"En lo que me concierne, no soy un escritor, soy alguien que escribe…" (Thomas Bernhard)
martes, septiembre 30, 2014
Vineland, de Thomas Pynchon
El trailer de Inherent Vice, la adaptación de la novela Vicio propio (de Thomas Pynchon) que ha rodado Paul Thomas Anderson, me ha recordado que meses atrás leí por fin Vineland, y que aún no la había recomendado aquí.
La primera mitad me fascinó, sobre todo cuando Pynchon empieza a endosarnos citas sobre la cultura popular, y un sinfín de referencias literarias y cinematográficas y creo que también televisivas (si la memoria no me engaña). A partir de la segunda mitad empecé a fatigarme un poco. La razón es sencilla: Pynchon es un escritor complejo y difícil, pero no porque sus libros sean filosóficos e ininteligibles, sino por la acumulación de datos, de fechas, de personajes, de situaciones, de referencias, de anécdotas, de descripciones, de episodios históricos… Es tanto lo que Pynchon exige a la atención del lector que éste nunca puede relajarse leyéndolo, y constantemente debe estar alerta para que tanto dato no lo abrume.
No cuento el argumento porque, en los libros de Pynchon, creo yo, no importa tanto. Es decir: es un escritor del cómo antes del qué. Dado que todo se va enredando, es mejor que los lectores lo descubran por sí mismos. Yo me lo pasé en grande, aunque me divertí un poco más (o me cansé menos) leyendo Vicio propio, que en cambio es quizá su novela más denostada. Un extracto del inmenso talento de Pynchon:
En los viejos tiempos habían deambulado juntas por el país en una caravana dispersa y poco visible, integrada por sedanes de tamaño medio, furgonetas con y sin carrocería de camping, una camioneta Econoline para el equipo y un Sting Ray sarnoso y descromado pero aun así impetuoso que servía de unidad patrullera de alta velocidad, manteniéndose todos en contacto por medio de radio CB, por entonces una novedad en la carretera. Buscaban desórdenes, los encontraban, los filmaban y se llevaban rápidamente el registro de su testimonio a algún lugar seguro. Creían especialmente en la capacidad reveladora y devastadora de los primeros planos. El poder, cuando corrompe, inscribe su desarrollo en el rostro humano, el más sensible de los dispositivos memorizadores. ¿Quién podía soportar la luz? ¿Qué espectador podía creer en la guerra, en el sistema, en las innumerables mentiras sobre la libertad americana contemplando esas tomas inmediatas de lo que se compraba y vendía, oyendo a las voces sincronizadas repetir las mismas fórmulas, evasivas, sin afecto, desconectadas de lo que antaño hubieran sido por promesas de lo que nunca llegarían a alcanzar?
[Tusquets Editores. Traducción de Manuel Sáenz de Heredia]
sábado, septiembre 27, 2014
Memoria del vacío, de Marcello Fois
Hay deudas recientes y deudas antiguas. Y cuando se empieza a pagar, se pagan todas, dice Samuele Stocchino, el protagonista de esta gran novela. Ése es precisamente uno de los motores que lo mueven: Dentro de aquella cálida oscuridad conocí mi destino: la soledad, la muerte del cariño, el gruñido de la venganza.
Marcello Fois se inspira en un personaje "histórico, y al mismo tiempo legendario": Samuele Stochino (al que él suma una "c" en el apellido) para narrar la vida de este soldado y posteriormente bandolero, ansioso de ajustar cuentas. Todo empieza como empiezan muchas pendencias que, en los entornos rurales, acaban en baños de sangre: una noche, cuando Samuele y su padre regresan a pie de un bautizo y se detienen en la casa de un tonelero a pedir un vaso de agua para el crío; el hombre lo deniega y dice que a esas horas no abre la puerta a nadie; y el padre, ofendido, hace una marca en el suelo, junto a la entrada, una "S" que simboliza su apellido y que obliga a las mujeres a santiguarse cuando la ven. Aquella tontería (o aquella ofensa, según se mire) es el desencadenante de una serie de burlas, enemistades y malentendidos que acarreará putadas y matanzas. Samuele es un muchacho que cobija dentro a un lobo, a una bestia agazapada que terminará explotando: es la lucha entre los ricos y los pobres, es el equilibrio necesario para mantener el honor.
Al fondo hay contiendas (la guerra de Libia, la Primera Guerra Mundial), hay leyendas (entre otras, las que pregonan una y otra vez que Samuele ha muerto), hay pendencias (con ramas familiares, con hombres que se hacen odiar), hay trincheras (quizá los mejores pasajes del libro)… La novela te atrapa desde las primeras líneas porque Fois es un narrador de raza, capaz de conjugar distintas voces narrativas y saltos en el tiempo hasta llegar al fascismo y Mussolini, mostrándonos esos años en los que anidan el vacío, la guerra y el destino. No os la perdáis. Un extracto:
«Uno entiende muchas cosas mientras espera inmóvil, sepultado en la trinchera, con una especie de sabor a muerte y enterramiento. Sabor a tierra. Uno entiende, por ejemplo, en qué medida es importante saber leer y escribir. Sí, ya sé que se dice que para la guerra es necesario tener valor y el armamento adecuado, pero eso no basta. En esta guerra la escritura es tan necesaria como un buen equipamiento. Nosotros comprobamos a diario cómo cambia el estado de ánimo de quienes reciben noticias, aunque recibir noticias significa también que hay que saber escribirlas. Así es. Aquellos a los que nadie escribe tienen la sensación de estar muertos antes de ser abatidos al saltar de la trinchera. Muertos en el recuerdo, porque no tienen medios para narrarlo, y muertos de miedo, y de frío, y de asco. Los primeros días parece que es totalmente imposible sobrevivir, aunque luego, a base de beber grapa, comprende uno lo fundamental: no es necesaria la voluntad. Ni siquiera la voluntad de sobrevivir».
Samuele ha aprendido bien estas cosas, tanto en su etapa de recluta en Libia como en su vida civil en el pueblo: no existe la voluntad, sobrevivir depende únicamente de la resistencia. Y él ha resistido a fuerzas que habrían destruido a cualquiera.
[Hoja de Lata. Traducción de Francisco Álvarez González]
jueves, septiembre 25, 2014
Yo soy Espartaco, de Kirk Douglas
De vez en cuando necesito leer libros de cine: ensayos, biografías, memorias, entrevistas, diccionarios, anécdotas de rodaje… lo que sea. Hace un montón de años, uno de esos libros fue El hijo del trapero, la autobiografía de Kirk Douglas, uno de los astros más grandes de la historia del cine, capaz de ser un tipo duro, un romántico, un soldado, un esclavo, un pintor, un gángster, un cowboy, un periodista sin escrúpulos… Lo que se propusiera. Kirk Douglas es Ulises, es Van Gogh, es Espartaco, es Doc Holliday. Pero Douglas también fue un gran productor (y digo "fue" porque, aunque aún siga vivo, ya próximo a los 100 años, no ha vuelto a producir películas), gracias a Bryna Productions, que financió Senderos de gloria, El último tren de Gun Hill, Pacto de honor, Los justicieros del Oeste o Espartaco, la película que en este post nos interesa.
No es difícil imaginar, entonces, lo mucho que he disfrutado con este libro. Lo primero que demuestra el actor/escritor es su lucidez: lo ha escrito a los noventa y tantos años, y, aunque se habrá servido de una exhaustiva documentación para ejercitar la memoria, y de algunos amigos y familiares, su prosa nos revela a un hombre que no chochea, que cuenta las cosas con gracia e incluso sabe reflejar la tensión de un momento difícil (véase el pasaje en el que, subido a un caballo en mitad de un rodaje, mantiene un diálogo tenso con Stanley Kubrick); e incluso, en algunas notas en las que se aparta del pasado, reconoce que su carácter era duro, que antaño lo dominaba la ira y logró cambiar.
Yo soy Espartaco no es una colección de anécdotas de rodaje, aunque hay unas cuantas. Es la historia de cómo un hombre de gran calibre y con los huevos bien puestos logró producir y protagonizar y poner en pie un peliculón: Espartaco. Cómo se enfrentó a un montón de dificultades (lucha de egos de las estrellas, manías de Kubrick, presiones de los censores y de los distribuidores, conflictos varios…) y cómo contrató a Dalton Trumbo (que entonces era un proscrito tras ser víctima de la Caza de Brujas de McCarthy y haber sufrido juicio y prisión) para escribir el guión, y cómo dio la cara por él antes del estreno, exigiendo que se supiera qué escritor había contratado, escritor y guionista al que despojó del pseudónimo para que el mundo supiera que no iban a esconderse más. Por si fuera poco, hay párrafos muy interesantes para los cinéfilos como yo; por ejemplo, la descripción de Kubrick, el momento en que Vivien Leigh incomodó a Laurence Olivier delante de sus invitados o aquellos encuentros con su colega Frank Sinatra (quien lo llamaba cariñosamente "Kirkela"), sin olvidar algo que yo desconocía por completo: que, cuando en 1991 recuperaron la escena eliminada (por la censura) de "las ostras y los caracoles", que sugiere tendencias homosexuales en los personajes de Tony Curtis y Laurence Olivier, la pista de sonido ya era inservible y tuvieron que grabar de nuevo las voces; Curtis lo hizo; Olivier ya estaba muerto, y le encargaron el doblaje a un gran imitador de voces: Anthony Hopkins. Unos fragmentos:
Lo que más recuerdo de Kubrick eran sus ojos. Parecían los de un basset, con esas bolsas grandes y tristes. Lo que no comprendí en esa primera reunión fue que su aspecto somnoliento albergaba a un hombre que siempre estaba muy despierto, siempre pensando.
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Los buenos escritores destacan por lo mal guionistas que son. Scott Fitzgerald, Theodore Dreiser, Sinclair Lewis…, ninguno consiguió dominar la técnica.
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Pronto me enteré de la razón de la angustia extrema de Larry [Laurence Olivier]: lady Olivier, Vivien Leigh. Poco después de que comenzara la producción, ella ofreció un almuerzo para Burt y para mí en su casa, en Notley. Entre los invitados se encontraba el refinado George Sanders y su esposa, Benita. Los Olivier parecían la viva imagen de unos anfitriones muy corteses.
De repente, esa imagen quedó hecha pedazos bruscamente. Vivien, que mantenía una conversación privada con su esposo, levantó la voz lo bastante para que se la oyera en toda la habitación. "Larry, ¿por qué ya no me follas?".
Todas las conversaciones se interrumpieron. El dolor visible en el rostro de Larry era evidente, pero no dijo nada. George Sanders alivió la tensión alzando su copa de vino con un brindis fingido por la pareja.
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Los egos chocaban como las espadas. Stanley Kubrick contra Dalton Trumbo. Charles Laughton contra Laurence Olivier. Kubrick contra su camarógrafo, Russell Metty. Peter Ustinov comparó la política del plató con la situación de un "gobierno balcánico, a la vieja usanza".
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Aunque yo no viajé a España, las informaciones periódicas que recibía eran, en partes iguales, alarmantes y estimulantes. Nada más salir por la puerta del aeropuerto, todo el asunto se vino abajo. El generalísimo fascista Francisco Franco ordenó a su ministro de Defensa cancelar el proyecto cuando nuestro equipo ya había llegado a Madrid. Tras una serie de negociaciones frenéticas –que, según me enteré posteriormente, incluyeron un pago en efectivo realizado directamente a la "organización benéfica" de la esposa de Franco–, el rodaje volvía a ponerse en marcha. Contratamos 8.500 soldados españoles, a razón de 8 dólares diarios, para que representaran el papel tanto de soldados romanos como de esclavos rebeldes.
La única orden terminante que dio Franco fue que no autorizaba que ninguno de sus soldados muriera en la película. No es que le preocupara mucho su seguridad, simplemente no quería que nosotros hiciéramos que pareciera como si murieran. Orgullo español.
[Capitán Swing. Traducción de Ricardo García Pérez]
miércoles, septiembre 24, 2014
Un viaje llamado vida, de Banana Yoshimoto
Una de las autoras japonesas cuyas obras tenía pendientes de lectura era Banana Yoshimoto. Ahora acaban de publicar Un viaje llamado vida, que consiste en una colección de crónicas de viajes y de fragmentos sobre las personas, los alimentos y los lugares que han enriquecido su identidad, y me pareció el libro adecuado para empezar a leerla. Es el primer título de la nueva colección de la prestigiosa Satori Ediciones, la colección de Literatura Contemporánea, que nos deparará interesantes títulos.
El germen de este libro está más o menos contenido en estas frases de la autora, ya al final del volumen: Quiero ir acumulando en mi mente tantos recuerdos que no quepan en mi vida. Si todo el mundo puede entender esto, quizá entonces no habrá tiempo para tonterías como las peleas matrimoniales ni la neurosis que causa la crianza de los hijos. Esto revela perfectamente el tono de Yoshimoto: para ella lo fundamental es tener una vida plena, en la que predominen los placeres, las sensaciones y los momentos agradables, y esa colección de estampas se irán convirtiendo en recuerdos. Banana Yoshimoto sabe que un viaje siempre mejora cuando ya está en nuestra memoria, que todo lo magnifica. En conjunto, es un libro que transmite buenas vibraciones. Algún crítico, leo ahora en una web, definió con acierto la prosa de esta escritora: Su lenguaje es de una engañosa sencillez. Ahí van unos ejemplos:
Sin embargo, al parecer, la magia de los viajes comienza cuando uno vuelve a su vida cotidiana.
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En Japón, tengo la sensación de que algo pesado impregna el aire.
Ese peso oprime principalmente a los hombres de mediana edad y a las mujeres jóvenes. Eso es también presión económica.
Respecto a los hombres, no los he observado lo suficiente como para poder opinar, así que se lo dejaré a los demás (los caballeros atractivos a los que veo, todos tienen muchas cualidades y solo me muestran su mejor lado), pero he sido testigo de varios ejemplos en el caso de las chicas.
Tengo a muchas conocidas que han sido machacadas por las exigencias de la era contemporánea, y que ahora ya no son capaces de participar en la realidad, o que han enfermado, o que hasta su fisonomía se ha vuelto tan antipática que se niegan a hablar con nadie.
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Por otra parte, los seres humanos no están hechos para vivir solo cómoda y felizmente por mucho tiempo. Los hombres son criaturas que quieren estar con otros hombres. Ya sean amigos, familiares, mascotas o un marido, una persona no sabe estar sin tener relaciones con alguien; así somos los seres humanos. Sin embargo, todos estamos ocupados y difícilmente podemos dedicar tiempo a nuestros seres queridos. Tenemos la sensación de vivir presionados por el tiempo, y ni siquiera sabemos exactamente si queremos ver a los amigos para charlar o para comer juntos cualquier cosa, aunque no sea algo especialmente delicioso.
En medio de toda esa confusión, en este mundo frío, se les exige a las mujeres jóvenes de hoy día mantener la casa en orden, mantenerse bellas a pesar de la edad, estar al día de lo que pasa en el mundo, trabajar fuera de casa para ganar dinero, olvidarse del valor de la tradición, pero llevarse bien con sus padres y suegros, apoyar a su marido y dar a luz a los hijos…
Se mire como se mire, es demasiado.
No obstante, las personas buenas y serias, con un fuerte sentido del deber, tratan de cumplir con las expectativas por todos los medios, pero en lugar de recibir placer y bienestar, acaban estresadas y finalmente se sienten rotas. Solo se vive una vez y cada persona es única. Nos estamos olvidando de las cosas fundamentales.
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La infinidad de cosas que los padres les exigen a sus hijos es tan aplastante como para definirla casi de violencia. Y por eso precisamente, la única cosa que podemos hacer es intentar comunicarnos con los hijos con dedicación y con sinceridad.
[Satori Ediciones. Traducción de Rumi Sato]
lunes, septiembre 22, 2014
Pastoralia [Ed. 2014], de George Saunders
¿Cómo reseñar un libro que leí un montón de años atrás (en la primera traducción de Mondadori), que releí hace casi un año (en la misma edición) y que posteriormente comenté en este blog y que he vuelto a releer hace unos días (en la nueva traducción de Ben Clark)? Bien, todo lo que dije entonces sobre estos magníficos relatos de George Saunders no varía un ápice de lo que pienso ahora, así que os emplazo a ese comentario.
No obstante, debería añadir algunas cosas. Por ejemplo: mi texto favorito sigue siendo el titulado "Pastoralia". Por ejemplo: que, como tengo ambas ediciones, a veces me he dedicado a comparar los textos, en algunos pasajes. Y me atrevería a decir que la traducción es radicalmente distinta. Incluso hay momentos en los que el sentido cambia por completo. La de Ben Clark, creo yo, es más actual o más fresca, menos rígida, incluso más literaria y a la vez más plegada a los intereses de Saunders (un autor jodido de traducir, con todos los juegos de palabras que emplea y las patadas que algunos de sus personajes les dan al diccionario). El libro, por otra parte, está agotado y descatalogado, así que es un acierto doble que en Alfabia lo rescaten, lo reediten, lo vuelvan a lanzar.
Ahora saldrá alguien diciéndome que conozco a Ben Clark y que lo digo por eso, y me la suda lo que piensen los demás y la antigua traducción no era mala ni mucho menos, pero ésta ha sido mejorada y su traductor es de origen británico. Así que vamos a hacer una prueba. Lean el fragmento que colgué en mi post. Y ahora lean el mismo fragmento en la traducción de Alfabia:
"Es triste", dice. "Lo único que ocurre es que es triste. Vivimos en un mundo hermoso, lleno de retos hermosos y flores y pájaros y gente fantástica, pero, lamentablemente, también hay unas cuantas manzanas podridas, como esa Janet de marras. ¿La odio? ¿Quiero que la maten? No, por Dios. Pienso que es fantástica, quiero que reciba un montón de alabanzas mientras le dan un masaje con aceite caliente, tiene ciertas facciones muy bonitas. Pero, mira lo que te digo, no le pago para que tenga facciones bonitas, le pago para que haga un buen trabajo, día sí y día también. ¿Lo hace? ¿Hace un buen trabajo día sí y día también? No. Y luego estás tú, que te han endosado una compañera que no está a tu nivel. Me sabe mal por ti. Está frenando tu ascenso y tu evolución. La gente comenta tu caso en nuestra cafetería. Mira, yo ya sé que Janet no es santa de tu devoción. Sé que te resulta una carga. Lo leo en tus ojos. Y eso debe fastidiarte. Porque tú eres bueno. Muy bueno. Uno de los mejores que tenemos. Y ella es mala, muy mala, una de las peores que tenemos… a veces me dan ganas de darle una bofetada por todo lo que te está haciendo.
[Ediciones Alfabia. Traducción de Ben Clark]
viernes, septiembre 19, 2014
Sobre la escritura. James Joyce. Edición de Federico Sabatini
Compré este libro en cuanto supe que consistía en una selección de citas de James Joyce (labor extraordinaria del editor, Federico Sabatini, encargado de la criba y las elecciones) y no en un manual o guía para escribir. Las frases provienen de todas sus obras narrativas, de sus cartas y de un libro de conversaciones con Joyce. Así que no hay mucho más que decir. Como admiro a James Joyce por Ulises y por Dublineses, me lo he pasado en grande. Aquí van unas cuantas sentencias:
El artista parte de la riqueza de su propia vida para crear.
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Toda modalidad artística tiene sus limitaciones; un libro hay que juzgarlo por lo que logra dentro de sus límites.
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Lo que importa, sin embargo, no es lo que uno escribe, sino cómo escribe; a mi entender, el escritor moderno debe ser ante todo un aventurero y estar dispuesto a correr cualquier riesgo y a fracasar en su empeño si hace falta.
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El otro día estuve pensando en mi novela. ¿Cuánto tiempo llevo con ella? ¿Vale la pena seguir?
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Me propuse escribir un capítulo de la historia moral de mi país, y decidí situar la acción en Dublín, porque esta ciudad me parecía el centro de la parálisis. He tratado de mostrársela a los indiferentes lectores en cuatro momentos distintos: infancia, adolescencia, madurez y vida pública. Los relatos están dispuestos en ese orden.
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Quiero ofrecer de Dublín un retrato tan cabal que la ciudad pudiera, en el caso de desaparecer de repente, reconstruirse por completo a partir de mi libro.
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Al escribir Ulises trataba de reflejar con palabras el color y el sonido de Dublín: su aspecto gris y sin embargo reluciente, sus alucinadoras neblinas, su destartalado caos, el ambiente de sus bares, su estancamiento social. Estas cosas no se podían transmitir más que a través de la textura de las palabras. Las ideas y el argumento importan menos de lo que piensan algunos. Toda obra de arte tiene por finalidad comunicar emociones; el talento es el don que permite hacerlo.
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Reprochar a un escritor que su obra no esté concebida de manera razonable me parece una mala crítica, pues una obra de arte no tiene por objeto relacionarse con los hechos, sino comunicar una emoción.
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Lo que hace desdichada la vida de la mayoría de la gente es un sueño malogrado, un ideal irrealizable o mal concebido. De hecho, cabría decir que el idealismo es la perdición del hombre: si afrontáramos la realidad, como no les quedaba más remedio que hacer a los hombres primitivos, nos iría mejor.
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Mis dos primeros editores no me pagaron derechos, porque en ninguno de los dos casos se vendió el número necesario de ejemplares. En el caso del segundo editor, tuve que comprar 120 ejemplares de mi libro a precio de mayorista como condición para que se publicara.
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El escritor no debería escribir nunca sobre lo extraordinario. Eso es tarea del periodista.
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El propósito del escritor es describir la vida de su tiempo.
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Me molesta que me hagan callar. Y me gusta oír ruido a mi alrededor cuando estoy trabajando: el ruido de la vida.
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Según va cambiando la vida, el escritor tiene que ir cambiando su estilo para reflejarla.
[Alba Editorial. Traducción de Pablo Sauras]