Volvimos a Madrid el lunes. Tres horas y quince minutos de viaje en coche. En circunstancias normales, el trayecto entre Madrid y Zamora puede hacerse en dos horas y media. A veces incluso menos. Pero las circunstancias normales se refieren a esa típica mañana o tarde en la que poca gente viaja. Tres horas y cuarto para un lunes (no un lunes cualquiera, eso sí, pero laborable en Madrid) me parece demasiado. Hemos llegado a un punto en este país en el que da lo mismo en qué día del final de las vacaciones vuelva uno. Hace años el tráfico pesado quedaba destinado al Domingo de Resurrección. Un día antes o un día después de esa fecha, viajar entre mi ciudad natal y mi ciudad adoptiva era un breve paseíto. Con el tiempo, mucha gente se plantea lo siguiente: “Dado que el jaleo en las carreteras tiene lugar en Domingo de Resurrección, volveré el Sábado Santo a casa”. Y resulta que algunos de mis amigos tardaron en llegar a Madrid, ese Sábado y en coche, cinco horas. Otros nos planteamos regresar el lunes, cuando mucha gente ya está trabajando. Y también hubo atasco.
Cansado de las dolencias de estómago y del viaje quise relajarme y ver un par de películas, algo que no hacía desde mucho antes de Semana Santa. No me apetecía ir hasta los cines más próximos, aguardar en la cola, comprar las entradas, ir a dar una vuelta para hacer tiempo y luego meterme en la sala. Así que, primero, tiré de dvd. Vi “Soylent Green”, pequeño clásico de serie B dirigido por Richard Fleischer y que aquí conocimos como “Cuando el destino nos alcance”. No recuerdo haber visto antes esta película y, si lo hice, era muy pequeño para acordarme. Está basada en una novela de Harry Harrison y se nota que Fleischer la hizo con pocos medios, con mucho filtro para las escenas diurnas y economía de medios. Es una obra resultona, tirando a malilla, pero encantadora. El protagonista es un policía al que encarna Charlton Heston con su habitual virilidad bélica. Heston era una garantía en las películas de suspense, acción y aventuras de una época dorada: “Sed de mal”, “Cuando ruge la marabunta”, “El planeta de los simios”, “El más valiente entre mil”, etcétera. En las ciudades de 2022, asoladas por el hambre, el clima y la superpoblación, los seres humanos, sin apenas recursos naturales, sobreviven alimentándose de un comestible elaborado por el gobierno al que llaman “soylent green”. Es un filme premonitorio, que en los setenta anunciaba el estado al que el hombre puede llevar al planeta, y en el que sólo dos o tres ricos tienen acceso a la comida auténtica, casi extinguida: manzanas, carne de buey, fresas.
Al terminar esta cinta apocalíptica, recordé que en televisión ponían “La leyenda del luchador borracho”, que no es otra que la secuela de “El mono borracho en el ojo del tigre”, ambas protagonizadas por Jackie Chan. La primera la vi en los setenta, de niño, y es una película de artes marciales en la que se combina acción y comedia (lo digo porque hay gente que no la ha visto). Como suele suceder en este género, la acción es magistral, con unas coreografías de las que nacieron “Matrix”, “Kill Bill”, “Tigre y dragón” y un montón de películas modernas; la comedia, en cambio, suele ser simplona, con chistes escritos para los niños e interpretaciones patéticas. No había visto esta secuela y me sorprendió el espectacular nivel de las peleas y acrobacias. Se nota que ha inspirado a muchos directores. De “La leyenda del luchador borracho”, según leo en Film Affinity, dijo el prestigioso crítico Roger Ebert: “Es simplemente asombrosa. Contiene algunas de las más complicadas, difíciles y disfrutables escenas de acción que jamás he visto”. Bien, pues a mí me ha sucedido lo mismo.