martes, abril 28, 2020

La ciudad solitaria, de Olivia Laing



Imagina que es de noche y estás al lado de una ventana, en la planta número seis, o en la diecisiete, o en la cuarenta y tres de un edificio. La ciudad se presenta como un conjunto de celdillas: cien mil ventanas, unas oscuras, otras inundadas de luz verde, blanca o dorada. Muchos seres desconocidos van de un lado a otro, atareados en sus asuntos en estas horas de intimidad. Los ves, pero no puedes alcanzarlos, y es así como este fenómeno urbano tan común, que puede observarse cualquier noche en cualquier ciudad del mundo, produce hasta en las personas más sociables un temblor de soledad, una inquietante combinación de aislamiento y exposición.

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Esto significa     que cuanto más solitaria se vuelve una persona, más pierde su habilidad para navegar en la corriente social. La sociedad la envuelve, como el moho o el pelaje, y actúa como una profilaxis que inhibe el contacto, por más que lo desee. La soledad es acumulativa, tiende a crecer y a perpetuarse. Una vez se ha instalado, no es nada fácil desalojarla. Por eso estaba yo de pronto hiperalerta a la crítica, por eso me sentía continuamente vulnerable y andaba encogida por las calles anónimas, consciente de los chasquidos que hacían mis chanclas.

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Si tomamos al pie de la letra esta contestación de Hopper: "Me pronuncio en mis cuadros", lo que está declarando son barreras y límites, cosas que se desean, pero están lejos, y cosas que no se desean y están demasiado cerca: un erotismo construido sobre una intimidad insuficiente, que sin duda es sinónimo de soledad.

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Hacer una foto es un acto de posesión, un modo de visibilizar algo y congelarlo simultáneamente, de encerrarlo en el tiempo.

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Yo no conocía por aquel entonces las irónicas fotografías de la artista Emily Roysdon, en las que escenifica de nuevo las imágenes de Rimbaud poniéndose una careta de papel con los rasgos de David Wojnarowicz. En vez de eso, veía fotos de Greta Garbo, esas imágenes duras en las que va andando por la ciudad con zapatos de hombre y gabardina de hombre, sin consentir gilipolleces a nadie, cuando sale sencillamente porque le da la gana. En Gran Hotel, Garbo decía la famosa frase de que quería estar sola, pero lo que deseaba la verdadera Garbo era que la dejasen en paz, lo cual es muy diferente: que no la molestaran, que no la miraran, que no la acosaran. Buscaba la intimidad por encima de todo, la experiencia de deambular sin que la vieran. Las gafas de sol, la cara escondida detrás de un periódico, hasta sus distintos alias –Jane Smith, Gussie Berger, Joan Gustafsson, Harriet Brown– eran formas de evitar que la identificaran e impedir que la reconocieran, máscaras que la liberaban del peso de la fama.

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[Refiriéndose a una escena de Vértigo] Ese abrazo es una de las cosas más tristes que he visto en la vida, aunque no es fácil decir qué es lo peor: si el hombre que solo es capaz de amar a un holograma, o la mujer que solo puede ser amada vistiéndose como otra, transformándose en un ser que apenas existe, que emprende un viaje hacia la muerte desde el momento en que él la ve por primera vez. Esto ni siquiera es reducción a carne; es reducción a cadáver, cosificación llevada a su lógica más extrema.

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El miedo es contagioso, convierte un prejuicio latente en algo más peligroso.

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¿Qué quería yo? ¿Qué estaba buscando? ¿Qué hacía, navegando horas y horas? Cosas contradictorias. Quería enterarme de lo que pasaba. Quería estímulos. Quería establecer contacto y preservar mi intimidad, mi espacio privado. Quería hacer clic y más veces clic hasta que me reventaran las sinapsis, hasta ahogarme de superficialidad. Quería hipnotizarme con datos, con píxeles de colores, vaciarme, barrer toda sensación de angustia latente por ser como era, aniquilar mis sentimientos. Al mismo tiempo, quería despertar, comprometerme política y socialmente. Y también quería declarar mi presencia, enumerar mis intereses y objeciones, notificar al mundo que seguía estando en él, pensar con los dedos, a pesar de que casi había perdido el arte del habla. Quería mirar y ser mirada, y en cierto modo era más sencillo hacer las dos cosas a través de la pantalla.

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No hace falta emigrar al espacio exterior; lo que hemos hecho es emigrar online.

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[Refiriéndose a Solaris, Gravity, Alien, Soy leyenda] Todas estas historias sobrecogedoras giran en torno al terror que produce la soledad sin perspectiva de cura, la soledad sin esperanza de alivio o salvación.

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Y ahora pienso: ¿es el miedo al contacto la verdadera enfermedad de nuestro tiempo, lo que apuntala los cambios tanto en nuestra vida física como virtual?

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¿Qué pasa con el dolor de los demás? Es más fácil hacer como si no existiera. Es más fácil negarse a hacer el esfuerzo de la empatía y creer que el cuerpo del desconocido que está en la acera es simplemente un fantasma, una concentración de píxeles de colores que deja de existir cuando apartamos la cabeza y cambiamos el canal de nuestra mirada.


[Capitán Swing. Traducción de Catalina Martínez Muñoz]

sábado, abril 25, 2020

Próximamente: Berg



De Ann Quin. En Malas Tierras & Underwood Editorial.

El colapso de Londres, de China Miéville



Ha habido una revolución del recuerdo. Lo digital ha democratizado la fotografía nocturna. Un leve toque al final de una llamada somnolienta en tu camino a casa puede congelar el halo de las farolas, la luna ocluida, los autobuses nocturnos, los capullos que se agitan en las grietas de los ladrillos, antiguas tiendas de venta nocturna. Justo ahí, en tu bolsillo, reposa un recuerdo iluminado del ahora.

Esta es una época de pornografía CGI apocalíptica, pero las destrucciones de Londres, tanto las soñadas como las reales, comenzaron hace mucho tiempo. La han ahogado, arrasado mediante la guerra, abandonado a las malas hierbas, quemado, dividido en dos, colmado de muertos hambrientos. La han vaciado una y otra vez.

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Los anuncios encuentran lugares para arraigar que ni siquiera son lugares. Brotan en el reverso de los bonos de transporte, en las superficies de las máquinas expendedoras que los venden, en los frontales de cada uno de los escalones que recorres para salir del metro, por lo que, al emerger de la tierra, te enfrentas a tiras de entusiasmo sin sentido por un producto. "La hierba roja trepaba entre las ruinas a una gran altura sobre mí". El marketing asfixia a Londres con tanto vigor como la flora marciana del fin del mundo de Wells.

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Los retretes de la economía. Los precios suben durante el descalabro de los servicios públicos. Se están cerrando las bibliotecas. Se reducen servicios sociales. "¿Qué más les queda por recortar?", lamenta la portada del Kilburn Times.

Hay conflictos más allá del sector público. Varios días después de la huelga, los electricistas que trabajan para la empresa constructora Balfour Beatty salen en protesta por la agresividad de los nuevos contratos. La gente está luchando por quedarse como está, en cualquier línea de trabajo en la que se encuentre.

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La catástrofe engendra las bestias que ella misma necesita. En Londres, en el Reino Unido, el término "juventud salvaje" es de lo más habitual. Los medios y los políticos lo usan sin mucha polémica. Como si una frase tan malintencionada, impactante y bestializante no deshonrara cada boca desde la que se derrama. Su expresión no es un diagnóstico, sino un síntoma.


[El Transbordador. Traducción de Carlos Pranger]

miércoles, abril 22, 2020

Instrucciones para un funeral, de David Means



Eres consciente –al menos yo lo soy– de que la eternidad lo va a devorar todo a su debido tiempo, y que cualquier huella que dejes acabará por desaparecer, porque ser consciente de ello es una parte esencial de tu trabajo: la sensación de arrancar un gajito de tiempo, de detenerlo, de hacer que se quede quieto. Si no por el bien del lector –en algún lugar en el futuro–, sí al menos por tu propio bien, durante un instante, en tu escritorio, una calurosa tarde de verano o un frío día de invierno (sí, es importante). Y al mismo tiempo sabes que, en realidad, no importa un comino, porque la pertinaz naturaleza del tiempo en relación con la vida no es otra que consumirla, el tiempo consume la vida hasta convertirla en huesos, hasta reducirla a polvo, como quien dice, polvo eres y en polvo te convertirás y todo eso, pero durante un instante eterno, tu trabajo podría, o no, habitar en el fuego de las neuronas, de cerebro en cerebro, en el suave silencio del tiempo, sí, del tiempo, y luego desvanecerse, o más bien precipitarse, a la nada.
[Del relato "Confesiones"]

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Se produjo un conflicto entre lo que se esperaba y lo que ocurrió. Sus dos jóvenes hijas nunca tendrían una madre, y nadie volvería a oír jamás su preciosa voz –cantaba en un coro de góspel–. En los meses que siguieron nuestro dolor continuó haciéndose más punzante y, entonces, un buen día, empezó a disminuir poco a poco hasta que los recuerdos de ella –su risa alegre y luminosa, sus preciosos ojos– empezaron a borrar el doloroso día de su entierro.     
[Del relato "El Artista Terminal"]

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El problema es que mi hijo ve al hombre que soy ahora y no a los hombres que fui antes de llegar a ser el hombre que soy ahora. El hombre que soy ahora es una consecuencia de su presencia en mi vida y, por tanto, no estoy nada, pero nada cerca del hombre que era antes de que él existiera, y ese hombre, al parecer, tenía una enorme vitalidad esquilmada por las responsabilidades que llegaron con el nacimiento de su hijo.
[Del relato "Paternidad: tres"]

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Anota esto: Me gustaría que mi cuerpo estuviese a la vista, quiero llevar una camisa blanca e impecable, una corbata negra, pantalones oscuros, y mis zapatos italianos cosidos a mano. (Por favor, llévalos a que les pongan las suelas nuevas). Me gustaría que la empresa funeraria se encargase de limpiarme bien la piel de debajo de la barbilla, que se me irrita después del afeitado, y de recortarme las cejas y los pelos de las orejas y la nariz. Por favor, inclina un poquito el ataúd para que sea imposible no ver mi cuerpo.
[Del relato "Instrucciones para un funeral"]

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Miró arriba, a la ventana, y luego otra vez a los árboles, y pensó: "Estoy harto de cuentos, lo más probable es que éste sea el último, el de Chéjov, porque cada uno requiere un peaje, una determinada energía que era limitada desde el principio, incluso cuando tenía el brío de la juventud, y cada cuento –los que funcionaron– me daba algo de mecha para escribir el siguiente, pero ahora lo único que obtengo son pequeños chispazos que apenas me dan para un poema.  Hubo un tiempo en que era capaz de crear cuentos a partir del caos y del vacío del mismo modo en que una vez metí la mano bajo el colchón, estando en aquel antro de rehabilitación de borrachos, y saqué mis cigarrillos clandestinos, el paquete arrugado y blando y, contraviniendo las normas, me puse a fumar en la ventana, mirando al cielo, sintiendo el alivio y el subidón de la nicotina. Mucho después usé algo de eso en un relato, lo ordené y le di cierto sentido, cuando, en realidad, no es que tuviera mucho en el momento en que ocurrió, aunque yo sabía, de algún modo, de la forma en que todos los escritores probablemente sepan, que algún día podría ver la luz, cuando mi vida encontrase la estabilidad necesaria para continuar con el trabajo".
[Del relato "Carver y Cobain"]


[Sexto Piso. Traducción de Francisco González López]

sábado, abril 18, 2020

El delito de escribir, de J. Rodolfo Wilcock



A menudo la literatura se convierte en un instrumento de poder; quien tiene las riendas del poder, desde ese momento las tiene bien sujetas. La cultura se encierra en casa y se hace representar por su sierva que es la subcultura.
El mundo literario tiene entonces su gobierno que, como todos los gobiernos, tiende a satisfacer ante todo las aspiraciones de los más brutales, es decir, de los más fuertes, de entre sus súbditos.
[…]
De vez en cuando, en el reino literario, estalla una revolución; pero se sabe que las revoluciones perceptibles, pasada la euforia y la sensación de movimiento, vuelven siempre al sistema de gobierno precedente, aunque bajo otro nombre.
[…]
Los premios literarios no se conceden al mérito sino que son resultado de negociaciones, no necesariamente turbias, sobre consideraciones que abarcan desde lo que en otras administraciones suele llamarse "escalera mecánica" al certificado de antigüedad, o al de la pobreza o de forma opuesta a ese mucho más común de ingresos considerables, o a la pertenencia a determinadas corrientes políticas, etcétera.
[…]
No hay motivo para quejarse: la injusticia es el justo castigo para quien se ofrece al juicio de sus inferiores.

[Del texto "Sobre el delito de escribir"]

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A un joven intelectual, moderadamente dotado de vigor, de inteligencia y de ambición, lo inician hoy pronto en los misterios de la hermandad literaria.
Antes de nada, debe publicar un librito de poesía: recibirá desde luego algún aplauso. Después, con tres cuatro ensayos o reseñas rebajará a otros tantos escritores extranjeros más o menos contemporáneos, y elogiará con ligeras reservas a uno o dos autores nacionales; los aplausos se harán todavía más cordiales. La norma profesional, las convenciones de la carrera, exigen ahora una novela, en todo caso una nouvelle de al menos ciento veinte páginas; el joven de carrera cumple con esta obligación y se le declara literato militante; generalmente es un veterano, veterano de cien o doscientos elzevirios y de dos o tres partidos políticos, el que le da el espaldarazo.

[Del texto "Iniciaciones literarias"]

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Como en el fondo el arribista es un ser inseguro, la cultura del arribismo es también una cultura de la inseguridad. De ahí derivan los rasgos a veces enfermizos que se observan en el arribista, provocados por su apasionada y continua actividad, que tiende únicamente a procurarse un triunfo que le parecería inalcanzable mediante un comportamiento social realmente constructivo. Esto explica por qué el arribista es además un individuo fundamentalmente negativo e hipercrítico, cuyas energías se orientan hacia el sentido de la destrucción. Y esto parece verdad particularmente en el ámbito del arribismo intelectual.
Las características mismas del mundo intelectual hacen que el comportamiento arribista alcance niveles de gran sofisticación destructiva. La naturaleza intrínsecamente negativa del intelectual arribista tiende a reducir por mucho su capacidad creativa. Y esta limitación, que determina la falta sustancial de originalidad de su talento, es precisamente lo que le empuja hacia formas de comportamiento arribistas como único medio para alcanzar un triunfo que le parece altamente complicado si se busca a través del ejercicio creativo de un talento original que él no posee.
[…]
Puesto en esta situación, el intelectual hipercrítico y negativo no puede hacer otra cosa que multiplicar sus esfuerzos destructivos sin cuartel. Para ello, hay varias posibilidades de acción que se le ofrecen al mismo tiempo: la crítica negativa cuyo fin no es el de valorar sino el de destruir; la tergiversación; el chismorreo y la calumnia, si es posible de forma enmascarada, y la broma de mal gusto; por último, la práctica organización de campañas de silencio destinadas a eliminar a un competidor al que hace falta cerrarle el camino.
[…]
Pero lo que el arribista no consigue entender bien es el alto precio intelectual y psicológico que tiene que pagar por el ejercicio de estas técnicas de competición y que en buena medida podría explicarle su propia frustración y su propio fracaso.

[Del texto "Los arribistas"]


[Libros de la Resistencia. Traducción de Rosa de Viña]

martes, abril 14, 2020

Edén, Edén, Edén, de Pierre Guyotat



/ Los soldados, calados los cascos, separadas las piernas, pisan, los músculos tensos, entre los recién nacidos enfardados en chales escarlatas, violetas: los bebés se escapan rodando de los brazos de las mujeres acuclilladas sobre las chapas acribilladas de las camionetas de la GMC; el conductor aparta con la mano libre una cabra que se cuela en la cabina; / por el collado del Ferkous, una sección del RIMA atraviesa la pista; los soldados saltan de las camionetas; los del RIMA se tumban en la grava, la cabeza apoyada contra los neumáticos tachonados de pedernal, de pinaza, se desnudan el torso a la sombra del guardabarros; las mujeres mecen a los bebés contra sus pechos: el balanceo remueve reforzados por el sudor del incendio los perfumes que impregnan sus harapos, sus pelos, sus carnes: aceite, clavo, henna, manteca, índigo, azufre de antimonio –en la base del Ferkous, bajo el espolón cargado de cedros calcinados, cebada, trigo, colmenares, tumbas, chiringuito, escuela, estiércol, higueras, mechtas, muretes forrados de sesos reventados, huertas rubescentes, palmeras, dilatados por el fuego, estallan: flores, polen, espigas, briznas, papeles, telas manchadas de leche, de mierda, de sangre, cortezas, plumas, levantados, ondulan, expulsados de fogata en fogata por el viento que arranca el fuego, del suelo; […]

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[…] Khamssieh suelta un vagido: la lefa de los obreros, mezclada, insípida, en su saliva, lo asquea; su miembro arrugado se encoge en la pelambre /; la otra mano del datilero blande el miembro de Wazzag, lo pliega, empalmándose, contra el bajo vientre, la palma ahonda en el pubis, al tiempo que el orgasmo –un hilillo de lefa con aroma de sangre, goteando, sin sacudidas, del glande– irradia y clama por todo el cuerpo del datilero que, volviéndose, pegado al puto, sobre la extensión de suelo que ocupa el mostrador, saca el miembro de entre las nalgas de Wazzag, se pone de pie, mantiene las piernas desnudas a un lado, a otro de la grupa del puto tumbado bocabajo, los dedos de los pies hurgándole en el pelo de los sobacos; lento, acariciándolo, con el talón polvoriento, el hombro, el cuello, los rizos sangrientos de la melena sobre la nuca pringosa, le palpa las bolas secretoras con el muslo enlefado; los dedos del pie cierran los párpados del puto contra la madera: .. «duerme, solete, me has dejado seco»; […] 

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[…] / en la duna, el de rizos, con la rodilla apuntalada en el muslo de la chica rapada, empuja a la susodicha por la arena; las manos se le hunden en la pendiente, la cresta se desmorona, sedosa, sobre sus antebrazos; la parte superior del tronco de la chica rapada, los pechos fuera de la túnica, se da la vuelta en la pendiente a la sombra; el de rizos lame los pezones ardientes que resbalan bajo sus fosas nasales, bajo sus labios; en la boca abierta de la chica rapada, la lengua moteada de malva, de nácar, destella, iluminada por un rayo que se cuela entre el ramaje espinoso; el sexo rezuma contra la rodilla prieta en los vaqueros remendados; el de rizos, irguiendo el busto, sacude la cabeza abrasada: un estremecimiento le zarandea la nuca, bajo la sudoración; las manos cubren el vientre de la chica que retiembla bajo la tela recalentada, envuelven, encajándose los pezones en el hueco de las palmas, los pechos desorbitados en el vuelco, los aprietan, los pezones pellizcados entre dos dedos; […]


[Malas Tierras. Traducción de Rubén Martín Giráldez]

domingo, abril 12, 2020

Alabanza de la lentitud, de Lamberto Maffei


Cuando la realidad presente se traduce en correr hacia metas poco claras e incluso misteriosas, escribir tweets o sms, enterarse de noticias por la televisión sin tiempo de plantearse si se trata de una información verdadera o manipulada, me entran ganas de recorrer el tiempo en sentido inverso, huir de una cultura fundamentada en la rapidez de la comunicación visual y regresar al ritmo lento del lenguaje hablado y escrito.

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Nosotros, la sociedad de los adultos, tenemos la obligación de buscar estímulos para nuestros jóvenes, ayudarlos a construirse su propio cerebro, lo cual equivale a su comportamiento. Una responsabilidad que nos hace o debería hacernos temblar, porque se trata de construir la nueva generación, el mundo del mañana.

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La estrategia económica no mata ni envía al exilio a los hombres de pensamiento irreverente, pero los aísla sin piedad, los ignora, los degrada económicamente, como se hace con los enseñantes, con los investigadores y, por desgracia, con los pobres.

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El consumismo es hijo del pensamiento rápido porque el consumo ha de ser rápido para cambiar de deseo a toda velocidad y volver a comprar. […] El pensamiento rápido domina el mercado o mejor es la base de su éxito. Cuando el pensamiento rápido se muestra particularmente eficaz desata una bulimia del consumo que se convierte en deseo y al mismo tiempo en distracción, en huida de la realidad y de la depresión.

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El éxito evolutivo de los hombres rápidos traería la desaparición de todos los actos considerados inútiles, como la contemplación, la poesía y la conversación por el placer de charlar, y traería también un arte nuevo, el de la rapidez, donde la poesía sería un tweet y la pintura una pincelada.

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Desde un punto de vista cerebral, el niño es más creativo que los científicos y los artistas, pero la sociedad adulta pocas veces aprecia sus productos puesto que no presentan rasgos de utilidad, interés o empatía para la sociedad de jueces que los adultos forman.


[Alianza Editorial. Traducción de Carlos Olalla Linares]

jueves, abril 09, 2020

Otra vida por vivir, de Theodor Kallifatides


La escritura está, sí, dentro de nuestra cabeza, pero también alrededor de nosotros, en las paredes y en los muebles, en el olor a café, en la luz de la lámpara. En días benditos todo es escritura, y en días malditos nada lo es.

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Como artista eres lo que eres mientras eres. Luego no eres nada. Ni los perros te ladran cuando pasas.

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¿Habría llegado la hora de dejar todo aquello? ¿De emigrar de mí mismo como había emigrado de mi país?
No podía dejar que otros tomaran esa decisión por mí. Pensaba en lo que había dicho Aksel Sandemose, un escritor al que yo amaba y admiraba.
"Quien pueda dejar de escribir, debe hacerlo".
Y yo, ¿podía dejar de escribir? ¿Quizá debería hacer acopio de paciencia, dejar que pasara la inactividad, permitir que se despertara en mí aquello que me había hecho escribir durante tantos años?

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Voltaire hablaba del derecho de los ciudadanos a expresar su opinión y a hacer la crítica del poder. A eso se le llama libertad de expresión. Sin embargo, la manera en que le hables a tu vecino no entra en esa categoría. Ahí hay siempre una frontera natural: el Otro. En todo lo que digas, en todo lo que hagas, has de tener en cuenta al Otro. Naturalmente que puedes ignorarlo, pero eso tiene sus consecuencias. Una de las más comunes es la hostilidad, el odio y, en algún momento, incluso la guerra. Y que te ocultes detrás de Voltaire, no ayuda.

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En una relación de igualdad no hay sino derechos recíprocos y obligaciones recíprocas. Respétame para que te respete, escúchame para que te escuche.

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Una cultura no puede ser juzgada sólo por las libertades que se toma, también se juzga por las que no se toma. Hay cosas que no se prohíben, pero eso no significa que se permitan.

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Cuando alguien comienza a salvaguardar la escritura, cuando se siente escritor, cuando cuelga letreros con su nombre en las puertas, es que está acabado. La escritura es como un manantial. Puedes ornamentarlo con estatuas, adornarlo con una preciosa fuente, construir alrededor del borbotón una placita y sembrarla de sicomoros. Pero nada de eso es lo que hace que el agua fluya. Es la presión desde las oscuras profundidades de la tierra la que crea la erupción del agua.

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No era yo quien estaba ahí, en esa terraza, sino lo que quedaba de mí. Mi tía era como un hermoso árbol que, expandiéndose, envejecía.
Yo, en cambio, había emigrado hacía cincuenta años y aún vivía en la emigración. Me había ido alejando de mí mismo. Me estaba convirtiendo en otra persona.


[Galaxia Gutenberg. Traducción de Selma Ancira]

lunes, abril 06, 2020

El jinete pálido. 1918: La epidemia que cambió el mundo, de Laura Spinney



La muerte del poeta [se refiere a Apollinaire, que falleció de gripe] es una metáfora del olvido colectivo de la mayor matanza del siglo XX. La gripe española infectó a una de cada tres personas del planeta, a 500 millones de seres humanos. Entre el primer caso registrado el 4 de marzo de 1918 y el último, en algún momento de marzo de 1920, mató a entre 50 y 100 millones de personas, o a entre el 2,5 y el 5 por ciento de la población mundial, una variación que refleja la incertidumbre que aún la rodea.

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La gripe se transmite de una persona a otra a través de las minúsculas gotitas de mucosidad infectadas que se arrojan al aire al toser y estornudar. Los mocos son un misil muy eficaz: han de serlo, ya que fueron diseñados en un túnel de viento, pero no pueden volar más allá de unos pocos metros. Por tanto, para que la gripe se propague, las personas deben vivir muy cerca unas de otras. Se trataba de una idea crucial, ya que los humanos no siempre han vivido cerca unos de otros.

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Cuando surge una nueva amenaza que pone en peligro la vida, la primera preocupación y la más apremiante es ponerle un nombre. Una vez nombrada, se puede hablar de ella. Se pueden proponer soluciones, y adoptarlas o rechazarlas. Así pues, la asignación de un nombre es el primer paso para controlar la amenaza, aunque todo lo que transmita el nombre sea una ilusión de control.

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El miedo hace que las personas se mantengan alerta. Las impulsa a darse cuenta de cosas que de otro modo podrían no advertir; a prestar atención a determinadas asociaciones e ignorar otras; a recordar profecías que con anterioridad podrían haber tildado de absurdas.

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Los periódicos también acusaron a las autoridades de minimizar la gravedad del brote y de no hacer lo suficiente para proteger a la población. El Correo escribió sobre los políticos nacionales: "Nos han dejado sin ejército, sin armada, pan ni sanidad […] pero nadie parece renunciar o pedir dimisiones". Por su parte, los políticos locales habían ignorado durante mucho tiempo las peticiones de que se financiara un hospital para tratar enfermedades infecciosas y ahora hacían caso omiso de las recomendaciones de la comisión provincial de imponer unas medidas sanitarias más estrictas en la ciudad [se refiere a Zamora].

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Cordón sanitario. Aislamiento. Cuarentena. Se trata de conceptos antiguos que los seres humanos han estado aplicando desde mucho antes de que comprendieran la naturaleza de los agentes de contagio, mucho antes siquiera de que consideraran que las epidemias eran actos de Dios. De hecho, puede que tuviéramos estrategias para distanciarnos de las fuentes de infección desde antes de que fuéramos estrictamente humanos.

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La mejor oportunidad de sobrevivir era ser absolutamente egoísta. Si suponemos que se disponía de un lugar al que llamar hogar, la estrategia óptima era quedarse allí (sin emparedarse), no abrir la puerta (sobre todo a los médicos), vigilar celosamente las provisiones de alimentos y agua, e ignorar todas las peticiones de ayuda. Esto no solo aumentaba las probabilidades de seguir con vida, sino que, si todo el mundo lo hacía, la densidad de individuos susceptibles no tardaba en situarse por debajo del umbral necesario para que la epidemia se mantuviera y se acababa extinguiendo por sí sola. Sin embargo, por lo general, nadie lo hizo. Las personas mantuvieron contacto entre ellas, mostrando lo que los psicólogos denominan "resiliencia colectiva".

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A la lenta acumulación de estos errores se la denomina "deriva", pero la gripe también puede reinventarse de un modo más radical. Esto sucede cuando dos virus de la gripe diferentes se encuentran en un único huésped, intercambian genes y generan uno nuevo; por ejemplo, un virus con una nueva combinación H-N. Este tipo de cambio, llamado "desplazamiento" o, de forma más memorable, "sexo viral", suele desencadenar una pandemia, ya que un virus radicalmente distinto exige una respuesta inmunológica radicalmente diferente y se requiere tiempo para movilizarla. Si los dos virus "progenitores" proceden de dos huéspedes diferentes, de un humano y de un ave, por ejemplo, su encuentro puede dar lugar a la introducción de un antígeno que es nuevo para los humanos en un virus adaptado a ellos.

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Las ciudades eran más vulnerables a las infecciones que las zonas rurales, debido principalmente a su densidad de población, pero ¿cómo se explica la sorprendente diferencia entre las distintas ciudades? La explicación a la leve oleada de primavera podría haber protegido a los que se contagiaron, pero también repercutió la adopción de una estrategia de contención de la enfermedad eficaz. Un estudio de 2007 mostraba que medidas de salud pública como la prohibición de los actos multitudinarios y la obligatoriedad de llevar mascarilla redujeron la cifra de muertos en algunas ciudades de Estados Unidos hasta en un 50 por ciento (Estados Unidos fue mucho más eficaz imponiendo medidas que Europa). Sin embargo, el momento de adaptación de las medidas era decisivo. Había que adoptarlas pronto y mantenerlas en vigor hasta después de que hubiera pasado el peligro. Si se suspendían demasiado pronto, el virus se encontraba con un nuevo reservorio de huéspedes inmunológicamente incautos y la ciudad sufría un segundo pico de muertes.

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Al reflexionar sobre esa enorme variación, hay quienes dicen que no hay nada que temer de una futura pandemia y quienes se lamentan de lo mal preparados que estamos. Los primeros acusan a los últimos de ser alarmistas, y los últimos a los primeros de hacer como el avestruz. La división entre ellos ilustra cuánto tenemos que aprender aún sobre las pandemias en general y sobre las pandemias de gripe en particular.

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En una futura pandemia de gripe, las autoridades sanitarias adoptarán medidas de contención como la cuarentena, el cierre de las escuelas y la prohibición de los actos multitudinarios. Serán en nuestro beneficio común, por lo que ¿cómo se garantiza que todo el mundo las cumpla?

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Una guerra tiene un vencedor (y suyo es el botín, la versión que se transmite a la posteridad), pero una pandemia solo tiene vencidos.


[Editorial Crítica. Traducción de Yolanda Fontal]