viernes, diciembre 31, 2010

Adiós, 2010. Bienvenido, 2011


2010, aunque ha sido un año cargado de proyectos literarios (la mayoría de los cuales se harán realidad en las librerías a lo largo de 2011), para mí empezó mal: a las situaciones de paro y enfermedad familiar, se sumó la muerte de la madre de uno de mis más viejos amigos, en torno al Día de Reyes; un mes después fallecía la abuela de mi novia (recuerdo largas horas tratando de repartirme entre el tanatorio y la casa familiar, lastrada por el cáncer); otros amigos, lectores y conocidos han perdido en este año a sus seres queridos (recuerdo ahora al poeta Víktor Gómez, que también perdió a su madre): algunos a sus abuelas, otros a sus tíos, otros a su padre… La lista es larga y muy dañina. La literatura perdió a varios autores (entre ellos, José Saramago), y además se llevó a dos de mis escritores de referencia: J. D. Salinger y Miguel Delibes. El cine perdió a tipos que me hicieron reír (Blake Edwards, Leslie Nielsen, Antonio Ozores, Mario Monicelli, Luis García Berlanga, Manuel Alexandre…) o que me conmovieron y emocionaron (Irvin Kershner, Claude Chabrol, Jean Simmons, Tony Curtis, Eric Rohmer, Dennis Hopper, Arthur Penn…), e incluso a un actor agotado ya por las drogas que fue ídolo nuestro cuando éramos chavales (Corey Haim). Y terminé el año, como muchos ya sabéis, con la muerte (inesperada, para mí) de mi madre. Un año negro y maldito. Os aseguro que, entre finales de 2010 y 2011, he envejecido mucho. También hubo cosas que me hicieron la vida más tolerable y que me ayudarán a continuar: la concepción de un bebé, las últimas conversaciones con mi madre, los viajes al extranjero, las reuniones familiares, el remate de una novela que saldrá en noviembre de 2011 y la escritura de otra que saldrá en mayo de 2011, el cierre de contrato de un poemario que tal vez salga en enero de 2012 o antes, la gestación de las antologías Viscerales, Beatitud, Nocturnos y Al otro lado del espejo y la publicación de otras antologías (El Tejedor en… Madrid, La manera de recogerse el pelo. Generación Blogger, El libro del voyeur, Vinalia Trippers. Plan 9 del Espacio Exterior, Perversiones, Lo que habita en el cristal), espero no olvidarme alguna; el trabajo diario y continuo junto a Mario Crespo; y, por supuesto, todos esos amigos que me han puesto su corazón en la mano en los momentos más duros (mediante sms, llamadas, mails, mensajes de facebook, dedicatorias en recitales, homenajes en sus blogs o con su sola presencia y su desplazamiento a mi ciudad natal), y que no puedo nombrar porque me pasaría horas escribiendo sus nombres y tengo miedo de olvidar alguno. Literariamente ha sido un año cojonudo y el próximo será mejor. Lo más saludable, sin embargo, es seguir contando con la gente. Las personas. La familia, los amigos, los lectores, los conocidos. Mi chica y mis hermanos. Lo que aún nos queda. A mí, particularmente, me ha llegado el momento de echar raíces. Os deseo que, en 2011, todo se os cumpla, y que os acompañe la salud (creedme: el factor más importante en cada vida). Para cerrar este año os dejo con un poema de Joan Margarit (poeta que me recomendaron, casi a la vez, mis brothers Javier Das y David González):


A LA DERIVA

Quedaba el tren vacío en la Estación de Francia.
También era el final para nosotros.
En una papelera vi las rosas:
alguien que no llegó
y alguien que abandonó sus esperanzas.
–Construyendo salvamos el recuerdo,
me decías pasando junto a ellas.
Y lo que alguien había abandonado
se convertía para mí en un símbolo.
Pensé que todo aquello que dejábamos
–como aquel ramo en la dudosa luz
de la Estación de Francia–
quedaría en quién sabe qué memoria.
–Construimos, decía, para nunca perdernos.
Y lo que hemos perdido
es lo que en los demás puede salvarnos
desde su recordar desconocido.

jueves, diciembre 30, 2010

Niño A, de Jonathan Trigell


Estupenda novela sobre un muchacho de pasado turbio y horrible: de crío asesinó, junto a un amigo, a una niña. Luego llegaron los juicios, el correccional y la cárcel. El libro habla de cómo alguien, tras un período negro, trata de borrar el pasado y mejorar y convertirse en otra persona con una vida normal y diferente a la que tuvo. Lo cual, casi siempre, es imposible porque los otros no olvidan. Y casi nunca perdonan. Jonathan Trigell ha retratado a un monstruo que quiere dejar de serlo y su habilidad reside en conferir algo de humanidad a quien cometió un crimen atroz. A veces sentimos piedad por A (aka Jack), y a veces rabia.

Jack no es un peleador. Pero ha estado en suficientes peleas como para saber encajar. Cuando el segundo tío intenta sacudirle, da un paso al frente, y se mete dentro del radio del golpe. Éste apenas le roza la cabeza de refilón. Ahora Jack avanza un poco más y lo coge por la nunca con ambas manos.
Jack no es sucio. Pero pelea sucio. Las peleas son sucias. La gente que no se ha visto obligada a pelear es la que hace distingos. Jack le sacude un cabezazo mientras suelta un gruñido y contrae los músculos del rostro. Nota cómo algo cruje bajo su frente. El otro trata de golpear a su vez, pero sólo consigue llegar a la nuca de Jack con una mano y ayudar a éste a golpearle de nuevo en la nariz. Delante de él, Jack ve un borrón de color rojo. No sabe si es sangre o adrenalina. De todos modos, vuelve a asestar otro cabezazo. Y otro más, antes de que su adversario se recupere del anterior. El tipo trata de quitárselo de encima, pero Jack continúa estrellando su cráneo contra el mismo punto. Le duelen la cabeza y el cuello. Pero no es él quien aúlla de dolor.


[Traducción de Federico Corriente Basús]

Cuadernos del Matemático nº 45


Un número muy completo, como siempre. Dirigido por mi paisano Ezequías Blanco. Para suscribirse, pinchar aquí. Os dejo con un poema (incluido en la revista) que me recuerda a mis años mozos. Es de Daniel Oliva y lo dedica a Rafael Alberti y Aquilino Duque:



YO SÍ NACÍ


Yo sí nací respetadme en un cine
y de barrio por más señas

condenado
de por vida a saltarme clases y a-castigarme
el culo en sus asientos de madera

yo nací en un cine de evocador nombre veneciano
y en un año de buena cosecha
la strada moby dick gigante los siete samuráis centauros del desierto

un buen año para empezar
para regresar a él innumerables veces
para dar saltos de alegría ya desde la cuna

yo nací en un cine
y tuve los sueños que tenían todos los niños
pero los tenía tan cerca que se me escapaban por entre las manos
como ese mar que nunca vi

aunque para eso
ya estaban ahí gregory peck o tyrone power
el ídolo de mi madre
que lo que son las cosas
va y se nos muere cerca de casa

Primer cartel de Los pitufos


Reconozco que siempre me gustaron estos dibujos. La flauta de los pitufos es una de las primeras películas que recuerdo de la infancia. Esperemos que esta versión sea digna.

Estación de Zamora

Dado que, tal y como conté en este periódico, los viajes en autobús se me hacen cada vez más insoportables, para otro de los trayectos hasta Madrid compramos un billete de tren, ya que ese día no pude ir en coche. El único inconveniente es que sólo hay dos posibilidades, dos horarios: en torno a las siete de la tarde y en torno a las cuatro de la madrugada. Eso limita demasiado las oportunidades de ir a Madrid en tren y quizá por eso, desde Zamora, menos gente lo utiliza. Para el ferrocarril sólo puedo tener, siempre, palabras favorables. Somos unos cuantos, ya, los que lo consideramos el mejor transporte disponible: sin tráfico, sin contaminación, sin adelantamientos, sin que uno esté lejos de tierra, sin que lo cerque el agua…
Para empezar, la estación de ferrocarril de mi ciudad es un lujo. Y me refiero con ello a un lujo estético porque no he ido tanto por allí como para saber si es un lujo en otros ámbitos. Es una estación con una fachada de película. Lo que llaman “nueva estación”, si nos atenemos a los datos de la web del Tren Zamora, se inauguró en 1958, pero las obras comenzaron en 1927, con varios lapsos de tiempo en los que se interrumpieron dichos trabajos. La página es muy recomendable para conocer la historia de la estación y sus pormenores, y acabo de comprobar ahora, con sorpresa, que uno de los webmasters es un viejo amigo: Luis Cortés Zacarías. La tarde en la que me subí al tren llegué más pronto de lo esperado, y, aparte de mi bajísimo estado de ánimo, el ambiente era el propio de las estaciones que salen en muchas películas: en los andenes, al principio, sólo había una o dos personas solitarias, y llovía mucho, y era de noche. Así, más o menos, es como a menudo uno recuerda las viejas estaciones de ferrocarril, porque es así como la cultura suele mostrarlas: silencio, viajeros solitarios, niebla o lluvia. Cuando uno se sube al autobús o al avión es igual que si cumpliera un trámite. Llegas, te subes y te llevan a tu destino. Con el tren, por decirlo de alguna manera, el viaje roza lo metafísico, es como una metáfora de la vida: ya saben, los trenes que uno no coge y deja escapar para siempre, etcétera.
Para empezar, en el vagón en el que viajé la otra tarde los asientos son cómodos o a mí me lo parecieron. No había un hilo musical que entorpeciera el sueño, la lectura o la reflexión. Uno tiene algo más de espacio para estirar las piernas. Si baja la bandeja de la butaca delantera y coloca encima un ordenador portátil, la postura resultante no le destroza. Está uno cómodo, escribiendo. No me levanté en ningún momento del trayecto, pero podría haberlo hecho: en otros viajes, por ejemplo hasta León, me he ido a la cafetería a estirar las piernas o ver el periódico o pedir un sándwich en la barra. Y ya no hablemos de lo que supone admirar el paisaje por los ventanales, pues es como si el propio paisaje se deslizara, sin los botes ocasionados por los baches de nuestras carreteras ni las turbulencias de los aviones. Durante el viaje, esta vez, me dediqué a escribir en el ordenador portátil, tal y como hice un par de meses atrás en uno de mis viajes por Europa Central. Escribir en el autobús, por ejemplo, se me antoja imposible. En el tren es distinto, y hasta me proporciona ciertas energías. Por si estas ventajas no fueran suficientes, aquí va otra: el trayecto entre Zamora y Madrid, en el Talgo, dura sólo dos horas y veinte minutos. Y sin atascos, sin largas caravanas de coches para entrar en Madrid, sin agobios.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla

miércoles, diciembre 29, 2010

Próximamente: Intervenciones


De Michel Houellebecq. Copio y pego de Anagrama:

Los textos de este libro, cartas, entrevistas o artículos, aparecieron a partir de 1992 en publicaciones diversas, desde la NRF hasta Paris Match, 20 Ans o Les Inrockuptibles. Ya no estaban disponibles. En ellos se habla de arquitectura, de filosofía, de la fiesta, del feminismo, de la rehabilitación del macho francés, reaccionario y falócrata, de la estupidez de Jacques Prévert o incluso del indigesto Alain Robbe-Grillet... Recorrido estrepitoso que dibuja una reflexión de una coherencia y exigencia agudas. El resultado es implacable: «Nos hemos divertido mucho, pero la fiesta ha terminado. La literatura, en cambio, continúa. Atraviesa períodos huecos, pero después resurge.»

Azul temprano

dice que las flores se ponen en vida. lo dice
porque lo piensa.
se ha dado cuenta
que de vez en cuando conversa con su sombra,
y eso le preocupa,
y siempre es muy pronto
cuando responde al televisor,
o al locutor del otro extremo de la radio.
y lo piensa.
y a veces lo dice, y otras no, pero lo piensa
y no le cabe la menor duda de que la ceniza
se disipa en un primer llanto, y lo sabe,
y le duele.

las viudas
tienen
los párpados
azultemprano cuando amanece,
porque la noche anterior
fueron de un malva
sobremojado.


Gsús Bonilla, Ovejas esquiladas, que temblaban de frío

Un personajillo desalmado

Tras mis primeros días de luto, llegan los agradecimientos y los tirones de orejas. Los primeros son para el personal del Hospital Provincial de Zamora, especialmente para los enfermeros que aguardaron en la planta 2 del edificio a que yo llegara con una bolsa de ropa y estuviera presente en el cuarto antes del levantamiento. Y para los empleados de la funeraria, que siempre nos esperaron para que no nos alejáramos del féretro porque ahí residen el respeto de la familia y la voluntad del finado. Y es extensible a las enfermeras del turno de noche, eficaces cada vez que las llamé por el interfono. En una situación así, en la que están involucrados la muerte, el velatorio y el funeral, todos son menos estrictos con el reglamento y procuran adaptarse a las necesidades de las familias hundidas por el dolor. En contextos de esa índole, el personal es capaz de demostrar humanidad y empatizar con quienes están arrasados por la pena. El sentido común acaba prevaleciendo porque se trata de situaciones durísimas y anómalas, que nos empujan a vivir momentos muy difíciles de soportar.
No obstante, siempre hay alguien que no está a la altura. Alguien que olvida el respeto y la humanidad y la empatía y quiere ser un pequeño generalillo. El día 20 de diciembre (lunes, sobre las 11:50 de la mañana), tras decirnos los de la funeraria que nos esperaban para que los siguiéramos, porque es lo mínimo que se merece alguien que ha dejado ya este perro mundo, es decir, que sus seres queridos formen una comitiva de acompañamiento, subimos al coche de mi primo y circulamos tras el vehículo de la funeraria, que subió por Alfonso XII para luego torcer a la derecha por Ramos Carrión y llegar hasta la Iglesia de San Juan: un tramo de apenas unos metros.
Al final de Alfonso XII se nos cruzó el coche de un policía municipal que bajaba en sentido contrario. Permitió pasar a los de la funeraria, bajó la ventanilla y nos dijo que el giro a la derecha estaba prohibido. Le dijimos que seguíamos a los de las pompas fúnebres, que íbamos con ellos hasta la iglesia, que estábamos de funeral, que nos dejara pasar. El tipo, además de no permitirlo ni atender a explicaciones, se puso borde. Como si, en vez de estar en pleno funeral (la situación más jodida y desagradable que puede vivir un ser humano), estuviéramos de juerga. Yo sólo pensaba en seguir al féretro en el que viajaban los restos mortales de nuestra santa madre, en no dejarla sola. Y el policía no fue capaz de empatizar con nosotros, y se comportó de manera ruin, borde, inhumana y desagradable. Mi primo le pidió que nos multase, como pago para atravesar ese tramo. El otro no quiso, le bastaba con ser obedecido. Así que, antes de perder los papeles, salimos del coche, ayudando a mi tía a bajar, que ya tiene sus años y no está para carreras y no quería dejar solo el cadáver de su hermana. Pero no pudimos acompañar al furgón en esos metros, en ese espacio entre Semuret y San Juan. Y eso nos pesará siempre. Porque los velatorios y los cortejos fúnebres tienen sus propias reglas. En unas horas en las que todo el personal (sanitario, funerario…) con el que tratamos supo adaptarse al dolor ajeno, aquel personajillo, el poli municipal, la autoridad competente, el patán de turno, demostró su vileza, su falta de tacto y empatía, sus malos modales y su nula comprensión. En una ciudad, además, que no es precisamente Los Ángeles, y en la que a otros se les permite circular por allí e incluso aparcar transitoriamente junto al Ramos Carrión (y no me refiero a los residentes). A ese hombre sin alma, algún día, el destino le pasará factura. Porque aquí hay para todos, amigo.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla

Esta noche, en Madrid


Como no se distingue bien el nombre en el cartel, os aclaro que hoy leerá Carlos Salem en la jam session de minificción.

martes, diciembre 28, 2010

Hormigón, de Thomas Bernhard


Pero, de todas las condiciones climáticas que conozco, las de Palma son las mejores. Y la isla sigue siendo la más bella de Europa, ni siquiera los cientos de millones de alemanes y los igualmente horribles y pendencieros suecos y holandeses han podido aniquilarla. Hoy es más bella que nunca. ¿Y qué lugar y qué región y qué lo que sea, pensé, no tiene siempre su reverso? Es una suerte haberme marchado de Peiskam y haber empezado en Palma de nuevo. Es un nuevo comienzo, pensé, y me levanté del banco de piedra y seguí mi camino.


[Traducción de Miguel Sáenz]

Próximamente: 1977


De David Peace. Segunda parte de Red Riding Quartet, cuarteto cuya primera novela recomendamos ayer. A la venta en enero.

Citas. 122

Mi madre y yo nos hemos querido y fallado el uno al otro, y seguimos queriéndonos y fallándonos el uno al otro, y uno de los dos terminará enterrando al otro, y el que sobreviva quemará la iglesia con el fuego hambriento del dolor.
Sherman Alexie, Diez pequeños indios

lunes, diciembre 27, 2010

1974, de David Peace


1974 es una novela diferente. No se trata de una novela negra al uso. Es el primer título del cuarteto titulado Red Riding Quartet, que ya ha inspirado series de televisión y películas, y cuya publicación íntegra irá apareciendo en Alba Editorial. Su autor es el inglés David Peace. Y nos cuenta, en un lenguaje casi agresivo y directo como un puñetazo, la investigación de un joven periodista del oeste de Yorkshire a raíz del asesinato de una niña, un caso que acaba teniendo implicaciones más serias y complejas de lo que parecía al principio. Lo que más me ha interesado es la narración, esa prosa plagada de tacos y de expresiones en las que se mezclan el monólogo y la descripción, incluso mucho más que la trama (para mi gusto, algo confusa hacia el final). Peace es un gran narrador, y podría ser uno de los viscerales de nuestra antología. Yo me enganché a este libro gracias a este artículo de Cultura Impopular. Estoy deseando leer el segundo volumen, previsto para enero.

Recogí la lista.
-Desaparecidas, toda la puñetera lista. Y es sólo desde principios del 73 –dijo Oldman–. Un poco más viejas, tengo que admitirlo. Pero cuando desaparecieron tenían todas menos de quince años.
-Lo siento –murmuré pasándole el papel por encima del escritorio.
-Quédeselo. Escriba un puñetero artículo sobre ellas.
Un teléfono zumbó sobre la mesa, una luz parpadeó. Oldman suspiró y empujó hacia mí una de las tazas blancas.
-Bébaselo antes de que se quede frío.
Hice lo que se me ordenaba, cogí la taza y me tragué el té frío de un solo sorbo.
-Para serle sincero, hijo, no me gustan las imprecisiones y no me gustan los periódicos. Usted tiene que hacer su trabajo…
Edward Dunford, corresponsal de sucesos en el norte de Inglaterra, deja de estar contra las cuerdas y sale al ring con renovada energía.
-No creo que encuentren el cadáver.
El comisario jefe George Olman sonrió. Yo bajé la cabeza hacia mi taza vacía.
Oldman se levantó riendo.
-Lo ve en las puñeteras hojas del té, ¿verdad?
Dejé la taza y el plato encima de la mesa y doblé la lista de nombres mecanografiados.
El teléfono volvió a sonar.
Oldman fue hasta la puerta y la abrió.
-Haga usted sus pesquisas y yo haré las mías.


[Traducción de Manu Berástegui]

Cartel de The Last Godfather


Con Harvey Keitel y Jason Mewes.

Vete preparándote, porque tú eres el siguiente

Este es, por el momento, mi último texto para el blog de Ya lo dijo Casimiro Parker. Desde hace un par de meses he estado dándole vueltas a la necesidad de aplazar algunas colaboraciones porque sabía que llegaba un año un poco complicado entre tantas antologías y tantas publicaciones y tantos proyectos (amén de la futura paternidad). Por eso hace poco entregué un último texto para Divertinajes. Y para Culturamas enviaré algo cada dos o tres meses o por ahí. Mi agradecimiento a Eva Orúe, Marcus Versus y Javier Vázquez por acoger mis escritos y proponerme colaboraciones. Tal vez con el tiempo pueda retomarlas. Mi intención también es reducir los textos de las reseñas literarias; de momento, iré colgando las que tenía escritas hace unos 10 días, que son más extensas. Ahora mismo necesito espacio: entre unas cosas y otras, no escribo (salvo artículos) desde finales de agosto, y tengo que continuar trabajando en mi obra. El link al texto de Casimiro Parker es éste.

domingo, diciembre 26, 2010

In hora mortis / Bajo el hierro de la luna, de Thomas Bernhard


Mañana
se cambiará
lo que fue
por el cielo
y la sangre del sol
goteará
sobre la nieve.
No habrá plegaria
que me consuele
al atardecer
ni árbol
que me comprenda.

Mi pena
tendrá que irse a las montañas
y el mirlo
me vigilará
junto a la tumba reciente.


[Traducción: Miguel Sáenz]

viernes, diciembre 24, 2010

Entre lo que se va y lo que viene


El día 17 de diciembre de 2010, en torno a las 8:30 de la mañana, M. y yo entrábamos en un hospital de Madrid para que le hicieran una ecografía. A esa misma hora, mi familia entraba con mi madre en un hospital de Zamora para que comprobaran su estado de salud, muy endeble en los días previos. Un niño gestado tres meses atrás estaba en camino: la eco mostró que estaba sano, que estaba bien, que había vida. No se lo habíamos contado a nadie por consejo del médico. Salimos eufóricos del hospital. Yo imaginaba la reunión familiar que tendríamos el 23 de diciembre para anunciarlo entre risas y champán. Apenas tres o cuatro horas después mi hermana me llamó para decirme que nuestra madre tenía metástasis en el hígado. Los médicos dijeron que no pasaría del fin de semana. Y así fue, como ya sabéis muchos de vosotros: falleció el 19, por la mañana. El 17 de diciembre me dieron una de las mejores noticias de mi vida y también una de las peores noticias de mi vida. Así que M. y yo nos hemos debatido durante estos días entre el dolor y la alegría, entre la risa y el llanto, entre la pena y el júbilo, con ese secreto que nos carcomía por dentro y que nunca pudimos contar a mi madre porque ya era demasiado tarde. Hasta ayer no se lo hemos dicho a la familia. Durante este año, pero sobre todo en las dos últimas semanas, M. y yo hemos zozobrado entre lo que se va y lo que viene, entre lo que va a morir y lo que va a nacer, entre lo que empieza a latir y lo que está dejando de palpitar, entre la gestación y la agonía, entre la salud y la enfermedad. Tal vez a algunos os parezca frío o extraño o impúdico que lo cuente aquí, que lo anuncie en un blog. Sin embargo, en los últimos días he aprendido a mover ficha antes de que sea demasiado tarde. Llevaba meses dándole vueltas a la escritura de una novela relacionada con estos temas (vida y muerte, nacimiento y enfermedad, memoria y olvido) y ahora, por suerte y por desgracia, ya conozco el final de ese libro. Aunque empezaré a escribirlo en febrero o marzo, prefiero que sepáis el argumento. Por si acaso me muero antes de poder acabarlo; nunca se sabe. Para que no quede en el olvido. Esto no es un cuento, aunque parezca una película, una tragicomedia en montaje paralelo. No, amigos, esto es la puta realidad, que no deja de envolverme en su desbarajuste de sorpresas. Feliz navidad.


Dadme aguardiente, fama y amor

¡Dadme aguardiente, porque quiero olvidar!
Quiero malgastar hoy
todas las criaturas que hay en mí y todo el tormento…
¡y acompañarlo con pescado y un trozo de cerdo!

Dadme fama, y podré matarme tranquilo,
¡antes de que mi alma se hinche
y mi orgulloso cerebro se infle
y todos me miren, al necio, boquiabiertos!

Dadme vuestro amor a la mesa,
quiero bebérmelo, nadando muy dentro del cielo,
cien jarros, mil jarros, todos los jarros del mundo,
quiero ahogarme en vuestro amor.


Thomas Bernhard, Así en la tierra como en el infierno / Los locos. Los reclusos / Ave Virgilio

jueves, diciembre 23, 2010

La madre

Ya no podré escribir jamás sin estar torturado por la pena y el recuerdo. Me pregunto, una y otra vez, cómo se sale adelante cuando la pérdida es más grande que el propio universo y uno ha dejado de creer en dioses que le consuelen. Y sólo veo una respuesta: con amor y memoria. Con el amor de los vivos y la memoria de los muertos. Hace poco más de un año, caminando por aceras mojadas por la lluvia de Praga, durante un viaje de placer convertido en vía crucis de dolor espiritual, busqué respuestas a la vida y a la muerte y las encontré en Franz Kafka: K. había fallecido muchos años atrás, pero estaba más vivo ahora que antes. Estaba vivo en las calles, en los museos, en los libros. Para mí la inmortalidad supone no caer en el olvido, que siempre haya alguien que te recuerde. Que honre tu memoria. El pasado octubre, buscando la tumba de Thomas Bernhard en el cementerio de un pueblecito a las afueras de Viena, la tumba que el propio B. no quiso que llevara nombre para que nadie supiera dónde reposaban sus restos, pero a la que añadieron a posteriori una placa con su identidad, me cercioré de nuevo: a pesar de la insistencia del propio autor en desaparecer, no dejamos que su nombre se diluya en el olvido. Y eso es ser inmortal.
La vida me enseña a diario sus lecciones. Me demuestra mis continuos errores, me despeja la maleza para que sepa cuáles son los caminos correctos. La última lección que he recibido es una de las más duras que un hijo puede aprender: no hagas planes para el futuro, no planifiques tu agenda para mañana porque tal vez no haya mañana para ti o para uno de los tuyos. Esta verdad no guarda relación con los proyectos sobre viajes, matrimonios, reuniones y demás eventos y compromisos, sino únicamente con las palabras. Si tienes que decirle algo importante a un ser querido, no esperes a mañana: porque tal vez sea tarde. Díselo hoy. No esperes. Repaso mi obra literaria y periodística y compruebo que está repleta de huellas de aquella que me dio la vida. En mi obra en marcha, yo había planificado para el futuro numerosas señales de gratitud, de cariño, de respeto, de admiración por ella. De amor: unas palabras en un epílogo, otras en los agradecimientos de una novela, un relato en una antología, poemas en otra obra a medio escribir, y, además, un libro consagrado a su figura y a esa búsqueda relacionada con los rastros de Kafka y Bernhard. Y yo pensaba entonces: se emocionará cuando lea esto. Se va a sentir orgullosa y querida. Y luego la vida me reventó por dentro: da igual lo que planifiques, muchacho, pues las cartas están marcadas y el destino está escrito. No he podido correr más, pero juro que lo intenté.
Por eso, mientras escribo este artículo con palabras borrosas por el llanto, trato de resumir aquí lo que saldrá ampliado en esos libros en marcha: porque, nunca se sabe, tal vez para entonces sea tarde. Quiero decir: hoy estoy aquí, mañana no lo sabemos. Seguiré construyendo mi obra, palabra a palabra, verso a verso, lágrima a lágrima, alrededor de su nombre, como he hecho siempre: alrededor de una rosa que heredó la piedad infinita de su madre y el carácter rebelde de su padre, que no tuvo enemigos y dejó surco en las personas (así lo dijo uno de mis familiares), que me enseñó lo que es el respeto y la educación, que me hizo valorar el arte, que necesitaba que dijera que la quería y, sí, se lo dije por fin en su lecho de muerte, que deja atrás tres hijos que la amaron y la sostuvieron. Mujer, artista, ejemplo de humanidad. Pero, sobre todo, Madre: Ana María Franco, te busco y ya no te encuentro. Hasta siempre, mamá.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla

LVR Ediciones


La Vida Rima Ediciones: Jose Naveiras & Ángel Muñoz.

Todo tiene grietas, de Íñigo García Ureta


Hay días raros que también son días bellos: en mi vida secreta, en la que plasmo en estas páginas, nada es blanco y nada es negro. A veces miento y engaño, sí, pero sé lo que está bien (apuntar lo que recuerdo, por si algún día pudiera servir de algo): y bien está no acostumbrarse a las cosas, no permitir que los días nos ganen la partida. En mi vida secreta, a pesar de todo lo que el sol nos depara, hay mucho más: están estas páginas llenas de grietas; páginas que no defenderé, pues es éste un mundo donde todos somos a nuestra manera mentirosos, y aun así nos cogen cojos. Estas páginas no son un periódico, en ellas caben las palabras de una monja vieja enamorada de Robin Hood y los titulares de una publicación conservadora que salía cada Nochevieja y que quizás ya no exista. Al contrario de la de Leonard Cohen, en mi vida secreta no siempre hace frío y no siempre estoy solo. Mi tristeza, hoy, lo confieso, venía también dada por la intuición de que no valía la pena seguir apuntando todo esto, estaba pensando en tirar la toalla. Y ya ves, Prullàs, que siempre hay fuerzas para ascender el precipicio: basta con contar lo que te acontece cualquier día para tener la certeza de que nuestra vida es mucho más, de que hay otra vida secreta, donde también vivimos, donde el tiempo es otro y donde podemos ser lo que fuimos y seremos, distintos y eternos a cada momento.

miércoles, diciembre 22, 2010

Si te caes, te levantas


Mi madre, que en paz descanse, no hubiera permitido bajo ninguna circunstancia que nos hundiéramos. Nos enseñó a afrontar la vida echándole cojones, levantándonos siempre a luchar. Por eso este blog, que es mi amigo y mi confesor, debe continuar. Sólo hay un camino y es hacia delante: me lo han dicho varias personas en estos días de luto. Tienen razón. Como no quiero mortificarme ni mortificaros, tras las navidades abriré un blog dedicado a ella y a su obra, para no mezclar los temas: un proyecto que yo acariciaba desde que supimos de su enfermedad, hace poco más de un año. Un proyecto que no logré hacer realidad porque necesitaba material (fotos, retratos, esbozos, catálogos de sus exposiciones, etcétera) y, en medio de los desbarajustes y trastornos propios del cáncer, ella me decía: “Ya lo buscaremos. Ahora no”. Y ahora se convirtió en nunca. Rebusco entre sus pertenencias y voy sacando ese material. Lo que no evitará que, de vez en cuando, cuelgue en esta bitácora algún artículo (mañana mismo) dedicado a ella, o un poema, o algún cuento, entre otros homenajes que llevo todo el año preparando y que, al final, no podrá ver.

Releo ahora un poema que escribí para una próxima antología y en ella rememoro el último concierto que vimos juntos: el de Leonard Cohen, que abrió con la canción Dance me to the end of love (y me he sobrecogido: ese es el tema que mi hermana le puso en sus últimos minutos de vida; yo no lo recordaba). Colgaré ese poema, aquí o en la otra bitácora. Es lo mínimo que puedo hacer.

La última ilustración que hizo para David González tuvo que hacerla con la mano izquierda, siendo diestra (porque apenas podía mover ya el brazo derecho, con el que pintaba). No estaba del todo convencida de ese dibujo porque le parecía hecho por un niño: pero a mí me llenó de orgullo que dibujara con la izquierda, que no se rindiera, pese a los zarpazos continuos de la enfermedad. Como si dijera: si me arrebatan una mano, me queda la otra. Eso significa no rendirse. Significa echarle ovarios.

Nuestra madre le dijo hace poco a mi hermano que sabía que estábamos preparados para cuando ella se fuera. Así que no queda otra que estar a la altura de sus previsiones. Mi papel consiste en honrar su memoria. No hay más remedio que levantarse, listos para seguir peleando.

GRATITUD:

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Se va, se queda Ana Franco, por Tomás Sánchez Santiago

Cuando la conocí -en mi recuerdo aún infantil hay una muchacha de sonrisa ocupada por el gas precioso de la juventud- era un hada guardando la entrada de los sueños en un cine familiar, el “Barrueco”, donde nosotros entrábamos a sacudirnos la caspa de la tristeza habitual de la ciudad. Ella nos recibía allí, poniéndonos del lado de una vitalidad que sin escrúpulos, en el olor a sal y a monda sucia de naranja de la penumbra de la sala, saltaba a la pantalla donde la vida seguía por su cuenta, prometiendo gloria y riesgo a quienes estábamos educados cuidadosamente en la conformidad.
Así que si alguien se propone alguna vez hacer la crónica lateral de la ciudad adormilada debería nombrarla con respeto a ella: Ana, Ana Franco. Así se llamaba aquella muchacha -¿pero nosotros qué sabíamos?- que se quedaba cada vez entre las manos el recorte decimal de una entrada, la garantía de que rompíamos por fin con las anclas grises de una vida destinada a ser un vals triste, hecho del compás de las frustraciones. Ella nos redimía con su gesto ágil y su nerviosa luminosidad. Nos permitía pasar a descansar de tanta orilla harta. Así la recuerdo ahora en el primer movimiento de la memoria.
¿Y quién iba a imaginar lo que ella ya veía por entonces, con aquella mirada que tanto dañaba por su soltura? Porque en sus ojos había luz perdida de tronera que solo mucho tiempo después yo iba a volver a saber. Fue en un suceso imprevisto. Había pasado el tiempo con su lengüetazo sobre todos nosotros. Y, mediados los años noventa, ella -o quizás su hijo José Ángel: ambos éramos ya amigos- me llamó un día a su taller. Desde otra ciudad, yo acudía entonces mansamente cada tarde pactada hasta aquel espacio modesto y suficiente. La vida se le había puesto difícil y encrespada pero ella creía en la luz y por ese pasapurés de ilusión lo iba filtrando todo. Y en lo que duró el proceso de un retrato hablábamos mucho sin mirarnos: ella trabajaba lentamente y yo escuchaba lo que me iba diciendo mientras cumplía sus órdenes. Hablábamos de sueños. De lo que en los años sesenta hubiéramos querido ser. Sí, de aquellos “
deseos de ser piel roja”, que diría Kafka, más allá de los engranajes perversos del mundo, más allá del destino escalfado, como un huevo frío y pobre, de quienes tuvieron que quedarse en la ciudad. Pero ella eligió no romper el contrato con el país risueño de la infancia. Su alma era naïf, como algunas de sus criaturas, y no le costaba nada ponerla al descubierto. De pronto, en mitad de una palabra, ella me ordenaba con tajante dulzura: “Quieto así”. Y a mí me parecía que jugábamos de nuevo a aquel juego infantil, el esconderite inglés, donde uno debía desafiar al tiempo y quedarse quieto, muy quieto, para que no le rozase siquiera un ala negra mientras lo demás seguía envejeciendo. Alguna vez se lo dije; los dos nos reíamos exactamente así, como dos niños. O como dos pieles rojas.
Y tal vez es lo que me voy a creer a partir de ahora: que te has quedado quieta, querida Ana, que no te has ido del todo sino que has preferido asistir desde la inmovilidad -como yo mismo en aquellas sesiones maniatadas de tu retrato- a nuestra galería de visajes y de esfuerzos torpes por ir ganando metros a la supervivencia. No, no te has ido. Te has escondido en la luz de tu pintura, en tu mundo íntimo de niños y de colores que nadie veía salvo tú. En los ojos que querías pintar siempre grandes como si por ellos pudiera entrar el cajón de sorpresas de la vida.
A mí personalmente me queda aquella niña que pintaste mirando indefensa bajo un paraguas rojo los charcos de una calle llovida, sin atreverse jamás a cruzarla. Una niña que quise mucho desde que la vi y que ya es parte, para siempre, de mi museo privado, ese donde los sueños y las obsesiones hacen trenza común donde apoyarse uno sin miedo. Tú me contaste entonces cosas de aquel cuadro. Ahora prefiero pensar que esa niña eras tú, Ana, a punto de cruzar siempre -oh, ya lo has hecho- una calle de reflejos de lluvia, protegida por colores pimpantes y con la mirada de los que ven más de lo que hay y, por piedad, no siempre nos lo dicen. La mirada de los buenos.


TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO
[Este artículo ha salido publicado hoy, en El Adelanto de Zamora]

El viajero lo agradecería

En las últimas semanas he tenido que ir a Zamora (y volver a Madrid) en un par de ocasiones. Esto supone un total de cuatro viajes. Por razones que aquí no vienen al caso, no me quedó otra opción que utilizar el servicio de autobuses que se ocupa de la línea entre ambas ciudades. Se ofenda quien se ofenda, el autobús es uno de los medios de transporte que más detesto, pese a que, años antes de nacer, mi bisabuelo inaugurara una línea de autobuses entre Fermoselle y Zamora (lo cual, en principio, debería propiciar mi gusto por este medio: pero no es así). Mi aversión data de mi primer año como estudiante en Salamanca, en el que tuve que cubrir, de lunes a viernes, el trayecto entre mi tierra y esa ciudad de origen. Lo detesté porque, entonces, todo parecía conjurarse contra uno en esos viajes: los fumadores de las filas de atrás, que llenaban de humo el pasillo; la calefacción demasiado potente en los viajes nocturnos; el hilo musical que entorpecía el sueño cuando lo único que uno quería era dormir un poco; los asientos de los autobuses viejos en los que monté, tan incómodos que esos vehículos recibieron varios motes por parte de los estudiantes; etcétera.
Sin embargo, y sobre todo para casos de urgencia y necesidad, a veces no hay otra opción que subir al bus. Lo primero que me revienta al montar, suba uno al servicio Normal o al Exprés (en el cual se incrementa el precio del billete porque los asientos son más confortables y sólo se detiene en un punto intermedio), es que al pasajero le toca tragarse o bien la película de dvd o bien la emisora de radio que suena de fondo. Si uno no quiere ver la pequeña pantalla del televisor, basta con no ponerse los auriculares ni mirar al frente. Pero, si no escucha la película, renunciando a esos cascos, tiene por fuerza que oír la radio. Yo suelo pasar los trayectos en bus, tren y avión leyendo algún libro. En uno de estos viajes de los días pasados, y pese a que el vehículo iba casi vacío, los dos pasajeros que me tocaron atrás hablaban demasiado y con un tono de voz muy alto. Harto de oírlos, pues sus conversaciones no me permitían concentrarme en la lectura, cogí un paquete de auriculares y opté por conectarme a la radio. Para mi desgracia, sólo había una emisora: la misma que sonaba por los altavoces. La música comercial y ratonera de los cuarenta principales. Es decir: o sí o sí. O los cuarenta o los cuarenta. O escuchar a la pareja con la radio de fondo o sólo la radio por los auriculares. El dvd no funcionaba.
En el anterior viaje fue aún peor. Tal vez la película hubiera podido servir de válvula de escape para no escuchar la maldición de la radio con sus cansinos éxitos de fórmula. Mas, aquel día, el reproductor de dvd se empezó a averiar. Pusieron una película reciente: una comedia de abogados. Antes de la película, el dvd reproducía el tráiler de esa misma comedia. Luego veíamos los avisos del copyright. Después empezaba el filme. Cuando llevaba un rato, tal vez diez o quince minutos, el lector de dvd se detenía. Entonces veíamos el tráiler, otra vez, los créditos del copyright, el inicio de la película y, unos segundos después, retomaba la escena interrumpida. Pasados diez minutos sucedía lo mismo: interrupción, reinicio, tráiler, copyright, principio y regreso a la escena interrumpida. Fue como un viaje en bucle, como una pesadilla o un disco rayado, como El Día de la Marmota. Y esto con billete Exprés. No lo cuento con intenciones de denuncia, sino como un ruego para que mejoren el servicio, en vez de empeorarlo. El viajero lo agradecería.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla

Una necesidad

Esto lo escribí hace un par de semanas. Mi necesidad de ir al cine.

martes, diciembre 21, 2010

Mi corazón es vuestro, amigos


[Agradezco desde aquí las continuas muestras de apoyo y de pésame: las llamadas, los mensajes, los abrazos, los besos, las lágrimas, las palabras de consuelo. También quiero agradecer a La Opinión de Zamora la necrológica que figura arriba. Me quedan por leer vuestros correos electrónicos y los homenajes en los blogs y en facebook. Lo haré a medida que vaya recopilando tiempo y fuerzas, y no dejaré ni uno sin contestar. Mi corazón, ahora despedazado, es vuestro, amigos y amigas. Me habéis demostrado que, por muchas veces que caiga, siempre estáis vosotros/as para levantarme. Y eso no tiene precio. Eso es la vida. Eso y mantener viva la memoria. GRACIAS. OS QUIERO].

lunes, diciembre 20, 2010

Ana Franco (1954 - 2010)


pintora,
amada madre




[mi gratitud infinita por todas las muestras de apoyo]

viernes, diciembre 17, 2010

Fear


Hacía tres meses que sabía que su madre se estaba muriendo, pero el hecho de saberlo no lo había armado de valor para soportarlo.

Hoy, en León


Entrega del Premio Leteo a Enrique Vila-Matas.

Viscerales / 40. Enrique Vila-Matas


¿Hace falta presentación? En realidad no, pero vamos a hacerla porque en esta antología impera la igualdad. Se trata de uno de los autores más premiados, traducidos y respetados del panorama literario. Un hombre que ya se ha convertido él mismo en literatura, como lo demuestran su extensa bibliografía y sus continuos juegos entre la realidad y la ficción.
En narrativa es autor de los siguientes libros: Mujer en el espejo contemplando el paisaje, La asesina ilustrada, Al sur de los párpados, Nunca voy al cine, Impostura, Historia abreviada de la literatura portátil, Una casa para siempre, Suicidios ejemplares, Hijos sin hijos, Recuerdos inventados, Lejos de Veracruz, Extraña forma de vida, El viaje vertical, Bartleby y compañía, El mal de Montano, París no se acaba nunca, Doctor Pasavento, Exploradores del abismo, Dietario voluble, Ella era Hemingway. No soy Auster, Dublinesca y Perder teorías.
En ensayo es autor de El viajero más lento, El traje de los domingos, Para acabar con los números redondos, Desde la ciudad nerviosa, Extrañas notas de laboratorio, Aunque no entendamos nada, El viento ligero en Parma, Y Pasavento ya no estaba y De l´imposture en littérature. De la impostura en literatura. Vila-Matas / Echenoz.
De Enrique Vila-Matas nos interesaba un artículo en el que repartía estopa y le pedimos permiso para reproducirlo en Viscerales. Con un gesto que le honra y que muy pocos famosos conceden, no sólo nos dio permiso para incluirlo, sino que además lo aumentó y reelaboró, convirtiéndolo en la pieza titulada “Viscerabiliavilamatiana”.
Web:
aquí.

Cartel y trailer de Limitless


Con Bradley Cooper, Abbie Cornish, Robert De Niro. Aquí.

El manuscrito de Dante, de Nick Tosches


Supe de Nick Tosches gracias a la entrevista que le hace Lydia Lunch en Medidas desesperadas. Tratándose de Lydia, sólo podía ser un autor molesto y provocativo. Así que busqué su libro más famoso y, aunque en apariencia parece la típica novela de misterios, no lo es en absoluto y, además, en su interior aguardan las sorpresas.

Por un lado tenemos la historia de un sicario que reune casi todos los vicios y perversiones, un redomado hijo de puta sin escrúpulos y con muy pocos remilgos, y que es uno de los personajes más sádicos que he encontrado en la literatura; esta parte tiene algo de novela negra y es muy entretenida. Por otro, el autor incluye algunos bosquejos de la historia de Dante: a ratos, estos pasajes me aburrieron. Y luego está la tercera línea argumental, la más extensa y, para mí, la más interesante: la historia del propio Tosches, pero la de un alter ego, en realidad, que confiesa asuntos inconfesables y en los que se mezclan la ficción y la autobiografía (a la manera de Bret Easton Ellis en Lunar Park). Aunque al principio desconciertan, luego esas tramas se van uniendo: un mafioso pide al escritor y al sicario que recuperen el manuscrito original de La Divina Comedia en Italia, manuscrito que se consideraba perdido o inexistente, y que, además, Tosches lo valore. Para cerciorarse de su autenticidad.

Una vez terminada la lectura, te das cuenta de lo que ha hecho Nick Tosches: ha camuflado un libro sobre un hombre roto, herido y desesperanzado, con la estructura de una novela de misterio. Pero lo que prevalece es lo otro, lo primero, la historia feroz de ese narrador que no cesa de soltar cañonazos en cada página, o que habla del gran Hubert Selby:

Yo tenía diecinueve años, no faltaba mucho para que naciera mi hija, cuando me pagaron por primera vez por escribir. Antes de eso, mi amigo Phil Verso era el único con el que compartía todo lo que escribía. Nos conocíamos desde el octavo curso, antes de la publicación del libro que me daría lo que Moby Dick no había conseguido, el libro que me despertó, me liberó y me inspiró: Última salida a Brooklyn, de Hubert Selby, Jr. Entonces yo tenía quince años, y Selby, que se convirtió en un querido amigo, siguió muchos años después despertándome, liberándome e inspirándome de un modo que tenía poco o nada que ver con la escritura. De los tres escritores vivos a los que considero grandes (los otros son Peter Matthiessen y Philip Roth), es Selby aquel cuyo arte y cuya alma llegan más alto, y es a él a quien más respeto, como escritor y como hombre.

*

Sólo los artistas trabajan de verdad por su familia y sus descendientes, y se debe a que ellos en persona nunca llegan a ver un puto cheque. A los artistas no les pagan por horas. No les pagan por semanas. No les pagan por mes. No les pagan por año. Les pagan a modo póstumo. En vida no hay nada: ni siquiera un anticipo, ni siquiera el gesto de un diez por ciento.

*

No es que lo que hacemos en vida nos mate. Lo que nos mata es lo que no hacemos.


[Traducción de Carlos Lacasa Martín]

Hoy, en Madrid


Recital de Marta Noviembre.

Blake Edwards (1922 - 2010)


Ayer tuve que ir y volver a mi tierra en autobús, en el día, y estuve totalmente desconectado del mundo. De regreso a Madrid, cansado, por la noche, me encontré con esta mala noticia: la muerte de uno de los directores que más me han hecho reír, y del que, curiosamente, hace algunos meses estuve revisando algunas de sus películas, inolvidables. Tan inolvidables como éstas: El guateque, Desayuno con diamantes, La Pantera Rosa y secuelas, Días de vino y rosas, Dos hombres contra el Oeste, 10. La mujer perfecta, Cita a ciegas, ¿Víctor o Victoria?, Una cana al aire...

jueves, diciembre 16, 2010

Trailer de The Tree of Life


La nueva película de Terrence Malick, con Brad Pitt y Sean Penn. Impresionante.

Viscerales / 39. Déborah Vukušić


Poeta y actriz, medio gallega y medio croata, ha publicado los poemarios Guerra de identidad (reeditado y corregido posteriormente junto al poemario Cuaderno de batallas) y Perversiones y Ternuras / Perversións e Tenruras. Participa en las antologías 23 Pandoras. Poesía alternativa española, Mujeres cuentistas, No me gustaría palmarla. Poemas ilustrados, La manera de recogerse el pelo. Generación Blogger, Poesía Capital, El Tejedor en… Madrid y Beatitud: Visiones de la Beat Generation.
Déborah ha rodado cortos (por ejemplo, es la protagonista de Sin Título, cortometraje de Mario Crespo, uno de los antólogos de este libro), ha participado en series de televisión, actuado en obras de teatro y en performances, ha sido animadora, locutora, presentadora, colaboradora en tertulias televisivas y en recitales de poesía…
Muchos descubrimos a Déborah Vukušić (“abeja con orejas de lobo”) gracias a ese primer libro publicado, Guerra de identidad, que fue como una tempestad en el panorama poético. Aunque lo suyo suele ser la poesía, para Viscerales nos entregó un texto en prosa, fragmentado en 15 notas, que va a sorprender a muchos.
Blog: aquí.

Llega Stoner


Hace unos meses, en la Feria del Libro de Madrid, Tito Expósito me comentó que un amiguete común, Antonio Díez, estaba traduciendo esta novela de John Williams (no confundir con el compositor de cine). Y desde entonces tengo ganas de leerla. En Estados Unidos es un libro de culto. Hasta que la encuentre en alguna librería, os dejo con el argumento, copiado del blog de Baile del Sol:

William Stoner, hijo único de un matrimonio de granjeros que sobrevive en la penuria material, es enviado a estudiar Agricultura a la Universidad de Missouri. El objetivo de su padre es sencillo: que el chico aprenda técnicas nuevas y que, a la vuelta, se haga cargo de la granja.
Pero en esas clases donde se sabe un intruso, y extrañamente espoleado por un profesor irónico y cascarrabias, Archer Sloane, descubre la literatura, y de qué manera los libros pueden cambiar su vida.
Siguiendo el consejo de Sloane, Stone decide no seguir a los compañeros que se alistan para combatir en la Primera Guerra Mundial, y también gracias él se convierte en profesor. Luego, conoce a la joven Edith, que pronto convierte en su mujer. Es su primer gran error, y aunque el nacimiento de su hija Grace le concede una tregua, la vida conyugal será siempre un infierno contra el que su carácter pasivo le impedirá rebelarse.
Enfrentado también a un colega del claustro que llega a ser su superior, los años pasan entre las miserias personales y las decepciones profesionales. Sólo una breve pero intensa aventura amorosa y una tardía reivindicación de su valía profesional alivian sus últimos años, que se consumen sin haber logrado lo único que de verdad ansiaba: la paz interior.

Trailer de Shoah


Reestreno de Shoah en USA, como ya anunciamos. El trailer: aquí.

Hoy, en Madrid





La fiesta de Contexto, el libro de relatos de Julio Jurado y la novela de Pablo Álvarez Almagro (que tendrá como presentadores al crítico Jordi Costa y al cineasta Pedro Temboury). No creo que pueda asistir a ninguno de estos actos porque hoy toca viajar.

Próximamente: Un matrimonio feliz


Entre las novedades del próximo trimestre de Libros del Asteroide me llama la atención esta novela porque su autor es Rafael Yglesias, guionista de varias películas, entre ellas Desde el infierno, Sin miedo a la vida y La muerte y la doncella. Dichas novedades pueden verse aquí.

A la hora señalada

El lunes estuvimos con Tomás Sánchez Santiago en Madrid. Acudió a La Casa Encendida a dar una conferencia y Mario Crespo y yo no quisimos perdérnoslo. Lo que tiene Madrid, en cuanto a los actos de esta índole y los recitales y presentaciones de libros, es que siempre hay retrasos. Nunca nada va sobre lo esperado, nada se ajusta a los horarios: el público suele llegar tarde (el metro, el autobús, el tráfico, la distancia, la salida del trabajo…), los conferenciantes y presentadores y también los poetas alargan sus intervenciones hasta límites intolerables (porque a menudo se pasan del tiempo que les han permitido), y así se van acumulando retrasos, de tal manera que un acto que debería empezar, por ejemplo, a las ocho de la tarde y terminar a las nueve, puede acabar a las diez y media por las demoras y por los excesos orales de los participantes. Tengo amigos que organizan actos y juran que empezarán a la hora. Luego no pueden cumplirlo: porque, si a la hora señalada no hay nadie, y la gente tarda treinta minutos en asomar el gañote, no se puede hablar para una sala vacía.
Por eso, cuando llega alguien de fuera y hay retrasos, yo me siento incómodo respecto al visitante. Aunque Madrid no sea mi ciudad de origen ni sea cosa mía la organización del acto. Esa sensación la tuve el lunes y tengo que señalarlo porque alguien debe decirlo: a Tomás le tocaba hablar a las siete de la tarde y él llegó antes de la hora, con antelación, pero entre los retrasos habituales y los conferenciantes que comen más tiempo del que les toca, empezó su explicación sobre ciertas claves de la obra de Claudio Rodríguez en torno a las nueve menos veinte de la noche. Lo peor fue que, como a las nueve y media, al parecer, cerraban las salas, interrumpieron su conferencia (destinada a universitarios apuntados a un curso de tres días sobre Claudio y sobre José Ángel Valente), y doy fe de lo mucho que estábamos disfrutando con sus explicaciones sobre la voz y las despedidas en los poemas de nuestro paisano. Cuando Tomás se pone a hablar, te embruja, y eso se notó en los aplausos de los estudiantes, y también me lo dijo Mario al término de la breve conferencia interrumpida. Pero a nuestro buen amigo Tomás le dan igual los cumplidos y los elogios, creo que nunca se los toma en serio o es demasiado humilde para aceptarlos: en ese sentido, es como esas chicas de nuestra adolescencia que no nos hacían caso, esas a las que uno piropeaba y, como respuesta, te hablaban del tiempo o de lo que fuera. Digo todo esto en broma y en el buen sentido. El asunto es que me sentí incómodo: alguien se desplaza, viaja en tren, se pasea por Madrid, se aloja en un hotel, va de aquí para allá con un cartapacio bajo el brazo y el cartapacio contiene folios de un estudio que ha preparado con paciencia de relojero durante meses, y al final ni siquiera puede contarle a los muchachos lo que tenía preparado. Sé que es frustrante. No estoy echando la culpa a nadie: en Madrid esto es habitual y Tomás lo aceptó con deportividad. En Madrid vas a un recital de veinte minutos y te acaba ocupando más de dos horas de tu vida; como mínimo.
Sin embargo, y pese a que su charla sólo duró unos cuarenta y cinco minutos, creo que los estudiantes se engancharon. Que amaron un poco más la obra de Claudio. Y eso, al fin y al cabo, es lo que importa. Breve, pero certero. Corto, pero interesante. Tomás nos presentó al poeta, crítico y traductor Jordi Doce, a quien de vez en cuando leo en su blog, y al poeta y profesor Miguel Marinas. También estaba Clara Miranda, la viuda de Claudio: como siempre, sonriente y encantadora.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla

miércoles, diciembre 15, 2010

En mitad de la noche un canto, de Jirí Kratochvil


Vengo ahora mismo de la presentación a la prensa de esta novela. Como me gusta hacer los deberes, leí el libro unos días antes. Jirí Kratochvil, autor checo nacido en 1940, estaba presente y bien flanqueado por dos mujeres guapas: Patricia Gonzalo, su traductora, e Iveta Gonzálezová, miembro del Centro Checo de Madrid. Kratochvil empezó a escribir ficción en los 80, pero hasta después de la llamada Revolución de Terciopelo no pudo publicar de manera oficial (sólo mediante publicaciones clandestinas).

El principio de su libro engancha y es deslumbrante: Fui concebido bajo un firmamento iluminado por proyectiles y con la tos asfixiante de los lanzacohetes katiusha como ruido de fondo, y nací poco antes de la Navidad de aquel año que sería el último de la guerra y el primero de la paz. Y en la siguiente página se narra la concepción de ese personaje, fragmento que por sí solo podría ser un relato aislado: su madre fue violada por una cuadrilla de soldados (experiencia real que un hombre le contó al autor, como reconoció Kratochvil durante la presentación: la madre de aquel hombre fue violada por soldados soviéticos al invadir Chequia); la peculiaridad de ese relato es que está contado con un humor negro magistral, y ese humor negro sirve de colchón para amortiguar los pasajes llenos de las atrocidades de los totalitarismos que enmarcan históricamente al libro. El narrador cree (así lo imagina) que su auténtico padre fue el violador número 16. El humor sirve de protección para los traumas.

En la novela hay dos voces narrativas: las de dos personajes cuyas historias confluyen al final, dos muchachos en busca de padre (el de uno es el soldado desconocido; el de otro, un hombre que emigró sin dejar pistas). Una de las narraciones es más fantasiosa, con toques de realismo mágico (Kratochvil reconoció esta mañana su deuda con Borges, García Márquez y Cortázar, entre otros); la otra resulta más dura, con recuento de registros policiales, interrogatorios, enfermedades y recuerdos de la guerra. Ambas historias retratan los años que van desde mediados de los 40 hasta los 80, lo que significa que retratan el nazismo, el comunismo, la Primavera de Praga… Pese a sus connotaciones políticas, Kratochvil dijo esta mañana que, al servicio de la política, debe estar un buen periodismo y una buena ensayística, pero no la literatura, que debe centrarse en el hombre, en las experiencias individuales, y no en la sociedad.

Tras la rueda de prensa en Tipos Infames (librería-cafetería muy recomendable, en Malasaña), le pedí al autor, por intercesión del editor y la traductora, que me firmara mi ejemplar. Me pareció un hombre bondadoso, muy agradable. Esta tarde presentan al público la novela, en La Buena Vida: os aconsejo acudir, no todos los días tenemos a un prestigioso escritor checo en Madrid. Enrique Redel, editor de Impedimenta, dijo que publicará un libro de Kratochvil cada año: eso espero, y también espero que publique su ensayo Posmodernidad, amor mío.


[Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús]


Próximamente: A la caza de la mujer


The Hilliker Curse: My Pursuit of Women, segundo tomo de la autobiografía de James Ellroy (recordemos el primero: el magnífico Mis rincones oscuros), será publicado en breve por Mondadori con el título A la caza de la mujer.