Cuando estamos pendientes del desarrollo de ciertas noticias de urgencia (pienso en el pobre muchacho que cayó al río con su coche, en mi ciudad, y que nos mantuvo en vilo a todos), resulta más efectivo recurrir a internet y su conglomerado de hilos digitales. Es probable que ahí resida su mayor poder, en su presencia constante. Si uno trata de seguir una noticia por la radio, llega un momento en que dejan paso a la publicidad, o meten una cuña que anuncia el siguiente programa, o termina el boletín de noticias y nos toca esperar hasta la próxima conexión. En la tele, si acabó el telediario y para la siguiente edición faltan unas horas, se las arreglan para meter las noticias urgentes dentro de los programas de marujeo y en los de debate matinal e incluso en mitad de la publicidad te endiñan un avance informativo, o recurren a los letreros de aviso que pasan por la parte inferior de la pantalla mientras estamos viendo una serie. La edición en papel de los periódicos debe esperar al día siguiente y a sus análisis algo más pausados, más reflexivos, o a la edición vespertina si el diario la tiene y el desarrollo de la noticia transcurre por la mañana o a la hora de comer.
En internet hay otro tipo de suspense. Digamos un suspense sin apenas pausas, sin cortes, sin interrupciones publicitarias, sin descansos. La única pausa es la que media entre un clic y el siguiente. Un internauta (por ejemplo, yo mismo) entra en la red y abre el periódico que acostumbra a visitar a diario. Bajo la cabecera se ha deslizado una frase, precedida de un aviso que dice “Urgente” en letras mayúsculas. La frase anuncia un accidente en tu ciudad natal, o un atentado brutal en tu ciudad adoptiva. Nada más. Sólo un aviso, un teaser. Tragas saliva, aguardas unos segundos o tal vez un minuto y pulsas el ratón. Clic. La flecha del ratón pincha en la parte superior de la pantalla, allí donde hay dos flechas verdes que significan “Actualizar”. Otras personas pasan del ratón y de los cursores y prefieren manejarse con las teclas. Para “Actualizar” pulse “F5”. Con el segundo clic las cosas han cambiado un poco. Ya ves un breve encabezando la página, bajo el título del periódico y su menú de contenidos. Hay un titular más preciso y tres o cuatro líneas de cuerpo. Pronto habrá foto, más información y puede que empiecen a revelar el número de muertos y heridos. Aguardas unos segundos, con el corazón pegando fuerte en el pecho. Otro clic. Tal vez aún no haya cambiado nada. Pero vuelves a intentarlo. Clic. O “F5”. Las noticias viajan muy rápido, hoy basta con que el reportero que está en el lugar del siniestro tenga un portátil y una conexión y, así, mete la foto y cuatro líneas que envía a la redacción y allí lo cuelgan en seguida en el periódico digital. Otro clic. Ves una fotografía. Más información. Se sabe, sí, que ha habido víctimas. Y luego: muertos y heridos. Y, apenas un minuto más tarde, la noticia ha vuelto a mutar y ya enumeran los muertos y los heridos y les adjudican iniciales. Y a ti el corazón se te sale por la boca, porque aunque cada muerte te afecta, te afecta más la posibilidad de que sea alguien conocido por ti. Un amigo, un tipo con el que fuiste al colegio y a quien ya no ves. Cualquiera. Te basta con pensar en esa zona siniestrada y en recordar que por allí vive gente que conoces. Clic. Actualizar. F5. La noticia en toda su extensión. Han colgado incluso un pequeño vídeo.
En poco tiempo sabes que ninguna inicial corresponde a alguien que conozcas. Aún así, estás triste. Al fin lo sabes todo. Acabó el suspense. Te alejas del ordenador. Unas horas después abres de nuevo la página. Ya no encuentras la noticia. Está por ahí perdida, extraviada, engullida por el hambre voraz de la actualidad.