lunes, marzo 31, 2008

Martincomic



Miguel Ángel Martín ya tiene web. Se puede disfrutar pinchando en Martincomic.

Trailer de Tropic Thunder




En estas dos fotos está presente el actor Robert Downey Jr. Quizá viendo el trailer de la comedia Tropic Thunder te resulte más fácil descubrir quién es. Aquí.

Resaca en Calle 20 y Diario de Noticias



-Calle 20: Si se pincha en la foto superior puede verse que uno de los contenidos de la revista pone Los 37 hijos de Bukowski. Calle 20, la revista gratuita del diario 20 Minutos, salió ayer y cogí algunos ejemplares en mis incursiones por los bares de Lavapiés. Se distribuye en Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao. El reportaje lo firma Roxana Popelka y se centra en siete de nosotros. Incluye algunos dibujos nuevos de Miguel Ángel Martín (autor de la portada del libro) y ya se pueden leer varios extractos de Resaca/Hank Over. Aún no está actualizado en la web de la revista, pero os recuerdo que se pueden bajar todas las páginas de la misma en pdf. En breve colgaremos estas cosas en el blog de Hank. Web de Calle 20.
-Diario de Noticias de Navarra: La segunda fotografía acompañaba al reportaje firmado por Ana Oliveira y se centraba en Patxi Irurzun y la antología. Se puede leer al completo, con todos los nombres de los Hijos de Satanás en el lado derecho de la pantalla, en Diario de Noticias.

Dos entrevistas: David / Vicente


David González y Vicente Muñoz Álvarez. Para mí son como mis hermanos. Aprovecho esta foto en la que ambos autores están juntos para recomendaros las entrevistas que les han hecho por separado. No tienen desperdicio y se aprende mucho, tanto de las preguntas como de las respuestas. La de D.G. se puede leer en el número 0 de la revista El grito. La de V.M.A., en este post de La Caja Nocturna.

Americana, de Ignacio Escuín


Mañana hablaré de este recomendable libro y de su presentación en Madrid, a la que asistí el sábado por la mañana. Mientras tanto, os dejo con un poema (sin título):
Hay varias cosas difíciles de entender
tan pronto estás arriba como abajo
te quieren o te odian
y pasar desapercibido sólo es posible
para algunos.
Para entenderlo hay que saber qué suelo se pisa
y cuál es el lugar indicado para ello.
Los que vienen detrás
saben que nada es eterno y luchan
por pisar donde yo piso.
Yo os regalo mi baldosa,
tomadla.
Y tened cuidado, es una trampa:
después de ésta querréis otra.
Por desgracia para mantenerse en pie
existen dos opciones:
irse muy lejos
o morder para sostenerse.

El entorno de una lectura

No sé si fue Julio Cortázar quien dijo que los cuentos de Edgar Allan Poe deberían ser leídos a la luz de las velas, en solitario y en silencio, para de ese modo sentir el influjo de las narraciones de horror y experimentar el miedo en su estado más puro. La cita no es exactamente así y puede que no pertenezca a Cortázar. La leí hace muchos años y no la apunté y a veces me viene a la cabeza la esencia de la misma. De momento, no me he atrevido a seguir el consejo. A pesar de adorar el género de terror, todavía no me ha dado por aislarme en una habitación, apagar las luces, sentarme en la cama, encender una vela en la mesilla y leer a Poe, o a cualquier otro autor de similar temática. Supongo que debe ser una experiencia inolvidable.
Traigo esto a colación porque se ha dado un par de veces en los últimos días la circunstancia de leerme libros relacionados con el medio en el que viajaba y con la temática de cada libro. Y supone una curiosa y de algún modo enriquecedora experiencia. Como si participaras aún más en el libro, como si fueses uno de los personajes secundarios, un tío que permanece quieto y mudo en los márgenes de la página y que no dice nada, sólo se limita a observar. Me sucedió en marzo, al menos en dos ocasiones. Y juro que no lo hice adrede. Estaba leyendo “Circular 07. Las afueras”, de Vicente Luis Mora, uno de esos títulos cuya lectura había ido aplazando porque, desde que lo compré, se me cruzaban lecturas de compromiso, libros de regalo y demás textos que uno consume por motivos de trabajo o por apetencia. Llevaba, pues, mediada la lectura, cuando tuve que desplazarme en el metro de Madrid, en una travesía subterránea de casi una hora. Esto, para quien no haya leído el libro ni conozca su argumento, no parece raro. Pero a mí me lo pareció porque el título alude, principalmente y aunque posee más significados, a la Línea Circular de Madrid, la línea gris sin principio ni final. Muchas de las historias, anécdotas, poemas y cuentos del libro transcurren en el metro. Hay incluso un pequeño relato sobre un hombre que se dedica a leer los libros de los demás, por encima del hombro de los lectores, en sus viajes por el subterráneo. La coincidencia no sería tal si yo viajara a menudo en el metro, pero apenas lo tomo, salvo en casos esenciales y en trayectos hacia las afueras de la ciudad. Yo estaba, pues, sentado en un vagón del metro de Madrid leyendo las historias que alguien había escrito con el metro de Madrid como telón de fondo. Parecía que los vagones y sus pasajeros se habían salido del libro para rodearme.
Lo siguiente ocurrió en mi último viaje a Zamora. Días atrás había empezado la lectura de un libro del que les hablé, uno de Jack Kerouac. Durante el trayecto estuve leyendo un rato. Una parte de este libro de Kerouac transcurre en las carreteras, y dicha parte coincidió con el viaje y mi lectura. Kerouac hablaba de las carreteras, las rutas, los caminos. Yo sólo debía incorporar la cabeza y mirar por la ventanilla para ver la carretera, porque todas significan lo mismo, sean españolas o estadounidenses. La primera vez que vi “El club de la lucha” me habían sacado una muela, y el dolor persistía, y en la película se rompían las dentaduras a puñetazos y me dolió más que si no hubiera pasado el día anterior por el dentista. Tal vez deberíamos leer algunas obras (sólo algunas, en las que los escenarios no nos hagan daño) en un entorno parecido al que habita sus argumentos, y vivirlas así a fondo. En barco, leerse “Moby Dick”. En una casa rural aislada y solitaria, “Misery”. En la jungla, “El corazón de las tinieblas”. En un pueblo, “El camino”. En Los Ángeles, “Pregúntale al polvo”. Y así.

domingo, marzo 30, 2008

Citas. 79

Se mete uno por recovecos extraños cualquier noche, sin responsabilidad, y a la mañana siguiente o días después va descubriendo que lo que hizo fue comenzar a matar de una vez por todas su capacidad de emocionarse ante los hechos de las personas, y de allí en adelante, compañero, vía libre al infierno.

Andrés Caicedo, El cuento de mi vida

Dos cuentos en Lunula y Zamora Cofrade



Siento el retraso de estos post, pero una de las revistas me llegó a casa justo cuando me iba a Zamora y la otra me ha llegado esta semana. Me gustaría comentar un par de cosas, como dije en su momento, ya que para mí ambas están relacionadas de algún modo. Es un lujo colaborar en ellas. Las portadas y los diseños son para quitarse el sombrero, y lo mismo se puede decir de los contenidos.
1) Zamora Cofrade. Número 3. Mi cuento se titula Ficción / No Ficción: La vida después de Dios. Uno nunca está seguro de si lo que escribe gustará o no. Y parece que las primeras impresiones sobre este cuento han sido muy favorables. Algo de lo que me alegro y que, en cierto sentido, me sorprende, porque no sabía si esta apuesta se ajustaría a la revista y sus lectores. Quien haya leído a Douglas Coupland sabrá que en el título del cuento hay un homenaje a uno de sus libros.
2) Lunula. Número 22 (Especial Desplazamiento). Mi cuento se titula Lejos de casa, y no es nuevo, ya había sido publicado un año antes por Zamora Cofrade. En el siguiente párrafo contaré algo más del mismo. Ahora me gustaría dar las gracias a David González, quien después de leerlo se lo pasó a Roxana Popelka (a quien hago extensible el agradecimiento) y ella lo publicó en esta revista.
Y ahora vamos con la historia. Hace exactamente un año, los responsables de contenidos de dos publicaciones de mi ciudad me encargaron sendos cuentos: Barandales (conservadora, tradicional) y Zamora Cofrade (más abierta e innovadora). Escribí uno para ZC que hoy permanece inédito. Para Barandales entregué Lejos de casa, un relato inspirado en las andanzas de uno de mis colegas (de profesión: soldado), de cuando estuvo en Irak. El personaje echa de menos su tierra y el cuento se ambienta en los días de Semana Santa. Hablé con él, leí sobre Irak, estudié las noticias, etc. Antes de publicarlo, mi amigo lo leyó y también lo hicieron algunos de sus compañeros de tropa. A todos les encantó: esa ha sido mi mayor compensación.
Unos días antes de los últimos retoques a Barandales, en la revista me dijeron que el cuento no se publicaría. ¿La razón? Muy sencilla: en el cuento mencionaba las muertes de soldados españoles en la guerra de Irak, algunos de ellos zamoranos; me dijeron que la alusión a la guerra de Irak podría traerles problemas con quienes gobiernan en mi ciudad (el Partido Popular), dado que la revista se financia en parte con publicidad de la Junta de CyL, el Ayuntamiento y la Diputación. Se llama censura, creo. Y ese es el modo en que le tratan a uno en mi tierra cuando dice la verdad. Así que el cuento se quedó fuera y yo se lo ofrecí a los responsables de Zamora Cofrade, que quedaron encantados con el relato y prefirieron publicar éste y sustituir al que les había enviado antes. Al final, Lejos de casa, mi homenaje a los soldados españoles fuera de su país, ha salido en dos revistas de lujo. Y eso es todo.

Clic. Actualizar. F5

Cuando estamos pendientes del desarrollo de ciertas noticias de urgencia (pienso en el pobre muchacho que cayó al río con su coche, en mi ciudad, y que nos mantuvo en vilo a todos), resulta más efectivo recurrir a internet y su conglomerado de hilos digitales. Es probable que ahí resida su mayor poder, en su presencia constante. Si uno trata de seguir una noticia por la radio, llega un momento en que dejan paso a la publicidad, o meten una cuña que anuncia el siguiente programa, o termina el boletín de noticias y nos toca esperar hasta la próxima conexión. En la tele, si acabó el telediario y para la siguiente edición faltan unas horas, se las arreglan para meter las noticias urgentes dentro de los programas de marujeo y en los de debate matinal e incluso en mitad de la publicidad te endiñan un avance informativo, o recurren a los letreros de aviso que pasan por la parte inferior de la pantalla mientras estamos viendo una serie. La edición en papel de los periódicos debe esperar al día siguiente y a sus análisis algo más pausados, más reflexivos, o a la edición vespertina si el diario la tiene y el desarrollo de la noticia transcurre por la mañana o a la hora de comer.
En internet hay otro tipo de suspense. Digamos un suspense sin apenas pausas, sin cortes, sin interrupciones publicitarias, sin descansos. La única pausa es la que media entre un clic y el siguiente. Un internauta (por ejemplo, yo mismo) entra en la red y abre el periódico que acostumbra a visitar a diario. Bajo la cabecera se ha deslizado una frase, precedida de un aviso que dice “Urgente” en letras mayúsculas. La frase anuncia un accidente en tu ciudad natal, o un atentado brutal en tu ciudad adoptiva. Nada más. Sólo un aviso, un teaser. Tragas saliva, aguardas unos segundos o tal vez un minuto y pulsas el ratón. Clic. La flecha del ratón pincha en la parte superior de la pantalla, allí donde hay dos flechas verdes que significan “Actualizar”. Otras personas pasan del ratón y de los cursores y prefieren manejarse con las teclas. Para “Actualizar” pulse “F5”. Con el segundo clic las cosas han cambiado un poco. Ya ves un breve encabezando la página, bajo el título del periódico y su menú de contenidos. Hay un titular más preciso y tres o cuatro líneas de cuerpo. Pronto habrá foto, más información y puede que empiecen a revelar el número de muertos y heridos. Aguardas unos segundos, con el corazón pegando fuerte en el pecho. Otro clic. Tal vez aún no haya cambiado nada. Pero vuelves a intentarlo. Clic. O “F5”. Las noticias viajan muy rápido, hoy basta con que el reportero que está en el lugar del siniestro tenga un portátil y una conexión y, así, mete la foto y cuatro líneas que envía a la redacción y allí lo cuelgan en seguida en el periódico digital. Otro clic. Ves una fotografía. Más información. Se sabe, sí, que ha habido víctimas. Y luego: muertos y heridos. Y, apenas un minuto más tarde, la noticia ha vuelto a mutar y ya enumeran los muertos y los heridos y les adjudican iniciales. Y a ti el corazón se te sale por la boca, porque aunque cada muerte te afecta, te afecta más la posibilidad de que sea alguien conocido por ti. Un amigo, un tipo con el que fuiste al colegio y a quien ya no ves. Cualquiera. Te basta con pensar en esa zona siniestrada y en recordar que por allí vive gente que conoces. Clic. Actualizar. F5. La noticia en toda su extensión. Han colgado incluso un pequeño vídeo.
En poco tiempo sabes que ninguna inicial corresponde a alguien que conozcas. Aún así, estás triste. Al fin lo sabes todo. Acabó el suspense. Te alejas del ordenador. Unas horas después abres de nuevo la página. Ya no encuentras la noticia. Está por ahí perdida, extraviada, engullida por el hambre voraz de la actualidad.

sábado, marzo 29, 2008

La noche es nuestra


Espléndida película de James Gray, su tercer largomentraje en 13 años. Como en The Yards (La otra cara del crimen), Gray vuelve a analizar la familia y el tormento moral que supone la diferencia entre hacer lo correcto y hacer lo que uno quiere. Repiten los dos actores principales de su anterior filme. Pero aquí el protagonista no es Mark Wahlberg, que es un buen actor, sino Joaquin Phoenix, que es un extraordinario actor, lo que constituye una gran diferencia y eleva el nivel de La noche es nuestra. Phoenix vuelve a demostrar su versatilidad, sus múltiples registros y su talento para envolver a su personaje en la fragilidad de quien está entre la espada y la pared, entre sus negocios y su libertad (con conexiones con la droga y la mafia rusa) y el deber y el amor a su familia (que representa la ley: su padre y su hermano son policías).
Gray nos remite a los filmes policíacos de los setenta, como ha observado Carlos Boyero con acierto: los que dirigían tipos con oficio e inteligencia, gente del estilo de Sidney Lumet, Don Siegel o William Friedkin. Por si fuera poco, la música es de Wojciech Kilar (Drácula, La novena puerta), sale la despampanante Eva Mendes y tenemos a Robert Duvall, que siempre aporta su carisma.

Saltar la barrera

De vez en cuando conviene ir a cenar a algún restaurante del barrio. En Lavapiés hay numerosos locales de comida hindú, turca, griega, senegalesa, etcétera. Los precios son baratos y se come muy bien. La otra noche fuimos a un restaurante hindú en el que ya he estado al menos un par de veces. El maître es un hombre amable de sonrisa perenne que, en una ocasión, se detuvo cada poco junto a nuestra mesa a recomendarnos cosas y comentar la jugada. Yo no le entendí ni la mitad, pero comprendí sus buenas intenciones y su amabilidad y a menudo con eso me basta. Quiero decir que prefiero un tío educado, con modales, que hable en otro idioma y al que yo apenas entienda, a un tío que hable mi idioma y no me salude al encontrarnos en el portal o cuando le abra la puerta para dejarle salir del local y sea incapaz de dar las gracias. Reconozco que me placen los restaurantes hindúes y ahora me veo con problemas para citar sus platos habituales: no recuerdo sus nombres. Me gusta la gente hindú y me da buen rollo cada vez que entro en sus garitos. Todos llevan la sonrisa puesta, han aprendido a dar las gracias y lo hacen con más frecuencia que algunos españoles. Habrá quien diga: “Bueno, en un bar o en un restaurante es lo mínimo”. Sí, pero estoy harto de topar con camareros que parecen hechos de piedra y comparten conmigo la nacionalidad. Tipos que no dicen “Hola” ni “Adiós”, que jamás sonríen ni pronuncian eso de “Gracias, caballero”. Voy con frecuencia a un garito de Madrid regentado por españoles donde sirven tapas, raciones y cenas, y los camareros son de piedra, me miran siempre como si me perdonaran la vida, de sus bocas jamás sale una palabra. Y no son mudos.
El maître del restaurante hindú se nos acercó la otra noche. Para no armarme un lío con los platos, acostumbro a resumir el pedido con un: “Vamos a pedir el menú especial” o “Queremos un menú de degustación”. Eso me evita pronunciar palabras cuyo significado no entiendo y me evita leerme la composición de cada plato, que suele ser extensa (pollo al horno servido con salsa de yogur y marinado con especias sobre un lecho de verduras y cebolla, etcétera). Tras pedir el menú especial, preguntó: “¿Vino? ¿Qué vino?”, y dijimos: “Un Lambrusco”, que es vino suave y refresca el gaznate. El hombre rió, azorado, incómodo: “No vino. Ese… Jeje, eh… en menú, copa”. Hizo un gesto con los dedos, abarcando lo que supuse era un vaso. Añadió: “Un copa, ¿sí?”. “Que sólo entra una copa con el menú”, traduje yo. “Y que el Lambrusco no entra en el menú especial”, añadí. El hombre continuó: “Vino… Más… Más caro. No mucho. Para dos. Poquito. Poquito”. Traduje: “Si pedimos una botella de Lambrusco nos saldrá un poco más caro, pero no mucho”. Así leído parece cristalino, lo sé. Pero háganse cargo del acento del tipo, de que no pronunciaba exactamente las palabras tal y como yo las escribo, de que le resultaba difícil crear una frase completa, de que había muchos puntos suspensivos y pausas entre cada palabra. De las dos personas sentadas a la mesa, sólo yo entendí lo que quería decir.
Y volvemos a lo de antes: prefiero alguien así, que no abandona la sonrisa ni la buena educación que alguien que me entiende perfectamente y espera mi pedido con cara de pocos amigos y como si yo fuera el malo de la película. Me gusta entenderme con quien no comparto lengua. El idioma es una barrera, sí, pero a menudo podemos saltarla y entendernos. Siempre creí que esa escena de “El guerrero nº 13” en la que Antonio Banderas aprende árabe estudiando los labios de otros hombres y prestando atención a sus palabras era un disparate. No lo es tanto.

viernes, marzo 28, 2008

Portadas exquisitas


Against Happiness: In Praise of Melancholy, de Eric G. Wilson. Publicado en España por Taurus como Contra la felicidad: en defensa de la melancolía.

Este domingo, en Madrid


Concierto de Vetusta Morla en La Casa Encendida.

Mañana, en Madrid


El próximo sábado 29 de marzo a las 12:30 horas se presenta Americana (el último libro de Ignacio Escuín) en Madrid. El lugar elegido es La Librería Central del Reina Sofía. Le acompañarán Elena Medel, Juan Marqués y Rafael Saravia (el editor).

Figuras indispensables

Ha sido un mes duro por las muertes de varias figuras indispensables de la historia del cine. Nuestra memoria no sólo está hecha de cuanto vivimos, sino también de lo que leímos, escuchamos y vimos. Nuestra memoria, la del hombre de estos tiempos, es un conglomerado de cómics, películas, novelas, cuentos, canciones, videoclips. Por eso quisiera rendir homenaje a estas figuras dando un par de pinceladas con los recuerdos más gratos que sus respectivos trabajos dejaron en mi memoria.
Éramos niños y nos llevaron, a mis hermanos, a algunos de mis primos y a mí, al reestreno o la reposición de “El Álamo”. En un cine de Madrid, probablemente de la Gran Vía. Lo único que recuerdo de ese viaje es el interior: la sala oscura, mi primo a mi lado, el rostro de mi madre y de una de mis tías y, sobre todo, la película. El resto (la fecha, el clima, el motivo del viaje a la capital) se ha diluido para siempre. En aquellos tiempos el juego infantil consistía en querer ser uno de los personajes de la película. Nos gustaba elegir al héroe, en este plan: “Me pido ser Luke Skywalker”, y el otro respondía: “Bueno, pues yo me pido Han Solo”. Hoy me sonrojo al rememorarlo. Durante la proyección de “El Álamo” dije: “Me pido ser Davy Crockett”. Vi en Crockett a un héroe de gran fortaleza, encarnado por John Wayne, que era y será siempre uno de los grandes del western. Entonces mi primo dijo que él era Jim Bowie, o sea, Richard Widmark, al que nosotros conocíamos como “el del cuchillo”. Recuerdo la frase enérgica de Widmark (“¡Acuchillar, espolear, Will!”) en esta película y recuerdo que sentí envidia de mi primo porque el tipo del cuchillo era más guerrero, más agresivo, menos plano. Quizá fue a partir de entonces cuando empecé a advertir que los héroes más interesantes no son los que presentan un despliegue de virtudes sin debilidades ni defectos, sino precisamente aquellos que ostentan claroscuros. Wayne estaba en el primer caso y Widmark en el segundo. Ese es mi primer recuerdo de Richard Widmark. De Paul Scofield conservo algunas huellas más tempranas en la memoria, pero donde me hizo mella fue en “Quiz Show”, en la que encarnaba a un respetable poeta y escritor entrado en la tercera edad y padre del hombre que es comprado para amañar un concurso de la televisión. Scofield era el padre, en la ficción, de Ralph Fiennes. Cuando uno se imagina a los escritores y poetas de setenta años, se los imagina como en ese retrato que hizo Scofield de Mark Van Doren: elegantes, sobrios, precisos, dignos, orgullosos. Es inolvidable la escena en la que Van Doren le grita a su hijo: “¡Tu nombre es el mío!”, reprochándole que manchara el apellido familiar con su participación en el concurso amañado.
Y Ralph Fiennes nos conduce a otra de las figuras fallecidas en días pasados: Anthony Minghella, quien lo dirigió en “El paciente inglés”, película que para unos es un tostón y para otros es un gran filme (me incluyo en el segundo grupo). Estaba terminando el último año de mi carrera en Salamanca cuando se estrenó en España. Es la mejor obra de Minghella y para mí es importante por varias cuestiones: me hizo leer la novela de Michael Ondaatje en la que se basa, me descubrió al compositor Gabriel Yared y me confirmó la versatilidad de un actor (Fiennes) capaz de innumerables registros, porque había rodado seguidas “La lista de Schindler”, “Quiz Show”, “Días extraños” y “El paciente inglés”. Y luego está Rafael Azcona. Sin su presencia el cine español no se entiende. De crío vi muchas de las películas que escribió, sin entender ninguna. Pero me fascinaba “La miel”. Por Jane Birkin, claro.

jueves, marzo 27, 2008

Libro de esbozos, de Jack Kerouac


Resulta increíble que algunas obras de Kerouac no estén traducidas en España o se publiquen estos días por primera vez. El libro que nos ocupa está editado por Bruguera y la ardua labor de traducción le corresponde a Eduardo Iriarte Goñi, quien ha hecho un trabajo (a mi juicio) memorable y dificilísimo. Ya comenté en un artículo que se trata de esbozos en forma de poema que Kerouac iba recogiendo en sus viajes y en sus estancias en algunos pueblos y ciudades. A veces le basta con intentar reproducir los sonidos que oye en la calle. A veces cuenta lo que ve en Londres, París, Denver, Nueva York...
Es notable su habilidad para el retrato rápido, a vuelapluma: en apenas unas líneas nos ha pintado una escena, descrito a un vagabundo y el paisaje y los olores de alrededor. Kerouac se mueve por parajes hermosos, por ciudades, frecuenta bares y estaciones de ferrocarril, y hace autostop o se sube a los trenes, habla de su obra en marcha, del camino, de los beat... Los mejores pasajes son aquellos en los que vaga dando tumbos, de un lado a otro, viajando. Puro Kerouac. Sólo hay que reprocharle que en algunos de los esbozos se pierda un poco en paranoias que cuesta entender. Copio un fragmento de estos esbozos, tratando de respetar abreviaturas, espacios en los márgenes y demás:
750 kilómetros hasta Denver,
tengo 1.46 $, pero
vuelvo a sentirme vivo & incluso
creo que me redimiré, es decir,
.....no estoy quemado,
no soy un criminal, un
.....holgazán, un idiota, un bobo,
.......sino un gran poeta
& un buen hombre, &
ahora que he aclarado eso
dejaré de preocuparme por
.....mi posición & me concentraré
en trabajar para cubrir necesidades
en el FC de Sp. y así poder
.....escribir en paz, poner
.....en marcha la obra de mi vida
.......de mi mundo interior, Parte II,
.....¡porque Doctor Sax fue
.....sin duda la primera parte!

Creatura nº 26


Ayer recibí el número de marzo del Creatura, cortesía del Kebran. He de recordar que este fanzine es gratuito y él lo envía sin ningún tipo de compromisos. Quiero decir que ya queda poca gente así. El índice es muy extenso, así que sólo mencionaré algunos apartados (se puede leer al completo en el Creatura Digital): Episodios del Rock and Roll: Pink Floyd, Francisco Ibáñez, Poemas de Armando Gallego, del Kebran y de Basurero de Tinta, Larry David & Curb your entusiasm, J. Piquer Simón, John Belushi, Modigiliani, Crónica de Rubén Bravo sobre Poesía en los bares II: Tributo a David González y los contenidos habituales (viñetas, freaky portadas, agenda, etc).

La lucha por la supervivencia

Uno de los mejores días del pasado puente, durante mi estancia en Zamora, fue el Jueves Santo. Sin duda suele serlo, pero esta vez por otros motivos. Por motivos muy diferentes. Aquella tarde apareció en la ciudad uno de nuestros amigos, uno de nuestra vieja panda, alguien a quien conozco desde que éramos niños en el colegio, alguien con quien me compenetro bastante aunque somos distintos y ambos hemos comprobado nuestra mutua evolución a lo largo de los años: él se rapó el pelo y entró en el ejército; yo me dejé el pelo largo y me puse a escribir. Dos caras de una misma moneda, defendidas por Don Quijote en su célebre y apasionante discurso de las armas y las letras. Y ese amigo apareció por sorpresa en la ciudad después de haber estado alrededor de cinco o seis meses en Afganistán en su puesto de sargento. No es la primera vez que está destinado en tierras remotas y en misión de paz.
Tras el reencuentro repartió regalos para todos. Pulseras, pañuelos, souvenirs, papel moneda. Yo recibí un pañuelo palestino en el que puede leerse uno de mis apodos, la fecha y las palabras: “Afghanistan” y “Herat”, y un llavero que contiene un diminuto escorpión de verdad, y un billete afgano de recuerdo, en el que hay impreso el dibujo de un campesino con turbante y una horca que remueve la cosecha. Después nos fuimos en masa al Mesón Balborraz, un local en el que siempre nos reunimos en la tarde del Jueves Santo. Allí, sentados a las mesas, degustando un poco de cerveza de barril y comiendo hornazos (el hornazo de este mesón es mítico, imprescindible en una visita a Zamora), pasamos la tarde. Yo estaba ávido de sus historias, pues en definitiva ese es el resumen de mi vida: contar y escuchar historias; y le pedí que, por favor, nos relatara algunas de sus andanzas. Cualquier cosa: cómo se encontró allí de ánimo, qué comía, cuál era el clima y cómo lo soportaba, si había visto muertos, si había patrullado mucho, si vio a mujeres con el burka puesto, si aprendió palabras en otros idiomas, si habían tropezado con talibanes. Nos alegrábamos de tenerlo de vuelta. En casa.
Él atendió a nuestras peticiones mientras, en la penumbra confortable del mesón, devorábamos los hornazos y pasábamos la comida con tientos a las jarras de clara y de cerveza. No nos contó todo, claro. El soldado con vocación, el buen soldado en su oficio, guarda un código de fidelidad y de secreto, y hay cosas que jamás saldrán de su boca, ni siquiera en presencia de su familia. Existen ciertas historias que nunca pasan la frontera, que se quedan en las trincheras y en los barracones y en los lugares donde los soldados duermen al raso, sintiendo el frío en la piel y el miedo en el alma. Es así, debe ser así. Nos relató anécdotas del país, de cosas que no sabemos porque Afganistán es un gran desconocido para muchos de nosotros: los grupos étnicos, el matriarcado dentro del hogar y las paradojas que existen alrededor de la mujer y su relación con el hombre, los pueblos de cada valle regidos por un mismo individuo, las bajas temperaturas del invierno, el modo de vida de algunas aldeas aún instaladas en una especie de Edad Media, las miradas de los pastores que no están conectados con el mundo y no saben por qué merodean por allí tropas cuyos guerreros hablan en otras lenguas, la cantidad de chiquillos que no saben que viven en un país y que sólo conocen su poblado. La pobreza. El desierto. El cielo limpio, perfecto, cuajado de estrellas. El corazón encogido cuando la patrulla entra en aldeas en la que no se ve un alma en las calles. O cuando ven talibanes, cuyas presencias imponen. Fascinantes historias. Y una frase que nuestro colega nos repitió: “Allí hay una lucha continua por la supervivencia”.

Demolición del Arco Iris, de Ángel Petisme


Libro muy recomendable de Petisme, a quien conocí en persona en la víspera de Semana Santa. Hay prosa y poesía, hay una estructura cinematográfica, hay pasión por Eva Mendes y devoción por Paco Rabal, hay viajes y paseos fascinantes por Nueva York, por el Lavapiés de Madrid o el ferry de Staten Island, hay un ir y venir que, como dijo Ángel Guinda, contiene "una atmósfera de álbum de viajes, de cuaderno de bitácora". Os dejo con un poema:
NECROLOGICA
Ángel Petisme ha muerto esta madrugada
de una sobredosis de ingenuidad.
Fue un hombre que regaló cerillas
a los que viajan a la oscuridad
y amó a las mujeres que hacen sangrar el sol.
No le cayó esa breva de acabar
loco y desahuciado como Holderlin.
Trabajó con libertad y con audacia,
(¡la que le permitieron!),
se fumó el paraíso y decoró las sombras
del infierno con risas.
Dicen que prefería la angustia a la sumisión.
Como Gauguin creía
que, con paciencia y un poco de ayuda,
el arte podía reservarle
algunos días felices todavía*.
­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­____________
*Escribió un epitafio: ¡Que se jodan!

Rafael Azcona (1926 - 2008)


Se va otro grande. Casi nada: la mitad del cine español de todos los tiempos.

Nota de prensa Canciones en Braille


Se ha publicado Canciones en Braille, un libro íntegramente escrito en red, editado por internet y distribuido a través de ella. Es la edición impresa del proyecto llevado a cabo durante el último año en el blog ememinuscula.blogspot.com, de Mercedes Díaz Villarías. Esta colección de textos se inició espontáneamente cuando un comentarista del blog envió un fragmento que continuaba la entrada de la administradora, quien tomó la idea y propuso una participación abierta. Debido a su formato, en Canciones en Braille personajes, ambientes y motivos se tocan tangencialmente sin llegar a cerrar ningún significado. La tarea de Mercedes Díaz Villarías ha sido la de publicar dichos comentarios como entradas y darles más carga a través de fotografías originales, vinculándolos con otras referencias del hipertexto.
El medio de edición es muy novedoso: publicado a través de una editorial ubicada en Internet, el solicitante recibe un ejemplar a domicilio a través de petición.
Sin duda, un naciente formato en la era digital, que proporciona nuevas vía a una literatura que periódicamente se declara muerta.
Canciones en Braille muestra una nueva forma de escribir fuera de la ética modernista, un tipo de obra colectiva libre y cuyo contenido fragmentado puede trasladarse hacia delante y atrás en el espacio y el tiempo, y cuyo resultado no está limitado por la idea de éxito o fracaso. En este sentido, Internet es un escenario totalmente diferente, en el que varios autores pueden trabajar y modificar una obra sobre la marcha, aplicando sobre ella nuevos parámetros que a su vez varían los contenidos en un interminable fractal.
Participantes: 629, Antonio Agredano, Anonimarta, Raúl Barba, Agustín Calvo Galán, Julián Cañizares, Clarence, Mercedes Díaz Villarías, Javier García Rodríguez, La cónica, Nacho Montoto, Nacho, Fernando Pérez, David Refoyo, Santiago, JSB, Christian Supiot, Txe, Diego Urizarna, Carlos Varón.
Sólo disponible en
http://www.lulu.com/content/2217015
[En este libro participa mi colega David Refoyo. Lo compraré la semana que viene]

Un par de noticias




Ayer, Andrea Rodríguez publicó en La Opinión de Zamora la noticia sobre mi participación en Hank Over y en otros proyectos literarios. Puede leerse pinchando aquí. Ya le di las gracias y vuelvo a hacerlo. En este otro link podéis ver las fotografías de la expo "Adoquinarios", de Víctor L. Gómez, en el Café El Alcaraván de Salamanca; puede leerse también el prólogo que le hice para el díptico.

Día de regreso

Volvimos a Madrid el lunes. Tres horas y quince minutos de viaje en coche. En circunstancias normales, el trayecto entre Madrid y Zamora puede hacerse en dos horas y media. A veces incluso menos. Pero las circunstancias normales se refieren a esa típica mañana o tarde en la que poca gente viaja. Tres horas y cuarto para un lunes (no un lunes cualquiera, eso sí, pero laborable en Madrid) me parece demasiado. Hemos llegado a un punto en este país en el que da lo mismo en qué día del final de las vacaciones vuelva uno. Hace años el tráfico pesado quedaba destinado al Domingo de Resurrección. Un día antes o un día después de esa fecha, viajar entre mi ciudad natal y mi ciudad adoptiva era un breve paseíto. Con el tiempo, mucha gente se plantea lo siguiente: “Dado que el jaleo en las carreteras tiene lugar en Domingo de Resurrección, volveré el Sábado Santo a casa”. Y resulta que algunos de mis amigos tardaron en llegar a Madrid, ese Sábado y en coche, cinco horas. Otros nos planteamos regresar el lunes, cuando mucha gente ya está trabajando. Y también hubo atasco.
Cansado de las dolencias de estómago y del viaje quise relajarme y ver un par de películas, algo que no hacía desde mucho antes de Semana Santa. No me apetecía ir hasta los cines más próximos, aguardar en la cola, comprar las entradas, ir a dar una vuelta para hacer tiempo y luego meterme en la sala. Así que, primero, tiré de dvd. Vi “Soylent Green”, pequeño clásico de serie B dirigido por Richard Fleischer y que aquí conocimos como “Cuando el destino nos alcance”. No recuerdo haber visto antes esta película y, si lo hice, era muy pequeño para acordarme. Está basada en una novela de Harry Harrison y se nota que Fleischer la hizo con pocos medios, con mucho filtro para las escenas diurnas y economía de medios. Es una obra resultona, tirando a malilla, pero encantadora. El protagonista es un policía al que encarna Charlton Heston con su habitual virilidad bélica. Heston era una garantía en las películas de suspense, acción y aventuras de una época dorada: “Sed de mal”, “Cuando ruge la marabunta”, “El planeta de los simios”, “El más valiente entre mil”, etcétera. En las ciudades de 2022, asoladas por el hambre, el clima y la superpoblación, los seres humanos, sin apenas recursos naturales, sobreviven alimentándose de un comestible elaborado por el gobierno al que llaman “soylent green”. Es un filme premonitorio, que en los setenta anunciaba el estado al que el hombre puede llevar al planeta, y en el que sólo dos o tres ricos tienen acceso a la comida auténtica, casi extinguida: manzanas, carne de buey, fresas.
Al terminar esta cinta apocalíptica, recordé que en televisión ponían “La leyenda del luchador borracho”, que no es otra que la secuela de “El mono borracho en el ojo del tigre”, ambas protagonizadas por Jackie Chan. La primera la vi en los setenta, de niño, y es una película de artes marciales en la que se combina acción y comedia (lo digo porque hay gente que no la ha visto). Como suele suceder en este género, la acción es magistral, con unas coreografías de las que nacieron “Matrix”, “Kill Bill”, “Tigre y dragón” y un montón de películas modernas; la comedia, en cambio, suele ser simplona, con chistes escritos para los niños e interpretaciones patéticas. No había visto esta secuela y me sorprendió el espectacular nivel de las peleas y acrobacias. Se nota que ha inspirado a muchos directores. De “La leyenda del luchador borracho”, según leo en Film Affinity, dijo el prestigioso crítico Roger Ebert: “Es simplemente asombrosa. Contiene algunas de las más complicadas, difíciles y disfrutables escenas de acción que jamás he visto”. Bien, pues a mí me ha sucedido lo mismo.

martes, marzo 25, 2008

Paul Scofield (1922 - 2008)


¡Qué grande estuvo en las adaptaciones de Shakespeare en las que intervino! Pero para mí su mejor papel fue el de padre de Ralph Fiennes en Quiz Show. Impresionante, sobre todo cuando ruge aquello de Your name is mine!

Cartel de War, Inc.



Sale John Cusack. Con eso basta. Y Marisa Tomei mejora como el buen vino. Por cierto, Cusack es uno de los autores del guión, como puede comprobarse en la ficha de la película.

Apenas cinco días

Apenas cinco días de Semana Santa en mi ciudad. Sin tiempo para hacer todo lo que uno tiene planeado. Pero con todo el tiempo del mundo para congelarse poco a poco. Quiere decirse que, cuando uno lo pasa bien y disfruta, parece que las horas transcurren al doble de velocidad; pero el frío de estos días logra el efecto contrario, de tal modo que, con las manos y los pies helados, las horas parecen transcurrir más despacio. El reloj biológico se avería, entonces. Una hora dentro de un bar, abrigado y caliente, parece cinco minutos. Cinco minutos en la calle, con el frío atravesando la ropa y el cuerpo para alcanzar el corazón, parecen una hora. Cada noche regresa uno a casa con la piel morada de las bajas temperaturas. El único momento de auténtico calor es cuando el cuerpo se introduce entre las sábanas. El resto es frío.
En las pocas horas diurnas que uno pasa en casa, descansa en el sofá haciendo zapping. La programación de la tele ha cambiado. No se encuentran las películas que solían poner, año tras año, tantas veces que al final no eran un disfrute sino que se habían convertido en una tortura: “Los Diez Mandamientos”, “Ben-Hur”, “Jesús de Nazaret”. En el televisor cazo un telefilme titulado “El principio”. En la tele ya no cuelgan clásicos; ponen telefilmes modernos de cartón piedra, lo cual es peor, menos saludable. De vez en cuando sale alguna estrella de Hollywood. Martin Landau, actor extraordinario y casi siempre desaprovechado (salvo cuando le ha echado un cable gente del talento de Tim Burton o Woody Allen), interpreta a Abraham. Rostro anguloso, pómulos tan marcados que podrían cortar, mirada serena, una larga barba gris y venerable. Dios le ordena que entregue a su hijo en sacrificio, y entonces uno recuerda las historias bíblicas de su infancia, esas que tiene tan olvidadas, pero en las que se adentró mediante catecismos, libros de texto, tebeos y películas y seriales: “La Biblia en cómic” me fascinaba de niño. Poco después de la muerte de Abraham, uno abandona el telefilme porque cada vez es menos creíble ver al pueblo de Israel interpretado por actores ingleses y norteamericanos, incluidos los extras a los que colocan una túnica y maquillaje para oscurecer la piel.
En la calle las cosas también han cambiado. En algunos tramos por los que desfilan las procesiones ya no hay nadie. No hay espectadores. Un absoluto vacío. En otras, en cambio, no cabe un alfiler de pie. Es difícil resistir las heladas, aguantar varias horas en la calle, a la intemperie. Algunas personas son más listas y van a ver las procesiones con una silla plegable, incluso con una manta para protegerse las piernas. Cualquier remedio es válido para no sufrir. Las familias que viven aquí durante el año entero, nuestras propias familias, cuentan cómo casi todo el mundo está mal del estómago en la ciudad. Hablan de un virus cuyas consecuencias incluyen vómitos y diarrea y a veces incluso fiebre. Y tú vas y lo pillas. O coges algo parecido, o quizá sea un corte de digestión por culpa del viento helado. Los camareros te dicen que este año ha sido un poco flojo. Que hubo noches en las que no trabajaron mucho. Lo que sí está lleno, siempre, es Santa Clara y el camino a La Catedral. Un paseo al que la gente sólo renuncia cuando llueve. En los garitos, cuando estamos cansados de caminar, de trasnochar, decimos las mismas frases: “Ya no soy el que era. Estoy viejuno. La noche pasa factura”. Pero lo cierto es que, año tras año, ahí seguimos los mismos, dando el callo, aguantando los estragos del tiempo, del frío, del cansancio, del fracaso y de lo que haga falta. Si algo le sobra al zamorano es resistencia.

Cartel de Chapter 27


Chapter 27. Asombrosa la transformación de Jared Leto, ídolo de nenas, para convertirse en el asesino que mató a John Lennon, y cuyo nombre no diremos aquí.

Reprimenda en público

Estábamos comiendo en un restaurante. Uno de esos restaurantes en los que todo funciona a la perfección, en Madrid. Los camareros tenían arrugas y el pelo blanco, lo que significa que llevaban en el servicio un montón de años y que ya son zorros viejos, con oficio y tablas. Vimos también a un camarero joven. De ojos rasgados, de piel un poco amarilla. Serio y con gafas. Pero no supimos con certeza de dónde era. No parecía chino ni japonés, y reconozco que me cuesta distinguir entre ambas razas, y mucho más diferenciar entre sí a los asiáticos. Por lo demás, no tiene demasiada importancia o ninguna. Salvo apuntar que era el más joven y extranjero. Y creo que en la hostelería se lleva uno más palos por parte de los jefes si es joven. La juventud implica que las broncas de tus mayores sean más tempestuosas.
Los camareros iban y volvían por entre las mesas. Durante el postre oí a mis espaldas que el camarero jefe, y más anciano, le hacía una pregunta a alguien. Una de esas preguntas que los jefes hacen esperando que su interlocutor y súbdito yerre, para entonces echarle el cepo al cuello (no en sentido literal). Se les nota en la voz. Es ese tono en el que un padre a punto de reprender a su chiquillo le pregunta si ha hecho los deberes, sabiendo de sobra que no los ha hecho. Y espera la respuesta del chaval para estallar, mienta o diga la verdad. Giré el cuello para observar por encima del hombro. La pregunta se la hacían al camarero más joven y asiático. A metro y medio de las mesas de los comensales. En un lugar público. El joven contestó algo que no entendí. Pero sí entendí que, de algún modo, se había equivocado con el menú de una persona. Oí que el otro empezaba a abroncarle, en voz alta: “¡Ese menú es para dos personas! ¡No para una!” Por algún desliz o equívoco del camarero joven, le había cobrado a un tipo la mitad de lo que el plato valía, ya que era para dos personas y le había cobrado como si fuese para uno. Todo lo anterior, y otras frases de reprimenda, lo escuché estando de espaldas, pues una vez saciada la curiosidad y comprobado quién reprendía a quién, volví a mi plato, o a mi postre, por pudor y por vergüenza. Por vergüenza ajena, me refiero. Porque el camarero joven estaba allí, con la cabeza baja, agachando las orejas, con una mano encima de la otra a la altura de la bragueta, en la posición de quien soporta un chaparrón de su superior. En la plaza pública, como si dijéramos. Delante de los comensales, que mirábamos por encima del hombro o de reojo o directamente. El castigo, en este caso, ya sabíamos que no era la reprimenda, sino la reprimenda “pública”. El escarnio delante de todo el mundo. La humillación. Tras la bronca, el camarero joven siguió recogiendo platos. Un poco después vino a nuestra mesa a recoger las migajas del mantel. Juro que me dieron ganas de ponerle una mano en el hombro y decirle: “Lo siento, colega. No debió reñirte en público”. Ahora pienso en Charles Bukowski. Porque Bukowski, que prefería pasar hambre a perder la dignidad o ser rebajado a la condición de bestia, se hubiera quitado el uniforme y se hubiese despedido en el acto, con su orgullo por bandera.
No es la primera vez que asisto a una de esas broncas públicas, de jefe a súbdito. Las he presenciado en hamburgueserías, en bares, en restaurantes, en cafeterías. Repudio esa actitud, me pone enfermo. Quizá el maître quiso demostrar que allí no pasaban ni una, enseñarnos a los comensales que hacían las cosas así, que corregían los errores. Pero no son formas. Lo justo, para los clientes y sobre todo para el trabajador, sería llevárselo aparte y amonestarle en privado.

Más carteles de Funny Games U.S.




Dudo que Michael Haneke se supere a sí mismo en este auto-remake americano. Pero los carteles superan la prueba. Ya veremos.

Breve itinerario de librerías

Si van a Madrid de visita, o si viven en dicha ciudad y gustan de frecuentar las librerías a la caza de novedades y de títulos difíciles de encontrar, quizá esta pequeña guía les sirva de algo. A mí me sirve de mucho, dado que son los lugares donde suelo surtirme de libros. Para las novedades de primer orden, léase libros de las grandes editoriales, acudo primero a la cuarta planta de Fnac. Si tal título sale en determinada fecha, lo más seguro es que en Fnac cumplan y lo tengan; o, como mucho, puede que se retrase un día porque lo están catalogando. Por ejemplo, la reedición de “Elogiemos ahora a hombres famosos”, de James Agee y Walker Evans en Planeta. He comprobado que las grandes editoriales sirven primero sus pedidos a Fnac y dos edificios que quedan cerca: la sucursal de La Casa del Libro en Gran Vía y el edificio de El Corte Inglés de Sol. Voy a La Casa del Libro cuando sé que en Fnac no venden títulos de ciertas editoriales minoritarias. Por ejemplo, para pillar la antología “La diferencia entre Pepsi y Coca-Cola”. En El Corte Inglés entro cuando quiero comprar algo en bolsillo, pues gozan de un amplio catálogo, y también cuando se han agotado en otros sitios las existencias de un título de una editorial grande. Siempre les queda un ejemplar escondido por ahí. Por ejemplo, “Pozo”, de Matthew McIntosh, o “Los autonautas de la cosmopista”, de Julio Cortázar, que son difíciles de encontrar.
De regreso a casa, a veces me desvío por la Calle Mayor para ir a la Librería Méndez, con poco surtido, pero de mucha calidad. Es célebre por ser la librería de cabecera de Javier Marías. Se pueden encontrar novedades y rarezas, y me inclino por estas últimas. Recuerdo haber comprado allí la reedición de “Vida de Samuel Johnson”, de James Boswell, cuando aún no se había convertido en una especie de best-seller para minorías. Antes de bajar a Lavapiés, recomiendo la Librería Iberoamericana de Huertas. Ideal para localizar libros de países de habla hispana del otro lado del charco, que no se venden en ningún otro sitio. Por ejemplo, los de Andrés Caicedo, de los que ya hablé. Cerca de casa disfruto de unas cuantas librerías muy recomendables. Entre la Plaza de Lavapiés y el entorno del Rastro hay dos muy buenas: la que yo llamo Librería China Sin Nombre y Traficantes de Sueños. A la primera voy cuando me interesa buscar algo relacionado con la literatura asiática o cuando busco libros antiguos de Anagrama o escritos por cantantes. Allí conseguí “Domingos locos”, por ejemplo, que es una crónica sobre Scott Fitzgerald en Hollywood. O los libros que agrupan las letras de The Beatles en inglés y en castellano. Etcétera. En la segunda tropezamos con obras comprometidas, revolucionarias, de crítica al sistema. Buena selección de poesía. Siempre tienen ejemplares de los libros de Baile del Sol.
Si uno cambia de rumbo y se dirige desde Lavapiés a Atocha, hay dos posibilidades: La Libre, donde encuentro libros relacionados con el barrio y saldos y donde a veces hay hallazgos inesperados, como un poemario de Milan Richter, o una amplia selección de títulos raros de John Berger. En la Librería Central del Reina Sofía puedo pasar horas. Hay novedades, pero me fijo mucho en los libros de importación, difíciles de encontrar en otros sitios, como alguna obra de Eusebio Ruvalcaba; obras teatrales, libros en inglés y rarezas de Georges Perec, e incluso poemarios que ya no se ven por ahí. Finalmente, queda cerca de este último edificio la Cuesta Moyano. A veces topo con maravillas que valen entre uno y tres euros. Hay algunas otras a las que acudo con menos asiduidad. Si les place, apunten y busquen.

El viaje, el camino, la vida

Entre los lectores de Jack Kerouac están quienes sólo han leído “En el camino”, su obra más célebre, y quienes probablemente han leído todos sus libros. Yo habitaba hasta hace unos meses la primera región, y poco a poco trato de leer el resto de su bibliografía para ingresar en la segunda. Antaño me conformaba con haber leído “On the Road” porque creía que esa novela apresurada y vertiginosa, cuyas páginas queman como las ruedas de un coche cansado de recorrer las carreteras de USA, que ese libro que simboliza una manera de vivir y una época beat, bastaba para conocer a Kerouac. Pero no basta. Hay mucho más, y puede que incluso mejor. Kerouac tocaba jazz con las palabras, sorprendía, improvisaba con oraciones kilométricas, logrando algo muy difícil de conseguir: que las páginas saltaran, que hubiese música en los renglones y ritmo en las frases y que el conjunto nos diera la impresión de velocidad y de vida.
Podríamos afirmar que, en los últimos tiempos, hay una especie de recuperación de la obra de Kerouac en España. Que se le está dando a su figura el lustre que en este país había perdido por culpa de los que van de intelectuales y creen que una obra literaria seria no es posible hacerla en marcha, en la carretera, sino sólo en las bibliotecas. Él era el mejor de la Generación Beat, un puesto que podría habérselo arrebatado el gran William S. Burroughs si no fuese por sus desvaríos (me quedo con el Burroughs de “Yonqui” y “Queer”, y tal vez le dé una segunda oportunidad a “El almuerzo desnudo”, que me desorientó en su momento). Por eso, por esa recuperación, de continuo se reeditan “Big Sur”, “Los subterráneos”, “La vanidad de los Duluoz” y “Los Vagabundos del Dharma”. Por eso se publican testimonios de gente que estuvo alrededor de la leyenda, como “El primer tercio” de Neal Cassady, o “Personajes secundarios” de Joyce Johnson. Por eso se publican y se reeditan biografías y ensayos sobre Kerouac o sobre toda la familia beat. Bartleby Editores nos trajo hace poco la versión yanqui del haiku o jaiku en manos de aquel autor legendario y aventurero: el “Libro de jaikus” que ha tenido tanto éxito. A quienes no estén familiarizados con este tipo de poema breve tal vez les cueste entrar en su universo, pero pronto esos chispazos e iluminaciones calan en el lector y no lo sueltan.
Y estos días leo otro volumen de reciente aparición, inédito hasta el momento en España: “Libro de esbozos” (Bruguera). O sea, el famoso “Book of Sketches”, con traducción y prólogo de Eduardo Iriarte Goñi. Se indica al principio: se trata de un largo poema narrativo. Una especie de versión de “En el camino” escrita en forma de poema y sin el recurso de las correcciones. Lo que hay y leemos es lo que hubo y se escribió. Notas sueltas, apuntes apresurados en hojas de libreta que iba guardando en los bolsillos de la camisa, y en los que se reflejan Norteamérica, la carretera y su variedad de personajes: hombres en carromatos, granjeros, vagabundos. En palabras del traductor: “Una de las mayores virtudes de estos bocetos es el elenco de personajes que nos presentan también en estado puro, héroes de la América de a pie, sujetos anónimos que, en conjunto, constituyen un retrato fidedigno de la cara oscura de Estados Unidos en la década de los cincuenta, el envés de un país floreciente que otros libros de la época idealizaban u obviaban”. Se trataba de realizar esbozos como los de un pintor, “pero con palabras”. Sin apenas corrección. Sin pulir. En estado bruto. Puro. Leyendo a Kerouac uno respira libertad. Siempre estaba dispuesto para la acción. Siempre en ruta. Estar en el camino implica un viaje, y el viaje supone movimiento, vida.

Almendras, caramelos, gominolas

Llegadas estas fechas, como es obvio, compro antes del Jueves Santo un carro de comestibles para repartirlos durante la procesión de Jesús Nazareno en la madrugada del Viernes Santo. La tradición manda que se lleven almendras bajo la túnica. Por eso en algunos puntos de la ciudad proliferan los puestos callejeros donde los vendedores elaboran las almendras, aplastados por el frío de la intemperie. Pero algunas tradiciones acaban muriendo tarde o temprano. Yo, antes, repartía almendras. Hay dos formas de hacerlo. La primera es llevarlas todas juntas y revueltas en una bolsa. Y luego meter la mano e ir dando una o dos por persona. Pero esto, para mí, presenta un inconveniente mayúsculo: diez minutos después de iniciar el reparto la palma de la mano y los dedos quedan cubiertos por una fina capa de azúcar. La mano empieza a sudar. Y a veces un cofrade quiere soltar una almendra y se le resiste, porque está pegada en la palma y no hay manera de que caiga a la mano del espectador. Esto, lógicamente, al personal le repugna y se oyen comentarios de esta índole: “¡Ay, qué asco, tía! No te la comas, que la llevaba pegada en la mano”. La segunda forma es la que, según creo, ponen en práctica muchos. Consiste en envolver las almendras individualmente en un plástico o en una bolsa diminuta; también se acepta lo de preparar paquetitos que contengan tres o cuatro almendras. Eso ya va en gustos y en manías. Que no les engañen: esa pesada tarea de envolver las almendras de una en una o en paquetes de tres en tres suele encargarse a las madres y a las hermanas, y en algún caso a las novias. Nosotros repartimos y desfilamos, pero al fin y al cabo ellas son las que se lo curran en la sombra. No voy a insistir en ello porque esto ya lo dije en su momento.
Como digo, empecé repartiendo las almendras con el primer método. Vista la cara de asco de la gente y la molestia de la mano, vestida de azúcar y pegajosa, cambié al segundo, que también acabé abandonando porque en los fondos no podía llevarme almendras a la boca para matar el hambre. Con una mano es difícil quitarles el envoltorio. Así que, desde hace unos años, prefiero las gominolas. Se pueden llevar juntas en una bolsa. La condición imprescindible es que no tengan una capa de azúcar. Es preferible que sean gominolas lisas al tacto. Aunque se pueden camuflar cuatro o cinco de ellas con azúcar (por ejemplo, las Coca-Colas, que gustan mucho a la gente), y, cuando la mano entra a cazar a la bolsa, dado que están mezcladas y dándose por retambufa, no hay mucho peligro de contacto. De ese modo no se pegan a la mano, la palma no suda y, de vez en cuando, en las paradas, puedes comer una. El público suele ser escrupuloso, pero ya le digo, señora, que tenemos las manos limpias. A ser posible, hay que desfilar en procesión con las manos aseadas y el corazón limpio.
Como llegué a Zamora el Miércoles Santo por la tarde, tuve que comprar las gominolas en Madrid. Entré en una tienda de caramelos de La Latina. Le pregunté a la dependienta si tenía gominolas sin azúcar y me dijo que ella no trabajaba ese género, que su tienda era la mejor de Madrid y bla-bla-bla. Sí, mujer, no lo dudo, pero las quiero sin azúcar, usted no lo entendería. Conseguí unas cuantas en otra tienda próxima, pero sólo había cuatro variedades. Encontré un local de chucherías de Lavapiés regentado por un africano. Me serví una bolsa variada. Al ir a pagar, comprobé que no había caja ni balanza. El negro me dijo: “Se paga allí enfrente”. Crucé a la otra acera, entré en una tienda de ultramarinos, el tipo que había dentro las pesó y le pagué. Insólito: comprar en una tienda y pagar en otra muy distinta. Madrid tiene esas cosas.

miércoles, marzo 19, 2008

Resaca: nota de prensa


El 11 de abril estará en todas las librerías de España (y en muchas de Hispanoamérica) la antología Resaca / Hank Over. Un homenaje a Charles Bukowski, coordinada por Patxi Irurzun y Vicente Muñoz Álvarez.

Se presentará en varias ciudades de España: Zaragoza (11 de abril, Librería Antígona), Madrid (23 de abril, Fnac Callao), Barcelona, León, Pamplona, etc.

En Madrid, el libro se presentará durante “La Noche de los libros”, en el FNAC de Callao, a las 21,30, dándole un protagonismo especial.

La portada es del dibujante Miguel Ángel Martín.

En ella se dan cita 37 autores que rinden, mediante poemas y relatos, su particular homenaje a uno de los poetas y escritores que más ha influido en su escritura: Charles Bukowski, el mítico autor de Factotum, Hijo de Satanás, La senda de un perdedor, Escritos de un viejo indecente o Peleando a la contra, creador del alter ego Hank Chinaski (de ahí el guiño en el título, que juega con el nombre Hank y la expresión “Hang Over”, que significa “Resaca”)

La editorial que publica el libro es Mondadori, dentro de la colección que dirige Constantino Bértolo: Caballo de Troya.

Hemos abierto un blog con información de los autores y del mundo Bukowski:
Hank Over.

Se prevé que la antología sacuda el panorama literario español por la numerosa lista de autores antologados en alza, que abarcan desde representantes del Realismo Sucio y la llamada Generación Nocilla, hasta cantautores y vocalistas, poetas y escritores.

Los autores reunidos abarcan edades comprendidas entre los 25 años (la más joven) y los 58 años (el mayor).

Lista de autores:

Eva Vaz, Hernán Migoya, Miquel Silvestre, Raúl Núñez, Vicente Luis Mora, David González, Sergi Puertas, Alfonso Xen. Rabanal, Karmelo Iribarren, José Angel Barrueco, José Daniel Espejo Balanza, Vicente Muñoz Álvarez, Lluís Pons Mora, Javier Marroquín, Agustín Fernández Mallo, Josu Arteaga, Pablo Casares, Kike Babas, Kike Turrón, Pablo G. Bao, Ignacio Escuín Borao, Ana Pérez Cañamares, Kutxi Romero, José Manuel Vara, Lucas Rodríguez Luis, David Murders, Manuel Vilas, Roxana Popelka, Sofía Castañón, Sor Kampana, Angel Petisme, Salvador Gutiérrez Solís, Nacho Abad, Safrika, Patxi Irurzun, Abel Debritto, Eloy Fernández Porta.

Patrón y esclavo

Autobús. De camino a la Plaza de Colón. Al Teatro Fernán Gómez. No acostumbro a coger el bus en Madrid. Los trayectos cortos los hago a pie. Los largos, en el metro. Si no funciona el metro y es de madrugada, voy en taxi. En el autobús se ven las calles y los edificios de otra manera. Como si uno fuera un turista. El autobús pasa junto a los lugares donde se concentran los guiris: museos, parques y jardines, terrazas y monumentos célebres. Lo mío es otro Madrid, porque la ciudad da a cada uno lo que busca. Lo mío son las librerías, los teatros, los bares, los cines, los pasadizos subterráneos donde los mendigos beben, duermen y agonizan. Estoy acostumbrado a viajar por las tripas de la ciudad, por sus túneles, por esos agujeros que atraviesan Madrid como si estuviera podrida y los trenes fueran los gusanos que a diario la recorren y se la comen. No estoy acostumbrado a viajar por la piel de la ciudad, en el interior del autobús, viendo colas interminables de matrimonios y turistas que aguardan para entrar gratis a un museo, porque es domingo y no cobran entrada.
Vamos a ver una obra de August Strindberg: “La señorita Julia”. Para mi desgracia, es una de esas veces en las que todo el mundo tose. No sé si entran acatarrados o si es culpa de la sequedad que provoca el aire acondicionado en las gargantas. Lo cierto es que vuelvo a oír ese concierto de toses del que, en las últimas obras teatrales a las que asistí, me había librado. Quizá es por la edad del respetable. Gente mayor. Gente con los bronquios molidos. La mayoría de los jóvenes se ha quedado en casa a pasar la resaca o ha ido al cine. Nunca había entrado en este teatro y las butacas son muy cómodas. Amplias, confortables, como butacones del despacho de un pez gordo. La función dura casi dos horas. A mitad de la obra, la cadencia de toses me impide concentrarme en lo que ocurre en escena. Pierdo el hilo y estoy amargado por las toses, los estornudos, los carraspeos. Me cuesta volver a meterme en la narración y retomar el hilo. La cadencia es así: “¡Cof-cof!”, suena a mi izquierda. Intervalo de dos segundos. “¡Cof-cof!”, suena a mi derecha. Intervalo de dos segundos. “¡Cof-cof!”, suena detrás. Intervalo de dos segundos. Y en ese plan. Horrible. Horrible.
La obra tiene un único escenario: la cocina de una casa noble. Tiene dos actores principales: María Adánez y Raúl Prieto. Una actriz secundaria: Chusa Barbero. Y dos figurantes que tocan el acordeón y el violín: Scott A. Singer y Andrea Szamek. Dirige Miguel Narros. Ya conocía el buen oficio de Adánez y de Prieto por el cine y por otras obras. No conocía el trabajo de Chusa Barbero y en su papel de cocinera está fabulosa. Pero son Adánez y Prieto (y sobre todo este último, que apenas abandona el escenario) sobre quienes recae el peso dramático. “La señorita Julia”, al menos en la versión que yo he visto, es un duelo entre un hombre y una mujer. Ella es la hija de un conde. Él, un criado. Ama y siervo. Lo más alto y lo más bajo en la cadena social. Quien manda y quien obedece. Patrón y esclavo. Las relaciones y juegos entre ambos abarcan la seducción, el placer, el dolor, la humillación, el desprecio, el ruego. Hay muchísima tensión sexual entre los protagonistas. Sólo lamenté algo que me parece un error grave y que no entiendo: en la escena en la que la chica y el criado echan un clavo, medio desnudos y en pie, por el escenario se mueven dos ayudantes que recogen el atrezzo y ordenan un poco aquello. En mi opinión, le resta credibilidad al asunto. Es como si, en plena coyunda de “El cartero siempre llama dos veces”, apareciera al fondo el director de fotografía, echando un vistazo a la cocina y supervisando la luz.

Creatura. 2º aniversario y nº 25


Al día siguiente de conocernos, el Kebran me envió dos números del Creatura. Eso demuestra su calidad humana, su buena disposición. Reitero las gracias desde aquí y os recomiendo leer este fanzine en su versión digital: Creatura digital (también en los links de la derecha).

Sin rastro de cruces

Por primera vez en mi vida, al menos desde que tengo memoria, paso unos días de Semana Santa fuera de Zamora. Sólo unos días, pero se nota. Es la visión desde fuera. Sabes lo que hay dentro, sabes qué familiares y qué amigos estarán ya por la ciudad. No hay nostalgia. La habría si no fuera a estar ninguna tarde de estas fechas en mi tierra, pero pasaré media Semana Santa en Zamora. Media Semana Santa es mejor que nada. En mi ciudad hay ambiente semanasantero. Caminas por una calle y oyes los tambores y las trompetas. Vas a casa a cenar y te cruzas con cofrades sin caperuz, que van a la iglesia o al museo, dependiendo del punto de partida. Todo el mundo habla de tal o cual paso, de tal o cual desfile, rememora las viejas anécdotas. Sales por ahí y es raro que no veas palmas, cruces, sombras de cristos en las fachadas.
¿Cómo es esto en Madrid? De momento, mi experiencia abarca el fin de semana. Y no hay rastro de procesiones. No encuentro ese ambiente del que hablaba al principio (tampoco lo voy buscando). La capital me parece la misma que el fin de semana anterior. Quiere decirse que nada ha cambiado o yo no lo noto. Plaza Mayor, Retiro, Huertas, Lavapiés, todo sigue igual. No hay huella alguna de procesiones. Las habrá, pero ignoro dónde, por qué calles pasan las cruces (tampoco las voy buscando). En Lavapiés, el Viernes de Dolores por la noche, nada ha cambiado: algo sucede en la calle, pasan cuatro o cinco coches de policía y un furgón, las sirenas rugen y todo el mundo mira hacia un punto que no veo, un punto en el puede haber pasado cualquier cosa, desde una pelea hasta una muchedumbre enfurecida o alguien a quien le ha dado el telele, porque más tarde se ve una ambulancia del Samur. En El Corte Inglés encuentro la misma cantidad de compradores de siempre, de cada fin de semana. Las pandas siguen quedando en el Oso y el Madroño. En el Retiro, el sábado es exactamente igual a otro sábado caluroso. Porque aquí hace un tiempo agradable, luce el sol y se puede estar en manga corta. Lleno de gente y exactamente igual: matrimonios paseando a los hijos, equilibristas, familias que alquilan una barca para cruzar el estanque y mover un poco el remo, mimos y magos, vendedores de bisutería, chavales que tocan la guitarra, marionetistas, personal sentado en las terrazas para beber una Coca-Cola. En la Plaza Mayor, el Domingo de Ramos en la sobremesa, se ven numerosos grupos de jóvenes turistas que se sientan en el suelo a comer un bocadillo y beber una cerveza. Cualquier espectáculo callejero atrae las miradas y se forman corros alrededor. O la gente está aburrida o el espectáculo es muy bueno. En Huertas no se registra ni un cambio. Y por diversas circunstancias (recados, búsqueda de libros, recitales poéticos, etcétera) he estado bajando por la Calle de Huertas un día sí y otro también: martes, miércoles, jueves, viernes, sábado. Siempre abundan por allí los guiris, mucha gente rubia, sobre todo mujeres. Les gusta entrar en las tabernas con cabezas de toros colgadas en las paredes y pedir una botella de vino y un plato de jamón serrano.
Es Semana Santa y no lo noto. Hay otros zamoranos que pasan los primeros días en Madrid y se quejan de no poder ir a nuestra ciudad hasta el Miércoles Santo. Algunos, ni siquiera eso: tendrán que quedarse sin viaje, sin regreso. Es lo que llaman el orden natural de las cosas: las servidumbres del trabajo, de los embarazos, de los críos, del proyecto de fundar una familia, de poner los cimientos para que algo crezca. Esos hijos que, años después, cuando ya sepan hablar y distanciarse, querrán volver cada Semana Santa a Zamora, la tierra donde viven sus abuelos.