Nicolas Cage es uno de esos actores que no descansan. Estrena una media de dos o tres películas por año. El problema es que la mayoría son malas. O lo parecen. Steve Buscemi, un actor con más talento, pero que cobrará una miseria, también participa en un montón de películas cada año, pero las suyas suelen ser buenas o, si son malas o mediocres, él se salva de la quema con un personaje torturado o con sus asombrosos secundarios. Creo que fue en el viaje a León cuando estuvimos hablando de Nicolas Cage. Es una estrella siempre presente en las carteleras, así que no es raro que esté cada poco en boca de los cinéfilos. Si uno se fija en su carrera, advertirá que Cage la está arrojando al cubo de la basura. Pero, antes, expliquémonos.
Uno de mis primos lleva años diciéndome que Nicolas Cage le pone negro: “No aguanto a ese actor. Me pongo malo sólo de verlo”. A mí no me sucedía lo mismo, y por eso discutíamos una y otra vez acerca de su trabajo y de su talento. Han pasado varios años y, a la vista de las producciones en las que Cage se embarca, debo reconocer que mi primo tenía razón. O la tiene ahora. Poca gente sabe que Nicolas Cage es, en realidad, sobrino de Francis Ford Coppola. Al principio de su carrera, Nicolas Coppola no quería que le diesen papeles sólo por ser pariente de uno de los grandes artistas del siglo XX. Así que se cambió el apellido. Escogió el nombre de un superhéroe de cómic, una de sus grandes pasiones: Luke Cage. Empezó, sin embargo, trabajando al servicio de Coppola: ahí están sus papeles en “La ley de la calle”, “Cotton Club” y “Peggy Sue se casó”. Después alcanzó cierta notoriedad con sus locuras y con algunos papeles bien elegidos: se comió una cucaracha viva para una escena crucial de “Besos de vampiro”, superó las extrañas y casi imposibles pruebas que le puso Patricia Arquette para aceptar una cita con él, trabajó al servicio de Alan Parker, los Hermanos Coen, Norman Jewinson, David Lynch y John Dahl. Pero entonces le entró la vena de las comedias tontas: “Luna de miel para tres”, “Te puede pasar a ti”, “¡Atrapen al ladrón! ¿Al blanco o al negro?” y “Tess y su guardaespaldas”. Tras esa etapa ridícula volvió a los personajes auténticos, al cine de verdad: “Leaving Las Vegas”, por la que logró el Oscar, y “El sabor de la muerte”. Luego le dio por alternar las superproducciones para pasar el rato (“La roca”, “Cara a cara”, “Con Air”, “La búsqueda”, “60 segundos”, “Windtalkers” y cosas así) con películas más ambiciosas (filmes con Brian De Palma, Martin Scorsese, Ridley Scott, Gore Verbinski, Andrew Niccol o Spike Jonze, para quien construyó sus mejores interpretaciones en un doble papel).
Es increíble cómo pasa de una peliculilla de palomitas como “La búsqueda” a las fabulosas “El hombre del tiempo” y “El señor de la guerra” y después participa en “Wicker Man” y “El motorista fantasma” y no se le cae la cara de vergüenza. Algún amigo me dijo que no entendía qué le pasaba a este actor. Yo traté de explicarlo. Cage empezó buscando grandes papeles, forjándose una carrera de actor serio y especializado en tipos angustiados. Tras lograr el prestigio, pero con muchos más años encima, le dio por la pasta y el cine de acción. Tendría que haberlo hecho al principio, cuando aún tenía pelo y la cara lisa. Pero no: se apunta cuando requiere maquillajes, peluquines y sesiones extra de gimnasia para dar la talla. Cuando está un poco “viejuno”, quiere ser un hombre de acción. Y nos ofrece imágenes lamentables: por ejemplo, las de “Con Air”, “Ghost Rider” o “Next”. Menos mal que, a veces, sorprende con maravillas como “El señor de la guerra”, donde él, por cierto, ya no es lo mejor.