Ha habido una revolución del recuerdo. Lo digital ha democratizado la fotografía nocturna. Un leve toque al final de una llamada somnolienta en tu camino a casa puede congelar el halo de las farolas, la luna ocluida, los autobuses nocturnos, los capullos que se agitan en las grietas de los ladrillos, antiguas tiendas de venta nocturna. Justo ahí, en tu bolsillo, reposa un recuerdo iluminado del ahora.
Esta es una época de pornografía CGI apocalíptica, pero las destrucciones de Londres, tanto las soñadas como las reales, comenzaron hace mucho tiempo. La han ahogado, arrasado mediante la guerra, abandonado a las malas hierbas, quemado, dividido en dos, colmado de muertos hambrientos. La han vaciado una y otra vez.
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Los anuncios encuentran lugares para arraigar que ni siquiera son lugares. Brotan en el reverso de los bonos de transporte, en las superficies de las máquinas expendedoras que los venden, en los frontales de cada uno de los escalones que recorres para salir del metro, por lo que, al emerger de la tierra, te enfrentas a tiras de entusiasmo sin sentido por un producto. "La hierba roja trepaba entre las ruinas a una gran altura sobre mí". El marketing asfixia a Londres con tanto vigor como la flora marciana del fin del mundo de Wells.
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Los retretes de la economía. Los precios suben durante el descalabro de los servicios públicos. Se están cerrando las bibliotecas. Se reducen servicios sociales. "¿Qué más les queda por recortar?", lamenta la portada del Kilburn Times.
Hay conflictos más allá del sector público. Varios días después de la huelga, los electricistas que trabajan para la empresa constructora Balfour Beatty salen en protesta por la agresividad de los nuevos contratos. La gente está luchando por quedarse como está, en cualquier línea de trabajo en la que se encuentre.
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La catástrofe engendra las bestias que ella misma necesita. En Londres, en el Reino Unido, el término "juventud salvaje" es de lo más habitual. Los medios y los políticos lo usan sin mucha polémica. Como si una frase tan malintencionada, impactante y bestializante no deshonrara cada boca desde la que se derrama. Su expresión no es un diagnóstico, sino un síntoma.
[El Transbordador. Traducción de Carlos Pranger]