Quien escribe una obra maestra no sabe que está escribiendo una obra maestra. Está tan solo e inquieto como cualquier otro autor; ignora que figurará en los manuales y que, un día, se desmenuzarán cada una de sus frases: a menudo es alguien joven y solitario, que trabaja, sufre, nos conmueve, nos hace reír, en resumen, que nos habla.