martes, julio 31, 2007

Agosto

Durante el mes de agosto estaré pocos días en Madrid. Me esperan un par de viajes para oxigenar la cabeza. Lo cual significa que apenas podré conectarme a internet. En agosto, este blog no se actualizará a diario: sólo se actualizará cuando consiga una conexión, a veces cada dos o tres días, dependiendo, ya digo, de las circunstancias.
Seguiré escribiendo artículos, aunque esa será mi única tarea durante el mes. Así que tal vez tarde en responder a los correos electrónicos y las actualizaciones de esta bitácora no incluirán tantos apartados.
Creo que me merezco un respiro, aunque sólo sea para alejarme de la red: esta semana cumplo mi columna nº 2400, así que háganse cargo de mi cansancio. No obstante, quien quiera leerme a diario, ya sabe, estoy siempre en La Opinión de Zamora. Feliz verano.
[Nota: Esta tarde salgo de viaje. Me llevo sólo un libro para esta semana, Robert Mitchum. ¡Olvídame, cariño!, un tocho de Lee Server sobre uno de los mejores actores de la historia]

Citas. 51

Sólo es posible castigar a quienes tienen esperanzas que se puedan frustrar o vínculos afectivos que se puedan cortar, a personas que se preocupen por la opinión que tengan de ellas los demás. Sólo se puede castigar a quienes aún conservan algún resto de bondad.
Lionel Shriver, Tenemos que hablar de Kevin

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En la actualidad, el problema con los aprendices de escritor es el siguiente: creen que escribir significa estar en las ferias del libro, firmar ejemplares a miles de lectores, colaborar en los grandes medios, conceder entrevistas, participar en debates televisivos, darse atracones en cenas gratuitas, recibir palmadas en la espalda, ganar una pila de dinero y encaramarse a la cima de la fama. Y no es eso, coño. Eso es la excepción, y escribir es lo contrario: es la soledad, el sacrificio, el anonimato, la pobreza, el fracaso, tu editor diciéndote que no has vendido nada, que nadie te reconozca en la cola de la pescadería, y el sufrimiento y la lucha diaria y desquiciante con el folio, con los fantasmas y con tu propia sombra.

Los ojos del futuro

Un par de días en Zamora, mirando a los ojos del futuro. El futuro son los niños recién nacidos o con apenas unos meses de andadura. Dicen que a través de los bebés uno aprende a observar otra vez el mundo. Aprende de nuevo (porque olvidamos con facilidad al convertirnos en adultos) el valor de los sonidos, el hechizo de la música, la importancia de las texturas que palpan las yemas de los dedos, la delicada franja entre la risa y el llanto, pero sobre todo la necesidad de la comunicación y del manejo de la palabra. Los bebés rompen a llorar cuando aún no saben expresar con el lenguaje oral lo que necesitan, lo que quieren. Las palabras vuelven a adquirir importancia en esos años y en esos vistazos al futuro: la máxima ilusión de unos padres siempre llega con la perspectiva de que su hijo pronuncie cuanto antes sus primeras palabras. Palabras que nombren el mundo que hay alrededor. No me digan que ese descubrimiento, ese aprendizaje, no es delicioso. Rodeado de bebés: en hospitales, con la herida del ombligo aún fresca por el reciente corte del cordón umbilical; en la calle, en una terraza de verano sobre la que vuelan las cigüeñas, espantadas por la presencia de turistas, cigüeñas cruzando un cielo románico y azul; en un bar, en el que los ojos de un bebé se abren el doble por la mezcla de caras nuevas y música pop; en una ceremonia de bautizo donde un párroco demuestra su humanidad mediante el humor y el desenfado. Y padres. Porque los tiempos cambian y hoy los hombres también cogen en brazos a sus hijos, les dan el biberón y les cambian los pañales, y esa imagen apasiona a las mujeres, que han logrado que el machismo empiece a agotar sus fórmulas mediante los dos primeros pasos esenciales para exterminar de una vez esa costumbre del macho dominante, o sea, la responsabilidad paterna y el respeto a la mujer.
Dos días cargados de urgencia y de compromisos, sin tiempo ni oportunidad para entrar en Los Herreros, pero sí para una visita al Popanrol. En los escaparates de las tiendas, el anuncio de un concierto de La Sonrisa de Julia, casi a finales de agosto. Y mi promesa de ir a verlos, si logro comprar entradas. En ciertas calles, el polvo asciende desde las aberturas y grietas de las obras típicas de verano, nuestra ciudad levantada por el pico y la pala y las excavadoras, el polvo acumulándose en las botas y en los bajos del pantalón, la posibilidad de tropezarse y caer, el engorro de las vallas. Un necesario vistazo al río y a sus puentes y a sus luces en la noche desde un viejo mirador. Rumores de agua, música de fados al fondo, serenidad nocturna, majestuosa postal de verano. Por cada rincón, gente de boda, de bautizo, de despedida de soltero. Trajes, corbatas, chaqués, zapatos que brillan como las aguas de un lago.
Un cansancio brutal pesa en los hombros y amenaza los pies y las rodillas durante esa estancia. En las conversaciones con colegas sale a relucir nuestro paso fugaz por León. Y uno repara en por qué sigue cansado desde entonces: en nuestro sábado en aquella ciudad afrontamos una juerga de más de quince horas. Eso pasa factura. Aún con el cansancio pegado a los talones, en mi tierra no falto a las citas: el domingo regreso a casa al amanecer, tras las celebraciones del sábado por la noche. Es de día, y por la calle sólo quedan los trabajadores del alba: barrenderos, repartidores de periódicos, taxistas afrontando los últimos minutos de su turno. Regreso feliz, tras una cena en una casa rural que ofrecía un paisaje exquisito de aguas, árboles, colinas y cielos despejados. Pero, sobre todo, la compañía, agradable y necesaria. Sin compañía, la naturaleza pierde un poco su sentido.

lunes, julio 30, 2007

José Mª Lebrero: El rastro de la sombra


Mi colega zamorano José María Lebrero acaba de publicar nuevo libro, una novela titulada El rastro de la sombra. Aunque aún no la tengo, copio y pego algunos datos sobre esta publicación y sus próximas presentaciones:
Argumento: ¿Qué enigmático hallazgo se oculta bajo el rastro de la sombra? El narrador va involucrando poco a poco al lector, que será quien decida cómo termina esta misteriosa historia. José M. Lebrero teje una intrigante trama de mentiras y verdades donde nada es lo que parece; o quizá sí. Una novela con una prosa mordaz y un irónico narrador "inconsciente" e iconoclasta, que deja al descubierto al autor, a la literatura y a la propia vida. La sombra siempre deja rastro; síguelo. Con su anterior libro, Culos, Lebrero recibió el aplauso unánime de crítica y público.
Autor: Nació en Algodre (Zamora). Ha publicado dos novelas, Ella no lo sabía y El rastro de la sombra. Y tres libros de relatos: El latir de los días, Sublimación contemplativa de un idealista y Culos. Su actividad profesional ha estado vinculada siempre con los medios de comunicación: radio, prensa, y ahora en Televisión Castilla y León.
Próximas presentaciones: 4 de agosto, en Valdescorriel (Zamora), a las 18:30 horas. 9 de agosto, en la Feria del Libro de Benavente, a las 20:30 horas.

Tenemos que hablar de Kevin, de Lionel Shriver

Esta es una recomendación de mi amigo David González, y, como era de esperar, me ha encantado. Es una de las mejores novelas que he leído de entre las aparecidas este año en las mesas de novedades. Como me dijo el propio David, "te enteras casi desde el principio que Kevin es un asesino en serie y sin embargo la narradora consigue mantener tu atención". Totalmente de acuerdo.
La autora, Lionel Shriver, recibió el Premio Orange por dicho libro. A lo largo de 600 páginas, Eva, la protagonista y madre del niño psicópata Kevin Khatchadourian, escribe cartas a su marido, en un intento de explicarse ella misma qué es lo que ha pasado para que un adolescente asesinara a tantas personas en una escuela. El adolescente es su primogénito, un muchacho que, desde niño, es un auténtico monstruo, un diablo, un hijo de puta retorcido. Prefiero no desvelar las crueldades que maquina el chaval. Porque Shriver nos sorprende en cada carta/capítulo mediante revelaciones inesperadas y golpes de efecto que nos dejan un nudo en la garganta. Pero, además de componer el retrato de un niño diablo, la autora no oculta el análisis de otros temas, como la culpa, el perdón y el enigma y sacrificio que suponen la maternidad. No quiero extenderme más, ya que en algún artículo de esta semana hablaré del libro y de los adolescentes asesinos de EE.UU.

Nicolas Cage: un rumbo errático

Nicolas Cage es uno de esos actores que no descansan. Estrena una media de dos o tres películas por año. El problema es que la mayoría son malas. O lo parecen. Steve Buscemi, un actor con más talento, pero que cobrará una miseria, también participa en un montón de películas cada año, pero las suyas suelen ser buenas o, si son malas o mediocres, él se salva de la quema con un personaje torturado o con sus asombrosos secundarios. Creo que fue en el viaje a León cuando estuvimos hablando de Nicolas Cage. Es una estrella siempre presente en las carteleras, así que no es raro que esté cada poco en boca de los cinéfilos. Si uno se fija en su carrera, advertirá que Cage la está arrojando al cubo de la basura. Pero, antes, expliquémonos.
Uno de mis primos lleva años diciéndome que Nicolas Cage le pone negro: “No aguanto a ese actor. Me pongo malo sólo de verlo”. A mí no me sucedía lo mismo, y por eso discutíamos una y otra vez acerca de su trabajo y de su talento. Han pasado varios años y, a la vista de las producciones en las que Cage se embarca, debo reconocer que mi primo tenía razón. O la tiene ahora. Poca gente sabe que Nicolas Cage es, en realidad, sobrino de Francis Ford Coppola. Al principio de su carrera, Nicolas Coppola no quería que le diesen papeles sólo por ser pariente de uno de los grandes artistas del siglo XX. Así que se cambió el apellido. Escogió el nombre de un superhéroe de cómic, una de sus grandes pasiones: Luke Cage. Empezó, sin embargo, trabajando al servicio de Coppola: ahí están sus papeles en “La ley de la calle”, “Cotton Club” y “Peggy Sue se casó”. Después alcanzó cierta notoriedad con sus locuras y con algunos papeles bien elegidos: se comió una cucaracha viva para una escena crucial de “Besos de vampiro”, superó las extrañas y casi imposibles pruebas que le puso Patricia Arquette para aceptar una cita con él, trabajó al servicio de Alan Parker, los Hermanos Coen, Norman Jewinson, David Lynch y John Dahl. Pero entonces le entró la vena de las comedias tontas: “Luna de miel para tres”, “Te puede pasar a ti”, “¡Atrapen al ladrón! ¿Al blanco o al negro?” y “Tess y su guardaespaldas”. Tras esa etapa ridícula volvió a los personajes auténticos, al cine de verdad: “Leaving Las Vegas”, por la que logró el Oscar, y “El sabor de la muerte”. Luego le dio por alternar las superproducciones para pasar el rato (“La roca”, “Cara a cara”, “Con Air”, “La búsqueda”, “60 segundos”, “Windtalkers” y cosas así) con películas más ambiciosas (filmes con Brian De Palma, Martin Scorsese, Ridley Scott, Gore Verbinski, Andrew Niccol o Spike Jonze, para quien construyó sus mejores interpretaciones en un doble papel).
Es increíble cómo pasa de una peliculilla de palomitas como “La búsqueda” a las fabulosas “El hombre del tiempo” y “El señor de la guerra” y después participa en “Wicker Man” y “El motorista fantasma” y no se le cae la cara de vergüenza. Algún amigo me dijo que no entendía qué le pasaba a este actor. Yo traté de explicarlo. Cage empezó buscando grandes papeles, forjándose una carrera de actor serio y especializado en tipos angustiados. Tras lograr el prestigio, pero con muchos más años encima, le dio por la pasta y el cine de acción. Tendría que haberlo hecho al principio, cuando aún tenía pelo y la cara lisa. Pero no: se apunta cuando requiere maquillajes, peluquines y sesiones extra de gimnasia para dar la talla. Cuando está un poco “viejuno”, quiere ser un hombre de acción. Y nos ofrece imágenes lamentables: por ejemplo, las de “Con Air”, “Ghost Rider” o “Next”. Menos mal que, a veces, sorprende con maravillas como “El señor de la guerra”, donde él, por cierto, ya no es lo mejor.

domingo, julio 29, 2007

Cartel de Sweeney Todd


La nueva película de Tim Burton y Johnny Depp. Próximamente.

Disney y el tabaco

Rebuscando en la prensa encuentro esta noticia: “Los estudios Walt Disney prohibirán que se fume en pantalla en todas sus producciones familiares”. En principio, esto podría quedarse ahí, en esas películas infantiles y pastelosas en las que se ensalzan los valores morales y familiares, y no tendría uno inconveniente porque suelen estar protagonizadas por niños o por adolescentes sin cerebro y no vamos a verlas. Pero lo que me preocupa es esta línea de la noticia: “Es más, esta iniciativa podría aplicarse en aquellas producciones que la compañía adquiera para su distribución mediante sus sellos Touchstone y Miramax”. Y esto ya duele. Porque podremos resistir una película familiar y edulcorada en la que lo más grave que hagan los protagonistas sea soltar un eructo para hacer reír a la audiencia infantil (podremos resistirla o nos negaremos a verla), pero no podremos soportar una película de Touchstone y Miramax, llenas de personajes chungos, de tíos duros y de malvados, en las que no se lleven un pitillo a los labios. Miramax, por ejemplo, suele producir las películas de Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, entre otros. ¿Se imaginan una película de Tarantino en la que ningún personaje suelte un parlamento con un cigarro colgando de los labios? Prefiero no imaginarlo. Tarantino proviene fundamentalmente del cine negro, y por eso sus protagonistas sueltan tacos, dicen frases brutales, fuman, beben y asesinan.
En Hollywood empezaron prohibiendo el tabaco en los labios de los “buenos”, y así hemos visto un montón de películas de acción y violencia de los últimos años en las que los héroes dejaban de fumar, aunque en las secuelas no se hubieran quitado el pitillo de la boca. Se me ocurre, a bote pronto, el caso de “Arma letal”. Además, en estas producciones espectaculares (que me gustan mucho, lo reconozco: sobre todo si el director ya trabajaba en los años ochenta en el cine de acción), el protagonista siempre deja el tabaco de la manera más sencilla: un día se quita el cigarro de los labios, lo parte en dos y lo arroja a una papelera, o una mujer se lo arrebata y hace lo mismo. Y así dejan de fumar en el cine de Hollywood, algo que, como sabrán quienes han fumado, es imposible y requiere semanas de paciencia, nervios por las privaciones, hambre por el mono y sufrimientos por el estilo. Empezaron prohibiendo el tabaco en los labios de los “buenos” y obligaron a los guionistas a que los “malos” fumaran siempre, identificando así, para la juventud, el tabaco con la maldad. El tabaco, intentaban decirnos, sólo es para criminales, rebeldes, chiflados y villanos que quieren destruir el mundo. Una tontería. Incluso una vez llegué a oír que pretendían borrar mediante el ordenador los cigarrillos de los actores de la década dorada del cine, para que así no fumaran ni Bogart ni Bacall ni Welles ni la Dietrich. Eso es lamentable.
Las prohibiciones sólo conducen a fomentar aquello que se quiere prohibir. Lo hemos vuelto a comprobar con el secuestro de “El Jueves”. Si no hubieran secuestrado los ejemplares del polémico número en el que el Príncipe y su mujer salían en plenas relaciones conyugales, pocos habríamos visto la portada. Ni nos habríamos enterado. Con el secuestro se le ha dado publicidad, y hemos topado con una reproducción del dibujo en periódicos, foros y blogs. Volvamos a Disney. Si no quieren que los niños vean a nadie fumando, ni los conviertan en sus ídolos ni los imiten, entonces acabarán despojando al cine de todo valor negativo: se acabarán los malvados, los asesinos, la violencia, los tacos, las guerras y las torturas. Sólo veremos filmes y series edulcoradas. Pero recordemos que, quien mató a la madre de Bambi, fue Disney.

El gato que acompaña a los moribundos

Leí en el periódico la historia de Óscar, un gato que vive en una residencia de ancianos de Rhode Island, en Estados Unidos. En el centro lo adoptaron cuando era sólo un cachorro. Dicen que ahora los médicos buscan una explicación a sus predicciones. Dicen que, cuando los ancianos entran en el túnel de la agonía, el gato aparece en la habitación del moribundo y se acomoda a su lado, haciéndole compañía hasta que muere. Suele introducirse en el cuarto un par de horas antes. Dado que la mayoría de los ancianos enfermos de la residencia padece demencia senil, el felino Óscar sirve no sólo para acompañarlos en los últimos momentos de su vida, sino para alertar a los doctores y familiares, y así éstos pueden darles el último adiós. El gato se ha ganado incluso una placa que reza: “Por sus cuidados compasivos, esta placa está dedicada a Óscar, el gato”. Cuando la mascota entra en un cuarto y se echa junto a un enfermo, el personal de enfermería sabe que ha llegado la hora y avisa a la familia, para que se apresure y lo acompañe antes de expirar. En esta situación sólo puede darse, quizá, un inconveniente: que el propio enfermo conozca la historia y, cuando vea aparecer al gato, se le pongan los pelos de punta porque ya sabrá que le queda apenas un telediario. Pero, según se desprende de lo que he leído en el periódico, los enfermos han alcanzado ya una situación en la que ni siquiera se dan cuenta de lo que sucede.
Suman veinticinco los enfermos terminales a los que el gato ha ido a hacer compañía. Algunas personas creen que el felino tiene poderes paranormales, mientras los doctores buscan “una explicación química”. He visto fotografías de la mascota en cuestión y debo decir que es un gato muy guapo, de pelaje gris y blanco, y rayas en la zona grisácea, y se parece bastante al mío, el gato que recogimos una madrugada de juerga frente a los bares de La Marina, en Zamora, y con el que llegamos a casa al amanecer.
A mí no me parece ni lo uno ni lo otro: es decir, creo que no se trata de una explicación química ni de un adivino. Simplemente, es el sexto sentido que poseen los animales, en especial los gatos y los perros, para notar la proximidad de la muerte, el acercamiento de un visitante, la presencia de un fantasma, el ambiente enrarecido que termina en tormenta antes de que podamos predecirlo mirando al cielo, la tristeza de sus amos. Quien tenga o haya convivido con gatos y perros sabrá de lo que hablo. He visto mascotas que, cuando había fallecido algún familiar y volvíamos molidos a casa tras el funeral, se acercaban a nosotros, a pasarnos el lomo por los brazos o a lamer las lágrimas de quienes lloraban. He visto gatos que se erizan o se alborotan de felicidad (dependiendo de quién esté a punto de aparecer) unos cuantos minutos antes de que entre en el edificio una visita o se acerque uno de los inquilinos de la casa. Hace años mantuve amistad con un tipo. Yo iba a visitarlo a menudo para charlar de cine y literatura, generalmente los domingos. Su perra me recibía siempre con afecto y se echaba boca arriba para que la premiara con unas caricias. El día en que rompimos nuestra amistad, cuando entré en su casa la perra no dejó de ladrarme. Ya sabía lo que iba a pasar, mucho antes que nosotros. Me ladró como si ya no fuera bienvenido, como si advirtiera que entraba con algo de mal rollo. Muchos de los gatos que he tenido me sobrecogen cuando, de repente y estando solos en casa, se ponen tiesos en el sofá, frente a una pared en la que no hay nada. Y miran, huelen, se incomodan. Sienten “algo”. Es un don del que nosotros carecemos.

viernes, julio 27, 2007

EP3: Tripulantes


No es mucho, pero es lo que hay. Reseña escaneada del suplemento EP3 de El País: no lo he encontrado en la web. Gracias a Vicente Muñoz Álvarez por el aviso.

Próximamente: En la ciudad de Sylvia






En septiembre se estrena esta película. Tengo mucho interés en verla: se rodó en Estrasburgo, ciudad a la que llegué durante sus últimos días de rodaje.
Además, la dirige José Luis Guerin, y será el único filme español que compita en la Mostra de Venecia. Sólo la imagen de Pilar López de Ayala caminando por las calles de Estrasburgo, dotadas de raíles de tranvía, me ha hecho evocar buenos momentos.
Puede verse material de prensa, trailers y fotografías: aquí, aquí y aquí.

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Se dice: “Al enemigo, ni agua”. Es un error. Al enemigo siempre hay que darle agua, agua muy fresca a ser posible, sí, pero envenenada. Sólo de esa manera sabrá que somos piadosos (saciamos su sed), pero también rencorosos (le damos puntilla). Conviene ser un caballero.

“El Solitario”

“El Solitario”, tras trece años de acumular rumores y leyendas sobre sus hombros, ha visto cómo se le terminaba el chollo de vivir del cuento y de asaltar bancos. Quiere el azar que su último golpe lo diera en mi tierra, en un pueblo de mi provincia. Nosotros siempre entramos en las noticias por casos de esta índole. Al salir de los juzgados ha dicho: “¡Hola a todos, soy El Solitario! Salud, españoles”, que es como no decir nada. Suponíamos que iba a soltar una frase de más provecho o algo que pasara a la historia, pero sólo quedarán en la historia sus disfraces y sus asesinatos. Quitadas sus máscaras, esas que hemos visto tantas veces en las imágenes recogidas por las cámaras de los bancos y cajas de ahorro, ha quedado un rostro vulgar y un nombre corriente: Jaime Jiménez Arbe.
Este llanero solitario, cuyo alias, supongo, se lo puso la prensa, ofrecía otra estampa en sus atracos: barbas, pelucas, gorras, caretas, aire fornido, ojos tranquilos, frialdad estudiada, maneras metódicas. Había creado, a su alrededor, todo un misterio. Un tipo que no fallaba, capaz de tirar de gatillo si las cosas se ponían feas. Sin disfraz, “El Solitario” carece de los matices misteriosos que habíamos forjado entre los datos de los medios y nuestra imaginación. Pensábamos que, si un día lo capturaban, su fotografía en los periódicos iba a darnos miedo. No ha sido así: despojado de sus apósitos y de sus bigotes, “El Solitario” da más risa o pena que miedo. Se trata de un hombre rudo, tosco, más parecido a un labrador que a un ladrón de bancos. Él hubiera querido derramar sangre durante su captura, llevarse a unos cuantos por delante, morir matando, como corresponde a su carácter violento, paranoico y desequilibrado. Por fortuna no ha sido así, y tendrá que conformarse con una detención que le queda pequeña porque no hubo ensalada de tiros, ni correrías, ni coches a la fuga, ni nada de eso. La recopilación de datos sobre su perfil y las entrevistas con sus conocidos no ofrecen precisamente el retrato de un angelito: altercados con los vecinos, sospechas de maltrato a su ex mujer, insultos a sus hijos, amenazas a terceros, juicios por faltas y agresiones, amén de los atracos, la posesión de un arsenal propio de Terminator y los asesinatos cometidos hace unos años. Un tío violento y eficaz.
Nos gusta que detengan a un fulano con el que podríamos tropezar en una incursión al banco, que podría seguir matando si se ve inmerso en problemas. Pero hay cosas que no me caben en la cabeza. ¿Por qué esa manía de los medios en enumerar, por ejemplo, sus gustos musicales? He leído por ahí que guardaba “una importante colección de música” y que, entre sus preferencias, se incluían discos de Eric Clapton y Chuck Berry. ¿Y qué? Sospecho que esto obedece a la fea costumbre de echar las culpas a la cultura. Cada vez que alguien asesina, vamos corriendo a examinar sus gustos con lupa: los libros que leía, los grupos que escuchaba, las películas que veía. Así es más fácil hacer psicología barata y, si se trata de un chaval que oía a Marilyn Manson antes de coger un cuchillo de la cocina para cargarse a los padres, pues le echamos la culpa a Marilyn Manson, por raro, por satánico y por rebelde. Tampoco me entra en la cabeza esa horrible y violenta costumbre del pueblo llano, consistente en esperar al sospechoso a la salida de los juzgados y de la comisaría para bañarlo de insultos y amenazas, como hemos visto en la tele. Eso es propio del western, cuando el sheriff debe proteger al reo para que pueda llegar a la horca sin que lo linchen los ciudadanos. Pero no de una sociedad civilizada.

jueves, julio 26, 2007

The Simpsons Movie


No pude evitarlo: ya tengo entrada para el estreno de esta tarde.

Reparto de Watchmen


Warner Bros. Pictures has confirmed the cast for Watchmen, the big screen adaptation of the seminal DC Comics limited series. Patrick Wilson, Jackie Earle Haley, Matthew Goode, Billy Crudup, Jeffrey Dean Morgan ("Grey's Anatomy") and Malin Akerman will star in the Warner Bros. movie, which Zack Snyder is directing. Larry Gordon, Lloyd Levin and Deborah Snyder are producing. Noticia completa (en inglés): aquí.

Noticias frescas sobre Blade Runner



Según Zonadvd (de donde extraigo las dos imágenes superiores), habrá tres ediciones de la película, pero el lanzamiento se retrasa hasta diciembre. Estoy bastante harto; ya llevamos varios años a la espera. Noticia: aquí.

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M. suele dormir en el sofá mientras tomo estas notas breves, pues casi siempre me asaltan en el ámbito nocturno (de ahí su carácter íntimo, derrotista, impulsivo). Creo que es su sueño dulce, plácido e inesperado, lo que me estimula a sentarme ante las teclas, pasada la medianoche, e intentar construir castillos en el aire que merezcan el aplauso de su mirada.

En León (y 2)

Reconozco ser criatura de costumbres, y entre ellas están no sólo mis paseos, sino la asistencia a los bares, en especial si tienen pinchos y raciones. He escuchado durante años, tanto a leoneses como a zamoranos, hablar una y otra vez del Barrio Húmedo, ensalzar sus virtudes, y debo reconocer que la leyenda está a la altura e incluso que la supera. Por si existe alguien que aún no haya puesto un pie en el Húmedo, aclaro que es una especie de Los Herreros de Zamora, pero a lo bestia: más bares, más calles, más espacio. Para mí Los Herreros es un paraíso, así que imaginen lo que sentí al entrar en el Barrio Húmedo. De alguna manera, la disposición del entramado de calles, o quizá las fachadas de los bares, o cierta arquitectura de los edificios de esta zona, o tal vez el ambiente, me recordó a la zona de tapas de Gijón. Si hubiese conocido primero León, sería al revés: las callejuelas de Gijón me recordarían al Húmedo. Aunque estoy comiendo poco este verano, no me privé de probar todas las delicias gastronómicas que me recomendaron: el chorizo a la plancha, la sopa de trucha, las patatas fritas con pimentón, la morcilla a la leonesa, la cecina, las salchichas, los champiñones, las tostas de jamón serrano, el queso con guindilla, las pizzas de La Competencia, etcétera.
León es tierra de alimentos increíbles. Un sitio en el que se come y se bebe bien ya no se olvida, y por eso no olvidaré León: por su gastronomía, por sus calles y por sus escritores. Me gustó la tradición de la tapa: en los bares, junto a la consumición (un vino, una cerveza, lo que sea), el camarero te sirve una tapa gratuita. Amén de lo que quieras pedir. Las tapas son descomunales, gigantescas, y un par de ellas podrían bastar para saciarnos el apetito. Esto también es costumbre de Salamanca, pero las raciones no son tan generosas. En Madrid son más rácanos y sólo ponen un platillo de cacahuetes con maíz frito, o un plato minúsculo de aceitunas, o un cuenco de patatas fritas de bolsa. Sin olvidar que, en Madrid, por lo general a mí no me ponen nada, quizá porque me ven flaco y piensan que no necesito comer. Por otra parte, he olvidado los nombres de los garitos. Salvo el nombre del más famoso, del que tanto había oído hablar: La Bicha, en la Plaza de San Martín, donde sirven la que, dicen, es la mejor morcilla de la ciudad. Y me lo creo. Tiene un aspecto horrible, pero es exquisita. Citando a un amigo mío: “Está más rica que el sudor de Dios”. Había oído bastantes leyendas sobre el dueño y camarero de La Bicha: que echa la bronca a la gente, que pone el cartel de “Aforo completo” y acostumbra a discutir con el personal y, en efecto, son todas ciertas, pero a mí me parece que hay algo de teatro en ello, que el dueño es ya un espectáculo en sí mismo y es fiel a su show. A mí me cayó simpático, me hizo reír, pero comprendo que a todo el mundo no le pase lo mismo.
El sábado, después de las tapas correspondientes a la hora de comer, estuvimos a la sombra de La Catedral, sentados en una terraza, disfrutando del sosiego vespertino. Me encontré muy cómodo paseando por las calles de la parte antigua. En un garito bebimos cócteles. En otro, escanciamos sidra (con máquina: no sabemos hacerlo de otro modo). Fotografié a los gatos callejeros, que cenaban entre las sombras de un muro. Crucé la Plaza Mayor de noche, cuando colocaban toldos y tenderetes para un mercado, y la volví a cruzar varias horas después, cuando sólo quedaban las huellas del comercio o la feria. Agoté todos mis cartuchos en las juergas nocturnas, apuré hasta la última gota de las rutas de madrugada, y por eso sigo agotado.

La noche del oráculo, de Paul Auster

No leía una novela de Auster desde el extraordinario El libro de las ilusiones. Me falta ponerme al día con La noche del oráculo, Brooklyn Follies y Viajes por el Scriptorium. De momento, he empezado por La noche...
En esta ocasión Auster plantea preguntas, pero no da respuestas. Abre historias, pero no las cierra. Utiliza la estructura de las cajas chinas: novela dentro de una novela dentro de una novela. Plantea cuestiones interesantes, como el poder constructivo y destructivo de la escritura, las barreras a veces confusas entre la ficción y la realidad, el embrujo de inventarse una historia y huir del mundo, los cuadernos como llaves y soportes para entrar y salir de la literatura.
A mi juicio, la novela (pero no sé si llamarla novela: más bien plantea una serie de juegos con la metaficción) engancha, empieza muy bien, pero en la segunda mitad se desinfla, pierde fuelle, deja de interesar. No alcanza el nivel de El libro de las ilusiones, y el final decepciona bastante. Pero, si te gusta Auster, debes leerla.

¿Generación? ¿Nocilla?, por Vicente Luis Mora

La prensa necesita etiquetas para escribir de cine, música y literatura: "generación X", "brat pack", "juventud caníbal", "boom", "generación Y", "kronen", "realismo sucio", "next generation" y cosas así. El jueves pasado apareció en El Cultural de El Mundo un reportaje sobre un invento que se han sacado de la manga en la prensa: la "Generación Nocilla", que proviene del título de la estupenda novela de Agustín Fernández Mallo, Nocilla Dream.
En su blog, Diario de lecturas, Vicente Luis Mora se propuso cuestionar las etiquetas y dar espacio a otros autores en el post y en los comentarios. Su lectura es muy interesante. Copio aquí un fragmento del propio V.L.M. y abajo un link al post completo:
Como digo, la postura del artículo es muy saludable. Lo que ocurre es que, como es natural, no es posible acertar de pleno en todas las cosas, sobre todo cuando se quiere hablar de muchas cosas en muy poco espacio, y eso va tanto por el suplemento como por los mismos autores consultados. Quizá aquí, con más espacio, es el lugar de explicarse. A mí me toca puntualizar algunas cosas con las que es normal que esté en desacuerdo, porque ya las he manifestado antes, porque ya había expresado la opinión en (disculpen la publicidad) La luz nueva (Berenice, 2007), mi ensayo sobre narrativa española actual.
Post completo: aquí.

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Somos animales insatisfechos. Durante las largas jornadas de escritura sólo deseo acabar y ponerme a leer, o a dormir. En los días de descanso, por el contrario, mi cerebro hierve de ideas y debo reprimir el impulso de ir a escribirlas.

En León (1)

Si las ciudades pudieran escucharnos, pediría perdón a algunas por no haberlas visitado antes. Sobre todo si están en provincias que nos quedan a mano, dentro de las fronteras de nuestro país. León, sin duda, es una de ellas. Creo que estuve de paso por allí cuando era niño, pero eso no cuenta porque si la ciudad no aparece bien dibujada en la memoria es como si nunca hubiéramos ido. En la infancia viajé a muchos lugares: Lisboa, Cannes, Ibiza, Segovia, Torremolinos, Burgos, quizá León, tal vez Granada, entre otros, pero mi memoria no los recuerda. Así que considero que esta es mi primera vez. En León estudiaron algunos amigos míos y al final nunca fui a visitarlos. Es tierra prolífica en escritores y en poetas: escritores y poetas de calidad, de mucha calidad, que no voy a nombrar por si me olvido alguno, que todo pudiera ser. En León viven un par de amigas de mi tierra a las que también debía visita, así que empecé por ahí, y desde aquí les agradezco su hospitalidad. La única pega es que no pude completar algunos planes que llevaba trazados: entre ellos, visitar las librerías leonesas para comprar esos libros de autores locales que resultan difíciles de encontrar en Madrid; y, sobre todo, saludar a mis colegas escritores Vicente Muñoz Álvarez y Alfonso Xen Rabanal. Fuimos aplazando la hora de quedar y no nos vimos. Tampoco llamé a Tomás Sánchez Santiago porque supuse que estaría en Zamora o en Londres.
La ciudad, al menos las calles por las que yo paseé y las que pude ver desde el coche cuando entramos y salimos de allí, me pareció espléndida. Cómoda para pasear, al igual que lo son otras ciudades en las que a mí me gusta caminar: Zamora entre ellas, por supuesto. El problema del sitio en el que vive cada cual es que, con el tiempo, ya ha dejado de apreciar sus virtudes y sólo se fija en sus defectos. Quienes vamos de paso a una ciudad sólo nos llevamos en la retina esas virtudes, pero eso es precisamente lo que vamos buscando.
Me gustó de León la apariencia del MUSAC, y por supuesto su Catedral, gótica y perfecta. Pero por encima de todo amé sus calles y sus bares, sus zonas para el paseo: esto es lo que suele importarme de las ciudades, mucho más que sus monumentos o sus viejas glorias o sus reliquias, porque al fin y al cabo uno hace vida social en los paseos y en los garitos y en los establecimientos, no en los templos, que sólo sirven a los turistas y a los viajeros para hacer fotografías. Durante todo el fin de semana, en la reunión multitudinaria de amigos que nos apuntamos al viaje, flotamos en una extraña bruma compuesta de sueño, ebriedad y agotamiento. En las mañanas del sábado y del domingo se me pegaron las sábanas por haber trasnochado en exceso, y no pude por tanto dedicarme a desayunar en cafeterías que me habían recomendado efusivamente ni a entrar en ninguna librería. No sé por qué, el libro cuyo recuerdo se hizo más presente, en cuanto salí al exterior para sentir el frío en los pies (me bajé del coche en sandalias, y luego vi necesario ponerme la chaqueta de entretiempo, los calcetines y las botas), fue “El entierro de Genarín”, de Julio Llamazares, que antaño devoré con gran placer. En cuanto topé con un kiosco abierto, o sea el sábado a mediodía, ya que el viernes llegamos muy tarde por culpa de los atascos madrileños, hice lo que suelo hacer en cuanto piso otras ciudades: comprar uno o dos periódicos. Siempre hay que echarle un vistazo al periódico de la tierra, aunque sólo sea para ver su maquetación, su diseño y sus fotos. Dado que a esta ciudad le debía una visita, me consagré a ella mediante la ruta de tapas y la juerga en sumo grado.

martes, julio 24, 2007

Próximamente: Marginales, de Vicente Muñoz Álvarez

Os presento el prólogo del nuevo libro de Vicente Muñoz Álvarez, Marginales, que saldrá publicado en otoño. Agradezco a Vicente el permiso para colgarlo aquí, a Alfonso Xen Rabanal la idea (el prólogo apareció en primicia en su blog) y a Norberto Luis Romero la foto (que encontré en su web). Copio y pego:
He ahí mi universo, como yo lo he creado, como se ha mostrado en mí. Peregrino, viajero, si quieres seguirme respirarás más libre, pues en mi universo reina el desorden y en él está la libertad.
A. Strindberg
Vivimos en un mundo evidentemente materialista. El desarrollo, la competitividad y el tecnicismo han propiciado la transformación de nuestro originario ser. Las religiones y los mitos caen vertiginosamente en el olvido, son sólo el recuerdo de algo inútil que embriagó durante siglos de penumbra nuestras mentes. Y las leyendas, las supersticiones y los sueños siguen caminos paralelos.
El hombre actual es hiperactivo, escéptico y prosaico, cuando no un fracasado. Sus alas fueron cercenadas por el sueño de la razón, lo que ha convertido a unos pocos marginados en sus monstruos.
De este vacuo sincretismo surge hoy como un fénix el nuevo soñador, fruto de cenizas calcinadas y vientos corrompidos, hijo del esplín y el desencanto. Sus visiones son consecuencia del progreso que idolatran sus hermanos, síntesis de las luces de hoy y las sombras de ayer.
Porque el Saber Antiguo aún está ahí, velado por las fatuas pretensiones de la Ciencia.
Mezcla de sueños abortados y fatigas seculares, algunos disidentes conspiran todavía en lo profundo, irredentos y amenazadores, fascinantes y peligrosamente subversivos.

PRÓLOGO A LA PRESENTE EDICIÓN
La versión del libro que el lector tiene ahora en sus manos es fruto de un largo proceso de reescritura que, desde mi punto de vista, requiere una somera explicación.
Muchos de los relatos que lo integran datan del verano de 1991, momento a partir del cual fueron cobrando cuerpo y vida para una primera edición, titulada Monstruos y prodigios, galardonada en el Certamen Letras Jóvenes de Castilla y León y publicada, con ilustraciones de Joaquín Herrero Goas, por la Junta en 1996. Se trataba, no obstante, de una versión reducida, ajustada en cuanto a extensión a las bases del Certamen, que dejaba fuera gran parte de los relatos del libro tal y como al principio fue concebido. Una versión más completa del mismo, con portada de Silvia D. Chica, vio la luz a finales de 1996 en la ya desaparecida editorial barcelonesa Las palabras del pararrayos, bajo el título El pueblo oscuro. Con una tirada de tan sólo 200 ejemplares, el libro se agotó al poco de haber salido y muy pronto se convirtió en prácticamente inencontrable. En cualquier caso, no me satisfizo plenamente en su momento aquella versión, cargada de erratas tipográficas y nunca hasta el presente debidamente revisada. A partir de entonces, diversos relatos del libro fueron incluidos en antologías y revistas especializadas, quedando eternamente pendiente esa labor de reescritura que casi desde su publicación yo mismo me había propuesto. Fue en el verano del 2005 cuando decidí finalmente volver a abordarlo. El escritor David Mardaras estaba gestionando un interesante proyecto editorial y me pidió un libro de relatos para una colección que, por diversas circunstancias, nunca llegó a ver la luz. Por entonces yo estaba metido de lleno en mi novela El merodeador y en algunos de mis últimos poemarios, que no cuadraban en la estética del citado proyecto. Decidí por tanto saldar la deuda postergada y siempre pendiente con El pueblo oscuro, y comencé a reescribirlo desde la primera línea, obteniendo una versión, la presente, muy distinta de la original. Los más de diez años transcurridos desde su gestación, el bagaje de experiencias y lecturas acumulado desde entonces y mi propia evolución personal cristalizaron en el presente libro, que poco tiene que ver, creo, con cualquier versión anterior. Además del propio título, modifiqué en gran parte el estilo y la prosa de la primera edición, en exceso adjetivada y barroca, amplié el número de relatos hasta un total de 50, corregí todas las erratas e imprecisiones de la misma y, muy especialmente, modifiqué (en la medida de lo posible) el lenguaje y el tono del texto, ajustándolo a mi sensibilidad presente. El libro, en cualquier caso, titulado definitivamente Marginales, permaneció durante más de un año en mi cajón de inéditos, al no salir adelante la colección para la que en principio lo había reescrito. La excusa definitiva para dar a la imprenta la presente edición, maravillosa y turbadoramente ilustrada por Mik Baro, se presentó a través de un concurso de libro de cuentos ilustrado, que fue declarado desierto (???) y que aunó ilustración y textos en esta versión (espero definitiva) que el lector tiene ahora en sus manos.
En ella encontrará ecos de voces para mí muy respetadas y queridas: Ramos Sucre, Huysmans, Lovecraft y Norberto L. Romero, a los que está dedicado, y Baudelaire, Rimbaud, Nerval, Poe, Paré, Machen, Blackwood, Yeats, Lautreamont, la beat generation... así como (cambiando radicalmente de registro y extremo) del cine independiente y gore, la psicodelia y el rock, el comic, la prensa underground, la televisión y otras disciplinas comúnmente tachadas como cultura popular o basura, que han sido para mi evolución personal igualmente determinantes.
En cualquier caso Marginales, tanto por su estilo como por su proceso de reescritura continua, puede considerarse una rareza en mi bibliografía. Para empezar, el único libro de ficción pura (o eso quiero pensar: no dejo de reconocerme una y otra vez en estas criaturas) que he publicado, siendo el resto de tendencia más bien realista (en sus diversas graduaciones) y autobiográfica. Pero sobre todo, y muy especialmente además, por el tono pretendidamente bizarro y kitch, barroco y onírico que le caracteriza, que jamás he vuelto a utilizar del mismo modo en mi escritura. Un tono con el que he pretendido rendir un sentido homenaje a algunos de mis maestros de juventud y a todo el acervo de alta y baja cultura que desde niño he ido devorando y asimilando en mi forma de escribir y concebir la propia vida.
Sólo espero ahora que las siguientes páginas sean de vuestro agrado y os inquieten al leerlas tanto como a mí al escribirlas.
Felices pesadillas y que Dios nos guarde de las Alimañas Descarnadas de la Noche.
Vicente Muñoz Álvarez. Verano de 2007.

33

Caminar por el centro de Madrid supone un vistazo a la tragedia, una mirada al abismo, la parada de los monstruos: cojos, tuertos, mancos, ciegos, alcohólicos, toxicómanos, tullidos, deformes. Todos ellos viven de la mendicidad. Todos ellos sobresalen como flores negras y rotas en un jardín.

En camino

Viernes. Atasco a la salida de Madrid. Caravana, el sol calentando la chapa de los coches. La carretera sólo alivia cuando en el horizonte ya no hay vehículos. Alivia porque invita a reflexionar, a conversar, a mirar el paisaje. La carretera fomenta el arte: hay muchas canciones, muchas películas, muchos cuentos, muchas novelas, que se inspiran en el asfalto, en el viaje: “En el camino”, “On the Road Again”, “Carretera perdida”, “Una historia verdadera”, “Mad Max”, “Carretera al infierno”, “El diablo sobre ruedas”, “Highway Patrolman”. La enumeración completa desbordaría los límites de este artículo. Echarse kilómetro cansa y reconforta al mismo tiempo. Sarna con gusto no pica, dicen. En la cuneta no faltan los vehículos que se acaban de dar un trompazo, pero un trompazo en el que no parece haber heridos ni víctimas mortales. Cristales en el asfalto, ramas dispersas por el suelo, cascotes y abolladuras, guardias civiles, hombres firmando el parte, y los conductores que frenan un poco para ver qué pasa, para mirar si hay sangre y saber qué ha ocurrido, que está ocurriendo, el hombre es animal curioso por naturaleza.
La parada es obligatoria. Hay que estirar las piernas, orinar, tomarse un refresco y comprar una botella de agua para el camino. Hablamos de esos bares infectos de carretera en los que la comida que sirven es deliciosa, pero las condiciones higiénicas suelen ser lamentables: una alfombra de colillas, huesos de aceituna y servilletas usadas, platos de callos recalentados mil veces, moscas zumbando en el mostrador, hombres rudos que huelen a sudor y se fuman un puro y se beben un coñac a mitad de viaje, mesas de las que no desaparecen las manchas, servicios que huelen a infierno, vasos repletos de huellas del camarero, que tiene roña en las uñas. Nos detenemos en un lugar de paso que significa lo contrario: está limpio, parece uno de esos garitos de franquicia. Recuerdo que el año pasado, al ir a Gijón, paramos allí, y que había un hombre sentado a una mesa, un tío solitario y sucio, probablemente vagabundo, al que rodeaban las moscas. Pero él no las apartaba. Se habría acostumbrado a su compañía, a sus patas sobre la piel, al ruido rutinario de sus alas. El garito está limpio, pero la zona para fumadores apesta y, tras poner un pie dentro, retrocedemos, con el estómago revuelto: es una habitación muy pequeña, sin ventilación, sin un agujero por el que pueda entrar el aire y salir el humo, sin extractores. No hay nadie dentro. Apesta: huele tanto a ceniza, a humo de tabaco, que se revuelven las tripas y hay que retroceder. En la actualidad, ser fumador es un castigo. Suerte que no fumo.
En la terraza se puede respirar aire, pero las moscas se posan en los vasos, pasean por los brazos, se lanzan a las piernas desnudas. La gente se avitualla, compra el periódico, deja a la abuela sentada en una silla, para que se airee, hace cola para entrar en los servicios. Los servicios de los lugares de paso atraen a los lunáticos y a los perturbados. Hace años, en una estación de Benavente, un viejo entraba en los servicios para ver cómo los demás meaban. Yo entré y, cuando vi que el viejo venía detrás, me aguanté las ganas de orinar y salí pitando de los servicios. El hombre, decepcionado, salió a su vez, sin bajarse la bragueta, sin lavarse las manos, sin hacer nada. Sólo miraba. No me hubiese extrañado que, en una de esas, le plantaran un puñetazo. El viaje continúa. Cinco horas en carretera, por culpa del tráfico. La noche cae sobre nosotros. En los últimos kilómetros casi se nos acaba la gasolina. Vamos en reserva. Afuera hace fresco. Estamos a un paso de León. Por fin voy a conocer la ciudad.

lunes, julio 23, 2007

Mundo Lavapiés: El Festival se vuelve castizo


Foto y texto de Alfredo Merino, para El Mundo:
Es por ello que Mundo Lavapiés está resultando una de las exposiciones más exitosas de cuantas se han celebrado en La Roquette. Realizada por el fotógrafo francés, Julien Charlon, quien reside en Lavapiés desde hace años, acerca la agridulce vida de ambos escenarios en teoría tan alejados, pero que sus imágenes acerca hasta tocarse.
La puesta en escena es también enormemente popular. Las salas son cuatro de los más populares bares del barrio: Chez Alí, Chez Frédérique, Chez Yves y Chez Jaouad. «Es de lo mejorcito que hemos tenido y a todos los que vienen les encantan las fotos y les entran ganas de conocer Lavapiés», afirma entusiasmado y en correcto español, Alí, el propietario del primer establecimiento.
Entre todos ellos, enormes reproducciones fotográficas de Lavapiés cuelgan a lo largo de toda la calle de La Roquette. ¡Qué bueno sentirse en casa, aquí en Arlés!
Texto completo: aquí.

32

Imaginemos que la literatura es un lago. Debemos atravesarlo a diario. Casi todos los escritores de este país nadan juntos, se protegen si uno corre peligro de ahogarse, se animan a llegar a la otra orilla. Yo, en cambio, nado solo. Despacio, a mi ritmo, sin salpicar. Lucho para esquivar la soledad, el fracaso y los tiburones. Pero sé que aún quedan cuatro o cinco literatos, generalmente poetas, que se zambullirían en el agua si me hundiese. Llegarían sin resuello a mi lado, con la única intención de tenderme una mano. Ellos también suelen nadar solos.

La última noche de River Phoenix

El jueves encontré en Localia una serie documental que investiga las muertes de las celebridades. Vi el final del capítulo sobre Sid Vicious y estaba a punto de cambiar de canal cuando pusieron “Las últimas 24 horas de River Phoenix”. Me interesaba. Me enganchó. Phoenix fue uno de los grandes actores de su generación, muerto a los veintitrés años en la cumbre de su carrera. Me gustan sus películas: “Exploradores”, “Cuenta conmigo”, “La Costa de los Mosquitos”, “Un lugar en ninguna parte”, “Te amaré hasta que te mate”, “Mi Idaho privado”, “Los fisgones”, pero sobre todo su talento para interpretar a nuestro aventurero favorito, de joven, en “Indiana Jones y la última cruzada”. No vi, quizá por mala distribución, varios de sus últimos trabajos: “Esa cosa llamada amor”, “Ellas también se deprimen” y “Lengua silenciosa”. Su muerte supuso un trauma para las adolescentes y una decepción para quienes habían creído en su imagen de chico limpio, saludable y vegetariano. El documental muestra imágenes y proporciona datos que yo nunca había visto ni escuchado.
Los testimonios los ofrecen policías, amigos cercanos y compañeros de trabajo, pero se echa en falta la aportación de su familia o de directores conocidos. Mediante las entrevistas construyen el perfil de Phoenix. En cuanto a las drogas, enumeraron dos causas. Primera: la gran presión que soportaba, siendo tan joven, porque sobre sus hombros recaía la responsabilidad de alimentar a su numerosa familia hippy, compuesta de padre, madre y varios hermanos, y sólo él llevaba dinero a casa y debía dar los pasos adecuados para proseguir su carrera, y las drogas constituían un alivio, una válvula de escape. Segunda: durante el rodaje de “Mi Idaho privado” quiso conocer y entrevistar a chaperos, pues interpretaba a uno de ellos, y conocerlos lo condujo a empezar a consumir todo tipo de drogas; cocaína, heroína, marihuana, pastillas, sumado al alcohol y a lo que cayera en sus manos. Su gran pasión era la música. Había formado un grupo, Aleka’s Attic, para el que cantaba, componía canciones y tocaba la guitarra. Tuvo gran amistad con Flea, talentoso y chiflado bajista de Red Hot Chili Peppers. El documental muestra grabaciones inéditas en las que vemos a Phoenix entrevistando a los chaperos para preparar su papel y también en mitad de una jam session junto a Flea.
La noche de su muerte iba a tocar en el Viper Room, un selecto club de Los Ángeles, propiedad de Johnny Depp. Tocaría junto a un montón de artistas célebres, Flea y Depp entre ellos. Se había levantado, esa mañana, con una resaca de espanto, y durante el rodaje de la inacabada “Dark Blood” no levantó cabeza. Ese día decidió mantenerse limpio, sobrio, para dar lo mejor de sí mismo en el escenario. Participó en una fiesta privada junto a su familia y sus colegas. Con él estaban dos de sus hermanos, Rain y Joaquin Phoenix, y su novia, la actriz Samantha Mathis. En el Viper pillaron un reservado. Dicen que fue Flea quien le dio la mala noticia: River no podría tocar esa noche, había demasiada gente en el escenario. La decepción fue brutal y decidió olvidarla metiéndose un pelotazo de speedball (heroína + cocaína). Bebió alcohol y tomó valium, que le ofrecieron después de marearse y vomitar. Lo sacaron a la calle y, en la acera del Viper, sufrió un ataque al corazón inducido por la excesiva cantidad que había esnifado y el cóctel explosivo. Murió en la acera, entre convulsiones, mientras su hermano Joaquin llamaba a Urgencias desde una cabina de teléfonos. En el documental se oye la grabación de la voz de Joaquin, pidiendo ayuda entre sollozos. Es desgarradora. Me dejó frío, y algo deprimido antes de irme a dormir.

domingo, julio 22, 2007

Citas. 50



Hace mucho comprendí que la sociedad nos da por el culo a todos, privándonos de las sensaciones y los placeres más interesantes y rodeándonos de prohibiciones y tabúes. "No lo hagas". Pues sí que lo hago.
Edward Limónov, Historia de un servidor

Otras maneras de editar (y 2)

Hablábamos ayer de las novelas disponibles (y gratuitas) en las páginas web de algunos autores, como Elfriede Jelinek y Alberto Vázquez-Figueroa, que no han sido los pioneros en colgar una obra en la red al servicio del público. Cientos de poetas y escritores anónimos lo hacen a diario. La diferencia es que, vendiendo tanto como venden, la actitud de Jelinek y Vázquez-Figueroa supone un paso adelante, un auténtico golpe editorial, un mazazo al mercado. Lo que sí me parece pionero, decía en el artículo que precede a éste de hoy, es el sistema elegido por el novelista canario: su nuevo título, “Por mil millones de dólares”, puede adquirirse gratis en la red y pagando un poco en las librerías por la edición de bolsillo y pagando más por la edición en tapa dura. Así se llega a los distintos lectores de las diversas clases sociales. Quien diga que no puede leer es porque no quiere hacerlo.
También decíamos ayer que, si apareciera en esos tres formatos la nueva novela de Cormac McCarthy (por citar un autor que me gusta mucho), me decantaría por la tapa dura. Y lo que no podría soportar, por supuesto, es que esa novela sólo se publicara en la red. Me gusta tener (y leer) los libros de siempre, con su portada, solapas, contraportada y todo el tinglado. Salvo que no hubiese otro remedio. Pondré otro ejemplo: en la web “Manual de lecturas rápidas para la supervivencia” se pueden encontrar, actualmente, varios libros completos y gratuitos de poetas españoles. Yo preferiría tener varios de ellos tal y como se publicaron. Pero numerosas editoriales, por no decir casi todas, no permiten (o no facilitan) la reedición, salvo que el libro sea muy solicitado o el autor muy famoso. Dado que quizá ya no sea posible encontrarlos en las librerías, entonces me conformaré con la posibilidad de descargarlos a mi ordenador y, si me place, leerlos en la pantalla o imprimirlos. Pero la impresión, a la postre, cuesta lo mismo que comprarse el libro: hay que gastar folios y mucha tinta, que no es barata. Aprovecho para citar algunos de los autores de esos libros de poesía que pueden descargarse de la red en la página “Manual de lecturas rápidas…” (y cito a los que conozco): David González, Antonio Orihuela, Enrique Falcón, David Franco, Eva Vaz, Jorge Riechmann, Isabel Pérez Montalbán, Uberto Stabile. Pero hay más. Indaguen en la página, descubran y lean. Esto demuestra que no sólo los autores célebres publican (o reeditan, como en este caso) en la red.
Hace unos meses participé en una encuesta en la que se nos preguntaba a unos cuantos si colgaríamos alguna obra gratuita en la red. Respondí que sí, desde luego. Una obra, o quizá dos: un autor tampoco debería colgar toda su bibliografía, de momento. Lo que me sorprende es que aún existen autores, quizá endiosados, tal vez convencidos de ser la hostia, que no colgarían gratis ni un solo cuento suyo. Allá cada cual, pero los tiempos cambian. El lector debe poder probar algunas páginas de cada autor. Este sistema beneficia a la lectura. Si, por ejemplo, leo de forma gratuita en la red un cuento de Deborah Eisenberg, y me gusta, iré a la librería a comprarme el libro. Y eso es lo que hice con “El ocaso de los superhéroes”. Son más abundantes los beneficios que los perjuicios. Internet supone un paso adelante en el sistema editorial. Los autores no quieren estar al servicio de las múltiples barreras que existen entre ellos y los lectores: editores, correctores, distribuidores, libreros. Así, cada cual se va buscando la vida como puede: colgando la novela en su blog, publicándola en varios formatos, dejando leer unos capítulos o cociéndose él mismo la edición on line.

Otras maneras de editar (1)

Prince y Alberto Vázquez-Figueroa han enfadado a la industria: a la discográfica y a la editorial, respectivamente. Prince decidió distribuir su último disco junto a la tirada de un periódico británico; de ese modo, el lector se llevaba a casa una copia gratuita. Maniobra similar a la de los periódicos españoles que incluyen, en sus ejemplares, películas o libros. La diferencia es que, aquí, suelen regalar (aunque no es exactamente un regalo: el lector debe pagar un plus si decide coger el libro o el dvd) copias antiguas, que ya tiene todo el mundo, mientras que el disco de Prince era una novedad. Vázquez-Figueroa ha redactado en su página web un manifiesto en el que explica las razones que le han movido a colgar en la red su última novela, que el lector, cualquier lector, puede descargarse de manera gratuita en formato pdf.
Esto no es nuevo: Elfriede Jelinek, galardonada con el Premio Nobel, colgó en su página oficial su último libro, “Envidia”. Ella misma dio una explicación: “¿Para qué necesito la asistencia de una editorial cuando yo misma puedo volcar mi novela en la red y hacerla accesible a todos mis lectores de forma gratuita?” Quizá el pionero fuese Stephen King (y luego Arturo Pérez-Reverte), que puso “The Plant” en su portal. La diferencia es que estos cobraban, aunque poco, por descargarse los libros. Jelinek y Vázquez-Figueroa han dado un paso más. Y sí, ya sé que hoy cualquiera cuelga su libro en la red, pero hemos empezado a hablar de los autores célebres porque son los que, mediante sus decisiones, obtienen notoriedad en los medios. Quiero decir que conozco a un montón de gente que, antes de Jelinek y Vázquez-Figueroa, colgaba ya sus libros en la red, en pdf, fueran nuevos o antiguos. De momento, la opción más interesante es la planteada por Vázquez-Figueroa, que distribuye la novela desde todos los flancos y, por ello, abre más posibilidades a la lectura. Su libro se publicará de tres maneras: en descarga gratuita en pdf a través de su web y mediante un simple clic, como ya hemos dicho, y esta opción permite que los editores de los periódicos puedan publicarla por entregas en sus diarios, sin que el autor cobre por los derechos de explotación; en una edición normal, considerada de lujo, de venta en las librerías; y en edición de bolsillo, que aparece en el mercado al mismo tiempo que la versión en tapa dura y a un precio asequible. Así contenta a todo el mundo. Con la descarga gratuita, a quienes no tienen dinero para comprarse el libro o viven en países en los que tarde en distribuirse. Con la edición de lujo, a los maniáticos de los libros bien editados y en tapa dura, tipos como yo. Con la de bolsillo, a quienes detestan leer en pantalla o en copias recién salidas de su impresora, pero prefieren gastarse menos en la librería. Estas tres opciones, claro, sólo se las puede permitir alguien que vende tantos ejemplares como Vázquez-Figueroa. Quiero decir que un autor desconocido tendría un total de diez descargas en pdf, tres ventas en ejemplares de bolsillo y una en tapa dura.
Vázquez-Figueroa dice cosas interesantes en el texto colgado en su web. Prefiere que le lean obreros y estudiantes que apenas se han gastado unos euros que un ejecutivo solitario que no contagie a nadie fervor por sus libros. Considera que quienes se descarguen el libro es porque no pensaban comprarlo. Tiene razón. Pondré un ejemplo: si la nueva novela de mi adorado Cormac McCarthy, “The Road”, apareciera simultáneamente en internet, en tapa dura y en bolsillo, me la compraría en tapa dura, aunque me doliese la cartera. De hecho, he comprado libros que ya había descargado de la red. Respeto, pues, la iniciativa de estos autores.

viernes, julio 20, 2007

Un cuento


Me voy a pasar el fin de semana en León. Por si no pudiera actualizar hasta el domingo por la noche, os dejo entretenidos con uno de mis cuentos, El crudo color de la realidad. Por si a alguien le interesa.

Se publicó en el 2000, en un librito de varios autores que se regalaba en la Feria del Libro de Madrid. La tirada fue corta y mi relato no ha vuelto a publicarse. Así que lo he colgado completo en pdf. Si uno se fija, comprobará que la escritura ha cambiado. El estilo era algo recargado, barroco, pero creo que todavía funciona.

Descarga el cuento: aquí.

Historia de un servidor, de Edward Limónov

Limónov es ruso y pobre. Es poeta, escritor, bisexual, revolucionario. Ha emigrado a los Estados Unidos y, en Nueva York, consigue un trabajo de mayordomo en casa de un empresario millonario. Limónov detesta lo mal repartida que está la riqueza. Trabaja allí porque así puede estar más cerca de todo aquello que anhela: lujos y mujeres. Mientras tanto, consigue que una agente literaria intente colocar su primera novela en manos de algún editor. Pero todos rechazan el manuscrito. Y así pasa la vida, enamorándose, odiando, bebiendo y fumando marihuana, fornicando con un montón de mujeres atraídas por su carácter de poeta ruso y rebelde y por la casa del millonario. Es una novela autobiográfica, una de las dos únicas traducidas al castellano (la otra es Historia de un granuja. Se pueden encontrar aquí).
La escritura de Edward Limónov (pseudónimo de Edward Veniaminovich Savenko) tiene algo de Charles Bukowski y de John Fante, aunque para mí no es tan grande como ellos. No exagero. Del primero, su recreación de las escenas sexuales, su agresividad ante las injusticias, su desprecio de la sociedad, su tendencia a llamar a las cosas por su nombre sin eufemismos. Del segundo, la honestidad brutal que caracteriza los escritos de Fante, honestidad que nos obliga a ver al personaje Limónov como un tipo bastante canalla y cabrón, en unas ocasiones, y un tipo con sensibilidad de poeta rebelde, en otras. Él, además, le añade el toque clásico de la picaresca.
Sé que este libro gustará a algunos de mis colegas del gremio. A mí me ha gustado y se lo recomiendo especialmente, si no lo han leído ya, a David González, Alfonso Rabanal, Julio Valdeón Blanco, Vicente Muñoz Álvarez y David Refoyo.

31

Todos necesitamos desaparecer durante algún tiempo. Y luego resurgir, como el ave fénix.

Presumidos

Por lo general, los hombres llevamos el traje de dos maneras (y hay una tercera: sólo ponérselo en las bodas, que es mi caso): sintiéndonos cómodos, igual que si se ajustara al cuerpo como un guante, y no darle mayor importancia, porque no la tiene, conozco a un montón de gente, amigos y familiares entre ellos, que va a la oficina con traje y se ha acostumbrado tanto que, insisto, no le da importancia; pero luego existe una segunda manera de llevar el traje, y es la propia de los cretinos, de los tipos que, por el mero hecho de ponerse chaqueta y corbata, se creen ya los reyes del mambo y los amos de la fiesta y los príncipes del cotarro, esos individuos que, en cuanto el jefe los obliga a ajustarse el nudo de la corbata, a ir afeitados a diario y a llevar los zapatos como espejos, entonces te dejan de saludar por la calle, porque ellos creen que han subido un peldaño, cuando en realidad es mentira, no han subido nada, sólo se han adaptado al sistema, como cualquier otro hijo de vecino, pero se dan aires y muchos humos. Esto último que digo lo he vivido en mi ciudad, con antiguos conocidos a los que, en cuanto salían a la calle con el correspondiente atuendo, te negaban el saludo por Santa Clara. Bueno, pues sepan ustedes que uno también tiene algún traje por ahí, y no se lo pone porque no le da la gana y porque no se necesita para este trabajo tan solitario. Hagan la prueba: intenten estar atentos por si, en la calle, ven algún día a algún concejal del PP en el Ayuntamiento. No son los mismos con el traje que con ropa cómoda y paseando con la familia. En el primer caso, parece que les han metido un palo por el ano. En el segundo, vuelven a ser normales.
Y ahora hablemos de César Antonio Molina, elegido ministro de Cultura del PSOE, y que se da aires con el traje. Su predecesora en el cargo lo hizo todo tan mal (especialmente hablar, dadas sus escasas dotes para la oratoria, como he recordado en este espacio en varias ocasiones) que no tiene por delante un reto. Quiere decirse que, aunque en su cargo tome malas decisiones, es imposible tomarlas peores o tropezar tanto al abrir la boca frente a los micros. Molina mejora a Carmen Calvo, pero no significa que sea un acierto. Lo digo porque, hace unos cuantos años, deambulaba yo mucho por el Círculo de Bellas Artes, del que Molina era director. Asistí durante unos días a una especie de conferencias en las que Fernando Delgado hablaba de literatura y periodismo. A veces llegaba con demasiada antelación y aguardaba en una especie de sala de espera por la que pasaban secretarias y el propio César Antonio Molina. Lo vi varias veces, en compañía de poetas invitados de otros países. En seguida me dio mala espina, se me atragantó. Los poetas invitados, por lo general señores de la tercera edad, caminaban como deben hacerlo los poetas: con dignidad, pero sin presunción. Molina, en mi opinión, era todo lo contrario, y no sólo por su traje y el pelo recién arreglado en la peluquería: envarado, presumido, muy estirado, como haciéndonos ver que él era allí el amo, y que podía permitirse ciertos lujos, entre ellos acompañar a poetas célebres por el edificio. Quizá me equivoque, pero no me gustó su planta y su gesto. Incluso creí que era de derechas. Dicen que lo ha hecho bien al frente del Instituto Cervantes.
No desconfío de los poetas trajeados, caso de Molina: desconfío de los tipos trajeados que hinchan la pechuga, se dan importancia de reyes y miran al ciudadano por encima del hombro. Espero errar y que su gestión beneficie a la cultura de este país, muy necesitada de ayudas y muletas para sostenerse. No obstante, aplaudo que elijan a un intelectual y que sustituyeran a Carmen Calvo.

jueves, julio 19, 2007

Blade Runner, de Varios Autores


I've seen things you people wouldn't believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhauser gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.

Calidoscopio


EN PROPIEDAD
Tú siegas la cocina
yo planto flores en el baño
volvemos del trabajo sudorosos
y con orgullo observamos
nuestra parcela de treinta metros
que cuidamos con el fervor
de pequeños terratenientes
Poemas de Ana Pérez Cañamares: aquí.

30

“Ya ves, hijo, los pobres nunca salimos del pozo”. Es la frase que me dijo mi madre, una mañana reciente, tras sospechar que su diseño para una camiseta, hecho dos años atrás, se lo ha copiado un famoso diseñador de moda. “Los pobres nunca salimos del pozo”.

Pasear, sentarse, observar

Pasear, sentarse en una terraza, ir al cine. Va uno quemando el verano como puede, hasta que comience el tiempo de la evasión y entonces sí, entonces viajaremos por ahí. Pasear, como siempre, por Huertas y el entorno de Sol. Tropezarse, a cada paso, con gente rara, tipos tan escalofriantemente extraños que parecen surgidos de una pesadilla, de un circo de variedades. Melenas foscas y horribles, miopías brutales, bigotes imposibles, indumentarias a las que sólo haríamos un hueco en la hoguera. Los transeúntes se detienen en las esquinas, asombrados. Uno mira hacia donde miran y ve que sólo se paran a mirar a las estatuas humanas: una chica vestida de novia, un hombre disfrazado de Don Quijote, cosas así. Cruzar a la otra acera y, al hacerlo, observar a un joven con maneras de Correcaminos, con tres policías tras él, pisándole los talones, a la manera de “Reservoir Dogs” cuando ya han atracado el banco y vemos a Steve Buscemi (Señor Rosa) quemar suelas por la calle. La escena se parece, pero nadie ha desenfundado la pistola ni hay tiros, lo cual agradecemos mucho. Ya sé que uno podría entorpecer la fuga del tipo, ponerle la zancadilla y ayudar a la policía. Pero uno no se quiere meter en líos y, además, ¿quién dice que el perseguido es culpable? Los fugitivos no siempre son culpables. Tendrán sus razones para huir.
Sentarse en una terraza a pasar las horas. Los camareros hindúes son eficaces en el trato: están atentos para ofrecerte una mesa, si falta una silla se encargan de sacársela de la manga para que todo el mundo pueda sentarse, y, aunque a veces no entienden un carajo, siempre sonríen, que es algo que alegra la tarde. Vayas donde vayas, mires donde mires, sólo ves gente comiendo: comiendo en las barras de los bares, en las terrazas, en los cines, en los parques, en las plazas. A menudo la calle es una procesión de personas moviendo el bigote. Da igual la hora: cinco de la tarde, siete, ocho, diez, doce o una. En España cada cual va a su ritmo, come cuando se le antoja.
Ir al cine, pero no acertar con la película. Ir a ver la última de Harry Potter y aburrirse como una soberana ostra: y sé que por esto aumentará el número de mis enemigos, pero antes dejen que me explique. Me gusta ir a ver las de Harry Potter por dos razones poderosas: de algún modo me hacen revivir la infancia, aunque mis héroes combatían en un escenario de cartón piedra; y salen los mejores actores británicos, porque por aquí han desfilado Ralph Fiennes, Richard Harris, Michael Gambon, Emma Thompson, Brendan Gleeson, Gary Oldman, Julie Christie, Kenneth Branagh, Jason Isaacs, Alan Rickman, Helena Bonham Carter, David Thewlis, Maggie Smith, Miranda Richardson, Fiona Shaw y John Hurt. Casi nada, oiga. El problema de Potter, y espero que mis primas pequeñas me perdonen, es similar al de la saga de James Bond: si el director es bueno, sales encantado del cine aunque el filme se te olvide diez minutos después; si el director es malo, te hace una patata que no salva el reparto ni los efectos especiales. Pensemos en la saga del mago. Las dos primeras las dirigió Chris Columbus, quizá el tío más pasteloso de la historia, especialista en merengue familiar, pero que estuvo a la altura: las dos son entretenidas. La tercera y la cuarta son de Alfonso Cuarón y Mike Newell, respectivamente: dos grandes directores que han logrado las mejores secuelas de la saga. La de Newell es fantástica. Pero en la última han dejado el timón en manos de David Yates, que viene de la tele y aporta dos horas y media de bostezos, poca acción y apenas aventura. Y, si se fijan bien, en esta entrega los niños ya se afeitan: en el cuello les despuntan los cañones de la barba.

miércoles, julio 18, 2007

Tintación, de Almudena Vidorreta Torres


Tratabas de arrancarme la piel a tiras,
convertirme en un abrigo y exhibirme.
Pero no pudiste hacerlo después de todo:
una zorra no es suficiente.
[Nota: Este no es el mejor poema del libro, pero sin duda es el más breve. Muy recomendable plaquette, rica en metáforas jugosas y aplastantes, de una de las jóvenes promesas de la poesía. En Editorial Eclipsados].