viernes, diciembre 01, 2006

Libro: Elegía, de Philip Roth


Philip Roth nos cuenta la vida de un hombre, que podría ser cualquiera, y que arranca de su enterramiento para desgajar los recuerdos hacia atrás. En su brevedad (150 páginas) radica uno de los grandes aciertos de Elegía, este canto a la vida y a la muerte con portada de luto: en esas pocas páginas entramos y salimos en la biografía de un ser humano, obteniendo la impresión de que, en efecto, la vida es muy corta, demasiado corta. Con el truco de la brevedad material nos hace afrontar la brevedad temporal. Nuetra mortalidad. Atraviesan la novela, que se lee en un suspiro, los gajes del oficio de vivir: amores, sexo, noviazgos, matrimonios, infidelidades, divorcios, enfermedades, entierros, trabajo, dolor, culpa, arrepentimiento... Roth presenta a un individuo, que podría ser él mismo, que podríamos ser tú o yo, angustiado por la decadencia de su cuerpo (La vejez no es una batalla; la vejez es una masacre). Antes de dar la última boqueada, es ingresado una y otra vez en hospitales y debe aceptar todas esas ruinas corporales mientras, como el anciano de Magnolia, comienza a arrepentirse del daño que ha causado a sus ex mujeres, hijos y otros familiares. Cuando la Muerte asoma sus colmillos, la culpa lo corroe.

Elegía contiene alguna alusión shakespeareana: ese encuentro fortuito con un sepulturero que le revela cómo cava las tumbas. Y la narración de Roth no cae, por fortuna, en los modos y maneras de los telefilmes lacrimógenos (lógicamente: Roth es un maestro); sólo trata de afrontar con dignidad lo que va a venir, de resignarse, como en ese párrafo: (...) los días y las noches inciertas y la obligación de soportar impotente el deterioro físico y la tristeza terminal y la espera, la interminable espera de nada. Así son las cosas, se decía, esto es lo que no podías saber.