesante es que, en este capítulo, Marcus nos cuenta la historia de Marclay, artista experimental al que yo no conocía y que ha hecho cosas a priori muy interesantes, como vemos aquí:
Marclay, nacido en 1955 en California y criado en Suiza, es más famoso por The Clock [El reloj] –exhibido por primera vez en 2010–, un vídeo collage de veinticuatro horas, minuto a minuto, de clips de miles de películas que, en tiempo real –si se entra en el espacio de visionado, en una galería o en un museo, a las 10:13 de la mañana, en la pantalla también son las 10:13 de la mañana–, ofrecen el retrato de un día entero y mítico. […] Es un artista del ensamblaje omnívoro fascinado por la destrucción; toda su obra se basa en sacar algo de un contexto y colocarlo en otro, o bien en reconocer la forma en que un objeto ha perdido su contexto original y aparentemente definitorio y ha ocupado otro, de modo que todos los elementos de una construcción, o deconstrucción, comiencen a explicar una historia jamás explicada, aunque transmitan la sensación de haber querido explicarla siempre.
En suma: un libro muy interesante, que parte de un punto para dispersarse por otros ámbitos de la cultura, y que conforma un manual admirable de artistas, historias y canciones.
[Editorial Contra. Traducción de Silvia Guiu y Begoña Martínez]
jueves, noviembre 27, 2014
Sobre una montaña, de John D'Agata
Este libro, más bien inclasificable (es una especie de ensayo que se toma ciertas libertades, rellenando los huecos allá donde no había información o adaptando los datos a un modelo narrativo que lo aproxima al reportaje novelado), depara unas cuantas sorpresas; por ejemplo, ésta:
Por delante de colonias de creosotas y pies gigantes de abetos y Joshua dijo como si nada:
-No me preguntéis cómo se llama nada. A mi padre le gustaban los nombres, a mí me dan igual los nombres.
-¿Tu padre? –preguntó mi madre.
-Sí.
-¿Tu padre también era activista?
-Mi padre era Edward Abbey.
-¿Tu padre era Edward Abbey?
-Sí. ¿No lo sabías?
Su padre, Edward Abbey, se trasladó con Joshua y su familia a Las Vegas en los años 60, esperando conseguir un trabajo de funcionario como trabajador social. Eso fue antes de escribir La banda de la tenaza, antes de Desierto Solitario. Antes de que la mitología de Edward Abbey tuviera siquiera razón de ser.
Recordemos que una novela de Abbey inspiró la película Los valientes andan solos. También contiene brillantes frases apuntadas en muros, como la que alguien ha escrito con rotulador en el Puente del Poeta:
Te preguntas qué harás cuando llegues al final del mapa, allá afuera en el horizonte, con todo ese neón llamándote desde la oscuridad.
La extraña operación que ha puesto en marcha el autor consiste en adaptar ciertos hechos y ciertos datos a su narración. Es como cuando un novelista o un cineasta cambian algún dato de una historia real, como cuando cambian la altura o la edad del protagonista basado en alguien que existió, o como cuando mudan la fecha de una batalla porque, narrativamente, se acomoda mejor a la novela o a la película. Yo no tengo problemas con eso. El propio D'Agata lo explica en las notas finales, punto por punto. Veamos un ejemplo de lo que quiero decir: Mi madre trató con unos cuantos agentes inmobiliarios durante su primer verano en la ciudad. "Ethan" es una mezcla de dos de ellos. Éste es el recurso que utiliza D'Agata. Nos cuenta algo que de veras existió, pero lo maquilla un poco. Y a mí, como digo, me ha gustado porque no tengo nada contra estos experimentos.
¿Y qué es lo que cuenta John D'Agata en este libro? Varias cosas. Trata de saber algo sobre el suicidio de un adolescente, que se tira desde una azotea en una ciudad (Las Vegas) que, como anota el autor, tiene el índice más alto de suicidios de todo Estados Unidos. E investiga lo que ocurre dentro de una montaña en la que el gobierno ha creado un depósito inmenso de residuos nucleares. Y cuenta algunas historias de su propia vida. Y ofrece un retrato muy certero sobre Las Vegas, quizá la ciudad más frívola del planeta y al mismo tiempo la más magnética o fascinante o digna de estudio. Pero todo esto no sería nada si D'Agata no supiera narrarlo; y la cuestión es que sí, que sabe, que domina el asunto (como anécdota: David Foster Wallace lo admiraba). Hay algo en la manera de contar del autor que me recuerda a una de mis películas de cabecera, Magnolia, en concreto a ese narrador que nos fascina en el prólogo del filme. Vamos con un fragmento:
Los vientos del sur levantaban cortinas de polvo blanco, el mercado de valores estaba bajo, la tasa de desempleo alta, la luna solo mostraba una de sus mitades y Marte y Júpiter estaban alineados, lo que no es especialmente raro, así que no hay explicación para la confluencia aquella noche entre la votación en el senado y la muerte del chico que se tiró desde lo alto del Hotel Casino Stratosphere, una torre de 350 metros que se alza en el centro del valle desierto y dorado.
Esto fue cuando el ayuntamiento de Las Vegas decidió prohibir temporalmente los bailes privados en los clubs de striptease. Cuando un grupo de arqueólogos encontró bajo el aparcamiento de un bar la botella de Tabasco más antigua del mundo. Cuando un turista ganó una partida de tres en raya contra un pollo. Cuando un hombre golpeó a un anciano con un ladrillo hasta matarlo.
Fue un día con cinco muertes causadas por dos tipos de cáncer, cuatro por ataques al corazón, tres por derrame cerebral.
El mismo día en que hubo otro suicidio por arma de fuego.
El día en que hubo otro suicidio por ahorcamiento.
Con una temperatura récord de 45ºC, también resultó ser uno de los días más calurosos del verano, lo que causó que el Termómetro Más Alto del Mundo se rompiera, que el precio de las botellas de agua de 1 litro subiese hasta los cinco dólares, y que se produjera un atasco en la parte norte del Strip de Las Vegas cuando el coche de una familia de turistas que iba hacia el centro pisó una botella rota que se había caído del carrito de una vagabunda, pinchó una rueda trasera, chocó contra un coche aparcado y se quedó parado en la entrada del Hotel Stratosphere, mientras el gato hidráulico colocado en la parte de atrás de aquel Dodge Stratus alquilado se iba hundiendo en el asfalto ablandado por el sol.
[Editorial Dioptrías. Traducción de Carles Morera e Inmaculada C. Pérez Parra]
martes, noviembre 25, 2014
El vino de la juventud, de John Fante
A principios de verano o quizá un poco antes leí este libro de relatos del maestro John Fante. Ya había leído (años atrás y en inglés) algunos de los cuentos contenidos en The Big Hunger, que espero que acaben traduciendo aquí. Pero lo guardaba en la pila de recomendaciones pendientes. Todo lo que se puede decir sobre John Fante ya lo ha dicho y escrito Eduardo Margaretto en su espléndida biografía sobre Fante (libro del que colgué por aquí algunos extractos); conocí a Margaretto cuando vino a presentar su trabajo a Madrid, y me gustó de él no sólo su conocimiento exhaustivo sobre el autor de Pregúntale al polvo, sino que se nota que, como Fante, Margaretto es un tipo que ha vivido, que conoce el lado tenebroso de la calle, que ha experimentado muchas de las aflicciones que trataron de doblegar a los escritores que venera. Yo pensaba encontrarme con un catedrático aburrido y me encontré con alguien que refleja mucha experiencia en los ojos y en la sonrisa: eso se ve al primer vistazo, en el primer apretón de manos. Eduardo Margaretto es uno de los que valen, y Julia Martínez hizo un análisis envidiable del libro.
Pero volvamos a este conjunto de pequeñas historias. Aquí encontramos, de nuevo, a ese escritor cuyo eje principal, el eje sobre el que gravita su obra, vuelve a ser la familia. Me apasiona de John Fante que no oculta ese cúmulo de contradicciones tan propias de cada ser humano: Fante ama y odia por igual a los suyos, dependiendo del momento, de la situación, del estado de ánimo. En una línea tiene palabras de admiración para su padre y en la siguiente lo aborrece. Pero no pasa nada. Porque somos así. Lo valiente es reconocerlo.
El vino de la juventud se estructura en dos partes: "Vinazo", que contiene 13 cuentos, y "Últimas historias", que agrupa otros 7. En casi todos ellos se regresa a la infancia, en esos tiempos de penuria que reflejó a la perfección en Espera a la primavera, Bandini. Como es habitual, no faltan el humor y la piedad características de su obra. No voy a incidir más en el tema: de John Fante hay que leerse todo. Quiero dejar tres ejemplos de uno de los mejores relatos del libro, "Una esposa para Dino Rissi", porque demuestran esas cualidades que apuntaba antes: el juicio sobre sus padres, donde caben la piedad, la conmiseración, la rabia y el amor. Es admirable cómo Fante habla de ellos, incluso aunque los relatos contengan bastante de ficción:
Tenían más o menos la misma edad, pero treinta y cinco años habrían sido cuarenta y cinco si el rostro de mamá hubiera sido un lugar para medir el tiempo, mientras que para Coletta habrían sido veinticinco. En la cara de mamá se veían cuatro hijos, incluso se veía a Hugo; se veían siglos de preocupaciones, eras de esfuerzo, eones de trabajo y angustias. No había niños grabados en la cara de Coletta Drigo, ni preocupación, ni angustia; en su lugar se veía un extraño matiz de tránsito entre la juventud y la madurez; se veía emoción; se veían grandes ciudades, tiempos felices, todo un mundo maravilloso; y por encima de todo, su belleza, cabello negro, ojos negros, la blanquecina morenez del cutis.
**
Entonces la sentimos detrás de nosotros, todos y cada uno al mismo tiempo, y antes de que nos volviéramos a mirarla, reconocimos el sufrimiento que latía a nuestras espaldas, que caía sobre nosotros, y entonces nos volvimos al mismo tiempo, y ella estaba allí mirándonos, y parecía que tenía un millón de años, mamá, nuestra madre, y nosotros, sus hijos, habíamos presentido su corazón roto, allí, en la puerta de la cocina, ocultando con el delantal la tristeza de sus manos desgastadas, mientras por la tierra yerma de sus mejillas resbalaban riachuelos de belleza desvanecida.
**
Me dolió, mi padre me dolió, me dolió el aspecto que tenía, sus huesos baldados, sus manos huesudas y deformes, y a pesar de todo valientes, doloridas por tantos años de trabajo implacable. Ah, me dolió profundamente, en lo más hondo del corazón, donde sonó un grito, un sollozo que quería salir flotando hacia la cálida puesta de sol. Y de repente odié a mamá.
[Anagrama. Traducción de Antonio-Prometeo Moya]
lunes, noviembre 24, 2014
On Being Ill
Cabría esperar que se hubieran dedicado novelas a la gripe; poemas épicos, a la fiebre tifoidea; odas, a la neumonía; elegías, al dolor de muelas. Pero no; con escasas excepciones –De Quincey intentó algo parecido en El comedor de opio; debe haber uno o dos libros sobre la enfermedad dispersos en las páginas de Proust–, la literatura procura sostener por todos los medios que se ocupa de la mente; que el cuerpo es una lámina de vidrio plano por el que el alma ve directa y claramente y, salvo por una o dos pasiones, como deseo y codicia, es nulo, insignificante e insistente. Mas lo cierto es todo lo contrario. El cuerpo interviene todo el día, toda la noche; se embota o agudiza, se embellece o se marchita; se vuelve cera en el calor de junio, se endurece como sebo en la oscuridad de febrero. La criatura de su interior solo puede mirar por el cristal –sucio o sonrosado; no puede separarse del cuerpo como la vaina de su puñal o de un guisante ni un momento; ha de seguir el interminable desfile de cambios completo, frío y calor, bienestar y malestar, hambre y saciedad, salud y enfermedad hasta que llega la catástrofe inevitable; el cuerpo se desmorona y el alma se libera (dicen). Pero no existe registro de todo este cotidiano drama del cuerpo.
Virginia Woolf, De la enfermedad
sábado, noviembre 22, 2014
La madre
La chica escribió un cuento. "Sería mucho mejor si escribieras una novela", dijo su madre. La chica construyó una casa de muñecas. "Sería mucho mejor si fuera una casa de verdad", dijo la madre. La chica hizo un cojín para su padre. "¿No hubiera sido más útil un edredón?", dijo la madre. La chica excavó un pequeño hoyo en el jardín. "Sería mucho mejor si excavaras uno grande", dijo la madre. La chica excavó un gran hoyo y, dentro, se echó a dormir. "Sería mucho mejor si te durmieras para siempre", dijo la madre.
Lydia Davis, Cuentos completos
Lydia Davis, Cuentos completos
jueves, noviembre 20, 2014
Galveston, de Nic Pizzolatto
Galveston no es una mala novela, o a mí no me lo parece. Y, sin embargo, creo que no soy el único lector (y fan de True Detective) que se ha decepcionado un poco con este libro. Quizá el problema es que habíamos encumbrado a Pizzolatto como guionista y productor de una de las mejores series de todos los tiempos y, es evidente, el nivel es distinto. No quiero que se me malinterprete: no soy de ésos que buscaban otro True Detective en formato de novela, pero sí buscaba ciertos ecos de la calidad de la serie, ciertas influencias y ciertos diálogos. Buscaba esa calidad.
Como digo, Galveston entretiene, y sí que contiene breves destellos de lo que luego haría Pizzolatto: por ejemplo, el torturado personaje principal, el protagonista, ciertamente comparte algunos rasgos con Rust Cohle (no quiero desvelar más por si alguien opta por leerla). También comparte cierta atmósfera turbia, esa sensación (aquí creada mediante las palabras) de que algo malo va a ocurrir. Así que lo repito: Galveston no está mal, es interesante, pero no esperéis maravillas. Y, sin embargo, escribo este post por estos dos pasajes, que merecen la pena:
Sacaron pecho y me lanzaron miradas sesgadas como puñales. Se miraron y volvieron a clavar en mí sus ojitos fríos, tercos y negros como los de un pez. He conocido tipos así toda la vida, palurdos de pueblo sumidos en un resentimiento permanente. De niños maltratan animales pequeños y al hacerse mayores azotan a sus hijos con el cinturón y estrellan sus camionetas por conducir borrachos, a los cuarenta descubren a Jesús y empiezan a frecuentar la iglesia y a ir de putas.
**
Un día naces y cuarenta años después sales renqueando de un bar, perplejo por todos tus achaques. Nadie te conoce. Conduces por oscuras carreteras y te inventas un destino porque la clave es seguir moviéndose. Así que enfilas hacia el último asidero que te queda por perder, sin tener ni idea de qué vas a hacer con él.
Como digo, Galveston entretiene, y sí que contiene breves destellos de lo que luego haría Pizzolatto: por ejemplo, el torturado personaje principal, el protagonista, ciertamente comparte algunos rasgos con Rust Cohle (no quiero desvelar más por si alguien opta por leerla). También comparte cierta atmósfera turbia, esa sensación (aquí creada mediante las palabras) de que algo malo va a ocurrir. Así que lo repito: Galveston no está mal, es interesante, pero no esperéis maravillas. Y, sin embargo, escribo este post por estos dos pasajes, que merecen la pena:
Sacaron pecho y me lanzaron miradas sesgadas como puñales. Se miraron y volvieron a clavar en mí sus ojitos fríos, tercos y negros como los de un pez. He conocido tipos así toda la vida, palurdos de pueblo sumidos en un resentimiento permanente. De niños maltratan animales pequeños y al hacerse mayores azotan a sus hijos con el cinturón y estrellan sus camionetas por conducir borrachos, a los cuarenta descubren a Jesús y empiezan a frecuentar la iglesia y a ir de putas.
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Un día naces y cuarenta años después sales renqueando de un bar, perplejo por todos tus achaques. Nadie te conoce. Conduces por oscuras carreteras y te inventas un destino porque la clave es seguir moviéndose. Así que enfilas hacia el último asidero que te queda por perder, sin tener ni idea de qué vas a hacer con él.
[Black Salamandra. Traducción de Mauricio Bach Juncadella]
miércoles, noviembre 19, 2014
Los javaneses, de Jean Malaquais
Jean Malaquais, "escritor en lengua francesa de origen polaco, naturalizado estadounidense" (según consta en la solapa del libro), permanecía inédito en España, pese a su prestigio en otros países. La editorial Hoja de Lata ha dado el primer paso para que lo conozcamos, con esta novela, Los javaneses, inspirada en los tiempos en los que el autor trabajó en las minas de plomo y plata que recrea en el libro. El segundo paso lo acaba de dar Sajalín Editores, que la semana pasada puso a la venta Sin visado, y que pronto leeré. Me interesa la vida de Malaquais, de quien nada sabía hasta ahora: tradujo a Norman Mailer y se convirtió en su amigo, despertó la admiración de escritores prestigiosos como el propio Mailer o André Gide, estuvo en el frente durante la Segunda Guerra Mundial, etcétera.
Lo que significa el título lo cuenta su traductora, Emma Álvarez Prendes, en la introducción: Los javaneses que evoca el título de este libro se hallan en Europa, más concretamente en la Provenza francesa, y han construido su Isla de Java particular en torno a una mina de plata y plomo, ficticia y real, de esta región. Allí han recalado decenas de trabajadores, venidos de muy diversas partes del planeta. Cada uno ha llegado con sus escasas posesiones materiales, su cultura, su idioma. Muy pocos comparten un mismo origen o una misma lengua. De ahí que para comunicarse hayan desarrollado una jerga propia, una jerga a la que han llamado "java", dado que en francés –lengua original de la novela– se denomina "javanés" a toda habla incomprensible.
No es un libro de lectura fácil, y me figuro que traducirlo ha sido una proeza porque, además de ser una novela coral, incluye esa mencionada jerga en bastantes pasajes. Os copio a continuación una nota del propio Malaquais, que revela bien su estilo, sus maneras directas, y dos fragmentos:
NOTA DEL AUTOR
El autor quiere aquí advertir a sus lectores de que a lo largo de los años ha introducido diversas correcciones en el texto, correcciones de estilo y –a su forma de ver– en la misma línea de su trabajo de 1939. Si algunos tiquismiquis se ofendiesen (lo cual se ha visto ya), les respondería lo siguiente: el autor se estima único juez, en tanto en cuanto tenga todavía los dos pies plantados sobre la tierra, de la forma en la que crea conveniente hacer danzar a sus javaneses.
**
Se acostumbra uno a todo, y antes que nada a lo increíble. Ningún golpe de martillo, ningún ruido de compresor, ningún trago de tinto más y ellos, los javaneses, estaban a mil leguas bajo tierra, acechando a su melancolía familiar como el cardiaco a su ataque. La melancolía debería estar ahí, en las estrías de la roca, en la boca de esta grieta, gusano tentaculado al acecho de sangre. Luego, poco a poco, algo insólito, sentían los minutos sucederse a los minutos, las medias horas a las medias horas, sin que les emboscara el cólico habitual. Increíblemente, se estaba operando en ellos un cambio, más radical que cualquier huida en el vino peleón, por hacer esta huelga en el tajo. La noche les parecía menos opaca, el horizonte menos plomizo, una fractura debilitaba la muralla. Colmadas trampas y ardides, arrasadas cancelas y torres de vigilancia, por fin ellos, emigrantes con escala prohibida, iban a poder echar raíces desde Samarcanda a Cacaland. Prodigio entre prodigios, la cuarentena tocaba a su fin y nunca más un alma vagabunda sería sarnosa.
**
Como los artríticos con la lluvia, los javeneses sentían llegar el domingo por los reflejos de su anatomía. Cuando los miembros pesaban una tonelada y el óxido agarrotaba las articulaciones significaba que la semana tocaba a su fin. Ese era su calendario, su efeméride de precisión. Por otra parte los javaneses, gente con experiencia, no contaban con que un maldito domingo borrara seis días de calambres. Fantaseaban con ello, bajo tierra es casi un imperativo, pero lo que se dice contar con ello pues no, no verdaderamente. La ida a la mina, la vuelta, las diez horas de trabajo romperriñones, las ocasionales ascensiones pedestres, les ahorraban el encanto de los espejismos.
[Hoja de Lata. Traducción de Emma Álvarez Prendes]
martes, noviembre 18, 2014
El nadador en el mar secreto, de William Kotzwinkle
Hace algún tiempo conté algo sobre William Kotzwinkle, así que os emplazo a ese post, por si alguien quiere saber más del autor. Aunque en Estados Unidos goza de bastante prestigio, me temo que en España no es muy conocido. Ojalá eso cambie con la publicación de esta novela breve y demoledora, en la que el escritor recrea (no es un spoiler porque en la publicidad del libro y en las entrevistas con Kotzwinkle se habla de esto mismo) la pérdida de su hijo.
A lo largo de 90 páginas, el narrador nos introduce de lleno en la noche del parto de su mujer, y lo hace mediante una escritura de una exactitud asombrosa, en la que no falta ni sobra nada y cada palabra está colocada y elegida en su justa medida. No sé si quienes no han sido padres (o madres) se sentirán tan arrastrados como yo por la historia y por los detalles, pero mientras leía los pasajes de Maternidad de Kotzwinkle me pareció regresar a ese momento, el momento del nacimiento de mi hijo, que os juro que es una experiencia que sólo puede entender del todo quien la haya vivido: el narrador, como digo, es preciso en cada uno de los detalles, y mientras lo leía pensaba: "Así es, así fue, Kotzwinkle sabe describir los estados de miedo y esperanza, de agobio y de incertidumbre". En algún pasaje, incluso, se me saltaron las lágrimas.
Navona comienza, con este título, una colección llamada "Los ineludibles", que, si no me equivoco, constará de cuatro títulos al año; títulos como éste, de culto en el extranjero, pero desconocidos en España. Espero grandes sorpresas en esta colección. Por último, una advertencia: este libro, de momento, no deberían leerlo quienes estén a punto de ser padres. Porque la historia deja tocado al lector. Que lo lean cuando haya pasado algo de tiempo y ya tengan a su bebé en los brazos. Os dejo con un extracto del inicio, en el momento en que la mujer ha roto aguas:
Ella lo miró con un castañeteo de dientes. No era lo que él había esperado; estaban los dos conmovidos y agitados como muñecos de trapo. Habían estudiado con atención los manuales de parto, habían practicado los ejercicios con regularidad y él había creído que el momento de la verdad sería una mera extensión de aquello, pero todo se había presentado sin transición. De pronto, se sentían arrastrados sobre un lecho rocoso. Ella tenía los ojos como una cría, llenos de asombro y terror, aunque conservaba la voz en calma y Laski se dio cuenta de que, pese al miedo y el castañeteo, estaba lista.
[Navona Editorial. Traducción de Enrique de Hériz]
viernes, noviembre 14, 2014
Esto es agua, de David Foster Wallace
Leí este texto (una conferencia muy breve que dio David Foster Wallace en una universidad norteamericana) hace tiempo, cuando la única posibilidad de acceder a él era mediante la compra del archivo digital. Detesto leer en la pantalla, pero lo pillé; y creo recordar que era barato. Pero, aunque el texto me gustó, el formato no me apasiona. Por eso soy de los pocos que, imagino, se lo habrán comprado también en papel. Para mí, leer en digital es como no tener nada, como leer agua: no me adapto, no sé fisgar adelante y atrás, no puedo oler las páginas, luego no soy capaz de encontrar el archivo en el disco duro. Ni siquiera lo recomendé por aquí. Ahora que lo tengo en papel, he podido disfrutarlo el doble (alguien me llamará dinosaurio, y tendrá razón, pero añadiré que me la suda: lo que me importa es mi propio goce). En cuanto al precio: ése es un asunto que no voy a discutir; evidentemente es caro, lo que indica que en algunas editoriales se están volviendo locos (por ejemplo: De la enfermedad, de Virginia Woolf, cuesta 8 euros y el texto de la autora apenas ocupa 30 páginas). Vale casi 14 euros y sólo los chiflados como yo lo compraremos.
Pero el libro, editado en pequeño formato y con tapas duras, es una minúscula joya del saber de DFW. Aquí ya no hay notas al pie, ni largas disquisiciones, ni frases interminables. Aquí hay apenas una frase por página, frases muy sencillas, pero que encierran pensamientos complejos (a mí me recuerda al libro de David Lynch, Atrapa al pez dorado). Eso quiere decir que el autor era bueno hiciera lo que hiciera. Voy a separar con espacios las frases de cada página, y así os dejo algunos ejemplos:
En las trincheras del día a día de la vida adulta, el ateísmo no existe.
No existe el hecho de no adorar nada.
Todo el mundo adora algo.
La única elección que tenemos es qué adoramos.
Y una razón excelente para elegir adorar a algún dios o alguna cosa de naturaleza espiritual –ya sea Jesucristo o Alá, Yavé o la diosa madre de la Wicca o las Cuatro Nobles Verdades o algún conjunto inquebrantable de principios éticos– es que prácticamente cualquier otra cosa que te pongas a adorar se te va a comer vivo.
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Y el supuesto "mundo real" no va a intentar disuadirte de que funciones bajo tu configuración por defecto, puesto que el supuesto "mundo real" de los hombres y del dinero y del poder ya va tirando bastante bien con el combustible del miedo y el desprecio, de la frustración, el ansia y la adoración de uno mismo.
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El tipo realmente importante de libertad implica atención, y conciencia, y disciplina, y esfuerzo, y ser capaz de preocuparse de verdad por otras personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, en una infinidad de pequeñas y nada apetecibles formas, día tras día.
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La verdad con V mayúscula tiene que ver con la vida antes de la muerte.
[Random House. Traducción de Javier Calvo]
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