Me parece terrible el daño que Photoshop y otros programas similares le han hecho a la realidad y al mundo del espectáculo, ofreciéndonos en revistas y carteles un universo de hombres y mujeres perfectos que no existen. Dado que soy cinéfilo me fijo mucho, por ejemplo, en los carteles de las películas. Antaño no importaba que los actores envejecieran y tuviesen un rostro duro y doblegado por las arrugas. Cuando salía Charles Bronson en esos largometrajes de los años ochenta en los que siempre era un justiciero, nunca le borraban del póster sus numerosos pliegues faciales. Incluso le daban cierta presencia muy útil para el papel. Ahora está prohibido mostrar arrugas en los carteles porque el show está dirigido a los adolescentes, que para colmo no van al cine, sino que se bajan las películas de internet y no se fijan en el póster. Es difícil encontrar un filme protagonizado única y exclusivamente por alguien de más de cincuenta años. Los hay, sí, pero siempre obligan a algún jovencito a acompañar al héroe. Véanse, al respecto: “La jungla 4.0”, “Hollywood: Departamento de homicidios”, “Señales” o la nueva entrega de Indiana Jones, por citar unas pocas. El único que se salva es Clint Eastwood, que además se permite encabezar repartos formados por viejas glorias (Morgan Freeman, Donald Sutherland, Gene Hackman, Richard Harris), apostando así por la experiencia, el clasicismo y la madurez.
El otro día estaba viendo una revista y anunciaban el estreno en dvd de “Leones por corderos”. Los protagonistas, Robert Redford, Meryl Streep y Tom Cruise, tenían las mismas arrugas; sí, ya han adivinado cuántas: ninguna. Habían metido tanta mano al rostro envejecido y curtidísimo de Redford que incluso parecía más joven que Cruise. Miren el cartel de “21: Jackblack”, donde Kevin Spacey ha rejuvenecido treinta años para, milagrosamente, parecer tan joven como los adolescentes que le acompañan en el reparto. Esto, ya digo, es para atraer a los chavales, para censurar la arruga y la madurez en un mundo en el que sólo falta que a los adultos de más de cincuenta años los encierren en guetos para que los niños no vean que el hombre envejece. Es la sociedad consumista y la publicidad y este tiempo de prisas y apremios, que sólo quiere lo rápido, lo joven, lo fresco antes de cumplirse la caducidad. Pero tampoco es nuevo: aún recuerdo lo que le hicieron a Richard Gere en el afiche de “Pretty Woman”, o sea, teñirle el pelo de negro. Luego los chavales ven la película y se topan con que los auténticos protagonistas no son los jovencitos, sino los cincuentones, que lo hacen mucho mejor, y además enseñan arrugas y canas y patas de gallo.
Parece que esto sólo afecta al mundo del espectáculo, pero no es así. Afecta a la realidad, a nuestro concepto de la realidad, y ya aborrecemos lo imperfecto. La gente ve un cartel con Robert Redford y se dice: “¡Qué bien se conserva Redford, está hecho un chaval!”, y luego abre una revista del corazón y ve a Redford fotografiado por los paparazzi en la calle, y lo ve despeinado, envejecido, con la cara cuajada de miles de arrugas, con manchas en la piel, y se lleva un chasco. O vemos a Britney Spears luciendo muslo en la portada de una revista de moda y, más tarde, la encontramos en las fotos hechas a traición que le hacen en la calle, sin el Photoshop, y sale hecha una bruja: fondona, ojerosa, hortera y con michelines. Pero el mayor problema es que, mediante el Photoshop, hemos creado para los adolescentes un mundo de ilusión, que no existe, donde todos los hombres y las mujeres no engordan, no envejecen, no se cansan, parecen inmortales. Y eso es más grave, porque algunos se lo creen.