George Lucas estancó su imaginación en Star Wars y no ha querido salir de ahí. Su trono lo ocupa ahora Guillermo del Toro, cuyo sello consiste en unir los mundos de los humanos y de los monstruos mediante una inventiva que no se agota. En todas sus películas encontramos criaturas con ojos en las alas o en las manos, caras deformadas, arácnidos, mutantes y mecanismos animados de relojería (véase el Mercado de los Trolls). En Hellboy alía su visión con la de Mike Mignola y nos ofrece, de nuevo, el choque entre lo raro y lo habitual, y el amor entre seres distintos a nosotros sólo en lo exterior, con claras referencias a La parada de los monstruos y La novia de Frankenstein.
Pero Hellboy, defensor de los gatos, amante de la televisión y consumidor de tele y puros, no sería lo mismo sin la interpretación socarrona del gran Ron Perlman, que lo humaniza y engrandece. Y lo acompañan algunos personajes esenciales y ya vistos y otros nuevos, como el Príncipe Nuada, que tiene varias semejanzas con el emperador albino Elric de Melniboné de Michael Moorcock, en esas novelas que yo leía en la infancia.