Hablábamos ayer de las novelas disponibles (y gratuitas) en las páginas web de algunos autores, como Elfriede Jelinek y Alberto Vázquez-Figueroa, que no han sido los pioneros en colgar una obra en la red al servicio del público. Cientos de poetas y escritores anónimos lo hacen a diario. La diferencia es que, vendiendo tanto como venden, la actitud de Jelinek y Vázquez-Figueroa supone un paso adelante, un auténtico golpe editorial, un mazazo al mercado. Lo que sí me parece pionero, decía en el artículo que precede a éste de hoy, es el sistema elegido por el novelista canario: su nuevo título, “Por mil millones de dólares”, puede adquirirse gratis en la red y pagando un poco en las librerías por la edición de bolsillo y pagando más por la edición en tapa dura. Así se llega a los distintos lectores de las diversas clases sociales. Quien diga que no puede leer es porque no quiere hacerlo.
También decíamos ayer que, si apareciera en esos tres formatos la nueva novela de Cormac McCarthy (por citar un autor que me gusta mucho), me decantaría por la tapa dura. Y lo que no podría soportar, por supuesto, es que esa novela sólo se publicara en la red. Me gusta tener (y leer) los libros de siempre, con su portada, solapas, contraportada y todo el tinglado. Salvo que no hubiese otro remedio. Pondré otro ejemplo: en la web “Manual de lecturas rápidas para la supervivencia” se pueden encontrar, actualmente, varios libros completos y gratuitos de poetas españoles. Yo preferiría tener varios de ellos tal y como se publicaron. Pero numerosas editoriales, por no decir casi todas, no permiten (o no facilitan) la reedición, salvo que el libro sea muy solicitado o el autor muy famoso. Dado que quizá ya no sea posible encontrarlos en las librerías, entonces me conformaré con la posibilidad de descargarlos a mi ordenador y, si me place, leerlos en la pantalla o imprimirlos. Pero la impresión, a la postre, cuesta lo mismo que comprarse el libro: hay que gastar folios y mucha tinta, que no es barata. Aprovecho para citar algunos de los autores de esos libros de poesía que pueden descargarse de la red en la página “Manual de lecturas rápidas…” (y cito a los que conozco): David González, Antonio Orihuela, Enrique Falcón, David Franco, Eva Vaz, Jorge Riechmann, Isabel Pérez Montalbán, Uberto Stabile. Pero hay más. Indaguen en la página, descubran y lean. Esto demuestra que no sólo los autores célebres publican (o reeditan, como en este caso) en la red.
Hace unos meses participé en una encuesta en la que se nos preguntaba a unos cuantos si colgaríamos alguna obra gratuita en la red. Respondí que sí, desde luego. Una obra, o quizá dos: un autor tampoco debería colgar toda su bibliografía, de momento. Lo que me sorprende es que aún existen autores, quizá endiosados, tal vez convencidos de ser la hostia, que no colgarían gratis ni un solo cuento suyo. Allá cada cual, pero los tiempos cambian. El lector debe poder probar algunas páginas de cada autor. Este sistema beneficia a la lectura. Si, por ejemplo, leo de forma gratuita en la red un cuento de Deborah Eisenberg, y me gusta, iré a la librería a comprarme el libro. Y eso es lo que hice con “El ocaso de los superhéroes”. Son más abundantes los beneficios que los perjuicios. Internet supone un paso adelante en el sistema editorial. Los autores no quieren estar al servicio de las múltiples barreras que existen entre ellos y los lectores: editores, correctores, distribuidores, libreros. Así, cada cual se va buscando la vida como puede: colgando la novela en su blog, publicándola en varios formatos, dejando leer unos capítulos o cociéndose él mismo la edición on line.