Entre los lectores de Jack Kerouac están quienes sólo han leído “En el camino”, su obra más célebre, y quienes probablemente han leído todos sus libros. Yo habitaba hasta hace unos meses la primera región, y poco a poco trato de leer el resto de su bibliografía para ingresar en la segunda. Antaño me conformaba con haber leído “On the Road” porque creía que esa novela apresurada y vertiginosa, cuyas páginas queman como las ruedas de un coche cansado de recorrer las carreteras de USA, que ese libro que simboliza una manera de vivir y una época beat, bastaba para conocer a Kerouac. Pero no basta. Hay mucho más, y puede que incluso mejor. Kerouac tocaba jazz con las palabras, sorprendía, improvisaba con oraciones kilométricas, logrando algo muy difícil de conseguir: que las páginas saltaran, que hubiese música en los renglones y ritmo en las frases y que el conjunto nos diera la impresión de velocidad y de vida.
Podríamos afirmar que, en los últimos tiempos, hay una especie de recuperación de la obra de Kerouac en España. Que se le está dando a su figura el lustre que en este país había perdido por culpa de los que van de intelectuales y creen que una obra literaria seria no es posible hacerla en marcha, en la carretera, sino sólo en las bibliotecas. Él era el mejor de la Generación Beat, un puesto que podría habérselo arrebatado el gran William S. Burroughs si no fuese por sus desvaríos (me quedo con el Burroughs de “Yonqui” y “Queer”, y tal vez le dé una segunda oportunidad a “El almuerzo desnudo”, que me desorientó en su momento). Por eso, por esa recuperación, de continuo se reeditan “Big Sur”, “Los subterráneos”, “La vanidad de los Duluoz” y “Los Vagabundos del Dharma”. Por eso se publican testimonios de gente que estuvo alrededor de la leyenda, como “El primer tercio” de Neal Cassady, o “Personajes secundarios” de Joyce Johnson. Por eso se publican y se reeditan biografías y ensayos sobre Kerouac o sobre toda la familia beat. Bartleby Editores nos trajo hace poco la versión yanqui del haiku o jaiku en manos de aquel autor legendario y aventurero: el “Libro de jaikus” que ha tenido tanto éxito. A quienes no estén familiarizados con este tipo de poema breve tal vez les cueste entrar en su universo, pero pronto esos chispazos e iluminaciones calan en el lector y no lo sueltan.
Y estos días leo otro volumen de reciente aparición, inédito hasta el momento en España: “Libro de esbozos” (Bruguera). O sea, el famoso “Book of Sketches”, con traducción y prólogo de Eduardo Iriarte Goñi. Se indica al principio: se trata de un largo poema narrativo. Una especie de versión de “En el camino” escrita en forma de poema y sin el recurso de las correcciones. Lo que hay y leemos es lo que hubo y se escribió. Notas sueltas, apuntes apresurados en hojas de libreta que iba guardando en los bolsillos de la camisa, y en los que se reflejan Norteamérica, la carretera y su variedad de personajes: hombres en carromatos, granjeros, vagabundos. En palabras del traductor: “Una de las mayores virtudes de estos bocetos es el elenco de personajes que nos presentan también en estado puro, héroes de la América de a pie, sujetos anónimos que, en conjunto, constituyen un retrato fidedigno de la cara oscura de Estados Unidos en la década de los cincuenta, el envés de un país floreciente que otros libros de la época idealizaban u obviaban”. Se trataba de realizar esbozos como los de un pintor, “pero con palabras”. Sin apenas corrección. Sin pulir. En estado bruto. Puro. Leyendo a Kerouac uno respira libertad. Siempre estaba dispuesto para la acción. Siempre en ruta. Estar en el camino implica un viaje, y el viaje supone movimiento, vida.