Creo que, en esto, todos estamos más o menos de acuerdo: una serie de televisión o una película inspiradas en un libro no superan la calidad y la enjundia de ese libro, salvo casos aislados y raros milagros. Hay, sin embargo, algo que mucha gente no tiene en cuenta: que el lenguaje visual y el literario son radicalmente distintos. Si las películas empezaran como las novelas, nos aburriríamos como ostras. Si las novelas cobijaran las hazañas y las locuras de las películas, no nos creeríamos las novelas. Si una novela empieza contándonos la infancia de un personaje que luego se convertirá en guerrero, y las batallas salen hacia la mitad del volumen, en el cine o en la televisión hay que empezar de otra manera, a lo grande, con espectacularidad: mostrando, en el inicio, una batalla legendaria de ese personaje y luego relatando la niñez del tipo merced a los flashbacks. En la literatura cuenta mucho el primer párrafo. En el cine, la primera secuencia. Es difícil que una primera secuencia recree de manera eficaz ese primer párrafo, en el que tal vez nos estén contando los pormenores de un personaje a lo largo de un siglo. Los lenguajes respectivos son muy diferentes. Hoy me propongo demostrar esto mediante “1408”, el relato corto de Stephen King convertido en película por el director Mikael Hafström.
Tomemos primero el cuento, incluido en el libro “Todo es eventual”. Aunque se divide en cuatro apartados, realmente está estructurado en dos partes y una especie de epílogo. En la primera parte, el protagonista, Mike Enslin, un escritor, mantiene una conversación con el gerente del Hotel Dolphin. Enslin quiere alojarse durante una noche en la habitación 1408, escenario de asesinatos, suicidios, presencias fantasmagóricas y otros terribles acontecimientos. El gerente trata de convencerlo para que no lo haga. En la segunda parte, King nos demuestra el poder maligno de esa habitación, y lo mal que lo pasa el protagonista, encerrado en ella. Conviene matizar que la primera mitad es superior al resto (la segunda parte y los apartados que conforman el epílogo). En la primera mitad es cuando el lector se sobrecoge. El gerente hace repaso de los suicidios y crímenes acaecidos en ese cuarto envenenado. Es el poder de la palabra. Simplemente, dos hombres hablando, con uno de ellos detallando sucesos espeluznantes. Cuando el lector se sumerge en el resto del relato ya está asustado. King lo ha preparado, al igual que a su protagonista, para entrar en la habitación 1408. Insistiremos en ello: la fuerza de este cuento reside en el primer tramo. Descripción de hechos terribles, que nos creemos porque la vida abunda en muertes extrañas, homicidios, gente que salta por la ventana o se ahorca. Pero luego aparecen los sucesos paranormales, y la palabra no basta. No nos da tanto miedo que nos describan cómo cambia el interior de un cuadro. Aquí sería más poderosa la imagen.
Tomemos ahora el filme, que protagoniza John Cusack. La parte esencial del cuento se desaprovecha. La conversación es breve, porque de lo contrario el espectador que desea ver efectos y apariciones se dormiría. El peso de la trama recae en la segunda mitad, más extensa que en el libro, es decir, en las tribulaciones de Enslin en la habitación. En los encuadres, los sustos, los efectos, la interpretación de Cusack. Si la película fuera igual que el relato, sería un largometraje sobre dos hombres hablando. Y eso no funciona en una película de suspense. Lo que da miedo, en la adaptación, no es lo que cuentan que ocurrió, sino el desarrollo de la locura. Esa escena en la que Cusack discute con una nevera, creyendo que dentro está el gerente.