MANDARINES
Las piernas del viejo puente medieval de la ciudad ya no soportan tanta actividad. Hay que pensar en otra solución y el alcalde se descuelga diciendo que la designación de un lugar definitivo para el emplazamiento de un nuevo puente no es cosa de la ciudadanía –que se ha manifestado masivamente sobre dónde debería ir– sino que es “una decisión política”. Y efectivamente: los políticos siguen creyendo que hay un divorcio tajante entre su función y el parecer de sus representados. En los lugares pequeños, estas versiones del despotismo (ni siquiera ilustrado) dejan entender que sólo eso que llamamos “la clase política” tiene la facultad de tomar decisiones relativas al interés común, a despecho de lo que opine una mayoría significativa. Actos de soberbia, feudalismo de corbata y sonrisa. No importa despreciar el honrado ruido de fondo que hace el clamor ciudadano. Total, con inaugurar poco antes de las próximas elecciones una nueva parada de autobús y hacer una visita humanitaria a una residencia geriátrica se vuelven a recuperar votos a última hora. Y todo cosa de una tarde. No falla el adagio: si vosotros ladráis, es que yo cabalgo.
Tomás Sánchez Santiago, Los pormenores