lunes, diciembre 14, 2009

La zona, de Serguey Dovlátov


Las historias de amor a menudo terminan en la cárcel. Sólo que yo me equivoqué de puerta y, en vez de terminar en los barracones de los prisioneros, di con mis huesos en los del Ejército.
Lo que vi allí me impresionó vivamente.
Hay una trama clásica que discurre así: un muchacho pobre fisga por una rendija en el muro que delimita la hacienda de un noble. Ve a un niño noble de su edad montar un poni. Desde aquel momento en adelante, su vida estará encaminada a un solo fin: enriquecerse. Ya no puede volver a su antigua vida. Su existencia está envenenada por haberse iniciado en un misterio.
Yo también miré por una rendija. Sólo que lo que vi no era la riqueza, sino la verdad.
Quedé sacudido por la profundidad y la variedad de la vida. Vi lo bajo que podía caer un hombre, y cuán alto era capaz de elevarse.
Por primera vez entendí lo que es la libertad, y la crueldad y la violencia. Vi a la libertad entre los barrotes, y una crueldad tan insensata como la poesía y una violencia tan común como la humedad.
Vi a un hombre al que habían reducido a un estado completamente animal. Y vi lo que podía alegrarle. Y me pareció que los ojos se me abrían.
El mundo en el que me encontré horrorizaba. En aquel mundo la gente se peleaba con escofinas de limar afiladas, comía perros, llevaba el rostro cubierto de tatuajes, sodomizaba cabras. En aquel mundo la gente mataba por un paquete de té.