nadie lamenta mi marcha,
ni siquiera yo;
pero debería haber un juglar
o al menos una copa de vino.
me parece que molesta sobre todo a los jóvenes:
una muerte lenta y no violenta.
aún así, hace soñar a cualquier hombre;
deseas un viejo barco que se hace a la mar,
la blanca vela recubierta de sal
y el mar que sacude indicios de inmortalidad.
el mar en la nariz
el mar en el pelo
el mar en los tuétanos, en los ojos
y sí, ahí en el pecho.
¿echaremos de menos
el amor de una mujer o la música o la comida
o el retozar del recio caballo
furioso venga a cocear terrones y destinos
bien lejos
justo en el momento en que se pone el sol?
pero ahora me ha llegado el turno
y no hay la menor majestad en ello
porque no hubo majestad
antes
y ninguno de nosotros, cual gusanos sacados a mordiscos
de nuestras manzanas,
merece indulto.
la muerte me entra en la boca
y me serpentea por los dientes
y me pregunto si me asusta
este morir sordo y apenas triste que es
como el marchitarse de una rosa.
Charles Bukowski, La gente parece flores al fin. Nuevos poemas