A estas alturas, después de los problemas de la semana pasada, estoy psicológicamente agotado. ¿Problemas? Sí, de conexión a la red. Problemas que, vistos desde fuera o desde la distancia, parecen una minucia. Pero si trabajas a diario conectado a internet y dependes de la navegación para acceder al correo, leer los periódicos, enviar los artículos y actualizar varios blogs, y no puedes navegar durante horas, al final acabas exhausto. Es una mezcla de rabia, cansancio e impotencia que incluso te roba horas de sueño y, por supuesto, tiempo. Y dinero.
De vez en cuando tengo problemas de conexión a internet. Hoy día, ¿quién no los tiene? Suelo contarlos aquí, y sé de sobra que algunos lectores se identifican con esos mismos padecimientos. El asunto empieza con breves cortes. La conexión falla después de una o dos horas de navegación. Así ocurrió el penúltimo lunes. Luego va a más. Y llega el miércoles y entonces uno sólo puede acceder durante un minuto. ¿Sabes lo que es un minuto de internet para solucionar todas las tareas pendientes? No es nada. Ese minuto es un suspiro, y tienen que transcurrir varias horas para que el router vuelva a conectarse. Entonces, como siempre, uno se propone solucionarlo. Pero no es tan fácil. Es lo que llaman “una pesadilla kafkiana”, repleta de escritura de formularios, llamadas de teléfono al número de las averías, avisos a los amigos para que te echen una mano y cosas por el estilo. Primero decides no gastar dinero y entras en la sección de averías de la página web de la compañía que te sirve la conexión a internet, y cuya tarifa pagas religiosamente cada mes. Pero eso sólo puedes lograrlo cuando al cacharro le da la gana conectarse. Rellenas el formulario. Cuentas tu problema. Esperas. No sirve de mucho. Al día siguiente vuelves a enviar otro formulario. Y por fin optas por la llamada. La llamada de teléfono al número de las averías cuesta una pasta, pero debería ser gratuito. Expones tu problema, y entonces te hacen perder más tiempo, como si fueras bobo. Compruebe que los cables están conectados. Quite el antivirus o rebaje su nivel de seguridad. ¿Tiene puesto el e-mule? Apague y encienda su router. Quizá el problema sea suyo. Y tú respondes a todo. Sí, los cables están bien conectados; y lo sé porque la conexión llega de vez en cuando. No, no es culpa del antivirus, ya probé a quitarlo temporalmente. No, no tengo el e-mule funcionando, ni ningún programa abierto. Ya he apagado y encendido el router. La llamada sirve de poco. Vuelves a telefonear al día siguiente. Y en los días sucesivos. Alguien dice: “Hemos comprobado que la señal llega bien desde la central. Debe ser culpa suya”. Te proponen enviar a casa un técnico; pero te cargan su visita como “Facturable”, lo que supone pagar cuarenta euros por la revisión. Así que dices que no, que no manden a nadie.
A la quinta llamada, o así, cuando notan lo pesado que debes ponerte para que te hagan caso, cuando en su registro de reclamaciones figurará tu e-mail y tu número de teléfono unas cuantas veces, dicen que enviarán a un técnico a la central. Aunque insisten: quizá el problema sea tuyo, de tu domicilio. Pasan las horas. Los días. Vives pegado al ordenador, suplicando por esos pocos minutos en que, casualmente, hay conexión. Llega el lunes, el de esta semana. La conexión funciona bien. Sin cortes. Te llaman varios técnicos. Quieren asegurarse de que la avería ha sido reparada. Pues sí, dices, lo que demuestra que el problema no era del domicilio, sino de la central. Un par de horas después vuelven a producirse los cortes. Te planteas cambiar de compañía, pero en todas sucede lo mismo o parecido.