miércoles, abril 30, 2008

Pasar el invierno, de Olivier Adam


Entré en una librería. No conocía la editorial, ni al autor, ni el libro. Pero me atrajo el título y la referencia en la contraportada a Raymond Carver y a Richard Ford (Adam también es deudor de Charles Bukowski) y me gustó el principio de uno de los cuentos: Yo había bebido demasiado y Pialat había muerto. Me había enterado por la noche. Las niñas estaban arriba durmiendo. Luego, en casa, supe más cosas: que había obtenido el Premio Goncourt de Relato y que ninguna obra del autor había sido traducida en España. Y que se trata de un libro maravilloso que apasionará, sobre todo, a los lectores de Carver.
Pasar el invierno reúne 9 cuentos (referencia a Salinger) por los que deambulan personajes agotados, hundidos, varados en su propio fracaso. Tipos como los que hallamos en las obras de los autores arriba mencionados, sólo que no deambulan por Nueva York o Los Ángeles, sino por París y su periferia. Hay un profesor que bebe demasiado en su año sabático (Ha muerto Pialat), una enfermera que soporta el lastre del pasado y de su relación sentimental ya muerta (Por agotamiento), un taxista que recoge a una mujer en una noche de invierno (Cenizas), dos encargadas de la tienda de una gasolinera que deben pasar la Nochevieja en el curro (Año Nuevo), un obrero que ha enterrado a su perro y es incapaz de dormir en una noche de tormenta (Punto en boca), un hombre que regresa a su pueblo tras 3 años en la cárcel (De vuelta), una secretaria obligada a trabajar en plena Nochebuena en un edificio en el que sólo quedan las mujeres de la limpieza (Lacanau), un alcohólico que trabaja en un supermercado y sabe que su pareja le es infiel y decide romper con todo (A la francesa) y una chica cuyo padre agoniza en casa esperando a la muerte (Bajo la nieve).
Sólo una cosa más: no os perdáis estos cuentos de Olivier Adam. Salid a buscar el libro.

Mañana, en León



Jueves, 1 de mayo, en el C.C.A.N., a las 21:30 horas, presentación de los libros Resaca / Hank Over y El merodeador, con la intervención de Silvia D. Chica, Alfonso Xen Rabanal, Vicente Muñoz Álvarez, David Murders y José Angel Barrueco, entre otros.
[Nota: he de confesar que mi cometido será el de leer algo corto, una reseña de la novela El merodeador, la obra maestra de VMA, o un poema de Bukowski, o lo que salga. Cualquier cosa menos dar un discurso, dado mi terror escénico, que ya es legendario entre los míos].

Monstruo y carcelero

De vez en cuando descubren a un psicópata con cadáveres en el jardín o en el armario y el mundo se horroriza. No es para menos. Josef Fritzl ya tiene dos apodos por parte de los medios de comunicación: “El carcelero” y “El monstruo de Amstetten”. Por si queda alguien que no esté al corriente de la macabra historia, Fritzl es un hombre/monstruo de setenta y tantos años que encerró a su hija en el sótano de casa y la sometió a abusos sexuales y violaciones y tuvo con ella siete hijos. El encierro de la chica duró veinticuatro años. Uno de los bebés murió y Fritzl quemó su cadáver en un horno. A los otros seis, “El carcelero” los repartió: tres vivían con él y su mujer y los otros tres con su hija, encerrados y sin probar jamás la luz del sol. Alrededor del sótano creó una especie de fortaleza inexpugnable: puerta de hormigón, códigos secretos, estantes para cubrir la entrada secreta. En el sótano había un cuarto de baño de dimensiones pitufas y una cocina de tamaño similar. Las fotografías policiales muestran un auténtico zulo, una tumba que asfixia sólo con verla.
Tan horrible e inquietante como esta historia de encierros, incesto, privaciones, abusos, violación, secretos y mentiras, es el rostro de “El monstruo” que nos han enseñado en la prensa. Uno debe examinarlo durante varios minutos para encontrar huellas variadas de su personalidad de psicópata. Miren la foto que circula por ahí. A simple vista, parece un playboy caído en desgracia, un viejo actor de Hollywood que tomara Viagra y aún fuera coqueto y se arreglara ese bigote de estilo “estrella del cine clásico”. Si uno se fija un poco más en ciertos rasgos, como en la autoridad del rostro, en el gesto de las cejas puntiagudas, en los ojos e incluso en el peinado, aparece el dictador. Tiene cara de dictador, sí, la del clásico hombre acostumbrado a ordenar ejecuciones y torturas, de traje y maneras impecables. Y algo de eso era, así lo confirman algunos testimonios: un hombre dominante y autoritario. Y metódico, podríamos añadir; lo demuestra la doble vida que ha sabido mantener sin que lo descubriesen, con una chica que da a luz en un subterráneo y pañales y comida que él compra en el exterior, y lo demuestra el mimo que procuraba a su jardín, como han señalado los vecinos, pues el sótano quedaba oculto bajo ese mismo jardín. El caso recuerda un poco a la doble vida que llevó Jean-Claude Roman, historia que fue novelada por Emmanuel Carrère en “El adversario”, y recuerda otro poco a los horrores descritos en “Felices como asesinos”, de Gordon Burn, basado en otro suceso real y espeluznante en el que una familia tenía su casa sembrada de cadáveres. Si uno sigue mirando la imagen de Fritzl, bajo el gentleman y el dictador flota el depravado. El depravado reside en los ojos, en la manera de mirar. Hay algo en esa mirada que estremece, que asusta un poco.
Como siempre en estos casos, las apariencias vuelven a engañar. Los sospechosos suelen ser quienes llevan el pelo largo o van sin afeitar, pero luego los monstruos que pueblan las pesadillas de los barrios tranquilos son tipos normales, amables, de apariencia cordial y educada. Éste iba con los zapatos relucientes, corbata y ademanes de caballero e incluso resultaba apuesto para las mujeres. El gentleman que trabajaba de electricista escondía un monstruo bajo su apariencia, un hijo de mil padres capaz de las peores atrocidades. Lo que no acaba uno de tragarse es que su esposa diga que no sabía nada. Esperemos que obtengan su merecido. Su hija y sus hijos-nietos están condenados a revivir el pasado, la pesadilla.

martes, abril 29, 2008

Nuevos carteles de The Dark Knight





Batman Begins, la película de Christopher Nolan, me entusiasmó (con el permiso de Tim Burton y Batman vuelve), así que espero con ansiedad esta nueva entrega. De momento, me voy conformando con los carteles que aparecen por ahí.

Barrio de hielo, de Lluís Pons Mora


El miércoles pasado conocí a Lluís Pons, un tipo formidable con el que compartimos risas y cervezas. Quiso regalarme su poemario, pero le dije que ya lo tenía: apenas unos días antes me había hecho con una copia en una librería de Huertas. Los de Lluís son versos canallas, pero a la vez teñidos de intimidades y confesiones tiernas (Llegas a ser capaz de encontrar terciopelo en las esquinas para abrazarme). David González escribe el prólogo, y en él nos habla de poemas que nos permiten ahondar en el entendimiento de la realidad de los tiempos que corren y conocer de primera mano las inquietudes sentimentales, sociales y existenciales que atormentan a un joven que trata de encontrar su voz y su sitio en esa misma realidad. Aquí va uno de mis poemas favoritos:
SUTURA
Vomité mi alma en cada verso que te di.
Roberto Iniesta

Al fin hoy ya no parece que no nos queremos,
sino que nunca nos quisimos.

Inexorablemente quien depreda al hombre es el hambre.
Nos han dejado nidos de alambres, jaulas de palabrería,
cielos contaminados y postales ensangrentadas.

Nos han dicho que no pasa nada.

Cuando tú me querías parecían mitos
(La extinción nuclear. La locura. Los centros penitenciarios).

Escondiendo la realidad

Me parece terrible el daño que Photoshop y otros programas similares le han hecho a la realidad y al mundo del espectáculo, ofreciéndonos en revistas y carteles un universo de hombres y mujeres perfectos que no existen. Dado que soy cinéfilo me fijo mucho, por ejemplo, en los carteles de las películas. Antaño no importaba que los actores envejecieran y tuviesen un rostro duro y doblegado por las arrugas. Cuando salía Charles Bronson en esos largometrajes de los años ochenta en los que siempre era un justiciero, nunca le borraban del póster sus numerosos pliegues faciales. Incluso le daban cierta presencia muy útil para el papel. Ahora está prohibido mostrar arrugas en los carteles porque el show está dirigido a los adolescentes, que para colmo no van al cine, sino que se bajan las películas de internet y no se fijan en el póster. Es difícil encontrar un filme protagonizado única y exclusivamente por alguien de más de cincuenta años. Los hay, sí, pero siempre obligan a algún jovencito a acompañar al héroe. Véanse, al respecto: “La jungla 4.0”, “Hollywood: Departamento de homicidios”, “Señales” o la nueva entrega de Indiana Jones, por citar unas pocas. El único que se salva es Clint Eastwood, que además se permite encabezar repartos formados por viejas glorias (Morgan Freeman, Donald Sutherland, Gene Hackman, Richard Harris), apostando así por la experiencia, el clasicismo y la madurez.
El otro día estaba viendo una revista y anunciaban el estreno en dvd de “Leones por corderos”. Los protagonistas, Robert Redford, Meryl Streep y Tom Cruise, tenían las mismas arrugas; sí, ya han adivinado cuántas: ninguna. Habían metido tanta mano al rostro envejecido y curtidísimo de Redford que incluso parecía más joven que Cruise. Miren el cartel de “21: Jackblack”, donde Kevin Spacey ha rejuvenecido treinta años para, milagrosamente, parecer tan joven como los adolescentes que le acompañan en el reparto. Esto, ya digo, es para atraer a los chavales, para censurar la arruga y la madurez en un mundo en el que sólo falta que a los adultos de más de cincuenta años los encierren en guetos para que los niños no vean que el hombre envejece. Es la sociedad consumista y la publicidad y este tiempo de prisas y apremios, que sólo quiere lo rápido, lo joven, lo fresco antes de cumplirse la caducidad. Pero tampoco es nuevo: aún recuerdo lo que le hicieron a Richard Gere en el afiche de “Pretty Woman”, o sea, teñirle el pelo de negro. Luego los chavales ven la película y se topan con que los auténticos protagonistas no son los jovencitos, sino los cincuentones, que lo hacen mucho mejor, y además enseñan arrugas y canas y patas de gallo.
Parece que esto sólo afecta al mundo del espectáculo, pero no es así. Afecta a la realidad, a nuestro concepto de la realidad, y ya aborrecemos lo imperfecto. La gente ve un cartel con Robert Redford y se dice: “¡Qué bien se conserva Redford, está hecho un chaval!”, y luego abre una revista del corazón y ve a Redford fotografiado por los paparazzi en la calle, y lo ve despeinado, envejecido, con la cara cuajada de miles de arrugas, con manchas en la piel, y se lleva un chasco. O vemos a Britney Spears luciendo muslo en la portada de una revista de moda y, más tarde, la encontramos en las fotos hechas a traición que le hacen en la calle, sin el Photoshop, y sale hecha una bruja: fondona, ojerosa, hortera y con michelines. Pero el mayor problema es que, mediante el Photoshop, hemos creado para los adolescentes un mundo de ilusión, que no existe, donde todos los hombres y las mujeres no engordan, no envejecen, no se cansan, parecen inmortales. Y eso es más grave, porque algunos se lo creen.

lunes, abril 28, 2008

Último inventario antes de liquidación, de Frédéric Beigbeder



Quien escribe una obra maestra no sabe que está escribiendo una obra maestra. Está tan solo e inquieto como cualquier otro autor; ignora que figurará en los manuales y que, un día, se desmenuzarán cada una de sus frases: a menudo es alguien joven y solitario, que trabaja, sufre, nos conmueve, nos hace reír, en resumen, que nos habla.

En El Lector Sin Prisas.

Portadas exquisitas


Au secours pardon, novela de Frédéric Beigbeder. De próxima publicación en Anagrama con el título de Socorro, perdón.

98

Algo me aplasta estos días, estas tardes grises. Es la soledad, que aplaco leyendo. M. llega muy tarde del trabajo. Me dice: “Intenta quedar con alguien, para no estar solo”. Le digo: “No lo entiendes. No tengo necesidad de otros. Tengo necesidad de ti”.

Cockroach Blues

Como le ocurre a tanta gente, padezco un asco visceral a las cucarachas. Lo peor del tema no es que me las encuentre en la calle, corriendo como locas a guarecerse en un agujero o en una alcantarilla. No, de hecho apenas me las encuentro por las calles. Quizá porque Madrid es una ciudad ruidosa en exceso, con tanto coche y tanto transeúnte y tanta contaminación acústica.
El problema es que tropiezo con ellas en los garitos. Sobre todo en los garitos donde uno a veces va a tapear. Hay un bar al que yo iba con frecuencia a cenar una variante de bocadillo que está para chuparse hasta los codos. Eso era el año pasado y ahora, de momento, sólo me permito una caña de vez en cuando. Porque entro en el local y pienso en una anécdota de meses atrás y se me quita el apetito. Fue una noche. Un amigo poeta me dijo que estaba deambulando por el barrio en el que vivo y me preguntó si me apetecería bajar a saludarle y tomarnos unas cañas. Acepté de inmediato. Fuimos al bar que digo. Nos acodamos sobre la barra; me encanta acodarme sobre las barras de los garitos. Sentados en taburetes y saboreando nuestra caña. Le conté que allí se comía muy bien. Unos minutos después interceptamos una cucaracha joven haciendo equilibrios sobre el borde de la barra, cerca de donde se exponían las tapas. Estaba a un palmo de mi codo. Si hubiéramos estado comiendo, hubiese sentido náuseas. La semana pasada actué de guía con un amigo escritor. Nos fuimos a una cervecería a la que acudo con frecuencia. A veces he cenado allí. Alguna vez he comido. Todo está rico. A mí me parecía un lugar limpio y a salvo de bichejos. Pero el otro día, cuando estaba con este escritor, fui al servicio. Los servicios están en el sótano. De regreso, subiendo las escaleras, me encontré en uno de los peldaños a una cucaracha viejuna y fondona, que estaba patas arriba y aún se movía. Movía las patas como si estuviese dando sus últimos coletazos. Llegué arriba un poco hecho polvo, pensando en la comida que a veces me meto allí entre pecho y espalda. No es raro estar en algún local y ver a alguna cucaracha valiente cruzando la barra como si aquello fuera su territorio.
Todavía recuerdo con asco esa vez en que estuve en un restaurante chino en Madrid. Ocurrió hace años y en alguna ocasión lo he contado, pero conviene refrescarle la memoria al personal. Aún no me había mudado a Madrid y estaba de paso en la ciudad. O de visita, no sé. Fuimos unos cuantos a cenar a un restaurante y, cuando le llegó el arroz a una de nuestras amigas, puso cara de espanto y de terror. No era para menos. Con el arroz venía un regalo. Se había frito una cucaracha y estaba un poco oculta por los granos y las especias. Tal vez murió por codiciosa. O por estar demasiado hambrienta. Fueron a decírselo al jeje del local y nos invitó a la comida. En uno de los pisos de Salamanca durante mis años de estudiante tuve una mala época. Todos los días me tocaba matar a varias cucarachas que habían engordado lo suyo. Quizá los anteriores inquilinos no las exterminaban y ya estaban todas talluditas, maduras y groseras. Con groseras quiero decir que carecían de modales: iba a espantarlas, por el pasillo, y, en lugar de salir zumbando a esconderse, me plantaban cara. Lo que se dice cucas resabiadas, vaya. Por fortuna yo echaba mano de mi amiga la escoba y les santiguaba con ellas las espaldas y de ahí iban al cubo de la basura. Alguien me dijo, entonces: “En Salamanca hay muchísimas cucarachas”. Pero he visto más en Madrid. Y acabo de saber que, en inglés, se llaman “cockroach”, que no suena tan mal como en castellano. Incluso parece el nombre de una canción. De un blues o algo así.

domingo, abril 27, 2008

La Resaca prosigue en León


Cuando tengamos algún tipo de cartel, lo pondré aquí. De momento, sirva de aperitivo esta nota de mi hermano Vicente Muñoz Álvarez. Copio y pego:
Temblando aún por la Super Resaca del pasado miércoles in Md, los drugos de Vinalia Trippers: Silvia D. Chica, Alfonso Xen Rabanal & Vicente Vinalia os estamos preparando ya un nuevo Acid Test en León... Música psicotrónica, lecturas bizarras, proyección de cortos y videopoemas y otras sorpresas cañís os aguardan el jueves próximo en nuestra queridísima buhardilla del C.C.A.N. ( C/ Puerta Castillo, 10, 2º Léon ), que sigue, pese a todos los pronósticos en contra, desafiando libertariamente el temporal... No podía ser otro el templo escogido para celebrar esta fiesta, ni podían ser otros los invitados de honor a la misma: Vinalia Trippers y el C.C.A.N., origen en cierto modo de esta Resaca ( y las que quedan detrás: Golpes, Tripulantes y otras muchas ) y de todos los movimientos contraculturales que se han cocido y se cuecen en esta vetusta Capital de Invierno. También, y dentro del mismo Acid Test, presentaremos mi novela El merodeador ( un vaciamiento ), ilustrada por Toño Benavides y recién editada por Baile del sol. Será el Jueves día 1 de mayo a las 21:30 horas, con entrada libre, y estáis por supuesto invitados a la bacanal... Salud & Revolution: v.

Vínculos inesperados

Días atrás escribí que siempre hay conexiones con tu pasado, en Madrid. Me refería a mi ciudad. Es asombrosa la cantidad de gente de Zamora que vive en la capital. O que viene de visita a pasar el fin de semana. A veces uno va por la calle y se topa con un paisano: “¡Hombre!, ¿qué haces aquí?”, “He venido a pasar el fin de semana con unos amigos, ¿y tú?”, “Yo vivo aquí”. O se los encuentra en los conciertos. Suele ser un placer. Quiero decir: cuando vives en una ciudad pequeña y te encuentras todos los días a la misma gente en las mismas calles y a las mismas horas, reconozcámoslo, el asunto cansa un poco. Llega un momento en que el tiempo y la rutina logran que pasemos unos al lado de otros como si fuéramos fantasmas. Empiezas parándote, comentando la jugada, dando abrazos o chocando esos cinco. Pero el tiempo y la rutina te empujan al momento en que dos ya no tienen qué decirse porque se encuentran a diario. De ahí se pasa a los saludos: “¡Hasta luego, hombre!” y “¡Me alegro de verte, cuídate!”. Y, al final, cuando esos dos se cruzan en la calle sólo levantan el mentón. No hay palabras. Quieren decir: “Hala, hasta luego”. Pero fuera de ese entorno supone una sorpresa. Dos paisanos fuera de su tierra que se encuentran por azar en otra ciudad.
Es sorprendente la cantidad de vínculos que hay entre Madrid y Zamora. Hasta el punto de que, en las conversaciones, siempre aparece alguien que comenta que su tía es de un pueblo de Zamora, o que su abuelo nació en la provincia, o que su novia es de la ciudad, o que estuvo trabajando en Zamora una temporada, o que iba de juerga algunos fines de semana y conoce Los Herreros. Muchas de mis conversaciones habituales, cuando me presentan a alguien en Madrid, son de este pelo: “¿Y tú de dónde eres?”, “De Zamora. Pero vivo aquí desde hace unos años”, “Anda, fíjate: mi ex novia era de allí. Por eso conozco mucho la ciudad”; o “¿Tú también eres de Zamora?”, “Pues sí”, “Conozco esa ciudad, me encanta. He ido varias veces. Mi abuelo era de allí”; o “¿Eres de Madrid?”, “No, de Zamora”, “Anda, Zamora, pues yo he trabajado por esa zona. La provincia es preciosa. Un sitio muy peculiar, encantador”. Vínculos, ya digo. Conexiones. El azar, el mundo es un pañuelo y todo ese rollo.
El otro día alguien que viaja a menudo por España me dijo que Zamora es una ciudad entre exótica, extraña y encantadora. Se refería a que es una ciudad distinta al resto del país, y conoce muchas ciudades porque su trabajo le obliga a ello. Una ciudad que es muy personal y diferente, con zonas de bares de tapas como las que quedan pocas por ahí, y con ciertos motivos que la convierten en algo único. Lo cual supone, para la ciudad, su ventaja y su cruz. Su ventaja porque lo diferente siempre es original, y lo original a menudo es raro o así nos lo parece, y todo eso atrae a los visitantes y a quienes emigramos. Su cruz porque no logra salir de su estancamiento; o sea, que a todo el mundo le apasiona pero nadie se iría a vivir allí. Por la falta de oportunidades, más que nada. Y así se suceden los días en la capital. Con la ayuda del azar, con encuentros inesperados, con gente que va y viene y que conoce mi ciudad. Quiero poner de broche a este artículo el epílogo de “Magnolia”, esa obra maestra del cine: “Hay historias de coincidencias y casualidades, y cruces y cosas extrañas, y de tal y cual, y de quién sabe. Y generalmente decimos: Bueno, si eso saliese en una película no me lo creería. No sé quién conoce a no sé cuál, y tal y tal y tal. Y, en la humilde opinión de este narrador, ocurren cosas extrañas a todas horas. Y así es, y así es. Y la vida dice: Quizá nosotros hayamos acabado con el pasado, pero él no ha acabado con nosotros”.

sábado, abril 26, 2008

Portadas exquisitas


The Dead Fish Museum: Stories, de Charles D'Ambrosio. Inédito en España.

Al domador se lo tragaron las fieras, de Kike Turrón


Salvaje, irreverente, mordaz, divertido, crudo, sin pelos en la lengua: así es este libro de relatos de Kike Turrón, y muchas cosas más. Todo lo que yo diga ya lo dijo mejor Kutxi Romero en su prólogo on line: que Kike escribe con el hacha, que es un autor muy vivo, que honra el asfalto como se merece. Nos habla de sus experiencias de barrio obrero, de sus curros, de sus pajas, de la muerte, del vecindario y de la necesidad de escapar. La lectura de estos relatos haría que se le cayeran las bragas a esa tribu formada por Antonio Gala, Gustavo Martín Garzo, Ángela Vallvey y demás petardos del gremio de la literatura soporífera. Sólo esos pasajes en los que cuenta algo que todos hemos vivido en la adolescencia (las revistas porno escondidas y las masturbaciones compulsivas con las mujeres de sus páginas) ya merecen la pena: pocas veces encontramos a alguien tan honesto y atrevido. El miércoles conocí, además, a los Kikes (Kike Babas & Kike Turrón) y me parecieron tipos de puta madre. Este libro que se puede encontrar en bares y librerías de Lavapiés y sólo vale 5 euros.

Clandestino

Presta atención, porque el lugar al que llegamos esa noche de juerga es algo que jamás habíamos visto los miembros de aquella comitiva. Y por eso mismo es conveniente no dar nombres: ni de personas, ni de calles, ni de barrios. Un grupo de poetas y escritores y algunos lectores tratábamos de quemar la noche del miércoles. Quien nos guiaba dijo: “Tengo que llamar por teléfono para hacer una reserva y avisar de cuántos iremos al bar”. Todo muy misterioso y un poco raro, aunque en esta ciudad no me extraña porque me sorprende cada día. De camino a aquel sitio nos topamos con los locos y los mendigos y los alcohólicos y los desesperados de la noche. Tipos de barba zarrapastrosa que nos paraban para pedirnos un pitillo o una moneda. Yo negaba con la cabeza porque salir de copas por la capital cuesta un riñón. Pero entonces me asaltó una señora. Una mujer al filo de la tercera edad, o quizá más joven: una vida miserable y a la intemperie envejece los rostros con rapidez. Llevaba un abrigo grueso, un gorro de lana y una especie de bandeja en las manos. Quería que depositara una limosna en la bandeja de plata. Me lo pedía por favor, con insistencia. Lo reunía todo para partirme el corazón: mujer, de avanzada edad, vagabunda y mendiga, posiblemente alcohólica, amable y desesperada. Me detuve. En la cartera sólo llevaba un euro suelto. Lo solté sobre la bandeja. Hizo ese tintineo molesto que para los mendigos es música de cámara. Al verlo se le abrieron mucho los ojos. Me dio las gracias veinte veces. Repitió hasta la saciedad que pasáramos una buena noche. Y eso hicimos.
Unos minutos después, tras una caminata nocturna de literatos y afines, llegamos a un portal. Quien nos guiaba logró que nos abriesen la puerta de abajo. Me despisté y no supe si pulsó el timbre o si volvió a llamar por teléfono. Es posible que fuera lo segundo. Nos preguntábamos: “¿Qué hacemos aquí? ¿No nos habían dicho que íbamos a un bar?”. Entramos en el portal. Antiguo, de esos con las escaleras de madera muy crujiente y polvorienta, que tanto abundan todavía en la ciudad. Nos rogaron silencio. Al llegar al primer piso, quien nos guiaba llamó a una puerta. A una puerta normal y corriente, de domicilio particular, como pueda serlo la tuya o la mía. Un hombre la entreabrió. Asomó su cara, nos escrutó con recelo. Hablaron en voz baja sobre la llamada telefónica, la reserva y todo el tinglado. “¿Cuántos sois?”, preguntó el hombre. “Somos nueve”. Respondió: “Bien, entrad”. Nos pidió que entráramos rápido y sin hacer ruido para no despertar a los vecinos. Yo pensaba: “No entiendo qué hacemos en una casa, quizá sea una fiesta privada y no me he enterado del No-Do”.
No era una casa normal y corriente. No se trataba de una fiesta particular. No era sólo un bar. Era todas esas cosas juntas y muchas más. Era un bar construido dentro de un piso. Un garito clandestino al que sólo puedes acceder si conoces a alguien que conoce a alguien que conoce a otro. Un garito con lo necesario: una barra para servir bebidas, servicios para damas y caballeros, una mesa para poner discos, un dj, las paredes insonorizadas para no molestar a los vecinos, mesas bajas y sofás y pufs, habitaciones con reservados, iluminación baja, penumbra y alfombras, fotos eróticas de hace décadas. Todo muy decadente y prohibido. La leche en verso, colega. Y se estaba bien allí. Había buen ambiente e intimidad. Alguien dijo que le recordaba a esos pasajes de “El retrato de Dorian Gray” en los que Dorian se refugia en tugurios clandestinos y fumaderos de opio para calmar sus apetitos. Un refugio nocturno donde tomar una copa y conversar entre gente noctámbula y ávida de nuevas sensaciones.

En una estación del metro

Desventurados los que divisaron
a una muchacha en el Metro

y se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidos

y la perdieron para siempre entre la multitud

Porque ellos serán condenados
a vagar sin rumbo por las estaciones

y a llorar con las canciones de amor
que los músicos ambulantes entonan en los túneles

Y quizás el amor no es más que eso:

una mujer o un hombre que desciende de un carro
en cualquier estación del Metro

y resplandece unos segundos
y se pierde en la noche sin nombre

Óscar Hahn, Poemas de la era nuclear

Próximamente: La fábrica de las avispas


Por el blog Abandonad toda esperanza me entero de la reedición de esta novela de Iain Banks, La fábrica de las avispas. Un libro de culto que estaba agotado hace mucho tiempo. Será la ocasión perfecta para leerlo. Publicará La Factoría de Ideas, en mayo.

Canciones en Braille, de Varios Autores. Edición de Mercedes Díaz Villarías


Este es el libro del que hablo en el artículo de abajo, o en link directo: aquí.
He leído CEB de un tirón, en orden, para ver las conexiones entre las historias. Pero admite una lectura distinta: leyendo, de vez en cuando, un relato al azar. Como quien se pone una canción de un disco y luego opta por otro tema de otro lp. Eso hago de vez en cuando.

Proyecto CEB

Fue una de las últimas veces en que estuve por mi tierra. Era tarde, a las tantas de la madrugada, y me parece que unos cuantos estábamos decidiendo si irnos a casa o si continuar la farra. Entonces alguien se acercó a nosotros y se presentó. Era David Refoyo, un amigo al que, tras años de mantener correspondencia por medio del correo electrónico, jamás había visto. Nos dimos la mano y por primera vez nos vimos las caras en persona. Luego cada uno continuó con los suyos, al abordaje de la noche o en retirada. Sigo la prosa y la poesía de David desde mucho antes de que inaugurase su blog, “Una ciudad llamada Perdición”, que para mí es un sitio de obligatoria visita diaria. En su espacio puede uno encontrar pequeñas crónicas, muchos relatos, algunas reseñas, e incluso descargarse tres de sus libros de poesía. Un día de estos, si las editoriales no se retrasan más, veremos su debut en solitario con un ramo de poemas. Además, me gustan sus escritos porque no esconde su condición de hijo de la provincia que ambos compartimos. Pero sabe mezclarlo con rock and roll, carreteras americanas y variadas influencias del cine y la literatura, de tal modo que uno se engancha.
Esta introducción me sirve de excusa para escribir sobre el último proyecto en el que se ha visto involucrado, gracias a las gestiones de la escritora Mercedes Díaz Villarías. Me refiero a “Canciones en Braille”, o CEB en abreviatura de sus autores. Es la punta de lanza del futuro de la edición literaria. Presten atención. Todo comenzó en el blog de Mercedes, donde uno de sus post, que aunaba fotografía, texto y canciones, fue retomado por otro internauta. La autora invitó a los lectores de su bitácora a participar. Y estos empezaron a retomar algunos personajes, algunas citas, de las primeras entradas, convirtiendo el blog en una especie de narración fragmentada que puede leerse de manera individual, saltándose historias si uno lo quiere, y donde, como anunciaba la nota de prensa, “personajes, ambientes y motivos se tocan tangencialmente sin llegar a cerrar ningún significado”. Lo cual supone una experiencia donde se juntan la prosa poética, el relato, la fotografía, la música e incluso las referencias al cine y al cómic y a la publicidad. Cuando tenía material suficiente para un libro, su administradora decidió publicarlo en la ya famosa web de la editorial Lulu.com.
Existen dos maneras de leer el libro. O encargando una copia en papel, que publican en cuanto uno la solicita y se la envían a casa; alguna gente se queja del precio por ejemplar, pero no olvidemos que depende de la demanda, que las fotos aumentan los gastos y que ha quedado una edición muy respetable. O comprando la versión en pdf, de manera que uno se gasta mucho menos (en pdf sale a dos euros y cincuenta céntimos), pero debe leer el libro en pantalla o imprimirlo por su cuenta, con lo cual se gastaría un pastón en tinta de colores. Yo me lo compré en papel. La idea me gusta para quienes no viven en España: gente de Latinoamérica puede comprarse el libro y leerlo en pantalla por menos de tres euros. CEB supone una experiencia innovadora, un adelanto del futuro. Me gustan los avisos que incluye el volumen: “Edición impresa de una experiencia de creación colectiva llevada a cabo en formato blog” y “Un proyecto colectivo llevado a cabo en línea en torno a la descripción de una serie de falsos recuerdos entrelazados”. Blogs, edición digital, estructura fragmentaria, creación colectiva: son palabras de futuro, no lo duden. CEB es un riesgo. No gustará a quienes son incapaces de salirse de lo clásico. Los amantes de las vanguardias y de la postmodernidad y las nuevas fórmulas, en cambio, lo agradecerán.

jueves, abril 24, 2008

Sueño y resaca



Estoy reventado. De sueño y de resaca. Pero sobre todo de sueño (se necesita bastante alcohol para tumbarme y para lograr una resaca de las grandes). Tras la juerga de anoche, me acosté a las 6:30. Dormí poco más de cuatro horas. No pude ni actualizar el blog porque había quedado con Patxi y Vicente, aprovechando que estaban en mi barrio (Lavapiés) para someterse a una entrevista que saldrá dentro de 8 días en EP3. Luego he comido con Vicente en la terraza de un restaurante hindú. Estábamos molidos. Pero nos hemos pimplado una botella de vino con el menú. Todo muy bukowskiano. Prometo una crónica del éxito de Hank Over en Fnac en cuanto adquiera un poco de cordura o me eche una siesta. Espero colgarla esta tarde. Mientras tanto, sirva de aperitivo esta foto robada del blog de Sofía Castañón y su post resumen.

[Nota de última hora: para quien quiera leer sobre la presentación, hemos colgado una especie de crónica por capítulos en Hank Over]

Hasta en la sopa

No sé cuánto tiempo ha pasado. Tal vez seis años, no muchos más porque el libro tiene unos siete años de edad. En aquel entonces, vagabundeando por algunos foros literarios encontré un hilo en el que hablaban de una novela casi secreta y clandestina que empezaba a cobrar el carácter de libro de culto. Se titulaba “La Sombra del Viento” y, a pesar de haber sido publicada por Planeta y llevar unos meses rondando por las librerías, poca gente la conocía. Sé que suena raro, pero yo vivía en Zamora y quise hacerme con una copia y no fue fácil. No, no fue fácil. Tuve que encargarla a alguno de mis libreros de cabecera. Planeta tiene éxitos rotundos, pero también fracasos rotundos o, simplemente, libros que jamás vuelven a reeditar, como esa magistral novela de Dave Eggers que no tuvo la suerte de “La Sombra del Viento”, y me refiero a “Una historia conmovedora, asombrosa y genial”; y me refiero a “Candy”, de Luke Davies, que de momento sólo he conseguido en inglés porque está agotadísima. Y Planeta tiene libros que empiezan con mal pie y luego son apoyados por los lectores, en una campaña que, entonces, comenzó por los foros de internet; casi me atrevería a decir que fue un método pionero en España. Compré la novela y la leí y me gustó. He de recordar que en esa época no le hacía ascos a estas tramas enrevesadas que tanto se llevan ahora, y que hoy es un género que detesto y del que sólo leo algún título que otro, como los de Arturo Pérez-Reverte (los de Reverte sí me gustan, y me parece que tienen un carisma que les falta a otras novelas de similar estirpe folletinesca).
El resto ya lo conocen. El resto es historia. “La Sombra del Viento” es el típico libro que se lee todo el mundo, incluso, y especialmente, aquellos que no suelen leer literatura. Hay otros casos: “El código DaVinci”, “Los pilares de la tierra”, etcétera. Se ha traducido a numerosos idiomas, se vende en rústica, en edición conmemorativa con ilustraciones e incluso con banda sonora. Pero al salir de imprenta rozó lo clandestino. Hoy, en vista del éxito posterior de aquel libro, la editorial ha preparado un despliegue sin precedentes con la nueva novela del autor, “El Juego del Ángel”. Algo que, lo juro, yo no había visto con ningún otro libro. Y que, por cierto, y pese a que nos lo traten de meter en la sopa, no compraré ni leeré: respeto a quienes son lectores de novela histórica, pero a mí me cuesta digerirla.
Ese despliegue puede verse estos días en las grandes librerías y almacenes. Fui a Fnac, listo para subir a la última planta, la dedicada a narrativa y cómic, y me encontré “El Juego del Ángel” en la sección de discos de la primera planta. Me lo encontré en la segunda y también en la tercera. Y, por supuesto, en la cuarta, con varios estantes especiales y en lugares de lujo, muy a la vista. Bajé a echar un vistazo a la prensa y, ¿lo adivinan? Sí, tenían ejemplares junto a las revistas. El caso más grave fue en El Corte Inglés. Me parece que allí lo tienen en casi todas las plantas. Juro que lo he visto, y que no es una broma ni exagero, en la sección de perfumería. A medida que subía plantas me lo encontraba en otros sitios. Me pregunto si lo tendrán en alimentación y en la cafetería, pero no llegué hasta allí. Es una de las ventajas del consumismo y de la estrategia de Planeta: vas a por el periódico y está el libro, vas a por un perfume y está el libro, vas a comprarte un disco y está el libro, quieres una película y te tropiezas con el libro. Podrás comprarlo aunque no quieras, si te gusta el autor. En la misma planta puedes comprar diez rollos de papel higiénico, dos ejemplares del libro (uno de ellos para regalar) y un bote de spray para cucarachas.

miércoles, abril 23, 2008

La agonía no es arte

El año pasado un presunto artista mostró “su arte” matando de hambre a un perro en un museo. La anécdota la conoce todo el mundo. Lo rescató de la calle para meterlo en una galería, atarlo a la pared y esperar a que se muriese. A esto lo llamó arte. Por si fuera poco, se le hicieron fotografías y se le grabó en vídeo. Luego corrió por los correos electrónicos una petición de boicot a su presencia en la Bienal Centroamericana, en Honduras. Creo que muchos nos enteramos de su acto “artístico” merced a esta petición. Creo que muchos vimos entonces las imágenes del pobre chucho esquelético y de mirada moribunda y tristona, imágenes que nos rompieron el corazón a quienes aún lo tenemos o nos queda un pedazo a salvo. El fulano responsable se llama Guillermo Vargas Habacuc y ahora goza de la mala fama que merece.
Hemos leído en las noticias el proyecto de otro supuesto artista. A un tío alemán, Gregor Schneider, se le ha ocurrido que una variante del arte es “la belleza de la muerte”. Quiere quitarnos el miedo a morir, y para ello se le ha ocurrido exponer a un moribundo en público. Anda buscando un museo donde admitan su locura. Él mismo dice: “Un artista puede construir lugares humanos para la muerte, donde la gente pueda morir tranquilamente”, y protesta así por la agonía de las clínicas y las salas de cuidados intensivos. Este hombre quizá ha olvidado que, por mucho que disfraces a la Muerte, te mueres igualmente. Y no parece agradable. De momento, ya tiene a un voluntario, un enfermo terminal que aceptaría ser expuesto en público. Esto me recuerda a una escena de una película que les comenté unas semanas atrás: “Cuando el destino nos alcance (Soylent Green)”. Aviso: a partir de aquí y hasta el final de este segundo párrafo hay un spoiler. En dicha escena, el personaje que interpreta Edward G. Robinson acepta su muerte asistida en la empresa que llaman El Hogar, y a la que van a parar los ancianos que deciden acabar con su vida. Los responsables del centro lo tienden en la cama de una habitación espaciosa y con una pantalla al fondo. Le preguntan qué música quiere oír mientras duran sus últimos minutos. Lo envenenan. Lo dejan solo y en la pantalla proyectan la belleza del mundo antiguo, lo que los ciudadanos ya no conocen: paisajes nevados, bosques espesos, animales libres, ríos y valles, crepúsculos en el campo. El hombre muere viendo imágenes bonitas y escuchando música clásica. Pero la muerte es la misma. No hay belleza. Y esto sólo parece comprenderlo el personaje de Charlton Heston, que quiere salvarlo y sólo llega a verlo morir.
Bien, pues algunos supuestos artistas entienden así el arte. Perros flacos que se mueren de hambre, enfermos terminales que agonizan, esculturas hechas con mierda, excrementos enlatados, váteres en los que suena el himno nacional cuando se tira de la cadena… En fin, a cualquier cosa la llaman arte. A mí me parece, aunque algunos de estos artistas se ofendan, que lo que hay por el mundo es mucho jeta, mucho vago, mucho oportunista. Tomemos el ejemplo del alemán que quiere exponer a un moribundo o del tío que ató al perro. Así, todos podemos ser artistas si jugamos con la muerte (sólo hay que hacerlo dentro de las paredes de un museo): el niño que tortura a la hormiga en un parque, el hombre que echa insecticida a un mosquito y contempla cómo cae a plomo, el chaval que le quita las alas a la mosca, el torturador al servicio de la dictadura que emplea métodos refinados. Que los pongan a todos juntos en una carpa y ya tenemos un museo, pero un museo de horrores.

martes, abril 22, 2008

Mañana, en Madrid: Fnac / Hank Over / La Noche de los Libros


JOAQUÍN SABINA y LUIS GARCÍA MONTERO
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19:00h.
Lectura poética y firma de ejemplares de A vuelta de correo. Sabina epistolar y La vista cansada.
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RESACA/HANK OVER
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21:30h.
Presentación del libro y gran fiesta de homenaje a Charles Bukowski, con lecturas, documentales, cuentacuentos, performances y actuación de Ángel Petisme.
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NAJWAJEAN
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23:30h.
"Till it breaks"
Presentación del disco y actuación en directo.


[Nota: No hay confirmación de los autores que estarán en la presentación de Fnac. Pero se espera que: Patxi Irurzun, Vicente Muñoz Álvarez y Constantino Bértolo hablen del libro; Ángel Petisme toque unos temas; Kike Babas y Roxana Popelka hagan sendas performances; se proyecte un corto de Nacho Abad de 3 minutos de duración; algunos poetas reciten en solitario (David González, Ana Pérez Cañamares…); se lleve a cabo la lectura colectiva de un poema de Charles Bukowski (en el que se espera la participación de Kike Babas, Kike Turrón, Roxana Popelka, Lucas Rodríguez, Sofía Castañón, Ana Pérez Cañamares, Javier Marroquín, Patxi Irurzun y José Angel Barrueco); y está la incógnita de si otros autores llegarán a tiempo desde sus respectivas ciudades: Ignacio Escuín, Alfonso X. Rabanal…; finalmente, firma de libros].

Poemas de la era nuclear, de Óscar Hahn


Es asombrosa la trayectoria de Bartleby Editores en la publicación de poesía. Echen un vistazo: Sharon Olds, Billy Collins, Antonio Gamoneda, Raymond Carver, Tess Gallagher, David González, C. K. Williams, Jack Kerouac, Félix Grande, Ryszard Kapuscinski, Ángel González, W. H. Auden... Y lo que vendrá, sea en poesía o en prosa: Denise Duhamel, Sylvia Plath, Haroldo Conti, John Steinbeck, Nial Williams, Robert Hass...
Esta antología me ha permitido conocer el trabajo del chileno Óscar Hahn. El libro reúne poemas muy buenos y poemas extraordinarios, entre los que hallamos una enriquecedora variedad de temas. A veces son las guerras y holocaustos y exterminios los que le preocupan, con alusiones a los soldados muertos, al nazismo, a Hiroshima, a las ciudades arrasadas por el fuego y convertidas en ceniza, en versos de denuncia social. A veces, el protagonista del poema se convierte en un fantasma que está cerca de la mujer amada, en forma de sábana o de sueño o de toalla. Quizá a algunos lectores les sorprenda (pero seguro que les agrada) que un autor nacido en 1938 sea capaz de dar forma a poemas donde no falta el rock (Hotel California, John Lennon, Nirvana, Elvis), o las nuevas tecnologías (véase Esperando tu email), o el 11-S (Dominó, Torres Gemelas), o el amor que se pierde para siempre o el embrujo de las lolitas en el hombre mayor y cómo éste se ve envejecer en el rostro de las estrellas de Hollywood que se marchitan y arrugan. Este poemario es imprescindible y me resulta difícil escoger un poema. En días sucesivos iré colgando algunos más, y también pondremos alguno en Hank Over:

EN LA TUMBA DEL SOLDADO DESCONOCIDO

Con qué alegría marchan los hombres a la guerra
Con qué entusiasmo limpian y cargan sus fusiles
Con qué fervor cantan sus himnos de combate
Con qué ansiedad toman su puesto en la trinchera
Con qué inquietud oyen el ruido de las bombas
Con qué insistencia silban las balas en el aire
Con qué lentitud corre la sangre por su frente
Con qué estupor miran sus ojos el vacío
Con qué rigidez yacen sus cuerpos en el barro
Con qué premura son arrojados en la fosa
Con qué rapidez son olvidados para siempre

Historia para recordar

La mujer de uno de mis amigos está a punto de dar a luz a un niño. Él es uno de tantos habitantes zamoranos que acabaron emigrando: primero a Barcelona y luego a Madrid. A pesar del embarazo, ambos compraron con antelación las entradas para el directo de Vetusta Morla en la sala Joy Eslava de Madrid, donde la banda presentaba su disco “Un día en el mundo”. Yo también tenía mi entrada y nos juntamos unos cuantos para ir al concierto: varios colegas viajaron ex profeso desde Zamora para no perderse el acontecimiento. Mi amiga, embarazada, decidió que acudiría sin miedo a la Joy Eslava. “Eso es echarle huevos”, decíamos todos. Sí, y eso la convierte en una auténtica fan del grupo. No creo que muchas embarazadas se atrevan a desplazarse desde las afueras al centro de la ciudad cuando les queda poco para tener a su bebé. Y creo que pocas deciden ir a un concierto. No obstante, no había problema: una de nuestras amigas es médico, y vino al directo, así que también bromeamos al respecto. “Imagínate que se pone de parto allí mismo”, decíamos. “El niño vendría al mundo oyendo música buena”, apuntábamos. La educación musical es más importante de lo que muchos creen.
La sala se llenó. Habían vendido todas las entradas tiempo atrás. Me parece que el aforo ronda las mil quinientas personas, más o menos. Nosotros bajamos a lo que se conoce como pista de baile. Justo frente al escenario. Mis amigas se quedaron en la parte de atrás, sentadas en los sofás, protegiendo a la embarazada (con demasiado peso para ver el directo de pie). Además, corría el riesgo de los clásicos empujones. Desde aquellos sofás no se veía nada, pero se oía todo. Es mejor que nada. Es mejor que no ir al concierto. Alguien dijo: “Parece que el niño se mueve”, como si disfrutara con la música de Vetusta Morla. Pues claro. Desde el seno materno ya saben lo que es bueno. Para calentar al público abrió Hyperpotamus, que da nombre a un músico que a la vez es cómico y showman: le basta con la voz, una grabadora y varios micrófonos.
Cuando salió Vetusta al escenario hubo ovaciones y mucho entusiasmo. Creo que por allí sólo había un tipo con cámara. Aparte de él dudo que hubiera periodistas para recoger el evento: probablemente estaban muy ocupados informando aún del omnipresente libro de Zafón. Lo digo porque no he visto reseñas del directo en la prensa; aunque ya sabemos cómo funciona esto: el personal informa dependiendo de la fama de los artistas. Pero Vetusta Morla posee un público fiel que va aumentando día a día. Por eso se llenó la Joy Eslava y por eso ofrecieron uno de sus mejores conciertos, al que sólo se podría reprochar que el volumen estuviera un poco más bajo de lo que nos hubiese gustado, de lo cual la banda no tiene culpa. Fue uno de esos directos impecables donde todo el mundo es seducido por el grupo, donde la gente se sabe las canciones, donde el público interviene en los coros si lo pide el vocalista. Hubo lugar para las risas y para la emoción, para agradecimientos y para variaciones de algunos temas (el final de “La marea”, por ejemplo), para el espectáculo final de luces y pompas de jabón y una aparición inesperada (la de Jairo Zabala, cantante y guitarrista de Vacazul). Me sentía como en casa, allá en la pista, pues escucho a menudo sus canciones mientras escribo o leo la prensa. Algunas veces pongo el disco original y, otras, me basta con oír los temas colgados en su web de MySpace. A todos los entusiasmos y satisfacciones que se llevó la banda con el calor y la entrega del público habría que sumar la historia de una mujer embarazada y próxima a dar a luz que acude a oírlos. Ese, creo yo, es su mejor premio. Y una historia para contarle algún día al hijo de mis colegas.

lunes, abril 21, 2008

La Noche de los Libros / 2008


Por fin se han decidido a actualizar la web. Se puede encontrar toda la información sobre La Noche de los Libros de Madrid, el miércoles 23 de abril, pinchando aquí.

Sábado, en Valencia


Cuelgo el cartel con varios días de antelación, por si alguien quiere preparar el viaje y acercarse a Valencia este sábado. Pinchando en la foto para ampliarla, puede verse la estupenda nómina de poetas que intervendrán en el recital poético "Naufragio en los bares", entre ellos muchos amigos a los que deseamos suerte. [Gracias a Kebran por el aviso].

97

Me entero de la existencia de un programa llamado “Las gafas de Angelino”. Nunca lo he visto y creo que es de marujeo. Me basta con el nombre; te lo repito: “Las gafas de Angelino”. Bien, y ahora, ¿quiere alguien explicarme en qué cojones de país vivimos?

¿Efectivo o con tarjeta?

Pertenezco a ese grupo de personas, creo que cada vez más reducido, a quienes les gusta llevar efectivo en la cartera y no tener que pagar en los comercios con tarjeta. Una cosa es que me guste y otra muy distinta es que pueda hacerlo. Hace unos meses fui a uno de los cajeros de la plaza del barrio donde suelo sacar dinero y comprobé que a partir de ahora me cobraban comisión. Ya lo sabía porque la información del banco (Caja Duero) me llega puntualmente al buzón en su sobre, pero lo había olvidado. Esos cajeros junto a la plaza y junto a la salida del metro, por cierto, provocan cierta aprensión en los amigos y familiares que me visitan. Siempre que paro allí, los que me acompañan miran por encima del hombro y desconfían. Es lógico: por ese entorno pululan los vagabundos alcohólicos, alguna gente del lumpen y demás ralea que despierta suspicacias. Pero jamás me ha ocurrido nada. Ni siquiera se me ha puesto nadie junto al cajero, como a veces hacen algunos pedigüeños en la taquilla de ciertos cines y teatros de Madrid, para rogarme que le dé un billete.
Volvamos a la comisión. En los cajeros a los que solía acudir, que eran muchos y situados en diversos puntos estratégicos de la ciudad, no me cobraban nada. Ahora hay comisión, y oscila dependiendo de la entidad bancaria. Creo que lo máximo que me cobran son dos euros y cincuenta céntimos. Que no es poco. Alguna vez, cuando no te queda otra alternativa y se trata de una emergencia y en el local donde necesitas comprar algo no aceptan tarjeta, se puede hacer una excepción. Dices: “Por esta vez, casco las dos gambas y media. Pero será la última”. Y debe ser la última. De lo contrario, si cada vez que vas al cajero te pules casi tres euros, en unos meses se te ha ido una buena pasta. A mí esta circunstancia me revienta, porque me obliga a buscar cajeros por la ciudad y nunca los tengo a mano. Ya digo que me gustaba llevar billetes y monedas en los bolsillos. Aunque sólo sea para las nimiedades como el pan, el periódico, una revista, o una Coca-Cola de máquina. Lo cierto es que tardé años en abrirme una cuenta corriente (tampoco era necesario, dada la irregularidad de mis ingresos, por aquel entonces), y guardaba mis pocos ahorros en un cajón. Y juro que, si hubiera tenido la posibilidad de esconder la pasta debajo de una baldosa del cuarto de baño de los antiguos pisos que habité, lo hubiese hecho. La otra tarde quise comprar libros en algunas de las librerías del barrio y no aceptaban tarjeta y me tocó ir hasta La Latina. No queda muy lejos, pero tampoco está a mano. El otro cajero de mi banco que me queda más cerca está en la parada de metro de Sol. Dentro. Y cuando digo dentro me refiero a que hay que meter el ticket. A que, si quieres sacar efectivo de los cajeros, tienes que entrar hasta el fondo, gastarte un viaje.
Alguien dirá que por qué no saco suficiente cantidad para que me dure unos días. Y entonces le contestaré que nunca hay dinero suficiente. Eso lo sabe cualquiera, siempre se evapora de las manos en cuanto salimos a la calle (la sociedad prepara esa trampa y nosotros caemos con gusto en ella), y más en una ciudad como Madrid, donde casi te cobran por respirar su aire viciado. Lo saben los niños, lo saben los mendigos, lo saben los peces gordos. Sacas unos cuantos billetes, pero al poco se acaban. Surgen imprevistos, te llama alguien para tomar una caña, gastas la calderilla en el pan y en la sal. Así que, de algún modo, vuelvo a estar como al principio, como hace años: sin un chavo en los bolsillos, pero al menos con una tarjeta a mano.

domingo, abril 20, 2008

Suplantaciones

Me contaba días atrás una amiga poeta lo que le había sucedido en la red. Plagio. Hizo alusión al plagio en uno de sus correos electrónicos y le pregunté qué había pasado. Me respondió que, en MySpace, encontró a una mujer que había creado una página suplantando su identidad. Esta poeta utiliza un pseudónimo muy original y sus poemas son puro fuego, una patada a lo establecido, algo salvaje y directo como un gancho a la mandíbula, y suele colgarlos en su blog (su obra es inédita; dejará de serlo en breve), así que la impostora abrió una página de MySpace, colgó los poemas de mi amiga e incluso utilizó su foto, que también circula por la red. Para resolverlo, tuvo que amenazar con denunciarla. Parece que la historia ya ha acabado.
Le dije que, en el fondo, era para sentirse halagada: aún no ha salido su primer libro en solitario y ya la plagian, le quieren robar los poemas y su foto, suplantarle la identidad, imitarla, copiarla. Pero claro, eso, también en el fondo, no deja de ser una faena de las grandes. Porque la gloria se la llevan otros. Se la lleva el impostor. Estoy convencido de que en internet se multiplican los plagios a la velocidad de la luz. Es difícil evitarlos, aunque Google ayuda mucho. Por ejemplo, cuando alguien quiere darse pisto colgando una cita que parece que se le ha ocurrido a él, sólo hay que teclear esa cita en Google y el buscador da con ella, si pertenece a otro, y cazas rápido al impostor. Además, llama la atención la cantidad de identidades suplantadas que hay en MySpace. Cuando abrí mi propio espacio en esta página, para probar el invento al que aún no he cogido el tranquillo y para evitar posibles suplantaciones de algún chiflado, observé una sección en la que los administradores responden a lo que suelen denominarse “Preguntas frecuentes” en algunos dominios de la red. Una de las preguntas, con su correspondiente respuesta, era esta: “¿Cómo podemos eliminar un perfil falso de un profesor/miembro de la facultad?”. Otra de ellas, la siguiente: “Alguien está fingiendo que soy yo: ¿qué puedo hacer?”. Y una más: “¿Cómo puedo informar de una infracción del copyright?”. No estoy muy al día de lo que sucede en el entorno de MySpace, pero esas preguntas y sus respuestas nos sugieren que cuando el río suena, agua lleva. Que no sería raro que un tercero fingiera ser su profesor de matemáticas abriendo una página para ridiculizarlo de alguna manera. Que no sería raro que otro tipo te robara tu material e inaugurase una web con ese contenido. Yo suelo vagabundear mucho por Google, pero de momento, y que yo sepa, la gente se porta bien conmigo: aluden a la fuente, ponen el nombre o un link, etcétera.
Esto de las suplantaciones se entiende mejor si uno busca a los más famosos del planeta. Una vez encontré el MySpace de Johnny Depp, y como considero que es uno de los mejores actores de su generación, un tipo culto e inteligente, leí por encima su perfil. Luego me dio por buscar su nombre y asociarlo a MySpace, y lo cierto es que existen un montón de Depps en MySpace, todos haciéndose pasar por el actor. No sé la fórmula exacta para evitarlo. Aunque en MySpace te piden tanta información para cazar a los copiones que es fácil pillarlos. Recuerdo un caso curioso que se dio en un blog, hace tiempo: alguien se inventó que era el escritor y crítico Rodrigo Fresán. Luego se descubrió que no era él. El propio Fresán envió una nota de prensa. Detrás del impostor había un frustrado. En un artículo al respecto, escribía Vicente Luis Mora con acierto: “Es el problema de los escritores fracasados, y de los fracasados en general: necesitan vivir las vidas de los otros, insultándolos o remedando su obra”.

sábado, abril 19, 2008

Creatura nº 28



Para saber el índice de contenidos del número de abril os emplazo a este post de Kebran, que se ha pegado la currada: aquí. O en el Creatura Digital. Gracias, colegas. [Sugiero, especialmente, echar un vistazo a las portadas censuradas de discos míticos; para flipar].

Protesta vecinal

Me he enterado de la protesta del otro día en mi ciudad, Zamora, a las puertas del Ayuntamiento. Unos doscientos vecinos pidiendo que no se construya un parking en la Plaza del Cuartel Viejo. Probablemente me he enterado tarde, pero no se puede estar en todo y a veces no doy abasto. Estoy de acuerdo con ellos. Con quienes protestan, digo. Aunque debemos reconocer que la política funciona así: el personal vota a tal o cual partido político, y luego ese partido se encarga de hacer lo que no le gusta al pueblo; con el tiempo, la afrenta se olvida y el personal vuelve a votar a ese mismo partido, que vuelve a hacer lo que no le gusta al pueblo; con el tiempo, etcétera: se harán cargo del factor “pescadilla que se muerde la cola” en este asunto.
De esos votos no tienen culpa todos los ciudadanos. Yo me sumo a la protesta de los vecinos de la Plaza del Cuartel Viejo, que no quieren un parking allí, y me sumo por una razón muy simple: durante unos años viví en esa plaza, y de algún modo aún la siento como mía, como parte de algo que tuve, de mi pasado, de mis andanzas, de mis vivencias, llámalo X. Ahora, cuando vuelvo a la tierra una vez al mes, ya no habito el piso de la Plaza del Cuartel Viejo. Pero da igual. Cuando paso cerca de allí, o cuando la atravieso, o en las tardes grises en que me da por recordar otros tiempos, pienso en la plaza con deleite. Por entonces, cuando vivía en uno de los edificios del Conjunto Viriato, me sentía bien pertrechado: la copistería donde mis vecinos y colegas del colegio me hacían las fotocopias con eficacia y rapidez, dos kioscos a ambos lados del portal, el supermercado a tiro de piedra, el piso donde vivió una pareja de amigos que me invitaban a comer los sábados, la papelería donde surtirme de bolígrafos y discos para el ordenador, la tienda de informática donde su dueño me reparaba el pc con mucha diligencia porque sabía que era mi herramienta de trabajo, la emisora de Radio Zamora a la que iba cuando tocaba tertulia literaria en las ondas, San Torcuato a un paso y al otro la Plaza de Alemania, el estudio que tuvo mi familia, la cabina de teléfonos donde perdía las perras antes de tener un móvil, las cafeterías donde a veces iba a tomar un té o una cerveza. Y podría seguir. Con esto quiero decir que ese es un lugar reconfortante y entrañable, o entonces así me lo parecía. La plaza y sus alrededores son como un pueblo en miniatura, por eso mismo: por la ventaja de tener kioscos, cafés, supermercados, tiendas. A mí me gustaba el pequeño parque. Hasta que un día llegaron las máquinas, arrancaron casi todos los árboles y pusieron un parque ridículo. Lo que sobrevive es lo que hay, pero sin duda es mejor que nada. Es mejor que un parking.
Ahora pretenden meter otra vez las máquinas por allí. Quitarán los pocos árboles que quedan en pie y los sustituirán “por grandes jardineras de hormigón para plantar otros” y abrirán un parking con tres plantas, o sea, lo de siempre, descuartizar la naturaleza y alterar la tranquilidad de los vecinos para hacer caja. Digo la tranquilidad de los vecinos porque temen que la construcción afecte a la estructura de los edificios, pero también por el engorro que supone el tiempo de obras y de polvo y de molestias para los vecinos y los comerciantes. Por otro lado, es curioso que una ciudad como Zamora tenga tanto tráfico, tanta necesidad de aparcamientos subterráneos y tantos atascos en fin de semana, a pesar de la ventaja que tienen los ciudadanos de ir a todas partes caminando, lo cual es un lujo. La Plaza del Cuartel Viejo, pese a su carácter de embudo al que van a parar los coches, es un lugar agradable, sencillo, tranquilo. Y de nuevo quieren alterarlo. Un cuento que ya me conozco.

en estas 4 paredes, de Javier Das



Tipos como Javier Das logran que aún mantenga la ilusión por la literatura, casi extinguida (la ilusión) por culpa del podrido mundillo literario. Poetas jóvenes que no se arredran y siguen escribiendo a pesar de los golpes. Que se autopublican un poemario (y puedo decir que le ha quedado un volumen mucho más digno que los que te venden numerosas editoriales) y lo llevan ellos mismos a las librerías. Que le echan huevos al asunto. El libro, por cierto, se puede encontrar al final de este post de Kilómetro 0.

A mí me lo recomendó Kebran, me dijo: "Compra el poemario de Javier Das. Ese chaval es muy bueno". También había leído algunos poemas suyos, que colgaba David González en su blog cuando el libro permanecía inédito. Javier Das, a quien aún no conozco, es un poeta que habla de los temas que más me interesan, los que de verdad importan: la calle y la familia, la vida y la muerte, la soledad y el amor, la escritura y el vacío por la ausencia de un ser querido (en este caso, el fallecimiento de su padre). Lucha a golpe de tecla, está "enfermo de poesía", se mantiene siempre en guardia. Vamos con un poema:

5 DE ENERO DE 2001

Hace más de seis años
vi morir a mi padre
en una cama de hospital.

Y no hubo música,
no hubo ninguna canción triste,
no hubo espectadores
con lágrimas.

Porque
cuando ves la muerte
tan de cerca
te das de bruces con la vida real.

Y es más jodido
que cualquier cosa,
porque nunca
puedes entenderlo,
nunca te respondes
a todas esas preguntas.

Lo curioso
es que desde entonces
casi no he escrito sobre ello.

E incluso he tenido momentos
en los que he creído
comprenderlo y aceptarlo.

Pero en cambio,
un día,
te das cuenta de todo
lo que le echas de menos.

Y piensas en todo aquello
que podrías haber compartido,
en todo lo que te podría haber enseñado.

Piensas en toda esa música
que le habrías enseñado,
en todo lo que habríais vivido juntos.

Y es cuando caes en la cuenta
de que aún no ha pasado
el tiempo suficiente.

Aún sigues preguntándote
el por qué
de aquella vez.

Porque
es como empujar
la primera ficha del dominó.

Y hay que levantar
todo de nuevo.

Tienes
que caminar mucho tiempo
sin echar la vista atrás.

Hay que seguir adelante.

Y puede que no siempre sea fácil,
no siempre nos valemos
yendo solos.

Así que tal vez
jamás llegué ese momento
en el que nada importe.

Tal vez no deje de ser
una rueda que girando
de vez en cuando
te golpea
y te recuerda que te duele.

Portadas exquisitas


Husband of a Fanatic: A Personal Journey Through India, Pakistan, Love, and Hate, de Amitava Kumar. Inédito en España.

96

En Semana Santa recibí un correo electrónico de Pello Biain, un profesor que tortura a sus alumnos obligándoles a analizar mis artículos. Es probable que me odien, pero no importa. Lo que importa son los e-mails reconfortantes que Pello me envía en vacaciones. El último, el mejor. Un telegrama: “Hola, JAB. Stop. En octubre nació Paulo, nuestro segundo hijo. Stop. Tengo menos tiempo para leerte, pero cuando Paulo no duerme y yo me desvelo, aprovecho para visitar tu sitio. Stop. A esas horas tan tempranas, cuando todo el mundo duerme y está ausente, tus palabras me suenan más risueñas y sinceras, incluso me parece que han sido escritas en exclusiva para mí. Stop”. Y eso es sólo el principio, una muestra que remata con “Aunque no te escriba, sigo estando aquí. Stop. Un fuerte abrazo. Stop”. Y eso, muchacho, es lo que importa. Que tipos como él sigan estando ahí, al otro lado.

Mañana, en Madrid


Vetusta Morla en la Joy Eslava. Presentación del disco Un día en el mundo. A partir de las 20:30 h. Sé que las entradas se agotaron hace tiempo y este aviso no tiene mucho sentido salvo para decirte que, si vas por allí, nos veremos dentro.

Dos años en la cárcel

Sorprende la frivolidad con la que algunas personas hablan cuando les colocan la alcachofa debajo de la boca y les piden alguna declaración sobre un tema polémico. En casa estaba encendida la tele y hablaban del tal Julián Muñoz. No sé ni qué programa era porque no estaba prestando atención. Tampoco sigo la vida de Julián Muñoz ni me interesa nada de él ni de lo que me puedan contar. Pero la persona que salía a la calle a entrevistar a los transeúntes, a gente anónima, preguntaba: “¿Qué le parece que le hayan concedido un permiso penitenciario a Julián Muñoz?”, y sentí curiosidad por las respuestas del personal y me puse a verlo.
Cuando le hicieron la pregunta a una señora en cuestión respondió que así cualquiera, que la justicia funcionaba fatal, y que eso lo podríamos hacer todos, que cualquiera podría dedicarse a robar dinero y hacerse rico si sólo pasabas dos años en la cárcel y después podías salir de permiso. Así cualquiera, decía. La respuesta me parece de una frivolidad intolerable. Algunas personas ignoran de qué va la vida. Algunas personas no tienen ni idea de lo que se cuece tras los muros de una prisión. Creen que la cárcel son unas vacaciones, pero a la sombra. Que te pegas dos años rascándote la barriga en la celda, leyendo, haciendo tus cosas, y que luego sales de allí contento y con ganas y tiempo de disfrutar del dinero robado. Como si el tiempo en prisión fuera lo mismo que quedarse en casa una temporada, sin salir y haciendo la compra por internet. La típica señora que no sabe de qué van estas cosas. Y creo que algo del tema sé yo. Conozco gente que ha estado o aún está a ambos lados de la cancha de juego, por decirlo de alguna manera: detrás de los barrotes y delante de los mismos, siendo vigilado y vigilando, preso y funcionario. Lo que te cuentan unos y otros no es agradable. Ni siquiera aunque seas un privilegiado, uno de esos peces gordos que viven mejor que el resto de los prisioneros. Ni siquiera así merece la pena una estancia carcelaria. Es algo que no tiene precio. No hay millones que puedan pagar una temporada a la sombra. Sin hacer nada de lo que te gusta: ir de compras, pasear, meterte en los bares, frecuentar cines y teatros, ver a la familia, viajar por ahí, bañarte en la piscina y en el mar. Ser una persona más o menos libre, en definitiva (la sociedad ya se ocupa de que no seamos libres por completo, con sus engaños, sus hipotecas, sus mentiras, nuestros hábitos y nuestras responsabilidades). Pero al encierro hay que añadir el resto. Los presos que te buscan las vueltas. Los tíos que te amenazan. Esquivar a quienes puedan tener un pincho. Compartir celda con un desconocido. Defecar en la misma habitación que él. Soportar sus ventosidades y los olores varios. Comer junto a un montón de gente. Ver la vida a través de una ventana, día tras día y tachando fechas en el calendario, con el tiempo pasando despacio, muy despacio, mientras sueñas con lo que hay fuera y eres consciente de todo lo que te estás perdiendo, porque la vida en el exterior sigue sin ti y a pocos les importa que tú te lo pierdas.
Eso, señora, es la cárcel. No me gustaría pasar ni un solo día, ni una noche, allí dentro. No hay dinero suficiente. Porque, si sales vivo de prisión, la experiencia te dejará marcado para siempre. Como les ocurre a los soldados y policías que ven a los primeros muertos: desde entonces nada es lo mismo. Que se lo digan a las dos modelos argentinas que han pasado un año y pico en una cárcel española, esas dos chicas a las que su manager escondió droga en las maletas. “He perdido año y medio de mi vida”, dice una de ellas. Ese tiempo no se recupera. Ni la herida cierra.

jueves, abril 17, 2008

Sitio dedicado a John y Dan Fante


Una página muy recomendable sobre John Fante y su hijo Dan Fante: en inglés y en italiano.