Por fin he leído este cómic revolucionario, que cambió radicalmente el concepto de superhéroe. No sería necesario aclarar que Alan Moore es un genio. Su capacidad de reciclar la cultura del pasado (novelas, canciones, películas, marcas, historia) y devolverla bajo matices nuevos es asombrosa: V de Vendetta, The League of Extraordinary Gentlemen, Batman: La Broma Asesina...
Watchmen transcurre en los 80, dominados por la presidencia de Nixon, el mundo al borde de la Tercera Guerra Mundial, la existencia de vigilantes o superhéroes que tratan de velar por los ciudadanos (pero, ¿quién vigila a los vigilantes?). El superhéroe ya no es un hombre modélico con poderes, sino un ciudadano normal y corriente (salvo el Dr. Manhattan) que se pone una máscara y un disfraz y sale a la calle a combatir el crimen. Estos vigilantes pueden rozar el fascismo (El Comediante), el narcisismo (Ozymandias) o el desequilibrio psicológico (el inolvidable Rorschach). Están muy lejos de ser perfectos, sus métodos son transgresores y, cuando comenzamos la novela gráfica, se encuentran en su punto más bajo, retirados, o sumidos en crisis mentales. Watchmen, en un único tomo que reúne todos los números, está repleto de historias secundarias y de líneas filosóficas y los lectores que no lo conozcan deberían comprarlo ya.