Os felicito el año 2008, año de la resaca, con las dos mejores postales de felicitación que he recibido estos días. ¡¡¡Suerte!!!
"En lo que me concierne, no soy un escritor, soy alguien que escribe…" (Thomas Bernhard)
lunes, diciembre 31, 2007
Último fragmento
¿Y conseguiste lo que
querías en esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado sobre la tierra.
Raymond Carver, Todos nosotros
querías en esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado sobre la tierra.
Raymond Carver, Todos nosotros
El combate
Debes evitar el empacho. Debes evitar hacerle el juego a las televisiones, que alimentan sus telediarios y sus shows matinales con los consejos de los expertos y los nutricionistas y al mismo tiempo saturan los espacios publicitarios con cebos para incitarnos al consumo. Sale un tipo en la televisión diciendo que debemos tomar más sopas, frutas y verduras y, durante los próximos minutos, esa misma cadena anuncia jamón ibérico, fabada de lata, champán y hamburguesas. El peligro de las comilonas y las cenas y demás banquetes no está tanto en la gula individual, sino en el afecto de las mujeres. Madres, esposas, tías, abuelas, que cocinan con más cariño que los hombres, pero también insisten más en atiborrarnos de comida. Suponen, al menos en mi caso, un peligro saludable, un hacha de doble filo. Quiero decir que nos alimentan, y nos alimentan bien, pero corremos el riesgo de no poder movernos tras cada cena. Hay que andarse con cuidado. Luego nos toca recurrir al bicarbonato, a las sales de frutas, al Almax y al reposo, y no es plan.
Por lo general (aunque en la cena de Nochebuena nosotros hemos cenado lo justo y me he librado del temido empacho), en estas fechas hay un combate, una lucha de poder. No es un combate muy distinto de la esgrima. Tú eres el comensal, el tipo que espera sentado en su silla. Entonces, en lontananza, se aproxima una mujer. Puede ser tu madre, o tu mujer, o tu abuela, o tu tía. En una mano sujeta la bandeja del asado. En la otra, el cucharón para servirte. Ella intentará hacer el gesto de llenar ese cucharón y servirte el doble de alimento de lo que tu estómago pueda resistir. Si puedes comer dos tajadas, tratará de ponerte cuatro o incluso cinco pedazos. Hay que decirles que se detengan antes de que levanten la bandeja. Hay que prevenir. Soltar el stop antes de recibir la primera tajada supone que capten el ruego cuando su cerebro sabe que van a depositar tres trozos en tu plato. Es posible que insistan, y entonces empezará el baile. Levantas el plato con una mano y tratas de retirarlo, de retroceder, de huir de la carne cuya sola visión empieza a saturarte. Es un retroceso parecido al que vemos en la esgrima. Y, si retrocedes, es porque estás perdiendo y sólo queda la retirada. El plato se mueve por la mesa conducido por tu mano, y tras él, en brutal persecución, acude la cuchara de servir. Estás sentado y ella, o ellas, de pie, de modo que tienes las de perder. Te ganan en altura y la altura es una ventaja. Aquello te recordará al famoso pasaje de la lucha entre Peter Pan y el Capitán Garfio. Garfio es más alto y avanza unos pasos en dirección a su enemigo, y casi lo arredra y se lo come, porque el niño retrocede mientras encaja las fintas. Pero Peter Pan no juega limpio y por eso vuela y se pone a la altura de Garfio y gana el combate. A veces, y creo que no exagero mucho, cuando uno se sienta a cenar o a comer en estas fechas, nota una legión de aeronaves que le atacan por todas partes. Son los platos. Se siente uno Luke Skywalker abriéndose camino en la superficie de la Estrella de la Muerte, mientras lo bombardean por cada flanco.
Créeme, sé de lo que hablo. Considérate un ganador si logras comer sólo el doble de lo que tu estómago puede albergar. Porque ellas intentarán que comas el triple de tu capacidad. Huye, en fin, de los empachos, aunque sea para no tener que hacerle el juego a la televisión, que te atormenta por un lado con los consejos de los nutricionistas mientras por el otro te bombardea, a su manera, con publicidad de productos grasos que facilitan la mala digestión. Esto lo digo sin acritud y en broma. Que nadie se ofenda. Porque, ¿qué haríamos nosotros sin esas mujeres que nos cuidan?
La calma de la sobremesa
Me fui a la cama cuando estaba a punto de clarear. Era el día de Navidad. Unas pocas horas después, me desperté. Cansado, pero incapaz de conciliar el sueño otra vez. Sin hambre. Se había pasado la hora de comer. Todo lo que me apetecía en ese momento era salir a la calle y dar un paseo. Tirarme en brazos de la ciudad y que ésta me volviera a acoger. Si te apetece dar un garbeo por la ciudad, de día, la hora ideal es después de la comida de Navidad. Porque no hay nadie por ahí. Porque no hay ruidos que agravien tus oídos. Porque no hay tráfico que enturbie tus pensamientos o castigue tus pulmones. Porque es una sensación maravillosa. Porque a todo el mundo le parece una chifladura. Porque nadie más lo hace.
Es el momento ideal para acercarse espiritualmente (por decirlo de alguna manera) al lugar en el que naciste. No hacía demasiado frío. Se aproximaba una tarde tranquila, aunque al caer la noche llovería un poco. El sol calentaba mis hombros y se veía medio emboscado por un cielo lechoso. Nubes grises y blancas. Un sol que parecía blanco, en vez de amarillo. En las calles secundarias, apartadas del centro de la ciudad, sólo escuchaba el eco de mis pasos. De vez en cuando, algún coche rompía la calma. Sólo duraba unos segundos. Me acodé en un mirador, a observar el río. Al principio no quería que nadie lo supiera. Si uno dice que se ha ido a dar un paseo hasta el Duero, tras la sobremesa de Navidad, probablemente el resto del mundo crea que ha perdido la chaveta. En mi casa debieron pensarlo. Pero es una terapia magnífica para hacer recuento de los errores del año, para reflexionar, para volver a los orígenes. Luego crucé, acompañado, el Puente de Piedra. La compañía es imprescindible. Era un placer sentarse allí, a la orilla de las aguas, y escuchar el rumor del río. Sólo se oía el sonido de la corriente, del agua formando brotes de espuma por encima de las piedras. Nada más. Ni ruido de conversaciones. Ni motores de coche. Ni el petardeo de las motocicletas. Ni el estruendo de los móviles de la gente. Agua y cielo. Calma y rumores de río. Al fondo, La Catedral, tal y como ha salido retratada hace poco en el suplemento cultural de un periódico inglés. Esto es todo lo contrario a lo que uno ha vivido en el tumulto de las noches previas, en su ruta de bares y garitos. Uno es hombre de contrarios y de paradojas. A uno le gustan los decibelios y el ambiente nocturno, pero también le entusiasma lo contrario, o sea, la ciudad en pleno día y sin nadie por sus calles, la paz del Duero y su hechizo natural.
Hay gente que, harta de estruendo, de tráfico, de humos, de ruidos, de transeúntes, de discusiones familiares, acaba viajando al campo. A veces no hace falta irse tan lejos para descansar un rato los oídos y serenar la mente. Basta con aproximarse al río. Yo escojo el río porque es mi rincón favorito, y el que resume sus señas de identidad. Pero hay otros lugares. Otros escondrijos. Calles apartadas. Bosques. Aceñas. Muros. Ya digo que es posible que alguna gente piense que esta actitud es de locos. En absoluto. La posibilidad de ponerme junto al río tras una caminata de quince minutos después de salir de casa no es algo que tenga todos los días en la capital en la que vivo. Por ese motivo, siempre que reúno ganas voy hasta allí. Bebo el paisaje. Lo guardo para las evocaciones y los sueños. Le rindo homenaje. Luego las heladas te conminan a regresar. Se te congelan los dedos y las narices. Te acechan el hambre y el sueño, el cansancio y las ganas de refugio. El reposo a la vera de la calefacción. La almohada y lo confortable que ésta resulta tras varias horas de rondar por ahí.
Historia contemporánea
Los divinos y horteras años ochenta: en aquel tiempo nacieron numerosas bandas de rock en la ciudad. También hubo grupos de música heavy, o de pop, pero estaban en auge el tupé y las patillas y el rock ganó la partida. Las bandas lograron salir adelante con poca pasta, mucha ilusión y ninguna ayuda. Programaban conciertos. En bares, en verbenas, incluso colándose en festivales independientes. Algunas grabaron maquetas. No solían contar con el apoyo y la financiación de las instituciones que siempre velaron por la paz de la provincia. Sois demasiado jóvenes. Sois demasiado viejos. Sois demasiado ruidosos. El rock no vende. Lo que a la gente le gusta es el folclore. Si te apoyo a ti, tendría que apoyar a todos los demás, y, como comprenderás, no hay presupuesto. No sé, tal vez el año que viene. Volved el año que viene con la misma propuesta, y ya veremos. Las bandas se pagaron el alquiler de sus locales para ensayar. Pero el dinero no crece en los árboles y pronto tuvieron que renunciar. La falta de ayuda, la ausencia de apoyo, el dinero invertido en los ensayos, el alquiler de tugurios, la pasta que cuesta grabar una maqueta. Y, además, la escasez de garitos donde no viniera la policía a disolver el concierto, donde no bajara el vecino a quejarse, donde no le pusieran multas al dueño del bar. Lo cual desembocó en la disolución de las bandas locales, que dio lugar a la elección de una de estas dos actitudes: poner el candado y dedicarse a otra cosa en la ciudad; o hacer la maleta e irse con viento fresco a otras provincias, buscando el apoyo que aquí no encontraban.
Tal vez por esa época, o un poco más tarde, aunque en cualquier caso la fecha no tiene importancia, hubo otros jóvenes que prefirieron consagrar sus esfuerzos y sus ahorros a poner en pie otros proyectos. Rodaban cortometrajes. Sin ayudas. Sin apenas dinero. En las instituciones les venían siempre con el mismo cuento. Las mismas excusas o mentiras que les endosaban a los tipos de las bandas. No podemos apoyaros a todos. El proyecto no interesa. No vende. No nos parece que un cortometraje tenga interés cultural. Además, es una ficción. Es una idea tuya. Funcionaría si me hablaras de otras cosas: del queso de la tierra, del burro autóctono, de algo así. No, chaval, lo tuyo no interesa. Y aquellos jóvenes que querían ser directores de cine y que dieron sus primeros pasos haciendo cortometrajes con sus ahorros o con la ayuda de sus familias, terminaron cerrando su propio chiringuito. Y tuvieron que afrontar una de esas dos decisiones: quedarse y olvidar su pasión; o hacer la maleta y buscar fortuna en otros lares. Tal vez por esa misma época salieron de las universidades unos cuantos chavales con ideas. Con proyectos. Con iniciativa. Se encontraron de regreso a su tierra, con la esperanza de hacer realidad sus sueños. Se dieron de bruces con la desidia. Con sus currículums hechos pedazos en las papeleras. Con cartas de “Vuelva usted mañana y ya veremos”. Les dieron con la puerta en las narices. Así que renunciaron. Alumbraron sus proyectos en otras tierras. O cambiaron de idea, se metieron a trabajar en una fábrica o en una tienda y dijeron adiós a los sueños. La emigración o la renuncia.
Junto a estos jóvenes que iban preparados para construir el futuro había otros muchos con intereses similares: actores, poetas, escritores, guionistas, escultores, empresarios, pintores, dibujantes. Etcétera, etcétera. Todos ellos vieron que, en otras ciudades, a los talentos locales más o menos se les apoyaba. Pero aquí no. Aquí tuvieron que renunciar o irse. Y esta es nuestra historia contemporánea. Historia de Zamora. Unos lo llaman victimismo. Otros lo llamamos realidad.
viernes, diciembre 28, 2007
Mañana, en León
luces estroboscópicas en navidad: un homenaje a Charles Bukowski
LECTURA Y MÚSICA EN DIRECTO:
VICENTE MUÑOZ ÁLVAREZ
JORGE PASCUAL
SILVIA D CHICA
JOHN- FLAMENCO
MARCOS Y RAMÓN- JUNTOS EN ACCIÓN
Sábado 29 de diciembre a las 21:00 h. en el C.C.A.N. ( León ). Entrada libre.
Gris
No lo oculto: tenía ganas de pasar una temporada en mi ciudad natal. Lo que ocurre es que resulta muy diferente lo que uno cree que va a hacer y lo que luego, finalmente, hace en realidad. Unos días antes de venir a pasar las navidades me imaginaba a mí mismo dando paseos por las callejuelas del casco antiguo, haciendo varias visitas a mis parientes, entrando y saliendo de los comercios, yendo de un lado para otro. Pero luego llega la realidad, y esto es lo que uno hace: por el día, leer mucho; por la noche, ir a los bares. En este sentido, el Ávalon Café es como mi segundo hogar. Cada época de nuestra vida tiene un garito en el que pasar más horas que en el resto de locales. Por la tarde se engancha uno a los libros y se dice: “Saldré en breve, voy a leer un par de capítulos más”. Pero no sale. La farra nocturna, además, le deja a uno agotado para el día entero.
Me cuesta reconocer la ciudad en esas caminatas breves desde casa hasta los bares. A mí me parece (pero podría estar equivocado) que la ciudad tuvo una vez sus señas de identidad. Calles y edificios y baldosas que habían arraigado en nuestra memoria y que estaban bien, o por lo menos no desentonaban. En mi recuerdo, Santa Clara, una calle por la que evito pisar cuando hay gente, o sea casi siempre, es un lugar de baldosas de color rosado, de tonos salmón. Luego, cuando regreso y paso cerca de Santa Clara y miro hacia allí, la realidad me asesta un puñetazo. Y me doy cuenta: esa calle ya no es la misma, no tiene baldosas de color, sino que han sido sustituidas por el gris. Ese baldosín de la China, o de donde sea, que posee el tono de la tristeza y la tendencia a ensuciarse demasiado. Ese mismo tono apagado, que invita a la depresión cuando uno camina una noche laborable por la ciudad, es el mismo de San Torcuato. Y compruebo, compungido y un poco soliviantado, que es idéntico al de otras calles que estos días terminan de “arreglar”. Veo farolas que, como dice un amigo, no están mal, pero que estéticamente no pegan con su entorno. Veo plazas a las que robaron la alegría y la sustituyeron por un patrón, por unas señas de identidad que se repiten en otros puntos de la urbe. Veo luces en el suelo que me recuerdan a las pistas de un aeropuerto. Ese es el mundo hacia el que caminamos: calles idénticas, parques idénticos, fuentes y rotondas idénticas, mentes y actitudes idénticas. Ese tipo de igualdad, a la postre, es una basura. Parece que nuestros políticos creen que el futuro y el progreso consisten en cargarse los árboles, los jardines, las plazas y las farolas de toda la vida y sustituirlos por baldosas tristes, plazas mustias y columpios de plástico.
A pesar de que, en cada regreso a esta provincia, compruebo con mis propios ojos todos estos cambios, la memoria es caprichosa y un poco dictadora y, cada vez que evoco sus calles cuando estoy lejos, éstas vuelven a ser como eran antes de marcharme de aquí. Se detecta un contraste entre la estética actual y gris de la ciudad y el espíritu juvenil y entusiasta de las nuevas generaciones. Quiero decir que las nuevas generaciones, “los que vienen detrás”, tratan de añadirle colorido a la ciudad. Quieren hacer cosas, contribuir al sentido cultural de la ciudad, formar bandas de música o rodar cortometrajes o escribir libros que las instituciones locales jamás apoyarán, celebrar conciertos, enchufarle algo de vida a este sitio. Dicen las encuestas que a los ciudadanos les preocupa menos la despoblación. A mí todavía me preocupa, porque la historia de aquí consiste en movimientos migratorios y talentos desaprovechados que se largan. Pero, de ese asunto, quizá hablemos otro día.
jueves, diciembre 27, 2007
Deseo / Peligro
En la cartelera de estas fechas, agobiada de productos infantiles, se agradece el estreno de la nueva película de Ang Lee. Fiel a su estilo, el director te acaba atrapando en la sutil tela de araña que teje entre los personajes. Por cierto, es una de las pocas películas en que el acto sexual parece de verdad, y no una mera sucesión de postales. Recomendable.
Guitarra y violonchelo
El viernes vine a Zamora, a pasar estos días navideños. Pero la víspera, el jueves por la noche, me despedí temporalmente de la ciudad, Madrid, acudiendo al directo que ofreció Brett Anderson en un teatro. Por lo general, cuando a alguien le dices que has ido a escuchar a Brett Anderson te responde que no sabe quién es. “¿Brett qué?” Bueno, no pasa nada, a mí me ocurría lo mismo hasta hace poco. A tu interlocutor le dices: “Es el vocalista de Suede”, y entonces todo el mundo lo entiende. Anderson aún sigue aplastado por el éxito de su antigua banda, Suede, y le será difícil que el público se aprenda su nombre. Su disco en solitario es bueno, pero la sombra de aquel grupo es todavía muy alargada.
El concierto empezaba más pronto de lo habitual. Abrían las puertas a las ocho y media hora después empezaban los teloneros. Aquella tarde en la ciudad se percibía el ambiente de locura propio de la víspera de las vacaciones. Más gente en el metro, vagones atestados, mucha prisa, un caos total que le inoculaba a uno ese estado de nervios que te obliga a volver cuanto antes a casa. Había que ir a la Casa de Campo para asistir al directo. Lo habían programado en un teatro cuya fachada parecía una iglesia. Una de esas iglesias modernas y horribles que dejan una sensación de vacío y de náusea en cuanto uno las ve. Yo no voy a la iglesia, salvo en ocasiones especiales como las bodas o los funerales, pero me gusta que el exterior sea (y parezca) antiguo, con manchas en las piedras y el tiempo haciendo su trabajo. Pero me estoy yendo por las ramas: el teatro de la Casa de Campo no es una iglesia moderna, sólo lo parece. El exterior, en fin, no me gustó. La primera sorpresa, al entrar en el patio de butacas, fue la escasa afluencia de público. Las butacas rodeaban el escenario en forma de U invertida. Y las butacas de los extremos de esa U estaban vacías. El concierto incluía un descanso hacia la mitad, que aprovechamos unos cuantos para cambiarnos de sitio y ver el escenario desde otra perspectiva. Al principio nos sentamos junto al lado izquierdo del escenario, en la primera fila. Pero desde allí hubo varios incordios visuales: un foco enorme, los músicos alejados de aquella zona, el enorme piano tras el que, cuando Anderson se sentaba a tocar, sólo se le veían las piernas. En el descanso nos fuimos al lado derecho, más cerca de los artistas y con buena visibilidad. Anderson no estaba solo, pero casi. Se hizo acompañar de la violonchelista Amy Langley. Él cantaba; y tocaba la guitarra y, a veces, el piano. De vez en cuando a las celebridades de la música les encanta ofrecer conciertos para unos pocos. Salas pequeñas, teatros confortables, sitios así, donde tal vez se sientan más cómodos, donde no afronten la responsabilidad de entretener a la masa, sino sólo a unos cuantos.
El directo tuvo un tono melódico y tranquilo, con canciones lentas. El piano y el violonchelo no hubiesen funcionado en una sala grande con el público en pie, berreando y bebiendo cerveza. Lo cierto es que Anderson y Langley dieron una lección. El sonido era perfecto, mucho mejor que en la mayoría de los garitos habituales de la ciudad en los que suelen programar conciertos. El público, aunque escaso, estaba entregado. Coreando algunos temas, aplaudiendo en cuanto Anderson enlazaba dos canciones. Las chicas estaban desatadas, soltándole piropos al cantante en inglés y en español. En el último tema, pidió a la gente que se levantara de sus asientos y se aproximara al escenario, con las manos apoyadas en la tarima y muy cerca de ambos músicos. Y, por cierto, pocos medios asistieron al evento.
miércoles, diciembre 26, 2007
Citas. 69
A lo mejor, cuantas más sensaciones experimente una persona en su vida diaria, más tiempo parece que las sienta. Cuando uno se hace mayor, experimenta menos cosas nuevas, y por eso el tiempo parece más rápido.
Douglas Coupland, La vida después de Dios
tira los dados
si vas a intentarlo, ve hasta el
final.
de otro modo, no empieces siquiera.
si vas a intentarlo, ve hasta el
final.
tal vez suponga perder novias,
esposas, parientes, empleos y
quizá la cabeza.
ve hasta el final.
tal vez suponga no comer durante 3 o
4 días.
tal vez suponga helarte en el
banco de un parque.
tal vez suponga la cárcel,
tal vez suponga mofas,
desdén,
aislamiento.
el aislamiento es la ventaja,
todo lo demás es un modo de poner a prueba tu
resistencia, tus
auténticas ganas de
hacerlo.
y lo harás
a pesar del rechazo y las
ínfimas probabilidades
y será mejor que
cualquier otra cosa
que pudieras imaginar.
si vas a intentarlo,
ve hasta el final.
no hay sensación
parecida.
estarás a solas con los
dioses
y las noches arderán en
llamas.
hazlo, hazlo, hazlo.
hazlo.
hasta el final.
hasta el final.
llevarás las riendas de la vida hasta
la risa perfecta, es
la única lucha digna
que hay.
Charles Bukowski, lo más importante es saber atravesar el fuego
final.
de otro modo, no empieces siquiera.
si vas a intentarlo, ve hasta el
final.
tal vez suponga perder novias,
esposas, parientes, empleos y
quizá la cabeza.
ve hasta el final.
tal vez suponga no comer durante 3 o
4 días.
tal vez suponga helarte en el
banco de un parque.
tal vez suponga la cárcel,
tal vez suponga mofas,
desdén,
aislamiento.
el aislamiento es la ventaja,
todo lo demás es un modo de poner a prueba tu
resistencia, tus
auténticas ganas de
hacerlo.
y lo harás
a pesar del rechazo y las
ínfimas probabilidades
y será mejor que
cualquier otra cosa
que pudieras imaginar.
si vas a intentarlo,
ve hasta el final.
no hay sensación
parecida.
estarás a solas con los
dioses
y las noches arderán en
llamas.
hazlo, hazlo, hazlo.
hazlo.
hasta el final.
hasta el final.
llevarás las riendas de la vida hasta
la risa perfecta, es
la única lucha digna
que hay.
Charles Bukowski, lo más importante es saber atravesar el fuego
Lenguajes distintos
Creo que, en esto, todos estamos más o menos de acuerdo: una serie de televisión o una película inspiradas en un libro no superan la calidad y la enjundia de ese libro, salvo casos aislados y raros milagros. Hay, sin embargo, algo que mucha gente no tiene en cuenta: que el lenguaje visual y el literario son radicalmente distintos. Si las películas empezaran como las novelas, nos aburriríamos como ostras. Si las novelas cobijaran las hazañas y las locuras de las películas, no nos creeríamos las novelas. Si una novela empieza contándonos la infancia de un personaje que luego se convertirá en guerrero, y las batallas salen hacia la mitad del volumen, en el cine o en la televisión hay que empezar de otra manera, a lo grande, con espectacularidad: mostrando, en el inicio, una batalla legendaria de ese personaje y luego relatando la niñez del tipo merced a los flashbacks. En la literatura cuenta mucho el primer párrafo. En el cine, la primera secuencia. Es difícil que una primera secuencia recree de manera eficaz ese primer párrafo, en el que tal vez nos estén contando los pormenores de un personaje a lo largo de un siglo. Los lenguajes respectivos son muy diferentes. Hoy me propongo demostrar esto mediante “1408”, el relato corto de Stephen King convertido en película por el director Mikael Hafström.
Tomemos primero el cuento, incluido en el libro “Todo es eventual”. Aunque se divide en cuatro apartados, realmente está estructurado en dos partes y una especie de epílogo. En la primera parte, el protagonista, Mike Enslin, un escritor, mantiene una conversación con el gerente del Hotel Dolphin. Enslin quiere alojarse durante una noche en la habitación 1408, escenario de asesinatos, suicidios, presencias fantasmagóricas y otros terribles acontecimientos. El gerente trata de convencerlo para que no lo haga. En la segunda parte, King nos demuestra el poder maligno de esa habitación, y lo mal que lo pasa el protagonista, encerrado en ella. Conviene matizar que la primera mitad es superior al resto (la segunda parte y los apartados que conforman el epílogo). En la primera mitad es cuando el lector se sobrecoge. El gerente hace repaso de los suicidios y crímenes acaecidos en ese cuarto envenenado. Es el poder de la palabra. Simplemente, dos hombres hablando, con uno de ellos detallando sucesos espeluznantes. Cuando el lector se sumerge en el resto del relato ya está asustado. King lo ha preparado, al igual que a su protagonista, para entrar en la habitación 1408. Insistiremos en ello: la fuerza de este cuento reside en el primer tramo. Descripción de hechos terribles, que nos creemos porque la vida abunda en muertes extrañas, homicidios, gente que salta por la ventana o se ahorca. Pero luego aparecen los sucesos paranormales, y la palabra no basta. No nos da tanto miedo que nos describan cómo cambia el interior de un cuadro. Aquí sería más poderosa la imagen.
Tomemos ahora el filme, que protagoniza John Cusack. La parte esencial del cuento se desaprovecha. La conversación es breve, porque de lo contrario el espectador que desea ver efectos y apariciones se dormiría. El peso de la trama recae en la segunda mitad, más extensa que en el libro, es decir, en las tribulaciones de Enslin en la habitación. En los encuadres, los sustos, los efectos, la interpretación de Cusack. Si la película fuera igual que el relato, sería un largometraje sobre dos hombres hablando. Y eso no funciona en una película de suspense. Lo que da miedo, en la adaptación, no es lo que cuentan que ocurrió, sino el desarrollo de la locura. Esa escena en la que Cusack discute con una nevera, creyendo que dentro está el gerente.
lunes, diciembre 24, 2007
La vida después de Dios, de Douglas Coupland
Aún tengo mucho que aprender. Digo esto porque hasta hace poco no me interesaba leer a Douglas Coupland. Y ahora, cuando me apetece, es casi imposible conseguir sus obras. Encontré ésta que nos ocupa, y también jPOD, y tras leer el libro en un par de sentadas, quedé fascinado.
La vida después de Dios es un libro extraño y muy moderno. Está compuesto por breves relatos o fragmentos y anotaciones, que ocupan apenas media página, y que van acompañados de dibujos. Breves retazos que se dividen en temas y en capítulos, pero que vistos en su conjunto conforman una especie de novela sobre la soledad, la búsqueda de un sentido, la creencia religiosa en tiempos en los que ha desaparecido la fe. Un hombre solitario que conduce por carreteras solitarias, o que después de ser abandonado por su chica se plantea la vida de otro modo, o que huye del trabajo y sin pensarlo dos veces se va al bosque, acampa y se dedica a reflexionar. Una maravilla de libro. Y os dejo con uno de mis fragmentos favoritos:
Cuando se es joven, uno siente en todo momento que la vida todavía no ha empezado; que siempre está previsto que la "vida" comience la semana que viene, el mes que viene, el año que viene, después de las vacaciones; en cualquier momento. Pero luego, de repente, eres viejo y la vida no ha empezado como estaba previsto. Te descubres a ti mismo preguntándote: "Bien, entonces, ¿qué era todo eso, ese interludio, esa locura dispersa, todo ese tiempo que antes tenía?"
El brindis
Un día típico, ya sabes. Prisas, brindis, abrazos. Compras de última hora. Caminatas urgentes hasta casa. Las piernas azotadas por el calambre del deber. ¿A qué hora cenas tú? A las nueve, ¿y tú? Media hora más tarde. Y una noche aún más típica. La cena. La lombarda. El pavo. El cochinillo. Los turrones. El marisco. La carne y el pescado. Vino, champán, el postre. Cada cual su menú. En estas circunstancias y con unos cuantos años en la mochila, ¿qué se puede contar que no se haya dicho ya? Nada, probablemente. Nada en absoluto.
Es posible que, una vez asumas tu deber (ir a cenar en familia), empieces a refunfuñar de camino a casa, o durante la preparación de los platos, o mientras pones los cubiertos en la mesa. Refunfuñarás por dentro. Quizá sea tu secreto. Habrá más quejas individuales que menús familiares. El marido que aborrece a la suegra. La mujer que detesta a su cuñado. El chaval harto de los pescozones de la abuela. Los hermanos que llevaban años sin hablarse y son obligados a hacer las paces o, cuando menos, a soportarse durante la cena. Cientos de historias distintas pero, en el fondo, similares. Es la película de siempre, no te digo nada nuevo. Y no debes olvidar el momento melancólico. Esto atañe, por lo general, a las mujeres. El momento lacrimógeno y melancólico en el que se recuerda a los caídos, no por Dios ni por España ni cosas de esas, sino porque vino la Muerte y les asestó su zarpazo. Así de simple. El curso de la vida, y tal. Odias esos minutos en que las lágrimas se agolpan al borde de los ojos de ellas y empiezan a rememorar viejos tiempos. Probablemente alguien diga: “Venga, tengamos la fiesta en paz”, y se reanude la cena. Quizá tú compartas el sentimiento, pero callas. Lo tuyo va por dentro. Las muestras dramáticas prefieres dejarlas para los velatorios y para los dramas que ganan el Oscar.
Bien, pues mientras cenas y bebes vino y champán o agua o lo que sea que bebas, y mientras devoras los innumerables platos que luego te obligarán a odiar la comida, piensa en tu suerte. No vamos a ponernos sentimentales y a empezar a hablar de los pobres del Tercer Mundo que pasan hambre. No, hoy no. Porque la piedad debe empezar por la gente próxima y no por la remota. Hoy vamos a acordarnos de gente como tú y como yo. Personas normales y corrientes que llevan una vida acaso anodina. Tal vez se trate de tus vecinos. De hombres o mujeres a los que conoces. Mientras tú estás ahí, lamentándote en silencio, ellos cenan solos. Pero no sólo hoy o mañana o el último día del año, sino siempre y cada día de sus vidas. Gente que, por diversas causas, se ha quedado sola en el camino. Hombres que tal vez duerman en pensiones miserables y que esta noche comerán un bocadillo y echarán un trago de vinazo en compañía de chinches y cucarachas. Tipos que no tienen a nadie. Se quedaron sin amigos, sin familia. O están lejos de su ciudad y van a la deriva, sin nadie en quien apoyarse. Quizá la culpa sea suya, pero eso no es de tu incumbencia. Prostitutas que añoran sus hogares y a sus familias, que dejaron atrás, en una tierra remota, y cuyas sonrisas junto a sus compañeras no pueden encubrir su soledad. Porque se trata de eso. De soledad. No te dejes engañar. Lo de “Mejor solo que mal acompañado” sólo sirve para un rato, para unas horas. Porque la soledad tiene un límite, y más allá de sus fronteras sólo quedan el silencio, el tedio, el remordimiento. Así que coge tu copa de agua, o de vino, o de champán, o lo que bebas, y brinda en secreto por ellos y, sobre todo, por tu suerte. Por tu suerte, brother. Y luego, si te place, ve a emborracharte.
Lleno de vida
Un día de verano del año noventa y cuatro, Stephen Cooper, biógrafo del escritor John Fante, entró en casa de su viuda, Joyce Fante. Tras varias conversaciones, ella le permitió acceder a un cuarto en el que se amontonaban cajas y ficheros. Estos contenían cartas, anotaciones en libretas, revistas atrasadas, libros de oraciones, fotografías y un montón de manuscritos. Para Cooper, aquel material era un tesoro. Le permitía acceder a zonas inéditas del escritor, y le sirvió para elaborar su “Full of Life: A Biography of John Fante”. Gracias a los archivos que habían permanecido en el cuarto, creando polvo y sombra, Cooper descubrió numerosos relatos, algunos de ellos inéditos, que luego se publicaron en el volumen “The Big Hunger: Stories, 1932 – 1959”. El título proviene de “Hambre”, esa brillante novela de Knut Hamsun que ha contagiado a tantos autores y que, asimismo, inspiró parte de la obra de John Fante, creador del inolvidable Arturo Bandini. Fante es uno de mis escritores predilectos.
Anagrama nos sirve, cada poco tiempo, nuevas traducciones de sus novelas. Todas son soberbias, entrañables, embriagadoras. Pero, forzado a elegir, me quedaría con “La hermandad de la uva”, o con “Pregúntale al polvo”. Pero también es inolvidable el retrato de una infancia pobre en los rigores del invierno de “Espera a la primavera, Bandini”. El último libro traducido por la editorial fue “Al Oeste de Roma”, que reúne dos novelas cortas, “Mi perro idiota” y “La orgía”; la primera de ellas posiblemente sea una obra maestra. Aún faltan por traducir un par de títulos. Entre los cuales está “The Big Hunger”, que recopila sus relatos. Tras buscarlo durante meses en las librerías, sin éxito, al final lo compré en Iberlibro. He leído ya varias de las historias, en inglés y con el diccionario a mano. No es tan difícil como creía. Y Fante merece el esfuerzo. Aunque sólo he leído un puñado, y el prefacio de Cooper que resumo en las primeras líneas, me gustaría dar unas pinceladas sobre los mismos, dado que Fante cuenta con una legión de seguidores ávidos de su obra.
En estos primeros relatos del libro nos encontramos de nuevo con el gran Arturo Bandini en su infancia de italianos emigrados a Norteamérica. Esa infancia en la que figuran un padre albañil, borrachín y gruñón, una madre devota y soñadora, una abuela que insulta en italiano y una prole numerosa y agobiada por el frío, la estrechez de los dormitorios y las continuas discusiones de sus progenitores, disputas en las que a veces intenta mediar la abuela. La prosa de Fante es sencilla, pero eficaz. Cuenta historias tristes, pero salpicadas de humor. Nunca cae en el error de la moraleja, pero aprendemos algunas lecciones. En la narración, el protagonista reparte palos para todo el mundo, incluido él mismo, pero siempre los ilumina con un toque de piedad. La piedad lo salva. “Charge it” es un relato que luego incorporaría como capítulo en “Espera a la primavera, Bandini”, con ligeros cambios. Aquí, el padre, que ha criado a un montón de hijos, ya no gana suficiente para pagar la cuenta del colmado. La madre debe armarse de valor e ir cada tarde a pedir al tendero que le dé carne y fruta y lo añada a la factura. En “The Still Small Voices” asistimos a una noche en la vida de los Bandini. Todos tratan de dormir. Los padres discuten. La abuela llora. Los niños se quejan. El lector odia al padre y luego se apiada de él. Es el talento milagroso de Fante, y en eso radica parte de la belleza de sus historias. El eje que sostiene sus relatos siempre es la familia. Historias de padres y de hijos y de abuelas y de amigos en los que uno puede verse reconocido. Relatos que nos enseñan el valor de la familia y de la derrota.
Barrio olímpico
Para combatir la degradación de mi barrio y, supongo, llamar la atención de los medios y de las autoridades y que conozcan el problema, algunos vecinos crearon “Lavapiés Olímpico” hace ahora alrededor de un mes. Consiste en una campaña que apuesta por el humor en su denuncia. Había olvidado por completo el cartel que hicieron para la campaña, pero poco a poco me lo encuentro por ahí. Unos días atrás, al entrar a tomar un vino en La Redicha, me fijé en una copia de ese cartel, en la pared. Debajo, en un estante, algo que hasta entonces no había visto: una caja con una ranura para que la gente rellenara una papeleta con su deporte favorito de Lavapiés. El más denunciable, a su juicio. Otros tantos días atrás, al salir de casa, vi a dos chicas pegando copias de este cartel por el barrio. En los portales, en los escaparates, en los muros. Entre medias, incluso he visto que en algunos telediarios daban la noticia de esta campaña, una protesta que utiliza el humor.
A esta iniciativa se suma “Lavapiés no pasa”. Algunos amigos me dicen, a menudo, que si alguna vez se logra limpiar el barrio y devolverle su antiguo esplendor, ya no sería lo mismo. Que perdería su encanto. Ese encanto está muy bien cuando eres alguien que viene de paso, a hacer una visita a casa, o a tomar unas cañas, o al teatro, pero es muy distinto si vives aquí y tienes que aguantar el ruido nocturno, las broncas diarias, las aceras manchadas de cagajones, las esquinas y las ruedas de los coches llenas de orín, los hombres desesperados que duermen en el suelo, los destrozos en el mobiliario urbano, la panda de tíos que todas las noches canta un estribillo tribal bajo la ventana, las ambulancias que vienen a atender a quienes sufren el telele por culpa del alcohol, los camellos que te atosigan con su mercancía, los robos de bolsos en la calle o los inquilinos que se meten a pasar la noche en los portales o en las escaleras del edificio. No obstante, seguro que, si algún día todo eso desaparece, yo lo echaré de menos. Lo que quiere la gente, además, es que el barrio retorne a sus orígenes, cuando era una zona entre bohemia y castiza y estaba muy de moda para venir de tapas y ver el ambiente y merodear por sus calles.
Supongo que habrán visto el cartel de “Lavapiés Olímpico” en algún telediario. Hay varias modalidades, y citaré aquí unas cuantas: “Levantamiento de bolsos”, “Burocracia acrobática”, “Trapicheo con relevos”, “Esgrima urbano” o “Meada estilo libre”. De esta última modalidad tengo ejemplos diarios. Es raro el día en que no me topo, al salir del portal o asomarme al balcón, con algún fulano con el pájaro al aire, regando la acera, la parte posterior de un vehículo, una esquina o un pequeño árbol. Por eso evito caminar por las aceras de mi calle: la mitad de las baldosas están desprendidas, y antaño me llevaba la sorpresa de, al pisar alguna baldosa, que ésta se moviera y me salpicase el charco de pis que había debajo, mojándome las botas en incluso las perneras del pantalón. Unas horas antes de escribir estas líneas oí cómo una vecina abroncaba a un tío que había meado en la calle. El fulano se defendía diciendo: “No me lo diga a mí, señora. Que pongan servicios públicos”. Pero me temo que si aquí al lado instalaran servicios públicos, iba a ser aún peor: cada urinario se convertiría en una cueva de ladrones, con camellos dentro haciendo sus trapicheos, o mendigos tratando de protegerse del frío, o gente poniéndose un pico. Quienes entraran a orinar, alcohólicos y delincuentes en su mayoría, terminarían meando fuera de la taza, atascando el váter o muriéndose allí dentro.
viernes, diciembre 21, 2007
Ese hombre soy yo
¿De verdad las grandes batallas
existieron?
¿De verdad los hombres se han matado
entre sí, por la gloria o el amor?
¿De verdad existen los ideales?
¿Hay gente idealista?
¿De verdad esos hombres
han avanzado entre las huestes
enemigas,
abriéndose paso entre la sangre, el fuego
y el filo de la espada?
¿De verdad han existido esos hombres?
¿De verdad ha habido hombres héroes
y nobles?
Yo lo dudo.
Es ficción. Imaginación escritural
y cinematográfica.
Yo conozco al cobarde y al pusilánime,
al que enloda sin ningún empacho su nombre,
a quien las hazañas no le dicen nada.
Ése es el hombre que trato todos los días.
Ese hombre soy yo.
Eusebio Ruvalcaba, poema recogido de Unas letras
existieron?
¿De verdad los hombres se han matado
entre sí, por la gloria o el amor?
¿De verdad existen los ideales?
¿Hay gente idealista?
¿De verdad esos hombres
han avanzado entre las huestes
enemigas,
abriéndose paso entre la sangre, el fuego
y el filo de la espada?
¿De verdad han existido esos hombres?
¿De verdad ha habido hombres héroes
y nobles?
Yo lo dudo.
Es ficción. Imaginación escritural
y cinematográfica.
Yo conozco al cobarde y al pusilánime,
al que enloda sin ningún empacho su nombre,
a quien las hazañas no le dicen nada.
Ése es el hombre que trato todos los días.
Ese hombre soy yo.
Eusebio Ruvalcaba, poema recogido de Unas letras
Beowulf
Lo reconozco: otra de mis debilidades es el cine de Robert Zemeckis. Un director que nos lo hace pasar en grande: Regreso al futuro y sus secuelas, Tras el corazón verde, La muerte os sienta tan bien, Forrest Gump, Frenos rotos, coches locos, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Náufrago... Sin embargo, no quise ver su anterior película. No me llamaba la atención. Caso distinto es el de Beowulf, rodada con la técnica de la captura de movimiento, y por la que se pasean (es necesario verla en VO) Ray Winstone, Crispin Glover, John Malkovich, Robin Wright Penn, Anthony Hopkins, Angelina Jolie, entre otros. Un divertimento épico que aglutina todas las características de las películas de este género: honor, romance, valentía, destino, tinieblas.
Apología de la literatura
Acaba de salir de imprenta “La Venganza del Inca. Antología de poemas con cocaína”, editado con lujo y preciosismo, y con selección y prólogo de David González, e incluye textos de más de sesenta autores de diversas nacionalidades. Incluso antes de su publicación la polémica acompañó al libro. El manuscrito original fue rechazado por algunos editores. Se acusó a David de insultar a los peruanos a causa del título, de hacer una apología de las drogas y de otras sandeces cuya mera enumeración ensuciaría el nombre de los poetas reunidos en la antología. Lo curioso es que nadie lo había leído, lo cual demuestra una vez más el agrio carácter del personal, dispuesto a vomitar su rencor sobre obras que ni siquiera han aparecido aún en el mercado.
Vayamos, primero, con el título. Al parecer, a la cocaína se la conoce como “la venganza del inca” porque la presencia de esta droga en los países occidentales es cada día más notable, lo cual sería una venganza por la masacre de los incas, una venganza servida en plato frío. Por los foros de la red corre una brillante frase: “La venganza del inca duerme en la hoja de coca y despierta en el cuerpo del conquistador”. En segundo lugar, basta leerse el libro (algo que, fiel a mi estilo, acabo de hacer) para corroborar que ni David, ni ninguno de los autores recogidos en el índice, hacen apología de las drogas. Lo único que señala el poeta y seleccionador es que él sí las toma, y reclama su derecho a hacerlo sin que nadie le juzgue o se entrometa en su vida y en sus hábitos. Lo único que ha hecho David, si se le puede acusar de algo, es afrontar un durísimo trabajo de búsqueda, lectura y selección de poemas. En el prólogo y en la bibliografía de las últimas páginas del libro constan los títulos con los que ha trabajado, y que no sólo atañen a la poesía, sino a otros géneros: ensayo, reportaje, novela. Incluso hay alusión a diversas noticias recogidas de los medios.
Mientras sorbía los versos de este libro, he imaginado a David en la piel de una especie de corsario literario que se lanza a un océano de libros de papel (y también digitales), buscando poemas y referencias en los que apareciera “la nieve”, con la espada entre los dientes, con los ojos cansados de la búsqueda. Después de años de bucear en los fondos bibliográficos, ha salido a la superficie y lo ha logrado alcanzando un alto nivel de poesía. Porque, él mismo lo dice, si de algo hace apología este nuevo título es de la poesía. Apología de la literatura. La excusa, en el fondo, nos da igual. Podrían ser poemas que aglutinaran el interés de los poetas por la noche, o por las flores, o por las aspirinas. Lo que importa es la selección de poetas, a través de la cual se ofrece un retrato de la huella de esta sustancia en la poesía. La selección es impresionante, y permite no sólo descubrir a poetas que no conocíamos o no habíamos leído, sino leer textos de autores inéditos en España, o no traducidos, o autores cuyos libros han desaparecido del mercado. No quiero apuntar nombres, porque no hay espacio para todos en este artículo (les emplazo al blog de David) y luego queda feo nombrar a unos y silenciar la identidad de otros. D.G. se plantea una pregunta: “¿Cuál es la presencia de la cocaína en la poesía contemporánea?” La respuesta: en los poemas. David, amigo, poeta feroz e incansable, hombre renacido de sus cenizas al que una y otra vez los bienpensantes y los vendidos tratan de empujar a la hoguera, vuelve a sorprendernos. Lo hizo con su espléndido poemario anterior, “Algo que declarar. Poesía de no ficción”. Y lo hará, espero, en su próximo libro, de título kilométrico: “No hay nada que un hombre no pueda hacerle a otro + La caza espiritual”.
jueves, diciembre 20, 2007
Portadas exquisitas
The History of Love: A Novel, de Nicole Krauss, publicada en España por Salamandra como La historia del amor.
73
Entro en una librería. Entre los saldos veo Este libro te salvará la vida, de A. M. Homes, por siete euros y en perfecto estado. No sabía si comprármelo, pero por ese precio merece la pena. Y además, al abrirlo, veo en la primera página que alguien ha escrito a mano: “Te deseo bienestar y plenitud por el resto de tu vida. Besos. Alicia”. Bien, Alicia, sea quien sea la persona a la que regalaste y dedicaste este libro, se ha desprendido de él. No merece tu amistad o tu cariño o tu piedad. Así que ese deseo de bienestar y plenitud se transmite ahora a mí, que soy el nuevo propietario del libro y cobijo tus palabras, seas quien seas.
Océano de transeúntes
Es fin de semana y salgo a la calle a hacer varios recados. A dar una vuelta y ver el ambiente. Pero como ya es Navidad a efectos prácticos, o sea, que hay luces navideñas y todo el mundo sale a comprar, me topo sin imaginarlo con el tráfago brutal de las calles del centro de Madrid en estas fechas. Por el centro, lo juro, hay auténticas oleadas de gente. Un océano de cabezas y de hombros, de gente que ha ido a comprarse una peluca o una careta a los puestos de la Plaza Mayor. Cuesta avanzar por las aceras. Se tarda el doble o el triple en cruzar una calle. La gente está desatada. No había visto tanta humanidad junta desde el último Jueves Santo en mi ciudad, o desde una de esas manifestaciones a las que acuden todos los ciudadanos de una urbe.
Noto a los transeúntes nerviosos, excitados. La culpa la tienen la publicidad, las bombillas que anuncian las navidades, la suma de neones de los edificios. Mire a donde mire, sólo veo colas. Colas para coger lotería. Para comprar tabaco. Para entrar a comer una tapa de bacalao. Para subir al autobús. Para meterse en el metro. Para ver una película en el cine. Para acceder a una tienda con ofertas navideñas. Para entrar a un museo junto a Sol. En cambio, cuando voy a ver la exposición sobre Hergé y Tintín apenas hay por allí un puñado de visitantes, muy pocos. La muestra merece la pena. Cuando uno lee el primer cómic de Tintín se dice: “Bueno, no está mal”. Entonces lee el segundo, y le pica la curiosidad y se aventura en el tercero. Y cuando uno se da cuenta Tintín ya se ha metido en su vida y uno se lee las obras completas. Eso me ocurrió hace siglos. En la muestra sobre Tintín encontramos esbozos, primeras ediciones, dibujos a pequeña y a gran escala, revistas y periódicos en los que se publicaron algunas viñetas, publicidad con la imagen del reportero y de su perro, maquetas, carteles… Los dibujos originales de Hergé están hechos con tinta china, y me enamoro del trazo de la tinta china y decido comprar el instrumental necesario para hacer mis caricaturas eventuales y sustituir el trazo del Bic negro, pero voy a una tienda y me dicen que la tinta china se ha agotado. ¿Se ha vuelto loco todo el mundo y de repente se nos antoja a todos la tinta china? Así que tendré que seguir buscando en otros comercios.
En la calle, metido de nuevo en el oleaje de cogotes y narices, se escuchan sirenas, conversaciones, música que sale de las tiendas, cláxones de los coches, frenazos del autobús, pitidos del silbato de un guardia de tráfico, un estruendo terrible que acaba desarmando la paciencia de cualquiera. En una librería veo un ensayo que acaba de publicar Anagrama: “Mutantes. De la variedad genética y el cuerpo humano”, escrito por Armand Marie Leroi. Le echo un vistazo y el autor compendia, junto a varias fotografías, los errores de la naturaleza (cíclopes, hombres lobo, gemelos unidos por el tronco) que tuvieron, además, la mala suerte de ser mostrados en circos y en carpas como atracciones de feria. Véase a este respecto el clásico “El Hombre Elefante”, que demuestra lo crueles que podemos llegar a ser los hombres. Después de comprar el libro, que llevo en una bolsa, y como si el azar me gastara una broma, me cruzo con varios freaks en la calle: hombres con deformaciones; tipos más diminutos que un enano; el chico sin brazos que pide en Sol y que, pese al frío, siempre viste una camiseta sin mangas; un individuo con las rodillas dobladas en sentido contrario, que camina a cuatro patas, como si fuera un perro; mujeres con articulaciones imposibles. Se me eriza el vello de la nuca. Me entristece y me asusta. Me muevo con dificultad entre el mar de personas, y sólo quiero volver a casa.
miércoles, diciembre 19, 2007
Contraportada de Grageas
Ayer, nuestro amigo Marcelo Luján nos dio a unos cuantos autores nuestro ejemplar de Grageas. 100 cuentos breves de todo el mundo, que había traído desde Argentina. Cien autores. Cien relatos hiperbreves. Tirada de 8.000 ejemplares. Os recuerdo que mi cuento se titula Currículum. Más información: aquí.
72
Arrastro, aun tantos años después, el trauma de los toros que me aterrorizaron en la infancia. La otra noche vi una noticia en el telediario: un toro o un novillo, no sé, se había escapado en Ciudad Rodrigo. Horas después, en la cama, sufrí una pesadilla. Estaba en un pueblo. Antes de soltar a los toros para el encierro, los morlacos se escapaban. Y yo en la calle. La gente gritando. El pánico. La indefensión. El miedo. Esa maldita pesadilla que se repite.
Problemas de conexión
A estas alturas, después de los problemas de la semana pasada, estoy psicológicamente agotado. ¿Problemas? Sí, de conexión a la red. Problemas que, vistos desde fuera o desde la distancia, parecen una minucia. Pero si trabajas a diario conectado a internet y dependes de la navegación para acceder al correo, leer los periódicos, enviar los artículos y actualizar varios blogs, y no puedes navegar durante horas, al final acabas exhausto. Es una mezcla de rabia, cansancio e impotencia que incluso te roba horas de sueño y, por supuesto, tiempo. Y dinero.
De vez en cuando tengo problemas de conexión a internet. Hoy día, ¿quién no los tiene? Suelo contarlos aquí, y sé de sobra que algunos lectores se identifican con esos mismos padecimientos. El asunto empieza con breves cortes. La conexión falla después de una o dos horas de navegación. Así ocurrió el penúltimo lunes. Luego va a más. Y llega el miércoles y entonces uno sólo puede acceder durante un minuto. ¿Sabes lo que es un minuto de internet para solucionar todas las tareas pendientes? No es nada. Ese minuto es un suspiro, y tienen que transcurrir varias horas para que el router vuelva a conectarse. Entonces, como siempre, uno se propone solucionarlo. Pero no es tan fácil. Es lo que llaman “una pesadilla kafkiana”, repleta de escritura de formularios, llamadas de teléfono al número de las averías, avisos a los amigos para que te echen una mano y cosas por el estilo. Primero decides no gastar dinero y entras en la sección de averías de la página web de la compañía que te sirve la conexión a internet, y cuya tarifa pagas religiosamente cada mes. Pero eso sólo puedes lograrlo cuando al cacharro le da la gana conectarse. Rellenas el formulario. Cuentas tu problema. Esperas. No sirve de mucho. Al día siguiente vuelves a enviar otro formulario. Y por fin optas por la llamada. La llamada de teléfono al número de las averías cuesta una pasta, pero debería ser gratuito. Expones tu problema, y entonces te hacen perder más tiempo, como si fueras bobo. Compruebe que los cables están conectados. Quite el antivirus o rebaje su nivel de seguridad. ¿Tiene puesto el e-mule? Apague y encienda su router. Quizá el problema sea suyo. Y tú respondes a todo. Sí, los cables están bien conectados; y lo sé porque la conexión llega de vez en cuando. No, no es culpa del antivirus, ya probé a quitarlo temporalmente. No, no tengo el e-mule funcionando, ni ningún programa abierto. Ya he apagado y encendido el router. La llamada sirve de poco. Vuelves a telefonear al día siguiente. Y en los días sucesivos. Alguien dice: “Hemos comprobado que la señal llega bien desde la central. Debe ser culpa suya”. Te proponen enviar a casa un técnico; pero te cargan su visita como “Facturable”, lo que supone pagar cuarenta euros por la revisión. Así que dices que no, que no manden a nadie.
A la quinta llamada, o así, cuando notan lo pesado que debes ponerte para que te hagan caso, cuando en su registro de reclamaciones figurará tu e-mail y tu número de teléfono unas cuantas veces, dicen que enviarán a un técnico a la central. Aunque insisten: quizá el problema sea tuyo, de tu domicilio. Pasan las horas. Los días. Vives pegado al ordenador, suplicando por esos pocos minutos en que, casualmente, hay conexión. Llega el lunes, el de esta semana. La conexión funciona bien. Sin cortes. Te llaman varios técnicos. Quieren asegurarse de que la avería ha sido reparada. Pues sí, dices, lo que demuestra que el problema no era del domicilio, sino de la central. Un par de horas después vuelven a producirse los cortes. Te planteas cambiar de compañía, pero en todas sucede lo mismo o parecido.
martes, diciembre 18, 2007
Personajes secundarios, en Libros del Asteroide
He colgado más información sobre este libro de Joyce Johnson, Personajes secundarios (Minor Characters: A Beat Memoir), que se publicará en febrero de 2008, en Hank Over.
Citas. 68
¿Eres muy valiente?
Regular.
¿Qué es lo más valiente que has hecho?
Escupió en la carretera una flema sanguinolenta.
Levantarme esta mañana, dijo.
Regular.
¿Qué es lo más valiente que has hecho?
Escupió en la carretera una flema sanguinolenta.
Levantarme esta mañana, dijo.
Cormac McCarthy, La carretera
Mañana, en Sevilla
Presentación de La Venganza del Inca (Selección y prólogo de David González). Pinchar en la segunda imagen para leer la información.
Noche de socios
La Noche del Socio de Fnac es una especie de fiesta nocturna en la que varios artistas presentan sus nuevos trabajos, se ofrece un refrigerio a los miembros y se hacen descuentos en las compras. El año pasado estaba en Londres y no pude ir. Aunque no soy socio, éstos pueden ir acompañados por una persona, así que me convertí en el acompañante. A las diez y media de la noche del viernes, cuando nos acercamos al edificio, la cola para entrar iba desde la puerta hasta unos metros del Oso y el Madroño. A pesar de todo, apenas estuvimos cinco minutos esperando. En estas situaciones suele haber unos cuantos personajes que se acercan y preguntan: “Oiga, perdone, ¿para qué es esta cola?”. En cuanto alguien les decía: “Es un concierto para socios de Fnac”, se iban. Me hubiera gustado decirle a alguno de ellos: “Mire, reparten tomates de forma gratuita”, sólo para verlo incorporarse a la cola con avidez.
Dentro del edificio suministraban champán y canapés y una agenda. En el forum iba a empezar el directo de Nacho Vegas y Christina Rosenvinge, que es una de las razones por las que quisimos ir a la fiesta. Si no han oído el disco de ambos, “Verano fatal”, no sé a qué esperan. También es muy recomendable el trabajo de colaboración de Vegas & Bunbury: “El tiempo de las cerezas”, un cd doble que no me canso de escuchar. Para cuando entramos en Fnac, la sala estaba tan llena de gente que parte del público permanecía en la escalera de acceso al forum. Tuve que conformarme con ver en las pantallas la aparición de Vegas y Rosenvinge en el escenario. Al pie de las escaleras ni siquiera se oía la música, por el tapón de gente. Para matar el tiempo dimos una vuelta por las plantas de discos, libros y películas. Era extraña la sensación de merodear por allí a medianoche. En uno de los pisos estaban firmando ejemplares el ganador y el finalista del Premio Planeta, Juan José Millás y Boris Izaguirre. Entonces vi una imagen que me devoró los higadillos, digna de cómo se entiende la cultura en este maldito país. Ante la mesa de Millás, escritor prolífico, había apenas tres o cuatro personas. Ante la mesa de Izaguirre, presentador televisivo, la cola se perdía en el horizonte. ¿Qué significa esto? Que da igual que un tipo se pase años y años consagrado a la literatura, escribiendo artículos, novelas, cuentos y reportajes, porque luego el público se lo lleva el showman de la televisión. Significa que a la gente le da igual el libro. Lo que quieren es la firma del más famoso. Si alguna vez se acercan a la Feria del Libro de Madrid comprobarán que quienes más ejemplares firman no son los escritores, sino los advenedizos. Eso es así, y no hay manera de cambiarlo.
Tras el breve directo para presentar “Verano fatal” conseguimos hacernos un hueco en la sala, sentados en el suelo, mientras salían unos espectadores y entraban otros. En la escalera, aguardando para entrar, estaba el director Nacho Vigalondo. “Los Cronocrímenes”, su primera película, se proyectará en el Festival de Sundance. Iba a ver a los de “Muchachada Nui” en la presentación del dvd de “La Hora Chanante”. Sólo por eso, por estar allí como uno más, haciendo cola, cuando su película va a verse en USA, me cayó aún mejor de lo que me caía. El equipo Chanante estaba casi al completo: Joaquín Reyes, Raúl Cimas, Carlos Areces, Julián López y Pablo Chiapella, pero faltó Ernesto Sevilla. No habían preparado nada, pero se dedicaron a improvisar, dando una lección de humor y espontaneidad, y al final cantaron “Hijo de puta”. Los fans, como dicen ellos, no quedamos decepcionados. Tras la presentación tocaba Marlango. Y salió Leonor Watling, sencilla y muy guapa.
lunes, diciembre 17, 2007
Fingiré que estoy de paso, de Pablo Casares
Pablo Casares es uno de los tripulantes y compañeros de Resaca / Hank Over. Este poemario recibió el III Premio Zaidín de Poesía Javier Egea. Pero no nos interesan los galardones, sino la fuerza y el valor poético de estos versos, a menudo breves, mediante los que Pablo nos habla de las derrotas cotidianas, de los días grises que tiñen / el cielo de cemento.
En muchos de los poemas anida el desencuentro: un hombre solo, abandonado por su pareja, tratando de salir adelante. De sobrevivir. Pablo crea poderosas imágenes con apenas un puñado de versos, como ese poema (que colgaré otro día) en el que se queda plantado en un restaurante, y pide al camarero que le envuelva su ilusión. O el titulado Hospitales: cualquiera que haya pasado un par de noches en un hospital comprobará que el autor ha captado la atmósfera triste y vacía de estos edificios en la noche y al amanecer. O el ambiente de los cafés, y de esos lunes en los que cuesta levantar cabeza al despertarse y salir de la cama y empezar el trabajo. Los poemas de Pablo Casares se sitúan, para mí, en ese territorio de poetas que nos hablan de la vida diaria, de nuestros errores y fracasos y pequeñas alegrías. Poetas con los que uno se siente identificado muchas veces, como Vicente Muñoz Álvarez, Karmelo C. Iribarren, Ana Pérez Cañamares o David González, por citar unos cuantos autores por cuyos libros siento debilidad. A ellos se suma con derecho propio este poeta. Pero que hable él mismo:
UNA COLINA EN IOWA
Suena bien:
Un campo de trigo resplandeciendo
con toda la luz del mundo.
El cálido sonido de las espigas
mecidas por el viento.
Escindida del horizonte
una colina y en su cima una granja.
En el interior una mujer
haciendo café y por toda la casa ese olor
a pastel de manzana y canela.
En el cobertizo, junto a un viejo Ford,
un hombre acaricia a un perro.
Me acercaré.
Pediré que me alojen
por una noche.
Fingiré que estoy de paso.
Suena bien:
Un campo de trigo resplandeciendo
con toda la luz del mundo.
El cálido sonido de las espigas
mecidas por el viento.
Escindida del horizonte
una colina y en su cima una granja.
En el interior una mujer
haciendo café y por toda la casa ese olor
a pastel de manzana y canela.
En el cobertizo, junto a un viejo Ford,
un hombre acaricia a un perro.
Me acercaré.
Pediré que me alojen
por una noche.
Fingiré que estoy de paso.
Grageas. 100 cuentos breves de todo el mundo
Esta es la portada definitiva de esta antología en la que colaboro un microrrelato inédito. Se ha publicado en Argentina, el compilador es Sergio Gaut vel Hartman y esta semana espero tener el libro en la mano. Más información: aquí.
Miopía y dolor de espalda
Quienes trabajan a diario frente a un ordenador, tarde o temprano acaban padeciendo dos efectos: miopía y dolor de espalda. Esto significa que, tarde o temprano, usarán gafas correctoras para situarse delante del monitor y, si la deficiencia visual se acrecienta, incluso para otras actividades cotidianas, tales como salir a la calle o ver la televisión; significa que de vez en cuando los verás llevarse una mano a los riñones o a las regiones próximas a los omoplatos, y masajearse las carnes con suavidad mientras profieren una queja. Ay.
Al principio les oirás decir que no ven bien. Les toca forzar la vista para leer en la pantalla. Tienen una cita en la óptica. Sospechan que saldrán de allí con unas gafas de apenas dioptrías. Con el tiempo, esas gafas que sólo usan para el ordenador terminarán siendo parte de su vida, y se las pondrán más a menudo, y los cristales serán cada vez más gruesos, y tal vez los sustituyan por lentillas, que cansan menos los ojos aunque provocan sequedad. Al principio se quejarán de un dolorcillo en la espalda, nada grave, sólo una molestia. La molestia no proviene de la frecuencia con que están sentados en la silla, sino de sentarse mal, con posturas raras y la espalda torcida, en plan jorobado. Deberían enseñarnos en la escuela a sentarnos correctamente. A mantener la espalda derecha en la silla para que no se nos olvidase jamás. Una enseñanza más útil para nuestra vida que aprenderse el catecismo. Esa molestia, ese dolor tenue, se agravará con los años. Entonces los verás llevarse la mano más a menudo a la espalda. Te dirán que tienen nudos, tirones y contracturas. Que han empezado a ir al fisioterapeuta, para que les arregle la columna, y que sienten ésta como si fuera un amasijo de escombros. Otros apostarán por el deporte, para mantener en forma los músculos de los hombros y de la espalda. Tú, para entonces, llevarás el mismo camino recorrido, porque tú también trabajas en una silla, ante el ordenador, mal sentado y quemándote las pupilas con la luz abrasadora de la pantalla. Quizá usabas gafas o lentillas mucho antes del uso cotidiano de los ordenadores en este país. La mala postura, con la espalda arqueándose, será un rasgo habitual en tu vida. Siempre habrá alguien que te diga: “Ponte derecho, hombre, que pareces el Jorobado de Notre-Dame”, y tú le mirarás con sorpresa porque él o ella caminan exactamente igual de torcidos que tú.
Cada día, frente al ordenador, recordaréis que la postura es esencial. Una cosa que los médicos y los especialistas llaman “higiene postural”. Consiste en sentarse de manera correcta, en mantener la espalda derecha, los hombros echados ligeramente hacia atrás, la cabeza alta, como si os hubieran empalado con una estaca. Cada día, al empezar las tareas, os pondréis derechos, firmes, conscientes de que ese hábito saludable os rebajará los dolores de la espalda y de las lorzas. Y cada día, cinco minutos después de forzar la postura, os iréis encorvando poco a poco y sin advertirlo, igual que un hombre se hunde despacio en arenas movedizas. Media hora más tarde habréis vuelto a la postura de siempre, con una joroba pugnando por salir, con la nariz más cerca del teclado, con el tronco torcido. No sólo es que se te olvide mantener el cuerpo derecho y que la espalda tienda a relajarse, a caer, sino que todo eso se agrava porque los golpes de la vida hunden a cualquiera. Un trabajador sentado frente a los ordenadores se planta en su silla, a primera hora de la mañana, con la cabeza alta y en actitud triunfadora, y al término de la jornada parece un abuelo, el tronco como una farola y los dedos masajeándose los ojos, llenos de ardor.
domingo, diciembre 16, 2007
Serie B, por David Refoyo
No tengo ninguna duda: David Refoyo es una de las grandes esperanzas de las letras jóvenes de este país. No tardará en publicarse su poemario Odio, que me permitió leer hace tiempo. Mientras tanto, casi a diario degustamos los textos y poemas que cuelga en su bitácora. Cualquiera de ellos es bueno, pero he elegido éste de hace unos días, porque además habla de su tierra, que también es la mía. A disfrutar:
Serie B
Me llaman Clifor aunque tú no sepas mi verdadero nombre. Esta es una de esas ciudades de no paso. No necesitas venir aquí para ir a ninguna otra parte. Aunque no sepas mi verdadero propósito. Quieres sacar tu coche y conducir por la autopista kilómetros y kilómetros escuchando The Eagles sin intención de llegar a ningún sitio concreto. Aunque no sepas que no tenemos autopistas. Tenemos embalses de agua estancada que huelen a putrefacción y muerte. Tenemos pueblos anegados por las aguas. Tenemos leyendas sobre cada pueblo cubierto de un espeso manto azul. Marrón en verano. Negro después de cada cosecha. Esta es una de esas tierras yermas donde no se puede cultivar la esperanza. Ni la fresa. Ni el plátano. Una tierra oscura, fría, lejana. Me llamas Clifor aunque no sepas mi verdadero nombre. Lo pronuncias en inglés aunque verdaderamente en esta tierra no hacen falta los idiomas. No necesitamos nada. Me llamas Clifor y eso me hace sentir dentro de un telefilm de serie B o parte de una de esas canciones de Lou Reed que tanto nos gustan. Aunque tú no sepas mi verdadero nombre y yo no sepa la ruta para escaparar de aquí. Rescátame. Las películas de serie B siempre acaban con un suicidio o un asesinato en masa. Las madres lloran en la plaza. Los políticos culpan a los videojuegos. Yo tan solo quería coger la Autopista Y llegar a un casino y casarme con una mujer alcoholizada de ojos azules a las 3 de la mañana. 50 euros por boda: música y flores a parte. Rescátame.
Un rato de diversión
Un experto acaba de asegurar que “los videojuegos no son perjudiciales para la salud”. Gran descubrimiento, oiga. Que alguien le dé una medalla. Pero eso ya lo sabíamos tú y yo. Lo sabe cualquiera que haya jugado un poco. Hace años, para relajarme media hora al día, practicaba con algún videojuego de ordenador. A veces venía a casa algún colega y jugábamos uno contra el otro. Un rato de diversión. No tiene nada de malo. El experto ha sacado las conclusiones mediante un estudio presentado en la universidad, en el que se analizan los hábitos de consumo de drogas, tabaco y alcohol entre los jugadores y los no jugadores. Los jugadores consumen menos. Esto es más o menos evidente, ¿no? Cualquiera que haya jugado delante de su ordenador, sabrá que no queda apenas tiempo para ponerse a fumar o a beber. Las manos están ocupadas en los mandos o en el teclado. Los ojos, en la pantalla. La atención, en el juego. Durante un rato te olvidas del mundo y sólo quieres seguir jugando. Que se lo digan a esas mujeres que charlan entre ellas, en un extremo de la habitación, mientras sus novios y maridos juegan a la Play en el sofá y las ningunean. También hay chicas enganchadas a esos juegos, pero tal vez en menor medida que los hombres.
Ya no empleo tiempo en videojuegos, pues mi principal prioridad es la literatura, y los devoradores compulsivos de literatura saben que esa amante exige muchas horas al día. Pero, de vez en cuando, en casa ajena y si se presenta la oportunidad y me presionan un poco, acepto jugar durante unos minutos. Los videojuegos no son nocivos, ni convierten a un chaval en un asesino en serie. No, hombre, no. Todo lo contrario, salvo que seas un perturbado, pero entonces cualquier motivación ajena, sea un juego o una novela o un tablero de rol, te conducirá al crimen no premeditado. Aún diría más: un rato a los mandos te despoja del estrés, de la mala leche, del cansancio mental. Les vendría bien, por ejemplo, a quienes conducen con frecuencia. Como sabemos, la conducción en las ciudades nos empuja a la furia, a soltar tacos encima del volante, a hacer gestos obscenos al conductor del coche de al lado, a desear bajarse del vehículo y repartir sopapos. Después de una tarde al volante subes a casa, enchufas un videojuego de esos que son políticamente incorrectos, los que en la jerga juvenil conocemos como “juegos de dar hostias”, pegas cuatro tiros al malo y descargas el malhumor. Luego estarás en forma, en paz. Deberían recomendárselo a esos maridos con tendencia a “abanicar” a sus esposas. Que, al llegar a casa, en lugar de echarles la bronca, se dedicaran a verter los malos humos del trabajo y de la jornada en un juego de fútbol, o de carreras de coches, o de persecuciones.
Además, cada vez es más frecuente que el videojuego no se practique en solitario, sino entre varios. Así hablas, compartes las carcajadas, te ríes del perdedor (o se ríen de ti). Días atrás fui a cenar a casa de unos amigos. Tras la cena, el anfitrión dijo que iba a poner la consola Wii. Juro que ni siquiera sabía qué demonios era la Wii. En principio era reticente a participar, y para mi desgracia el dueño sólo tenía juegos de deporte. Uno se coloca de pie ante la pantalla y coge los mandos. Cada movimiento del brazo se refleja en tu personaje del juego. De modo que si, juegas al tenis, mueves las articulaciones igual que si estuvieras en un partido. Me convencieron. Pasé un buen rato. Nos reímos. Al día siguiente todos teníamos agujetas. Fíjese, era como si hubiéramos practicado un poco de deporte.
sábado, diciembre 15, 2007
Ayer, por la noche
Ayer fui a La Noche del Socio de la Fnac. No pude asistir a todo, claro. Estuvieron por allí, tocando o presentando sus nuevos trabajos: Nacho Vegas y Christina Rosenvinge, los chicos de "Muchachada Nui" presentado el dvd de "La Hora Chanante", Marlango, y los del Planeta, Juan José Millás y Boris Izaguirre. Entre el público estaba el director Nacho Vigalondo, cuya película Los cronocrímenes ya tenemos ganas de ver. De casi todos ellos encontraréis enlaces en el menú de links de la derecha. Como es habitual, la semana que viene os contaré los detalles en un artículo para la prensa.