miércoles, octubre 31, 2007

El sueño de Casandra


Fui desganado a ver la nueva película de Woody Allen, ya que tantos palos críticos se había llevado (no le gustó, por ejemplo, a Carlos Boyero, de quien suelo fiarme; pero en mis revistas de cabecera, Fotogramas e Imágenes de Actualidad, tuvo algunas críticas favorables). El caso es que me temía lo peor y me topé con una de las sorpresas más agradables de la cartelera. Muy superior a otros títulos que he visto este mes, como El orfanato, La huella o La primera nevada.
Allen ha logrado hacer una de sus películas más extrañas y personales. Si la hubiera firmado Ken Loach, experto en las clases obreras inglesas, la habrían colmado de premios. Pero de Allen (y sospecho que esta es la razón por la que no ha gustado) siempre nos esperamos grandes frases en boca de personajes muy leídos, de escritores, de dramaturgos, de profesores, de tipos que leen a Proust y ven películas de Bergman. Siempre hay, como mínimo, un personaje que pronuncia frases gloriosas, que es culto e irónico.
En El sueño de Casandra, por contra, se ha fijado en los obreros de Londres. En dos hermanos fracasados y con aspiraciones, de uñas manchadas de grasa y dotados de un estilo vulgar, que interpretan a la perfección Ewan McGregor y Colin Farrell. Al principio su sueño es un barco, "El sueño de Casandra", pero luego sus aspiraciones irán ascendiendo. Hasta desembocar en la tragedia, en el crimen. Y el título juega con eso. El personaje de Farrell probablemente sea la Casandra del título. Casandra tenía visiones proféticas y sueños trágicos, pero estaba maldita y por dicha maldición nadie la creía, y la consideraban loca. Lo mismo que le sucede al personaje de Farrell.
A este retrato de obreros nada cultos (y lo mismo vale para los demás personajes: algunos han prosperado, pero no pueden ocultar sus orígenes humildes o sus ambiciones económicas), incapaces de filosofar sin recurrir a frases manidas (Hemos cruzado una línea. Antes era antes y ahora es ahora), Allen suma unas gotas de Hitchcock y un poco de Dostoievski, y nos ofrece un análisis admirable y poco esperanzador del crimen, el castigo y la culpa.

Una ciudad llamada perdición

Estuvo toda la tarde recogiendo nieve en el jardín
horas arrastrando sus manos sobre el césped
horas de rodillas jugando con los peligros ocultos
y cuando por fin hizo su bola
y quiso jugar con los demás niños
apareció el calor derritiendo los sueños.


Llegó tarde a la cita con la naturaleza
como yo he llegado tarde hasta ti.


Nadie en el vecindario
escuchaba bluses tristes
ni flamencos desgarrados


Y tú te alejabas entre los copos
silbando algo que recordabas
de nuestra única noche juntos


La última noche tembló la tierra
cuando se cruzó una mirada
y miles de muertos
decoraron las calles de Balakot


Miles de recuerdos tirados en la calle

Deshielo.
Noche.
Perdición.


David Refoyo, Postuario (Inédito)

La noche zamorana

Aunque lo haya contado algunas veces lo repetiré, y lo seguiré diciendo hasta que me canse. Complace sobremanera volver el fin de semana a Zamora. Cuando tengamos el tren de alta velocidad espero ir con más frecuencia, no sólo una vez al mes. Da gusto volver y agotar la noche. Bajar en diez minutos hasta la zona de bares, y hacerlo andando. Volverse a casa también a pata, y no emplear en el regreso mucho más tiempo, olvidándose del metro, del autobús, del taxi, de las largas caminatas a pie. Probar las tapas y las raciones de otros bares en los que nunca había cenado: El Motín de la Trucha, San Andrés, Los Abuelos V. Tapas y raciones que hacen que a uno casi se le salten las lágrimas. Enjundiosas, originales, muy sabrosas. Ir a casa de algún amigo y tardar poco en llegar. Ir a todos los sitios andando.
Pasarse horas en el Ávalon, sumergido en su ambiente amistoso y en su decoración náutica, pero algo de esto ya lo dije ayer. A cada paso, encontrarse a un colega, a un amigo, a un conocido. En los bares, en la calle, por ahí. Eso logra que la noche sea más calurosa, que nos sintamos cómodos. Uno sabe que, si sale de copas, no tardará en encontrarse con caras conocidas. Se suceden los encuentros y, además, la gente me dice que me lee, y no sólo me dice eso, sino que me lo demuestra con ejemplos. Y eso empuja a uno a que se sienta un poco querido en su tierra, a pesar de los enemigos, que también los hay, aunque son endebles. Anécdotas, chistes, historias, esbozos de lo que es la vida de cada cual. Porque eso es, en el fondo, lo que significa salir de farra: entablar conversaciones, establecer contacto, echarse unas risas, ver a los amigos, apurar la madrugada, divertirse un rato, oír buena música. También hay alguna desventaja. El sábado, a última hora, y cuando el cansancio ya se hacía un hueco en el cuerpo, me convencieron para ir a un garito lleno de ruido (me refiero a música mala, a chunda-chunda y eso) y de furia (tipos hoscos de ceño fruncido y cogote mostrenco). La clase de garito en el que te preguntas qué haces allí, y por qué no te vas a la cama si el ambiente no te satisface y la música tampoco. Efectivamente: poco después de hacerte esas preguntas, le pones el cierre a la noche y te vas a dormir.
Pasear por la ciudad y advertir cómo va cambiando sin que te des cuenta. Comercios nuevos y comercios cerrados. Rotondas de reciente inauguración. Calles en obras. Un frío brutal al que ya no estamos acostumbrados quienes vivimos en Madrid, porque aquí nunca se alcanzan las temperaturas de mi provincia. Un frío que te entra en los huesos unos kilómetros antes de entrar en la ciudad y que, probablemente, no te abandonará hasta que te marches. Hablar con la gente de lo que habló todo el mundo la semana pasada: la agresión de un fulano tarugo, machista, atontado y racista a una chica en el tren de Barcelona. Y decirles que sí, que al tipo habría que encerrarlo y todo eso, pero que a diario ocurren cosas iguales o peores, actos violentos, machistas, xenófobos, y asesinatos y violaciones, pero que no alcanzan transcendencia en los medios por una sencilla razón: porque carecemos de imágenes. Es la imagen (la foto, la grabación de las cámaras de seguridad, el móvil, el tipo que estaba grabando desde su casa) la que permite sacudir a la ciudadanía, la que da la vuelta al mundo. Y esto no lo digo yo, me lo dijo un amigo mientras conversábamos la noche del sábado. Yo buscaba respuestas y me las dio él. Si falta la imagen, poco podemos hacer. Porque les recuerdo que hay chicas que han recibido palizas por parte de quienes defienden la ideología nazi. Pero nos faltaba la foto, claro. En fin, la noche zamorana es un lujo.

martes, octubre 30, 2007

Cartel y trailer de Once


Once fue una de las sorpresas de Sundance. Cuenta una historia sencilla, en la línea de Antes de amanecer: el encuentro entre dos personas. Un cantante callejero y una vendedora de rosas checa se conocen en las calles de Dublín. Parece que la música (las canciones que compone él) es esencial en la trama. La BSO es buena, contiene temas de ambos, de los protagonistas Glen Hansard y Markéta Irglová. La estrenan mañana. El trailer y la página oficial: aquí y aquí.

Esta tarde, en Madrid


No sé dónde tengo la cabeza, últimamente. Anuncié para el martes pasado la presentación de este libro, a cargo de los amiguetes de este blog Oscar Esquivias y Enrique Redel. Y no. Es este martes, es decir, hoy, a las 19:00 h. Pinchando en la foto se ven los detalles de la convocatoria, que a mí se me escaparon. No diré, como Rajoy, que me expresé mal, no. Yo me equivoqué. Y punto.
La nota que me enviaron incluye esta tentación: Al finalizar el acto, podremos charlar sobre novela rusa bebiendo un vaso de delicioso vodka Moskovskaia.

Poesía

La que puedes encontrar en estos vínculos: aquí y aquí. Poemarios de Santos Domínguez, David González, Belén Reyes, Ángel Petisme, Manuel Vilas, David Refoyo... En fin, un lujo.

62

Un día cualquiera. Camino por el barrio. Una anciana que viene de frente se para. Me dice: “¿Adónde vas?” Me detengo, a un paso. La interrogo con la mirada. “Uy, perdona. Es que te pareces a mi nieto. Te he confundido con él”. Debo tener varios dobles, porque no es la primera vez que me dicen algo así. Lo único que me atemoriza es tropezarme con ellos, cara a cara.

Una música impecable

El viernes por la tarde muchos zamoranos nos desplazamos a nuestra tierra. Fuimos desde Madrid. El objetivo: asistir al impecable directo en acústico que ofreció la banda Vetusta Morla, la banda de Tres Cantos que acaba de ser nominada a los premios de la música de “La noche en vivo”, un acto que se celebra esta misma noche en Madrid, en una gala que presentan dos de mis ídolos, Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, de “La Hora Chanante” y “Muchachada Nui”. El concierto fue en el Ávalon Café, uno de esos refugios de la ciudad a los que siempre estamos deseando regresar quienes vivimos fuera. Me consta que Álvaro de Paz los trató a cuerpo de rey. Entre otras cosas, los alojó en un hotel y al día siguiente, por la mañana, los llevó de tapas. El tapeo zamorano es una de nuestras señas de identidad, una de nuestras armas de distracción masiva, el motivo por el que muchos vuelven de visita. El recibimiento que les dimos creo que fue muy caluroso, a pesar de nuestra fama de público frío. Les sorprendió que unos cuantos nos supiéramos la letra de las canciones, que lleváramos camisetas de la banda, que llenáramos el local. Esperaban menos de treinta personas y un público que no supiera nada de ellos y se encontraron con tipos que habíamos ido desde Madrid sólo para verlos actuar en nuestra ciudad.
Tocaron todo su repertorio, todas esas joyas: “La marea”, “Iglú”, “Valiente”, “Agostados”, “Año nuevo”, “La cuadratura del círculo”, etcétera. Y temas nuevos. El garito de Álvaro, además, estaba a rebosar de músicos: de cantantes, de guitarristas, de baterías. Cuando llevábamos un rato me dijo un amigo: “No tienen una canción mala, o que no esté a la altura del resto. Todas tienen calidad”. Quienes ya los habíamos visto actuar, salimos encantados. Quienes nunca los habían visto actuar, también salieron encantados. Se lo dije a uno de ellos, creo que al guitarrista: “Vuestra música crea adicción. Todo el que os escucha por primera vez en un directo, acaba enganchado”. Hay una virtud, además, que creo que destaca por encima del resto: aparte de la calidad de cada tema, del dominio de cada miembro de la banda, de la compenetración de los músicos, está el hecho de que en el directo obtienen un sonido puro, limpio, impecable, impropio de una banda que aún no ha dado el pelotazo, pero que espero no tarde en darlo, porque se lo merece. Su primer disco está, de momento, en el aire. Recién grabado y a la espera, se titula “Un día en el mundo” y será de esos discos que hay que comprar, nada de pirateos. Yo ya me compré sus maquetas.
En la pausa que hicieron hacia la mitad del concierto y luego, al terminar la segunda parte, me acerqué a hablar con algunos de ellos, a conocerlos y estrecharles la mano, a darles la enhorabuena. Estaban encantados con la recepción. Pensaban, como dije antes, que sólo iríamos cuatro a verlos. Álvaro grabó el concierto y la noche del día siguiente, el sábado, puso algunos de los temas. En el descanso, y al terminar, firmaron las demos y mucha gente se acercó a conversar con ellos, a felicitarlos. Por si fuera poco, encima son unos tipos majetes, gente agradable, muy agradecida. Ya los nombré en algún artículo anterior, pero volveré a hacerlo para refrescar las memorias: Pucho (voz), David García “El Indio” (batería), Jorge González (percusión), Guillermo Galván (guitarra), Juan Manuel Latorre (guitarra) y Álvaro B. B. (bajo). En el Ávalon había el buen rollo de siempre, un ambiente que reconforta, y nos dieron las tantas allí dentro. Cuando salimos ya habían cerrado los bares de Los Herreros. Un frío intenso se cernía sobre la ciudad. Las canciones aún sonaban en mi cabeza.

lunes, octubre 29, 2007

Portadas para Hank Over




La primera imagen corresponde a la portada exterior del libro. La segunda, a la portada interior, respetando así el diseño propio de la editorial Caballo de Troya. La tercera, a la sobrecubierta completa, con la portada y la contraportada llena de nombres. Más información en Hank Over.

La maleta, de Sergei Dovlátov

¿Cuántos recuerdos caben en una maleta? ¿Pueden sus reducidas dimensiones albergar todo nuestro pasado? De este libro he hablado un poco en el último artículo, de modo que no me extenderé mucho. Pero me gustaría apuntar que Dovlátov es un autor que no debería pasar desapercibido. Su prosa es contundente, como el vodka que aquel escritor bebía en cantidades industriales antes de morir. Los objetos que ha guardado en la maleta para viajar a Estados Unidos y asentarse allí resumen su vida. Cada prenda va asociada a un recuerdo (sus tiempos como pequeño delincuente, su matrimonio, su estancia en el ejército, su mejor amigo de la infancia, etc). Cada recuerdo constituye un relato. Cada relato simboliza algo: el amor, al amistad, el trabajo... Un libro que acaba con esta frase: Existe una razón para que cada libro, hasta los que no son muy serios, tenga la forma de una maleta.

Un poco de literatura rusa

Leo a autores rusos, últimamente. A Nikolái Leskov y “La pulga de acero”. Una especie de fábula sobre las diferencias entre los rusos y los ingleses. Una delicia preñada de humor. Para asombrar al zar, los ingleses inventan una pulga que baila cuando se le da cuerda con una diminuta llave. Los rusos, para demostrar que están a su altura, ponen herraduras en las patas de esa pulga de acero. Leskov recuerda a Nikolái Gógol y a esa maravilla que es “La nariz y otros cuentos”, libro que recoge el imprescindible relato “El capote”. A Edward Limónov e “Historia de un servidor”. Basada en sus propias experiencias, es una novela picaresca. Un joven ruso emigra a Estados Unidos y allí logra trabajar de mayordomo en una casa de ricos. Es un pequeño sueño para alguien pobre; sólo de esa manera se acerca a aquello que codicia: el fasto, el lujo, las mujeres perfumadas. Su novela no es muy diferente de la visión que presentan, a veces, John Fante y Charles Bukowski, pero visto desde la perspectiva de un ruso. Limónov todavía vive y anda por ahí dando guerra, metido ahora en política.
A Sergei Dovlátov y “La maleta”. Descubro, casi por casualidad, echando un vistazo a los saldos de una librería, a este autor. Un autor extraordinario, casi secreto. Un hombre de estatura inmensa, un oso con espaldas de armario. Emigró a Estados Unidos a finales de los setenta, huyendo del sistema político de su país. Bebía mucho, era uno de esos grandes bebedores de vodka. Trabajó en el periodismo y murió a los cuarenta y nueve años. Ebrio perdido. Sus frases son como ráfagas de metralleta. Son cortas, él va al grano, no se permite rodeos ni descripciones exhaustivas. “La maleta” es una metáfora magnífica. Cuando Dovlátov abandona su país, le dicen que sólo puede sacar tres maletas. Se conforma con una. Años después, asentado en Estados Unidos, la abre. Lo que contiene son unas pocas prendas, pero cada prenda está asociada a un recuerdo importante. La vida puede caber en una maleta. Compro, del mismo autor, “El compromiso”, que relata sus experiencias en el periodismo. No encuentro por ahí otro de sus libros, “Los nuestros”, pero ya me toparé con él. A Varlam Shalámov y la primera parte de sus “Relatos de Kolimá”. Ningún ruso me ha impresionado tanto como Shalámov. Es otro autor que va al grano, que te golpea con sus frases y sus sentencias como si, en vez de estar sentado en un sofá leyendo un libro, estuvieses asistiendo a un combate de boxeo en el mismísimo infierno, pero en un infierno blanco, rodeado de nieve. Intentaron silenciarlo. Quería contarnos el horror de los campos de trabajo del comunismo. Y vaya si lo hizo. Nos demuestra hasta qué límites se puede tensar el aguante físico y moral de un hombre. Un hombre hará lo que sea para sobrevivir. ¿Lo que sea? En el caso de Shalámov no, porque se negó a delatar, a medrar, a robar a otros. Hay pasajes en los que, tras haber logrado un poco de tabaco, se culpa por no haberlo compartido con sus compañeros del campo. Si obtiene un pan por un trabajo extra, en seguida lo reparte. El autor nos enseña que no debemos perder nuestra humanidad. Espero que salgan pronto los siguientes volúmenes. Son seis, en total.
En la mesilla me espera otro autor ruso, Vasili Grossman, y su novela “Vida y destino”. La leeré un día de estos. Y “Un escritor en guerra”, libro de Antony Beevor en el que se recoge documentación sobre Grossman. Sospecho que los lectores españoles (y estoy generalizando) tenemos cierto miedo de la literatura rusa. Creemos que todo son tochos, como “Guerra y paz” y “Los hermanos Karamazov”. Pero hay otros libros, otros autores más duros, más directos, más implacables.

domingo, octubre 28, 2007

Citas. 60



No creo que los premios tengan que ver con la literatura. Tienen más que ver con la publicidad y el marketing, pero no con la literatura. No me gusta eso.
Jonathan Littell, en una entrevista

El buscador

Necesitaba un dato. Mejor dicho, varios datos. Y recurrí a las bibliotecas y a Google. En las bibliotecas no lo encontré. Mediante Google, descubrí que esos datos estaban recogidos en un libro escrito en otro idioma. Mis razones para buscarlo y el título del mismo no vienen al caso. Busqué por la red. Dicho libro no había sido traducido al castellano, así que me encontraba con un problema. Proseguí con las búsquedas. Me metí en las librerías en línea en las que venden libros escritos en otros idiomas, por si lo tenían en el depósito de alguna de ellas y podía salir de casa e ir a comprarlo; o, si no estaba disponible en Madrid, pedirlo por correo electrónico. Tampoco había rastro del libro.
La única solución, en principio, consistía en pedirlo contra reembolso a otro país. Tenían ejemplares en Francia, por ejemplo. Cada ejemplar costaba unos veinticinco euros. Te lo rebajaban en cinco euros si elegías un ejemplar usado. Eso, sumado a los gastos de envío y de transporte, podía ponerme las cosas un poco caras. En fin, me dije, si no hay otro remedio lo voy a pedir. Fue entonces cuando recordé otra posibilidad. Por mirar que no quede, me dije. Abrí otra ventana del navegador de internet, y entré en Google Books. Como saben, en este producto de Google tratan de ir recopilando libros. Ofrecen varias maneras de curiosear entre las páginas de esos libros. La primera es “No hay vista previa disponible”, lo cual significa que sólo podemos acceder a la ficha del libro: editorial, número de páginas y demás. La segunda y la tercera son “Vista de fragmentos” y “Vista previa restringida”; en el primer caso, nos aparecen fragmentos y párrafos en los que salen aquellas palabras y nombres que estábamos buscando, mientras en el segundo podemos acceder a páginas completas y a tiendas en las que comprar ejemplares de ese libro. Por último, la “Vista completa”. Si el libro que queremos está clasificado en esta sección, significa que podemos leerlo entero. Leerlo entero en la pantalla del ordenador, y encima con las pequeñas ventanas de Google Books, es un tostón. Cuento todo esto porque aún hay gente que nunca navega, aunque a los adolescentes les cueste creerlo.
Pero hay una última posibilidad. Y está dentro de la “Vista completa”. En el menú de la derecha existe a veces la posibilidad de acceder al libro completo en formato pdf. Supongo que esto sólo se hace con libros antiguos, difíciles de encontrar o traducidos a pocos idiomas, como es el caso del título que andaba buscando en la red. No tendría sentido hacerlo con las novedades del mercado editorial, porque en ese caso se arruinaría la industria. El caso es que entré en Google Books y, por curiosidad y sin albergar esperanzas, tecleé el título del libro. Pensaba que, con un poco de suerte, podría echarle un vistazo a algunas páginas no restringidas. Y mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que estaba escaneado al completo. Que podía bajar a mi disco duro una copia en pdf. No es un libro que yo vaya a leer (salvo que lo traduzcan). Sólo me interesan unas pocas páginas que encierran esos datos que necesito. No es un libro que estuviera deseando tener en mi biblioteca. Y por eso el hecho de acceder al mismo, sin gastarme un céntimo, y traduciendo algunos fragmentos con el socorro de mi escaso dominio de otro idioma, supone para mí una agradable sorpresa. Para casos desesperados, como el mío, como este caso que he contado, es para lo que de verdad sirve este producto o herramienta. Me ha ahorrado tiempo y dinero.

21 gramos, de Guillermo Arriaga

Otro gran guión de Arriaga, superior, incluso, a Amores perros. Aquí la estructura fragmentaria de la narración es llevada al límite, tal y como luego respeta el montaje de la película. Una historia durísima, un verdadero drama de personajes torturados por la culpa, el dolor, la pérdida y la enfermedad. También, en esta ocasión, el desencadenante de la trama es un accidente de coche.
El filme tuvo como protagonistas a tres de los actores más potentes del momento: Sean Penn, Naomi Watts y Benicio del Toro.

El sabor de los tomates

Una noche estábamos cenando en casa de uno de mis primos. Entre otras viandas, había una ensalada de tomates en la mesa. Mi primo se los había comprado a un vendedor ambulante, no recuerdo si en tierras de Zamora o de Salamanca. Sí recuerdo que estaba feliz de haberse encontrado a uno de esos hombres viejos con las manos de esparto, la boina o el sombrero en la cabeza y miles de arrugas en el cogote, uno de esos campesinos que se colocan a la entrada de los pueblos y ponen la mercancía en la acera. Su mercancía suele consistir en cebollas, melones y sandías, lechugas y tomates, perejil fresco. La gente compra poco ahí porque prefiere la odiosa asepsia de las frutas y verduras de supermercado, esas que vienen en bandejas envueltas en celofán. En mi barrio yo compro en una frutería hindú, donde las frutas y las verduras van madurando lentamente, e incluso por algunos cajones empiezan a merodear las moscas y otros insectos. Pero la fruta, al menos, tiene cierto sabor.
En un momento dado de la conversación, tras contarnos mi pariente su feliz encuentro con el agricultor y comprarle un poco de todo (y a precios muy baratos), dijo que ya era prácticamente imposible encontrar tomates que supieran a tomate. Que supieran de verdad al tomate que comíamos de niños. Un sabor profundo, que al morderlo se te mete hasta los ojos, que surca el interior de tu organismo hasta formar una explosión de sabor y frescura. Una orgía en el paladar. Pues bien. Dijo que esa orgía, que esos tomates con sabor auténtico ya no existían, o sólo era posible encontrarlos yendo a los pueblos y comprándoselos a los agricultores por una miseria. Pensé en ello mientras continuábamos cenando y charlando de esto y de aquello. Tenía razón. Mi primo tenía razón, pero hasta entonces no me había parado a pensarlo. Los tomates de hoy, por lo general, no saben a nada. El sabor se lo proporcionan la sal, el aceite y el vinagre. El pimentón y el orégano. Hubo un tiempo en que podías comer un tomate sin echarle sal, ni nada, sin siquiera partirlo con un cuchillo. Comértelo a mordiscos, como si fuera una manzana. Y era un festín para la lengua.
Partimos de los tomates, de ese sabor casi perdido que sólo se puede hallar acudiendo a la huerta de un hombre que viva en un pueblo, pero esto se puede aplicar a otros muchos alimentos. El pollo, por ejemplo. Lo echas en la sartén y, a los cinco minutos, ha soltado cien litros de agua. No sabe a nada. Tenemos que darle algo de alma echándole aderezos. Nada que ver con uno de esos pollos de corral, de carne sabrosa y profunda. En una ocasión, un amigo nos invitó a comer en la finca de sus padres, en un pueblo de Zamora. Él mismo acababa de recoger del huerto los materiales para la ensalada: cebolla, lechuga, tomate. ¡Y qué ensalada, amigo! No hacía falta excederse con el aceite de oliva para disfrazar la ausencia de sabor. Nada de eso. Cuando era adolescente me gustaba meterme a hurtadillas en algún huerto y mangar fruta de los árboles: peras, manzanas, melocotones. Mis tías me echaban la bronca por esos hurtos de chiquillo, y luego se comían algunas de esas peras y manzanas. Sé que aquello no estaba bien, pero el sabor de esos frutos no podía compararse al de los productos comprados en las tiendas o en los supermercados. Hoy, en cambio, todo lo que uno compra carece de sustancia. Las mejores ciruelas pasas que he comido en mi vida las probé en Fermoselle. Las mujeres las ponían a secar en los patios. Estaban llenas de excrementos de mosca y de ramitas, pero sabían a paraíso. ¿Las ciruelas pasas que venden en cajas? Eso no son ciruelas, oiga. Eso son gominolas.

viernes, octubre 26, 2007

Relatos de Kolimá. Volumen I, de Varlam Shalámov

Este libro, primer volumen de seis, traducido por Ricardo San Vicente y revisado por Julio Hurtado, es asombroso y desgarrador. Desgarrador porque nos habla de las penurias de los hombres en un infierno blanco. Asombroso porque está narrado con una prosa sobria y precisa.
Varlam Shalámov estuvo diez años en un campo de trabajos forzados, en Kolimá, una región de Siberia. Le acusaron de difundir propaganda antisoviética. Allí, los escupitajos, literalmente, se congelaban en el aire. Todo cuanto nos cuenta el autor nos estremece. Hombres que trabajan dieciséis horas al día, con temperaturas en torno a los cincuenta grados bajo cero. Nieve y niebla. Piojos en las ropas. Tifus y escorbuto. Desnutrición y agotamiento. Llagas en las manos. Cuatro horas por noche para dormir. Hombres que no pesan más de cincuenta kilos. Un rancho compuesto de una sopa aguada y unas pocas gachas. Presos que se automutilan. Que se suicidan o lo intentan, sin lograrlo. Palizas de los guardias. Robos de los propios reclusos, que se roban unos a otros la comida y los abrigos. Dedos tiesos por la congelación. El pan duro visto como si fuese un pastel. Hambre y frío. Siempre el hambre y siempre el frío dominando sus vidas.
El método que utiliza Shalámov es el de los relatos breves. A veces él mismo es el protagonista; en otras ocasiones, es un alter ego, o lo son otros hombres. Los relatos, secos, duros, despojados de rodeos y florituras, pueden incluso leerse al azar. Un libro que corta la respiración. Un libro que debes leer ya. De muestra, unos fragmentos:
  • Una verdadera amistad surge sólo cuando sus sólidos lazos se han fraguado antes de que las condiciones de la vida no hayan alcanzado el límite extremo, pues entonces en el hombre ya no queda nada de humano y sólo reina la desconfianza, el odio y la mentira.
  • Habíamos aprendido a resignarnos y perdido toda capacidad de asombro. Carecíamos de orgullo, de amor propio, y tanto los celos como la pasión se nos antojaban conceptos marcianos y, en cualquier caso, insignificantes. Era mucho más importante sabérselas arreglar uno, en invierno, aterido de frío, para abrocharse los pantalones: hombres adultos lloraban a veces al no conseguirlo. Comprendíamos que la muerte no era peor, ni mucho menos, que la vida y no nos daban miedo ni la una ni la otra. Nos dominaba una enorme apatía.
  • El comisionado me examina. Mi chaquetón hecho jirones, la chaqueta mugrienta y sin botones, que deja al descubierto un cuerpo sucio marcado por las llagas de las picaduras de los piojos; las tiras de trapo que me cubren los dedos de las manos, el calzado de esparto en los pies, esparto a sesenta grados bajo cero, los ojos inflamados del hambre, los huesos que asoman por todas partes…

[Nota: David González me descubrió a este autor. Para agradecérselo, este post está dedicado a él]

Ante tanta violencia

Algunas mañanas, cuando bajo a la calle y me dirijo a una pastelería para comprar el pan, hay lío en la plaza. Mientras camino, veo lo que sucede. La última vez estaba la policía por allí. Uno de los agentes trataba de mediar entre dos hombres. Eran dos de los alcohólicos del barrio, ya me conozco sus historias y sus andanzas, que casi siempre son las mismas. Uno de ellos, el de más edad, increpaba al otro. Los he visto beber juntos miles de veces, y compartir el banco y una botella, pero ese es el problema con la bebida, que llegados a un punto etílico los ánimos estallan y cada hombre puede ser explosivo. A voces, el de pelo cano le decía al otro que estaba harto de él. Juraba que iba a matarlo. Soltaba improperios, le señalaba con el dedo mientras el policía intentaba que se calmase. Otro agente le preguntaba al segundo qué pasaba, y este dio su versión. No la oí. No hizo falta. Son pendencias de alcohólicos. Las razones suelen sobrar. Quizá sean chorradas. Pero ellos las convierten en deudas de honor, y luego se pegan y a veces se abren la cabeza, y tiene que acudir una ambulancia, y un coche de policía, y un par de motos. Estas amenazas jamás deben tomarse a la ligera. Es cuando se toman a la ligera cuando la gente muere y sale en televisión el vecino, o el tendero de la esquina, o la mujer que iba a la compra, y suelta aquello de: “Sí, algunos días los oí amenazarse de muerte, pero quién iba a pensar que uno de ellos acabaría cumpliendo sus amenazas”. Pues piénselo, caballero. Piénselo, porque la vida y los noticiarios nos demuestran que ciertas amenazas se cumplen.
El fin de semana anterior acuchillaron a un taxista dentro del coche. El lunes pasado le daban un hachazo a un hombre de Vallecas, con una larga lista de antecedentes policiales a sus espaldas, y dejaban el hacha clavado en la puerta de un armario, después de abrirle el cráneo con el arma. Todos los lunes topo con noticias de este pelo en los periódicos. El fin de semana, con sus ratos de ocio y de tiempo libre, fomenta los actos violentos, los atracos, los delitos de sangre. De vez en cuando les cuento lo que sucede bajo mi balcón, cómo la gente se pega puñetazos, se amenaza y cosas por el estilo. No me hace falta moverme demasiado para olfatear el hedor de la violencia. Así que cojan esas grescas que se desarrollan bajo mi ventana y tengan en cuenta que, en cada calle de mi barrio, habrá unas cuantas broncas similares. Y luego multipliquen por los barrios donde estas pendencias son habituales, y luego vayan a la periferia. Lo que se obtiene es un nivel de violencia bastante respetable. Hay un inconveniente, sin embargo, y es que en la policía miden estos actos dependiendo de las denuncias. En mi barrio ocurren un montón de cosas deleznables. Hace poco los vecinos fueron a quejarse otra vez a la jefatura, recriminando a las autoridades que no eliminaban la delincuencia, la venta callejera de droga, las peleas, los atracos, y les dijeron que, según sus estadísticas, ese tipo de situaciones había disminuido, ya que recibían pocas llamadas de denuncia.
Mis pesadillas nocturnas solían estar auspiciadas por el cine de terror y las novelas de miedo. Espacié su visionado y su lectura, y ahora, cuando tengo pesadillas, están relacionadas con la vida real. Con lo que veo. Con las noticias. Con los sucesos. Hace poco soñé que dos negros se mataban en la calle. Uno apuñalaba al otro. El herido, mientras su agresor huía, se sacaba de debajo del abrigo una escopeta y le volaba la cabeza por la espalda. Desperté afectado. Lo raro es que los personajes y el entorno eran de Madrid, pero la escena se desarrollaba en una calle de Zamora.

jueves, octubre 25, 2007

Antonio Orejudo: Fabulosas narraciones de amor

Me parece muy interesante este texto que apareció hoy en El Cultural. Lo copio entero, dice muchas verdades:
Las relaciones entre los escritores y las editoriales son como las relaciones amorosas: hay flechazos, enamoramiento, pasión, pero también rutina, aburrimiento, incomprensión y muy frecuentemente divorcio. Por ejemplo, mi relación con Tusquets, que ahora publica la que fue mi primera novela, Fabulosas narraciones por historias, es la historia de un chico enamorado de una editorial muy guapa que no le hace ni caso. Aunque este chico tiene relaciones con otras editoriales, nunca olvida a la primera, de la que siempre estuvo enamorado. Y al final de la película la consigue seducir.
Pero empecemos por el principio. Cuando yo terminé mi primera novela todavía vivía en Estados Unidos. No conocía a nadie y pensaba que mi única posibilidad era presentarla a un concurso. Y hubo suerte: a los pocos días de terminarla Tusquets y la Escuela de Letras convocaron el primer Premio de Narrativa Joven. Todo parecía creado para mí, pero el premio se lo llevó Susana Fortes y su Querido Corto Maltés.
De eso hace trece años. Lo recuerdo perfectamente porque fue entonces cuando regresé a España definitivamente. Lo primero que hice nada más llegar, antes incluso de deshacer las maletas, fue enviar mi manuscrito a Planeta. Mi amigo Romero se había ofrecido a hablar con Ymelda Navajo, a quien conocía, para que mi manuscrito no pasara inadvertido. Y sus recomendaciones debieron de surtir efecto, porque al cabo de unas semanas, Romero me llamó excitadísimo. Acababa de hablar con ELLA. Habían recibido unos informes de lectura extraordinarios y querían publicarla. A los pocos días me llamó una Silvia Bastos, que elogió entusiasmada la novela, que me habló de fotos de contracubiera y de promoción. Quedamos en concretar estas pequeñas esclavitudes de la fama después de la Semana Santa que se nos echaba encima. Pero no volví a hablar con ella. Ni volví a tener noticias de Ymelda Navajo. Fue varias semanas después de Semana Santa cuando recibí la llamada de una tercera persona. Me dijo que habían dado a leer mi novela a sus servicios jurídicos, y que habían recibido un informe que desaconsejaba su publicación, así que no iban a editarla. Y colgó.
En aquel momento, con el teléfono todavía en la mano y la mirada fija en una mancha de la pared, me di cuenta de que la publicación de esa novela me iba a costar más trabajo que escribirla.
En aquel punto se inició el vía crucis tradicional: fotocopias del manuscrito y envío a las editoriales que más me gustaban: Alfaguara, Anagrama, Lumen, Destino, Debate y Tusquets. Sí, Tusquets, otra vez Tusquets. No me daba por vencido. Me resistía a admitir que aquella editorial tan guapa no me quisiera. Pero no me quería. Ni esa ni ninguna. Todas me lo fueron diciendo amablemente por escrito.
Y también lo envié al premio Nadal, como todo el mundo. Me recuerdo esperando el fallo, con la radio puesta, dentro de mi coche, y oyendo decepcionado que aquel año el galardón se lo llevaban Ignacio Carrión y el gran Félix Bayón. Lo intenté también con las agentes literarias. Con Carmen Balcells, que me tuvo esperando mucho tiempo y que al final me dijo que no. Y con Antonia Kerrigan, que me propuso la autoedición del manuscrito.Y así pasaron dos años. Hasta que mi amigo Chavi Azpeitia me habló de un joven editor que había decidido fundar una editorial: Lengua de Trapo. Le hice llegar el manuscrito y al poco tiempo me citó en una especie de zulo semiabandonado, en una zona de residuos industriales, donde estaba la sede. No era lo que yo esperaba, aquella no era la editorial con la que yo había soñado, pero el entusiasmo de aquel tipo me convenció y sellamos la publicación de la novela con un apretón de manos. Y lo que son las cosas: esa misma tarde recibí la llamada de Constantino Bértolo, que con palabras muy generosas me ofreció publicar en Debate. Una oferta tentadora, una editorial con prestigio... Pero había dado mi palabra. Y aunque estuve tentado de romperla, finalmente no lo hice, y la novela salió con Pote Huerta en septiembre de 1996.
Han pasado once años, y la novela acaba de editarse de nuevo. Esta vez con las cubiertas negras de Tusquets, aquella editorial tan guapa que me dio calabazas tantas veces, y a la que por fin he podido llevarme al huerto.
Antonio OREJUDO

Mañana, en Zamora



Mañana, viernes, en el Avalon Café, a las 22:00 h., toca Vetusta Morla en acústico. Por fin en mi tierra. Allí estaremos.
V. M. en MySpace.

En algún lugar una semilla

En algún lugar una semilla cae al suelo,
se convertirá en un árbol
que un día derribarán
y de él extraerán finas varas
para hacer flechas
que equiparán cabezas de guerra
una de las cuales, el día que menos lo esperes,
cuando brille el sol de invierno
sobre un río de hielo
y te sientas muy lejos de la autocompasión,
desgarrará tu corazón lleno de mierda.


Michael Fried, Al diablo con el amor

61

En la bitácora “El espíritu de Pavese” su autor, y amigo, Sánchez Bolín (pseudónimo de su verdadero nombre), siempre habla de su casa y de sus hijos como un refugio. Siempre se refiere a su morada como “Fort Apache”. Estamos a salvo en Fort Apache. Volvemos a Fort Apache. Etcétera. Me gusta. Como en ese poema de Karmelo C. Iribarren, cuando entra en casa y se siente a salvo y, tras cerrar, le dice al mundo: “Ahí / os quedáis, / hijos de puta”.

Uno espera el tópico

Cuando se va a cenar a un restaurante chino, uno espera que los camareros sean chinos. Cuando va a comer a un restaurante gallego, espera que los camareros sean españoles. De lo contrario, nos sorprendemos. En los restaurantes madrileños parece como si hubieran barajado la nacionalidad de los camareros, y luego los hubieran distribuido al azar por los locales. Una vez estuve en un restaurante ruso, ya lo he contado: la decoración era rusa, los alimentos eran rusos, el menú era ruso, la vestimenta de los camareros era rusa. Todo era ruso, excepto los camareros. Esto me recuerda a esa sentencia de Groucho Marx, cuando le dice a una mujer en “Una noche en la ópera”: “Por eso estoy aquí ahora sentado con usted, porque usted me recuerda a usted. Sus ojos, sus labios, todo me recuerda a usted; todo, excepto usted”. Hace mucho que no entro en un restaurante chino, pero en algunos de los que frecuenté los camareros solían ser españoles. Incluso un amigo mío estuvo trabajando en un restaurante chino de Zamora, y él no es asiático. En muchos locales de comidas donde sirven menú mediterráneo todos los camareros hablan español, pero no suelen ser españoles, sino cubanos, argentinos, africanos, y así. Salvo esas viejas y legendarias tascas en las que el maître y el chico de la limpieza no sólo son españoles, sino que tienen ya ochenta años cada uno. La otra noche entramos en una afamada cafetería que incluye un reservado para comer y el camarero más joven rondaría los setenta.
Es frecuente meterse a cenar en garitos árabes o hindúes y, aunque no siempre, descubrir que quienes atienden las mesas son jóvenes españoles. También estuve en un restaurante argentino en el que no todos los miembros del servicio eran argentinos. Una noche volvimos a cenar a un restaurante árabe que nos había gustado mucho en una visita anterior. Pero esta vez todas las camareras tenían los ojos rasgados. Uno de nosotros les preguntó de dónde eran. “De Filipinas”, dijeron. Ya sé que es una bobada, pero cuando uno entra en un restaurante árabe espera que le atiendan árabes con turbante, o algo por el estilo. Por fortuna, la bailarina que hizo la danza del vientre para los comensales sí era mora. Digo por fortuna porque este tipo de baile debe hacerlo una mujer árabe. Durante la cena, nos pusimos a especular: “Si las camareras son filipinas, y probablemente los cocineros sean árabes, ¿serán los dueños también árabes, o el negocio estará en manos de españoles o de rusos?”. También me ha ocurrido lo de ir a cenar a un restaurante italiano y esperar que el servicio tenga un delicioso acento italiano, y luego resulta que la camarera provenía de Valladolid. No tengo nada en contra, pero no es lo que uno espera. En otra ocasión, de regreso a casa, de madrugada, nos entró hambre y nos metimos en un local de comida rápida. Servían kebab turco, pizza italiana y bocadillos de jamón serrano. Sólo había dos camareras que hacían las veces de cocineras. Creo que eran dominicanas. No es lo que uno espera.
Y, entonces, ¿qué es lo que espera? Pues espera el tópico. O sea, que los garitos chinos los atiendan chinos. Que los garitos españoles los atiendan españoles. Que los garitos árabes los atiendan árabes. Que los garitos italianos los atiendan italianos. Y así podíamos seguir hasta hartar al lector. Lo bueno de este tinglado, de estos locales para los que han barajado las nacionalidades, es que todos manejan con soltura el castellano. Aprenden rápido. Saben que el idioma es la herramienta imprescindible para abrirse camino. A mí todo esto me parece muy bien, porque se demuestra que, digan lo que digan, no hay tantas barreras en la contratación.

miércoles, octubre 24, 2007

Mañana, en Zamora




Mañana, jueves, en el Avalon Café, a las 22:00 h., toca la banda Blue Perro. El tipo de la derecha en la foto en B/N, Héctor Rojo, es el que maneja el contrabajo y es colega mío desde hace años. Es zamorano y, dicen, uno de los más virtuosos de Madrid tocando el bajo y el contrabajo. Su hermano es uno de los miembros de La Sonrisa de Julia. Si estás por mi ciudad, no te los pierdas. [Y el viernes, también en el Avalon, Vetusta Morla. Seguiremos informando]

Citas. 59

Somos vivíparos. Hemos vivido antes de nacer. Resulta que nuestro corazón ha latido antes de que respiráramos. Nuestras orejas han oído antes de que nuestros labios descubriesen la existencia del aire. Hemos nadado en las aguas oscuras antes de que nuestros párpados se abrieran, antes de que nuestros ojos se deslumbrasen, luego se cegasen, luego viesen, antes de que nuestra garganta se secase, luego se ahogase durante un instante, luego tragase el aire, luego imitase palabras cuya entonación parecía tranqulizadora.
Pascal Quignard, Las sombras errantes

60

Un tipo lleva semanas viviendo en los rincones sombríos del edificio. Al principio no te preocupaba demasiado. Pero ayer te dijeron que suele robar adornos y barras y empuñaduras del portal. Es un ladrón. ¿Cómo te sientes ahora? Me siento indefenso.

Historia de Cardenio, de William Shakespeare y John Fletcher



Portada del libro del que hablo en el artículo de abajo. La obra, por cierto, fue estrenada el 20 de mayo de 1613. Luego, se perdió.
Enlace directo al artículo: aquí.

Cardenio

Los lectores de “Don Quijote de la Mancha” recordarán, sin duda, la historia de amores y enredos y villanías entre Cardenio, Luscinda, Fernando y Dorotea. Es una de las numerosas historias que pueblan ambas partes de la novela. La de Cardenio y Luscinda pertenece a la primera parte. Don Quijote y Sancho están en Sierra Morena. Tras el hallazgo de una maleta y un cojín abandonados, conversan con un cabrero, y después conocen a un hombre desastrado y medio loco, al que al principio nos presentan como “El Roto de la Mala Figura”, que no es otro que Cardenio y que les cuenta su historia. Y en su historia hay una traición: la de su amigo Fernando, que mediante argucias intentó arrebatarle a su amada, Luscinda. Y también hay otra mujer, Dorotea, enamorada a su vez de Fernando (cuyo padre es un grande de España). Recordemos el delicioso momento en que Cardenio comienza su relato: “Mi nombre es Cardenio; mi patria, una ciudad de las mejores desta Andalucía; mi linaje, noble; mis padres, ricos; mi desventura, tanta, que la deben de haber llorado mis padres, y sentido mi linaje, sin poderla aliviar con su riqueza, que para remediar desdichas del cielo poco suelen valer los bienes de fortuna”. Cardenio vaga por la sierra con un pie en la cordura y otro en la locura, muerto de hambre y deseoso de venganza. Las cosas se resuelven con la intervención de varios personajes, y los nudos se arreglan en la venta. La historia de Cardenio se prolonga durante varios capítulos, entre los que se intercalan otras historias y novelas cortas, como la de “El curioso impertinente”.
Hace unos meses leíamos una noticia que atañe a Cardenio, a Cervantes y a Shakespeare. La Royal Shakespeare Company había recuperado y autentificado un viejo manuscrito que se titula “Historia de Cardenio”. Estaba escrito por William Shakespeare y John Fletcher, éste último uno de los colaboradores habituales del célebre genio inglés. Una de esas obras que se representaron en pocas ocasiones, y luego los años la sumergieron en el olvido y en el extravío. Diez años atrás, José Esteban la publicó en su editorial, con traducción de Charles David Ley. La editorial Rey Lear acaba, ahora, de reeditar aquel trabajo. La misma traducción, una nota bibliográfica sobre la historia de Cardenio, escrita por José Esteban, y una introducción a cargo de Ley. Esteban dice, en esa nota, que la obra debió de venderse regularmente y que, poco después, Ley fallecía. Para dentro de dos años, si el proyecto progresa, está previsto que la obra se represente en los escenarios, gracias a la colaboración entre España e Inglaterra. Una coproducción para la que se pretende contar con actores de ambos países.
En esta reeditada “Historia de Cardenio”, que acabo de leer con sumo gusto, asistimos de nuevo a ese enredo de amores y traiciones con los personajes originales: Cardenio, Luscinda, Fernando, Dorotea, los padres de algunos personajes, etcétera. Faltan, es obvio, Don Quijote, Sancho, el cura y el barbero, los dueños de la venta, entre otros. Lo que hicieron Shakespeare y Fletcher fue desgajar esta trama y darle vida propia. Aquí ya no son los personajes (Dorotea o Cardenio) quienes cuentan sus desventuras, sino que conocemos en directo, sin narradores intermedios que den su versión, lo que sucede entre esos hombres y mujeres enamorados. Es una obra breve, en cinco actos y pocas escenas, una pieza plena de hallazgos y de frases que los lectores releerán, con enseñanzas muy propias de Shakespeare, pero situada en el rico mundo de Cervantes. No está a la altura, claro, de “Hamlet” o “El Rey Lear”, pero se disfruta mucho con su lectura. La representación será otro éxito.

martes, octubre 23, 2007

Las sombras errantes, de Pascal Quignard

Las sombras errantes, primer libro de la trilogía Último Reino, obtuvo el Premio Goncourt 2002. Nunca había leído a Quignard y este libro me parece fabuloso.
Recurriendo a la historia, al aforismo, a la filosofía, al inventario de recuerdos, Quignard se adentra en las sombras por las que preguntaba el último rey de Roma antes de ser ajusticiado: "¿Dónde están las sombras?" Y las sombras pueden ser el pasado, la muerte, los dioses, o quizá las simples sombras que dan los árboles durante el día. Quignard especula sobre eso, y especula sobre el terror, las guerras, el ataque enemigo. No faltan párrafos dedicados a Pearl Harbour, al 11-S, a la literatura de Tanizaki, al arte, a la escritura...
Os dejo con algunos fragmentos:

  • Hay quien no ama más que lo que ha amado. Hay que amar lo que se ha perdido y amar hasta el tiempo pasado en lo perdido.
  • No hay mentiroso que no oculte el hecho de que miente.
    El novelista es el único mentiroso que no oculta el hecho de que miente.
  • Los medicamentos y los alimentos destruyeron las tradiciones. La ayuda humanitaria acabó con la libertad. Imponiendo a las tribus los productos de la industria y el alcohol, los inició en el consumo inútil y en el atontamiento. Habiéndolos atrapado con el dinero, los condenó al crédito y a la humillación social.
  • Los inuit tienen este proverbio: los regalos hacen esclavos como los látigos hacen perros. (…) Luego descubrieron por qué el dinero es un poder más retorcido que un arma: porque tiene todo el tiempo que quiere para amenazar desde las profundidades del alma con el pago de su deuda.

59

En el blog en el que colabora Santos Domínguez, “Encuentros con las letras”, de visita diaria y obligatoria, al igual que su bitácora “En un bosque extranjero”, encuentro esta frase de Auden que hago mía: Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter.

Extranjeros

Han venido de Rumanía a echar paladas de tierra sobre
los cimientos de mi casa. Son dos hombres solitarios
que apenas pueden hablar nuestro idioma y quieren trabajar
como las máquinas.
Me entristezco mirándolos, cubiertos de tierra y agonía,
con sus zapatos mocasines nuevos, llenos de barro y aire.

La empresa constructora los ha enviado, este domingo,
para hacer el trabajo más sucio y doloroso.
No quieren comer con nosotros, de nuestra barbacoa.
Les ofrecemos, vacilantes, unas galletas y un refresco
que aceptan con una amabilidad desgarrada.

Mi marido y mi hermano cogen otras palas y les ayudan.
Pero ellos, no sé, si lo agradecen o condenan.
No hacen gestos felices ni tampoco de odio.

Ya he visto en otros hombres, otros emigrantes de países esclavos,
alguna vez, he conseguido traspasar esos ojos altivos y serenos,
que lo rechazan todo, y sólo desean terminar el trabajo
para caer en la cama y soñar con su país y familia.

Siempre la mirada más allá de cualquier horizonte
y el corazón orgulloso de los humillados.

Después de verlos a ellos trabajar con sus únicos zapatos,
destrozados y rígidos, ya no podré descansar el espíritu,
en esa casa de campo que me están construyendo.

Debemos despedir al constructor o derribar la casa.


Isla Correyero, La verdadera historia de los hombres

Taxistas

No miento si digo que quienes solemos subirnos en taxis con cierta frecuencia, también criticamos a sus conductores. A los taxistas de Madrid, se entiende. Nos quejamos cuando, al abrir la puerta de sus coches, nos preguntan con prevención cuál es nuestro destino y, si no les acomoda o les parece peligroso, nos niegan el viaje. Nos quejamos cuando están a punto de atropellar a los peatones que cruzan la calle con el semáforo en rojo; los peatones hacen mal, pero, al contrario que otros conductores, los taxistas no frenan en seco, sólo aminoran un poco. Nos quejamos si el tipo que conduce no para de rajar o si ha sintonizado un partido de fútbol en la radio. Pero también nos quejamos si el hombre no la pía, si apenas abre la boca salvo para saludar cuando el viajero llega y cuando el viajero se va y para decir cuánto cuesta la carrera. En esas ocasiones solemos comentar que el tío era muy seco, o que era un borde. Nos quejamos si va rápido, como en un rally urbano. Nos quejamos si va despacio, sospechando que lo hace para perder tiempo y ganar dinero. En fin, nos quejamos.
Deberíamos, sin embargo, poner las cosas en su contexto. ¿Cuál es el contexto? El contexto es que trabajar de noche en una ciudad grande y peligrosa como Madrid, llevando en el asiento de atrás desde borrachos hasta yonquis, no debe ser nada fácil. El contexto es que tropiezan con toda clase de pasajeros. Chavales beodos que regresan a casa o se dirigen a otra discoteca. Gente que vive en barrios peligrosos o de mala fama, o ambas. Tíos colgados. Prostitutas con sus clientes. Personal de mala catadura. El contexto es que, durante la noche y la madrugada, recorren una ciudad con un alto índice de criminalidad, con un excedente de hechos violentos, con mucho conductor mamao al volante, con demasiados tipos que van a toda pastilla, arriesgando su vida y la del prójimo. Significa esto que el contexto, las circunstancias y la experiencia tras el volante hacen a cada taxista como es. Un tipo desconfiado acabará siendo el más receloso tras trabajar unos cuantos turnos de noche. Es posible que un hombre callado lo sea aún más después de soportar varias charlas de pasajeros habladores. Cada taxista se crea su coraza. Se protege: no te lleva a barrios con mala estrella porque ya le han atracado por ahí; corre como una bala porque probablemente le hayan acusado de ir despacio para incrementar el importe de la carrera; estudia de un vistazo a los pasajeros porque prefiere saber de qué pasta están hechos o qué pintas tienen, aunque no le servirá de mucho porque las apariencias engañan. Y luego están los que son poco considerados. Como aquel fulano al que, llegando yo a una ciudad que no conocía, al salir de la estación le dije que necesitaba ir al hotel de la calle X, y tras un viaje de medio minuto con rodeo incluido me depositó en la misma acera en la que cogí su taxi, pero algo más lejos, y me cobró un riñón, cuando me podía haber dicho: “Mira, esta es la calle y, a unos metros, está el hotel”. Pero hay que ganarse el jornal, eso lo entiendo.
Todo esto viene a cuento de la última tragedia de los taxistas en Madrid. En Hortaleza, el conductor fue apuñalado en su propio vehículo por alguien que se dio a la fuga. Lo apuñaló en el cuello y en la cara. Condujo para pedir ayuda, pero la Muerte fue más veloz que él. Los taxistas protestaron, se pusieron en huelga, pidieron más vigilancia policial y más subvenciones para poder poner esa mampara que, al parecer, cuesta en torno a los mil euros. La única ventaja que tienen los taxistas, ese gremio desprotegido, es que saben unirse como una piña. Se ayudan y se solidarizan. Quizá ese sea el único camino para que se cumplan sus reivindicaciones.

lunes, octubre 22, 2007

La pulga de acero, de Nikolái Leskov

Estamos ante un magnífico cuento (o quizá novela corta) que ha rescatado la nueva Editorial Impedimenta. Su autor es uno de los grandes olvidados, Nikolái Leskov. Su manera de narrar recuerda un poco a los extraordinarios relatos de Gogol. En La pulga de acero, el zar Alejandro viaja a Inglaterra. Los ingleses, para ganarse su admiración, le presentan (entre otras maravillas y antigüedades) un invento. Se trata de una pulga a la que puede darse cuerda con una llave para que baile. El zar admira el ingenio de los ingleses. Pero uno de sus súbditos, Platov, insiste en que ellos también pueden alcanzar su nivel de ingenio e incluso superarlos. Para su cometido contará con la ayuda de varios artesanos rusos, uno de ellos zurdo y bizco.
Un cuento repleto de humor, muy ameno, que representa a la perfección el carácter ruso, y que está cuajado de palabras inventadas, tarea de la que ha salido airosa su traductora, Sara Gutiérrez. Esta edición, además, incluye ilustraciones de Javier Herrero y una introducción de Care Santos. Os recuerdo que mañana presentan el libro en Madrid dos buenos amigos de esta bitácora: el editor Enrique Redel y el escritor Oscar Esquivias.

Mañana, en Madrid



Presentación de La casa de Shakespeare y La pulga de acero. Pinchar en las imágenes para ampliar.

Gracias por su visita

antes de despedirse
a ella le hubiese gustado
que él preguntara
-¿te has masturbado alguna vez
pensando en mí?

ella habría dicho
-esta noche
será la primera vez


Isabel Bono, La verdadera historia de los hombres

Solomillo

Estamos sentados en el patio de butacas del Teatro Alfil. Antes de entrar, aguardando en la acera a que abriesen las puertas, he visto pasar a mucha gente rara, tipos trapicheando, yonquis hechos puré, fulanos con mala pinta. Es lógico, porque la Plaza de Soledad Torres Acosta queda cerca. Nunca había estado en el Alfil. Es un teatro diferente, muy apropiado para obras desenfadadas, en las que el público se involucre, en las que no sea necesario respetar el silencio. La sala es pequeña. A la izquierda de las butacas hay una barra de bar. Casi todo el público es joven, y algunos van hasta la barra a pillar botellines de cerveza y copas. Abundan las chicas. También es lógico: el protagonista es Fele Martínez. Atractivo para las mujeres y dotado de un gran talento interpretativo. La obra es “Solomillo. Una historia poco hecha”. Un monólogo de la compañía Sexpeare, escrito por Santiago Molero y Rulo Pardo. Una comedia loca, surrealista y gamberra. Pero eso aún no lo sé. Porque no se ha alzado el telón y sólo se que he ido a ver un monólogo de Fele Martínez.
Antes de empezar, una voz nos anuncia que, en algunos casos, se requerirá la colaboración del público. Nuestro cometido consiste en ayudar al protagonista a tomar decisiones, para avanzar en el desarrollo de la historia. Entonces empiezo a temblar, porque odio el teatro interactivo. Más tarde descubro, con alivio, que el asunto no era tan grave. En un par de momentos, durante la obra, una chica ataviada de cerdito sale al escenario y pide al público que decida qué rumbo debe tomar el personaje, Juan Solomillo. Para votar, basta con alzar el programa de mano. Una opción nos llevaría a la calle, porque con la misma termina la obra. La otra opción permite que el argumento no se detenga. En una de las ocasiones, como no queda muy clara la elección del público, la chica empieza a pedir que tal o cual espectador diga un número. Luego, un nombre. Así, como en el instituto, la responsabilidad salta de fila en fila hasta que le toca, finalmente, a una mujer del público. Ella debe decidir. Su decisión nos conduce al fin de la obra (me temo que la mujer no tenía claras las propuestas). Fele Martínez sale, le aplaudimos y las puertas quedan abiertas. Desde mi butaca ya veo el exterior, la noche, y los coches pasando por la calle. Entonces el actor dice que ese es un mal final, que nos hemos gastado el dinero en vano, pudiendo ver unos cuantos minutos más, que ahora viene lo bueno. Y decide proseguir con el final alternativo. Se cierran las puertas, se apagan de nuevo las luces y el espectáculo continúa. Es un ejemplo del tono gamberro de la obra. Nunca sabemos si eso estaba pactado o la mala elección de la mujer del público hizo que el protagonista improvisara. Y eso es lo divertido.
“Solomillo” cuenta la historia de un pedazo de carne de cerdo que se enamora de un entrecot. Cuando a María Entrecot la despiezan, él se abandona. Su meta es pudrirse, para que no lo devoren. La obra juega con un doble sentido, con el simbolismo. El solomillo representa a un hombre. El entrecot, a una mujer. Ella desaparece, quizá le deja por otro o se larga. Dolido, él toma el camino de la autodestrucción: drogas, alcohol, noches salvajes. Lo más asombroso, aparte de los hábiles juegos de palabras del monólogo y de los temas musicales que acompañan a la puesta en escena, es que Fele Martínez hace todos los papeles, demostrando su versatilidad y su sano sentido del humor. El hombre, la mujer, el solomillo, la gente con la que se topa. Esto le permite imitar voces, bailar, cantar, saltar, llorar, gritar, susurrar, reír, fingir que se cepilla a la chica y se masturba. Lo que llaman un tour de force. Impresionante.

domingo, octubre 21, 2007

Carteles de Tierra (Earth)




Tres carteles diferentes del documental del que hablo en el último artículo. Enlace directo: aquí.

Los márgenes se han poblado de crímenes

Los márgenes se han poblado de
crímenes.
A las siete en punto de la mañana
la mujer del conserje ha descubierto
el cadáver de una vecina mal
maridada. 091.

En la calle van y vienen mujeres
ya desembarazadas de sus crías
y analizan los signos en los síntomas:
“La tarde estaba en flor. Él le arrancó
los pétalos, su vestido de novia”.
“La muerte se reía en la cartilla
de su risa”. “Se sentaba a bordar
en la ventana extrañas filigranas”.
“Se veía venir sobre su espalda
el peso del pasado”. “Ayer mismo
lo había denunciado en un poema”.

A las siete catorce de la tarde
la mujer del conserje detallaba
con pelos y señales cada pétalo:
“Su pecho parecía un ramillete
de disparos y llevaba los brazos
llenos de oro”.

Elena Pallarés, La verdadera historia de los hombres

La película de nuestro planeta

Reconozco que salí estremecido del documental “Tierra. La película de nuestro planeta”. Tuve la oportunidad de verlo el martes pasado, en uno de esos pases matutinos para la prensa en los que suelo ser uno de los pocos espectadores que no acarrean el lastre de una cámara de fotos o de televisión. Salí estremecido, golpeado, casi con lágrimas en los ojos. Estremecido por tanta belleza, golpeado por las imágenes de un planeta que saqueamos y desgastamos, casi con lágrimas en los ojos por saber que un día seremos reducidos a la nada, a polvo: los animales, los humanos, el ecosistema. Todo. Al final de la proyección hubo una rueda de prensa con uno de sus directores, Alistair Fothergill. El otro es Mark Linfield. Pero yo no me quedé. Cuando salía de la sala, entraba Fothergill, seguido por unos cuantos reporteros. En otras circunstancias me hubiese gustado darle las gracias por su documental, que, me parece, es la versión para cines de la serie “Planeta Tierra”, que ellos mismos rodaron.
“Tierra” recorre nuestro planeta durante un año. La historia (real) comienza en el norte, y mes a mes prosigue hasta llegar al sur. Un viaje asombroso desde el Ártico hasta la Antártida, a través de océanos y continentes. A través de las vidas de unos cuantos animales, siempre en la cuerda floja. Cambios de estaciones, costumbres de los cazadores, huidas de las presas, migraciones de aves. No sale ni un hombre en el documental, ni falta que hace. Fothergill y Linfield han conseguido rodar escenas que hasta ahora no se habían visto. Por ejemplo, el salto de un gigantesco tiburón blanco: en los aires engulle, de un bocado, a una foca. Una imagen terrible, pero a la vez llena de belleza, y que los directores nos enseñan a cámara lenta. O el ataque nocturno de los felinos a los elefantes. O dos lobos muertos de hambre, en pos de una manada de caribúes. La película aborda el delicado equilibrio de las especies, siempre en busca de alimento y de agua y de regiones menos inhóspitas y de climas menos rigurosos. Una osa que busca comida junto a sus cachorros. Una ballena jorobada que, al lado de su cría, busca el preciado plancton. En algunas secuencias, los directores muestran el juego del cazador y la presa. Normalmente, cuando vemos en los documentales de televisión uno de esos momentos cruciales para la supervivencia de las especies, en los que un león persigue a un cervatillo, los espectadores deseamos que este último se salve. Porque en esos documentales el felino sale como el malo, y el cervatillo como el bueno. Fothergill y Linfield, en cambio, no nos meten cuentos de hadas, sino la vida real. Nos dicen algo así, a través de las imágenes y de la elegante voz del narrador (el actor Patrick Stewart): si el felino no caza a su presa, se muere porque en esa región escasea el alimento; si la presa no se libra, muere otro cachorro. En algunos casos, el cazador (el lobo) logra su objetivo, y no perece. En otros, el cazador (el oso polar) no logra su objetivo, y cae exhausto y agonizando, mientras la manada huye.
Hacia el final de la cinta, tras viajar con numerosas especies y asistir a sus padecimientos y a sus peregrinaciones en busca de agua y comida, unas breves palabras nos conciencian sobre el cambio climático. Es una nota de advertencia y esperanza. Fothergill ha dicho: “No queremos que se lance un mensaje negativo. Es verdad que tenemos que cambiar nuestra conducta, pero aún no es demasiado tarde para cambiar”. Junto a las imágenes saturadas de esplendor debemos destacar la partitura de tonos épicos de George Fenton. Me parece que “Tierra” se estrena el próximo fin de semana. Debería verse en los colegios, como “Una verdad incómoda”.

sábado, octubre 20, 2007

Otro cartel y otro trailer de There Will Be Blood


There Will Be Blood. Dirige Paul Thomas Anderson. Protagoniza Daniel Day-Lewis. Intervienen dos de los mejores secundarios del cine actual: Paul Dano y Ciarán Hinds. Inspirada en la novela de Upton Sinclair, Oil!. Todo apunta a que será una maravilla. El segundo trailer: aquí.
Y aprovecho para volver a recomendar The Ballad of Jack and Rose, el filme que Day-Lewis rodó después de Gangs of New York, y que hay que ver por otra de sus grandes actuaciones.

Lecturas apropiadas

Todo lo que sé
lo aprendí de
Jim Morrison,
de quién si no.

Me pregunta usted
que qué haría si
tuviera hijos,
pues verá, no los
tengo, pero si los
tuviera los llevaría
al colegio
sólo para que
aprendieran a poner
comas,
las comas son lo que hace
que el mundo tenga
ritmo, sabe.


Roxana Popelka, La verdadera historia de los hombres

La otra zeta

Ahora que quieren poner de moda la zeta, empezando por Zapatero y siguiendo por Zaplana, no estaría mal que otra ilustre zeta, la que encabeza el nombre de la ciudad donde nací, Zamora, saliera del olvido y del desprecio al que está castigada. Es la tierra que todo aquel que visita luego recomienda a sus amistades, la que sale en los documentales sobre tesoros del patrimonio y placeres gastronómicos, a la que acuden algunos juerguistas de ciudades vecinas durante los fines de semana, la que aparece tanto en la tele cuando se celebra la Semana Santa, la que destacan las estadísticas como un lugar plácido en el que se fomenta la calma, la tierra a la que regresamos tarde o temprano, unos antes que otros. Y sin embargo…
Quienes se ven forzados a emigrar, no digamos todos, pero sí la mayoría, anhelan regresar para vivir allí de nuevo. Y siempre andan buscando alguna oportunidad, ya he citado varios casos y hoy citaré alguno más. Una amiga que trabajaba antes en Madrid consiguió que la trasladaran a León, donde la misma empresa en la que está empleada tiene sucursales, oficinas, o lo que sea. Le gusta León porque no es Madrid. Le gusta León porque es otra pequeña maravilla, algo que rechazarán quienes viven allí desde niños. Pero, sobre todo, le gusta León por su proximidad a Zamora. Mientras buscaba otros destinos, ella ya sabía que iba a ser imposible trabajar en Zamora. Por eso buscó lugares cercanos a la provincia. Ciudades en las que sentirse más próxima a su tierra, llevando un estilo de vida no muy distinto, aunque, seguramente, con más alternativas de ocio. La otra noche, un amigo que anda de acá para allá me dijo que sería feliz si lograra un puesto de trabajo en Zamora. También probó Madrid, se desencantó y ya no vive en la capital del reino. En sus últimos esfuerzos para cambiar de puesto de trabajo tanteó ciudades próximas a nuestra tierra. De momento, no lo ha logrado. Pero ya saben: quien resiste, gana, o eso. Lo cierto es que para sobrevivir en Madrid (y me refiero a sobrevivir en cuanto al estado de ánimo) se necesita ser un tipo tan raro como yo, un bicho extraño al que le obsesione alimentarse de movidas culturales: montones de librerías, de teatros, de cines, de museos, de lugares donde se celebren conciertos.
Esta ciudad con zeta padece esos caprichos: la mayoría de quienes viven en ella quiere salir y vivir en otra parte; la mayoría de quienes viven fuera de ella quiere volver y vivir allí. Uno de los problemas de Zamora, de esa herida que sangra ciudadanos que emigran, es que, si hubiera puestos de trabajo para todos, si nadie se marchara de allí a buscarse los garbanzos en otras latitudes, la ciudad acabaría convertida en un monstruo que desagradaría a sus habitantes. Me explico. Con monstruo me refiero a que, con más habitantes, con más puestos de trabajo, con más industria y comercio y tal, con más gente que se asentara para prosperar y formar una familia, la ciudad terminaría creciendo de tal modo que nos veríamos obligados a decir adiós al sosiego, a la calma, a la tranquilidad, a eso que muchos llaman vivir bien. De ahí podría pasar a convertirse en una ciudad más ruidosa, con más tráfico (y tiene demasiado, merced a los desmanes del anterior alcalde), con más delincuencia, con más miseria en las calles. Y sus habitantes se quejarían. Que si ya no es lo mismo, que si antes se vivía mejor, etcétera. Esto significa, acaso, que la ciudad está atrapada en sí misma. Pero ya se está expandiendo. En fin, ahora que quieren poner la zeta de moda, no sería mal negocio que se acordaran un poco de nosotros. Aunque sea para fomentar el turismo.

viernes, octubre 19, 2007

Reparación, de C. K. Williams

Primer sorbo en castellano de la poesía de C. K. Williams, merced a Bartleby. Sus versos llenan y aprovechan, pero queremos más. Cuando un poeta nos gusta, los lectores caemos fácilmente en la adicción a sus poemarios. Reparación obtuvo el Premio Pulitzer 2000. Para empezar, hay que agradecer la traducción y el prólogo en manos de Jaime Priede, quien ha logrado un trabajo sorprendente. Porque los poemas de Williams no son fáciles de traducir, con esos versos largos, que se expanden y extienden por la página del mismo modo que lo hace la conciencia del autor, que parte de los objetos (huesos, árboles, hielo, zapatos, casas, espejos...) para adentrarse en el hombre y profundizar en el perdón, en la memoria, en el amor, en el consuelo y, sobre todo, en la reparación, en la reparación humana.
Tiene Williams en este libro, a mi modesto entender, dos clases de poemas. Aquellos que expanden su conciencia, mediante objetos y paisajes que logran que el autor se observe desde fuera, se mire desde el exterior (pienso en Cristal o en Canal). Y aquellos más realistas, en los que denuncia un hecho o analiza un recuerdo, como el encuentro con un hombre (El poeta), el horror de la dictadura (El clavo) o esa vez en que su abuela le lavó la boca con jabón (Suciedad). Yo prefiero los de la segunda clase. Pero todos estos asuntos se comprenderán mejor si cuelgo un poema, uno de mis favoritos:
BIOPSIA
¿Te he contado, amor, lo que me solía
ocurrir antes de conocerte?
Al principio parecía un sueño –estaba en la cama–
luego sabía que no –aquello me despertaba–
desde el principio resultaba aterrador, me causaba pasmo.

La aguda, percutiente cadencia de un zumbido
demasiado alto como para poder soportarlo,
se convertía en una espiral de materia audible
y me presionaba de tal forma
que estaba seguro de que me desgarraría.

Intentaba decir algo que parara aquello,
pero me tenía completamente atrapado,
me quedaba paralizado, luego, cuando el miedo
traspasaba un límite, lo intentaba otra vez: esa vez
gritaba en voz alta, y se detenía.

Temblando, volvía en mí, como
la noche de tus pruebas que me desperté
estremecido, asustado por ti, por ambos,
el miedo traspasándome más enrabietado
aún que ante aquella visión de aniquilación total.

Era como en aquellos días tan desolados:
no podía acudir a ti para tranquilizarme
no fuera que te asustara, no podía abrazarte
por miedo a despertarte en tu propia ansiedad,
así que me quedaba allí tumbado, sin ayuda, mudo.

Los resultados fueron “negativos”; ahora
puedo contarte aquellas horas en las que mi vida,
sin tocarte pero protegiéndote,
sin hacer ruido pero gritando por ti,
se partía de nuevo por la mitad de lo que es sin ti.
[Nota: acabo de saber, horas después de escribir el post, que Bartleby y Priede preparan la edición y traducción de otro libro de Williams, The Singing. Se espera que aparezca en el primer trimestre de 2008]

Portadas exquisitas


My Education: A Book of Dreams, de William S. Burroughs, traducido en España por Ediciones Península como Mi educación. Un libro de sueños.

En el olor de la sangre de mi sangre

En el olor de la sangre de mi sangre
En el presagio de la carne de mi carne
Yo te invoco succionando
Para que vengas cuando te vas
Y me inundes de vida otra vez.

Idoia Ikardo, La verdadera historia de los hombres

El aburrimiento

Un amigo me dice: “Mi problema es que, durante los fines de semana, me aburro porque, en realidad, nada me gusta”. Otro amigo me habla, por correo electrónico, de la gente que se aburre. La gente que se aburre se dedica a poner zancadillas a los demás. Porque existen dos maneras de explotar si se sufre ese aburrimiento. Una es la que sigue el primer amigo, o sea, ponerse a ver la tele y aguardar a que pasen así las horas. La otra es sobre la que me habla el segundo amigo, o sea, dedicarse por distintos medios a lograr que el prójimo tropiece.
Los expertos nos hablan siempre de estrés, de depresiones en el regreso al trabajo tras las vacaciones, de automedicación y de cosas así. Me parece que pocos hablan del aburrimiento. El aburrimiento es uno de los grandes males de esta sociedad. Aunque no lo crean, a pesar de la variedad de actividades y de lugares mediante los que podemos distraernos (internet, teatros, conciertos, videojuegos, cines, bares, museos, dvd, música, bibliotecas, librerías), aún hay gente que se aburre. El aburrimiento engendra gente muy rara. No es el caso de esos amigos que he citado veladamente; el primero porque se dedica a ver la televisión y porque cobra muy poco dinero como para pasarse los fines de semana entre teatros y festines; el segundo porque no se aburre y, además, es escritor y poeta. Si eres escritor ya tienes medio día dedicado a escribir, y el otro medio a leer. Lo demás son complementos, añadidos a tu rutina.
El aburrimiento, como digo, engendra tipos sospechosos. Ese vecino de arriba, que toca tu timbre cada dos por tres, para embarcarte en reuniones vecinales, protestas y chorradas. Ese oficinista que, quemado y con exceso de tiempo libre en el trabajo, se dedica a enviar anónimos saturados de insultos gracias al ordenador de la oficina. Ese tipo solitario que, acodado en la barra de un bar en las tardes de lunes, procura conversar con cualquiera que recale a su lado, lo conozca o no. El fulano que llega a casa y se consagra a meterse con su mujer o a pegarla porque, en realidad, no tiene otra cosa que hacer, y ella paga los platos rotos. La banda de aburridos que sale a las calles y destina el tiempo de los sábados a golpear a viejos, o a borrachos, o a mendigos. La señora que acude a una tienda y marea al dependiente, bombardeándolo con preguntas inútiles, para luego confesarle: “Bueno, sólo buscaba información; ya volveré otro día”. El conocido al que te encuentras en la calle y, en cada encuentro, se le ha ocurrido una nueva idea que nunca pone en pie (y llegas a sospechar que se las inventa sobre la marcha). El anciano que consigue tu teléfono y te dice que te necesita para un proyecto, que debes colaborar con él, que quiere contar su vida en un libro y, pasadas unas semanas, reconoce que sólo era una idea, que se trataba de vaguedades, que pasa del tema. Etcétera. El aburrimiento se cobra muchas víctimas. Pero, además, tiene otro inconveniente. Y es que la gente aburrida, por lo general, acaba metida en depresiones, o acaba asesinando al vecino. No sabe qué hacer, no sabe cómo manejar su tiempo, nada le gusta y todo le disgusta y se le forma un nudo de amargura y confluye en ansiedades y en un carácter que se va agriando. Del aburrimiento salen los cabreos, muchas depresiones, muchas insatisfacciones, mucho darle vueltas al sentido de la vida. Travis Bickle, que constituye un brutal estudio psicológico, la prepara parda en “Taxi Driver” no porque en realidad le disgusten los matones, los chulos, los traficantes y los proxenetas, sino porque está solo y se aburre y no tiene hobbies, salvo ir a ver pelis porno a un cine de mala muerte. El aburrimiento es muy peligroso.