jueves, octubre 31, 2024

Películas que erizan la piel [Edición ampliada], de Vicente Muñoz Álvarez

 

La editorial Underdog Ventures acaba de estrenarse con la nueva edición (ampliada con 14 o 15 textos nuevos) de Películas que erizan la piel. Para mí es un libro muy importante. Lo leí hace años cuando salió en Canalla Ediciones y lo he releído ahora. Es uno de mis libros favoritos de los últimos tiempos porque en su repertorio hay muchísimas películas que no conocía y otras que no recordaba, en su gran mayoría de terror o suspense; y todas son obras que inquietan, bien porque su argumento es retorcido o porque sus personajes son siniestros.

No se me ocurre mejor idea para estos días de santos, muertos y terrores que comprarse este volumen, leerlo poco a poco y apuntar los títulos que uno no conozca y luego buscarlos en las plataformas (más de la mitad están disponibles en Filmin). En esta particularísima guía de horror e inquietudes Vicente nos descubre rarezas olvidadas, pelis menores pero de culto, incluso mediometrajes que ni siquiera se nos hubiera ocurrido ver. Hay una presencia notable de obras de los años 60 y 70 (los años de formación del autor), que no provienen sólo de Estados Unidos (como suele suceder en estos casos), sino de Italia, España o México. Vicente se ha visto 2.000 filmes, muchos de ellos infames, para extraer las 200 y pico pepitas de oro y plata que aquí nos muestra.

Algunos los conocemos porque son inevitables y necesarios en la selección (casos de Kubrick, Herzog, Cronenberg, Peckinpah…), pero están rodeados de sorpresas que las tendencias actuales han olvidado: títulos oscuros protagonizados por José Luis López Vázquez, reivindicaciones de Bryan Forbes y de Eugenio Martín y de James Watkins y de Eloy de la Iglesia…, propuestas recientes como las de Aislados, Cherry Tree Lane o el documental Los perversos rostros de Víctor Israel, clasicazos pequeños como la inglesa Plan siniestro o la mexicana El esqueleto de la señora Morales, el cine quizá menos conocido de Saura y de Eloy de la Iglesia y de Curtis Harrington…

Es un libro que me hubiera gustado escribir a mí. Vicente nos lleva por territorios oscuros y lo hace sin afán de sentar cátedra y dejando aparte los manierismos técnicos y los academicismos. A cada película le dedica unos pocos párrafos y nos da las pinceladas suficientes para que ansiemos descubrirla o revisarla. En el fondo es como si estuviéramos con él tomando cañas en una tasca de León y se pusiera a hablar de sus películas predilectas. Como esa deliciosa sección audiovisual del perfil de Instagram de Letterboxd (a la que soy adicto) en la que le preguntan a una estrella por sus Cuatro Películas Favoritas y a veces nos descubre joyas desconocidas, pero aquí se amplía a más de 200…

Desde mi primera lectura, en la que apunté, no sé, más de 100 títulos en la lista de películas pendientes, he visto ya unas cuantas y se lo agradezco al autor. A mi vez, las he ido recomendando por ahí. Este manual se sale de los márgenes y de lo establecido y un cinéfilo sólo puede celebrarlo leyendo y releyendo sus páginas.



[Underdog Ventures]

Cartel de Les femmes au balcon

 


Drop: primer cartel

 


En Aleteia: El club de los milagros

 

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Cartel de Bread & Roses

 


Glamourama, de Bret Easton Ellis

 

Glamourama es la narración en primera persona de un modelo descerebrado y aspirante a actor que no se entera de nada y se pasa los días entre drogas, estrellas, desfiles, chicas rompedoras, sesiones de fotos y conversaciones en las que siempre le dicen que le vieron en sitios en los que no recuerda haber estado.

He leído por ahí que la divertidísima Zoolander está en parte inspirada en esta novela y no me sorprendería. Lo gracioso del libro es que el protagonista es un lelo y un ignorante y está empanado, lo que provoca la hilaridad del lector cada poco.


Todo esto hace que la historia sea confusa y ambigua (algo deliberado por parte del escritor), pues como el narrador cuenta una historia en la que no tiene ni puta idea de lo que está pasando... nos transmite lo mismo a los lectores: no sabemos si está rodando una película interminable o si su mente desquiciada cree que vive en un rodaje. Esto funciona, además, como metáfora de la banalidad y la simpleza de esas personas a las que sólo les interesa su imagen y que acaban convirtiéndose en la nada más absoluta... pues una cabeza hueca no puede conducir a otra cosa que al vacío... por mucha fama y mucho dinero que su propietario maneje.


Y, por cierto, me parece admirable la manera en la que Bret Easton Ellis es capaz de nombrar a todo aquel que, a finales de los 90, estaba en la onda en el mundo del cine, la moda y la música. Ahí están todos.



[Ediciones B. Traducción de Camila Batlles Vinn]


The Brutalist: 2 carteles

 



Teri Garr (1944 - 2024)

 



Cartel de September 5

 


En Aleteia: LEGO Pixar BrickToons

 

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Cartel de Maria

 


Presence: 2 carteles

 



viernes, octubre 18, 2024

Una mujer afortunada, de Polly Morland

 

El germen de este libro es una maravilla de azares: la escritora Polly Morland vaciaba la casa de sus padres cuando le llamó la atención un libro caído en la parte posterior de la biblioteca familiar: un ejemplar de Un hombre afortunado de John Berger. Después de leerlo indagó un poco hasta comprobar que la zona rural de la que hablaba el autor estaba cerca de donde vivía ella. Allí contactó con la doctora actual, que se encargaba del mismo puesto que el médico sobre el que Berger había escrito.
 
Acompañada también de un fotógrafo (Richard Baker), que emula las imágenes de Jean Mohr, se propuso repetir el ejercicio, esto es, seguir los pasos de la doctora para comprobar cuánto habían cambiado los paisajes, las personas y el ejercicio de la medicina en estos tiempos.

Su propuesta, entonces, habla de Berger, de aquel doctor, de esta médica y de los mismos paisajes, aunque algunas dolencias y enfermedades han cambiado. Su doctora tiene que tratar numerosos casos de ansiedad, depresión, tendencias suicidas y covid (el libro abarca el tema de la pandemia). Pero trata de hacerlo con los mismos materiales que aquel doctor de los 60: conociendo a los pacientes. Unos fragmentos:

Un paisaje no sabe quién construirá una vida entre sus pliegues y ondulaciones, quién caminará por sus senderos y respirará su aire.

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Encontré un libro que nadie había abierto en casi cincuenta años. Hacía media vida que se había caído detrás de la biblioteca de mis padres, pero jamás llegó a tocar el suelo, sino que, enganchado en un puntal metálico, colgaba en el aire, suspendido. Una edición antigua, en rústica, de
Un hombre afortunado, de John Berger, publicado por Penguin, todavía con el precio: cuarenta y cinco peniques de los nuevos o nueve chelines.

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Como era de esperar, Un hombre afortunado se desarrolla en el mismo valle, remoto y rural, que ha sido mi hogar en la última década. Es el relato de las seis semanas de 1966
que el crítico y escritor John Berger y el fotógrafo Jean Mohr dedicaron a documentar el trabajo del médico local.
Eso fue precisamente lo que hizo que se me parara el corazón, pues ése no sólo era mi hogar, mi valle, sino que también conocía a la doctora, la sucesora de aquél, la mujer que hoy atiende a los habitantes de este lugar. Sabía que las dos éramos más o menos de la misma edad, casi la misma del ejemplar que tenía en las manos. Sabía que la doctora llevaba veinte años repartiendo su tiempo entre los dos consultorios gemelos que hay en sendas vertientes del valle. Sabía que la gente confiaba en ella y que ella amaba su trabajo, que rara vez se tomaba un día libre. Sabía que los pacientes comentaban lo inusual que es hoy en día contar con un médico de familia como ella, casi un vestigio del pasado. Tal vez fuera una mujer afortunada, como su predecesor, pero a continuación pensé: “Dios mío, menuda época para ser médico”.



[Errata Naturae. Traducción de Vanesa García Cazorla]

Trailer de The Order

 

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Cartel de The Monkey

 


Cartel de Armor

 


En Aleteia: Jim Henson. Idea Man

 

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Michel Blanc (1952 - 2024)

 


Cartel de Becoming Hitchcock - The Legacy of Blackmail

 


Emilia Pérez: nuevo cartel

 


Un hombre afortunado, de John Berger

 

[…] la enfermedad es con frecuencia una forma de expresión, más que una rendición del cuerpo a las contingencias naturales.

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La conciencia de la enfermedad es una parte del precio que primero pagó el hombre, y que sigue pagando a cambio de poder ser consciente de su propia identidad. Esta conciencia de la enfermedad aumenta el dolor o la incapacidad. Pero la conciencia de la propia identidad de la que es resultado es un fenómeno social, y con ella surge la posibilidad de tratamiento, la posibilidad de la medicina.

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A veces sucede algo similar con la muerte. El médico está familiarizado con ella. Cuando vamos o llamamos al médico, le pedimos que nos cure y que alivie nuestra dolencia, pero si no nos puede curar, también le pedimos que sea testigo de nuestra muerte. Su valor como testigo radica en que ha visto morir a muchos otros.

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El médico se convierte en el intermediario vivo entre nosotros y la multitud de los muertos.

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La enfermedad separa y fomenta una forma distorsionada y fragmentada de la identidad.

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¿Qué significa la palabra “depresión” para alguien que está deprimido? No es más que un eco de su propia voz.

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La angustia no siempre va acompañada del llanto. Puede estar contenida, y con mayor amargura, en el odio, en la venganza o en esa manera medio burlona de anticipar la crueldad con la que los desesperados aguardan a veces su propia destrucción. Pero toda angustia, al margen de su causa, ya sea ésta racional o neurótica, devuelve al que la sufre a una infancia que aumenta su desesperación.

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La irreversibilidad del tiempo es algo de lo que los niños pequeños son plenamente conscientes, aunque el concepto no signifique nada para ellos. Viven con esa irreversibilidad. En la infancia no se dan esas repeticiones inevitables. “Lunes, martes, miércoles. Abril, mayo, junio. 1924, 1925, 1926” representa la antítesis de la experiencia infantil. Nada se repite, lo que, por cierto, constituye una de las razones de que los niños pregunten insistentemente si ciertas cosas van a volver a pasar.

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Una de las fantasías más generalizadas entre los adultos es creer que hay segundas oportunidades. Los niños, a no ser que los adultos los convenzan o los sobornen, saben que no existen. La forma en la que necesariamente se enfrentan a la experiencia imposibilita que puedan considerar esa idea.

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Cuando estamos angustiados, volvemos a la primera infancia porque es en ese periodo de la vida cuando aprendimos a sufrir la experiencia de la pérdida total.

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Lo único que sé es que la sociedad actual desaprovecha y, al hacer prevalecer la hipocresía, vacía la mayoría de las vidas que no destruye; y también que, en los términos de esta sociedad, un médico que no se limita a vender curas, ya sea directamente a sus pacientes o a través de los servicios estatales, es inestimable.



[Alfaguara. Traducción de Pilar Vázquez]

Trailer de Bird

 

Aquí

Small Things Like These: nuevo cartel

 


We Live in Time: 2 carteles

 



viernes, octubre 11, 2024

La última novela, de David Markson

 

La cortesana Lais, que en una ocasión afirmó que no sabía nada en absoluto sobre la supuesta sabiduría de los poetas y los filósofos, salvo que llamaban a su puerta tan frecuentemente como los demás hombres.

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No escribe sobre algo; escribe algo.
Dijo Samuel Beckett con respecto a Joyce.

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Tienes que leer mil quinientos libros para poder escribir uno.
Fue la manera de decirlo de Flaubert.

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La gente se exaspera cuando no entiende la poesía y desprecia la poesía que entiende sin esfuerzo.
Dijo Eliot.

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Byron, con amistosa confianza, a los amigos cuyo silencio daba a entender que no admiraban especialmente su Don Juan:
Os deseo a todos un mejor gusto.

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No hay manera de ser un escritor creativo en Norteamérica sin ser un perdedor.
Dijo Nelson Algren.

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¿Qué edad tendrías si no supieras qué edad tienes?
Preguntó Satchel Paige.

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La anécdota según la cual para evitar que se pasara dieciséis horas al día sentado leyendo, los padres de Edmund Wilson le compraron un uniforme de béisbol. Que él se puso muy contento y con el que se pasaba dieciséis horas al día sentado leyendo.

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La vejez no es para cobardes.
Dijo Bette Davis.



[Sexto Piso. Traducción de Mariano Peyrou]

Cartel de The Most Precious of Cargoes

 


En Aleteia: Las tres hijas

 


Robert Coover (1932 - 2024)​

 


Anora: 3 carteles

 





Cartel de Mickey 17

 


viernes, octubre 04, 2024

La reina del Islote de Tierra, de Donal Ryan

 

Días atrás recomendaba aquí Amada y perdida, una novela sobre 3 generaciones de mujeres que vivían sin hombres: la abuela, la madre y la hija. Y casualmente otra de las novedades de septiembre, que acabo de leer, sigue un patrón parecido: La reina del Islote de Tierra cuenta la historia de varias mujeres solas, aquí irlandesas: la abuela paterna (Mary), la madre (Eileen) y la hija (Saoirse), que bastantes páginas más adelante acabará teniendo a su propia hija (Pearl).

La historia abarca desde la muerte del padre de Saoirse cuando ella apenas tiene unos días de vida hasta el momento en que Pearl se va del nido familiar. Son mujeres que no tienen un tipo al lado, bien porque murió joven o porque nunca se le dijo que había sido padre (en el caso de Saoirse: su hija fue resultado de una noche loca con un desconocido) o porque acaba siendo un desalmado (caso de un personaje que se relaciona con Saoirse).

Donal Ryan, de quien por aquí vamos leyendo todo lo que publica Sajalín, construye la novela con una estructura que no es fácil de sostener: cada capítulo abarca sólo 1 página por las 2 caras. Mantener ese ritmo, como si fueran historias breves y fragmentarias en un libro de 250 páginas, no es nada fácil y él lo logra sin que decaiga el interés. Ése es uno de sus logros. El otro es cómo nos involucra en las vidas de 4 mujeres fuertes, tozudas, independientes, que fueron madres muy pronto y que aprendieron a sobrevivir en un entorno rural en el que no faltan los cotilleos vecinales ni las rencillas familiares. Por cierto, con este libro celebra la editorial su publicación número 100. Podéis leer el primer capítulo aquí.



[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo]

Kris Kristofferson (1936 - 2024)​

 


Trailer de Juror #2

 

Aquí

John Amos (1939 - 2024)

 


En Aleteia: Beetlejuice Beetlejuice

 

Aquí

Monster Summer: nuevo cartel

 


Tom Spanbauer (1946 - 2024)

 


Cartel de Absolution

 


Cartel de Babygirl

 


John Ashton (1948 - 2024)

 


viernes, septiembre 27, 2024

Amada y perdida, de Susie Boyt

 

Uno de los atractivos de esta novela (escrita por la hija de Lucian Freud y bisnieta de Sigmund) es que presenta el desarraigo familiar desde 3 perspectivas femeninas: la abuela y narradora, Ruth, que sufre porque su hija es drogadicta y no logra mantener una relación estable con ella; la madre, Eleanor, que a causa de las drogas acaba dejando que su niña se críe con la abuela; la hija, Lily, que crece sin una madre pero con una abuela que ejerce como tal. La nieta se convierte, así, en el centro de todo, y es quien consigue que la abuela recobre las ganas de vivir. En la narración hay una frase que me parece clave: Abandona a tus hijos y estarán obsesionados contigo toda la vida –leí una vez–, pero ¿qué pasa cuando son ellos los que te abandonan a ti?

Otra de las sorpresas (y rarezas) es que está contada como si fuera una narración clásica, muy alejada de la sordidez habitual de las novelas sobre toxicómanos. Y la tercera es el giro que dan en el último capítulo, que para mí es el mejor acierto del libro porque resulta inesperado y nos da otra visión del asunto. El libro está nominado al Prix Femina Étranger. Boyt es, sin duda, una gran escritora, muy emocional. Aquí va un extracto:

Nos habíamos sentado en mi salita, distribuidas entre las butacas verde mar y el viejo sofá azul, susurrando mientras Lily dormía en la habitación contigua. Cuando nadie hablaba, se podía oír su respiración. Me encantaba oírla dormir porque sonaba como si estuviera inhalando vida. Todas querían noticias de Eleanor, o al menos preguntaron por ella, pero yo nunca sabía qué decir. “Sigue como siempre”, respondía evasiva algunas veces, o con ironía: “Bueno, ya sabéis”, pero era difícil dar con el tono adecuado. Hace unos años cometí un error y les dije a sus oídos ansiosos: “Está estable”, pero me refería a que no me constaba ningún deterioro reciente, y eso no es el significado exacto de “estable”. Al principio lo tomaron como una declaración de mejoría y me dedicaron amplias sonrisas comprensivas y felicitaciones con los ojos empañados, pero ninguna volvió a insistir cuando se dieron cuenta del malentendido. A veces me preocupaba que mi tristeza les pareciera insuficiente o que pensaran que me había faltado valor. Siempre percibía cualquier enrarecimiento del ambiente: inquietud, juicios, una extraña presión anárquica que me endurecía.
Flotaba en el aire la idea de que tener a Lily compensaba de varias formas la pérdida de Eleanor. Cuando, a través del monitor, la escuchaba asimilar su día en forma de cómicos murmullos mientras yo me sentaba a corregir en la mesa de la cocina, sí que había una especie de luminosa perfección entre nosotras dos. Yo siempre sonreía porque cuanto más cansada estaba Lily, más internacional sonaba su monólogo. Pero si Lily llegaba a creer que era su trabajo repararme, entonces yo habría fracasado por partida doble.



[Muñeca Infinita. Traducción de Magdalena Palmer]

Cartel de Beating Hearts

 


En Aleteia: Con la marea (The King Tide)

 

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