A ti, héroe cotidiano,
que honestamente levantas tu camino con amor.
A ti, mujer,
que friegas con tus rodillas desolladas la escalera.
A ti, mecánico del asfalto y la penuria,
peón del equilibrio y del andamio.
A vosotras que escondéis vuestros ojos a la luz del día,
de la vida,
muchachas, mujeres, que pululáis inciertas por los suburbios.
Tú que escondes la tibieza y el engaño
en ésas horas tus torres de hielo y de quimera.
A ti
pragmático y todopoderoso señor de tus ruinas.
A ti joven, que aún estás a tiempo.
A ti, niña
que te llevas en tus trenzas mi mejor canción.
A ti
que tanto te pesa la prisa en la mañana,
la mano en el teclado, el humo de la fábrica.
A todos vosotros, sangre vertiente por los hospitales.
Tú que aspiras a forjar hombres en las aulas de la comprensión.
Tú, perezoso y despistado, marioneta del capricho,
caminante de la alucinación.
Tú que has visto la cortina de agua del desengaño en tus ojos.
A ti, trotamundo de la noche atrapado en tus placeres.
A ti, pájaro metálico, jeroglífico del aire.
A ti bohemio, bebedor de lunas y de versos.
A ti muchacho de andrajos y cartones,
compañero del hambre y de la insolidaridad.
A todos vosotros huéspedes de cárcel, psiquiátricos y olvido.
A ti, viejecita,
recluida pacientemente en tu soledad.
A todos vosotros
pábulo de la pompa hueca y de la intranscendencia.
A ti, campesino austero,
mago de la besana y del trigal.
A ti, sabio de veredas, temporales y cañadas, pastor.
Tú, campesina, tierra fértil
milenaria de arrugas y de canas.
A ti, manojo de agua, nube y viento, marinero.
***
A ti, indefectible macrocosmos,
Paisaje abierto de los días y las noches…
Tomás Hernández Castilla, Conjunción de espejos